octubre 2024 / Reseñas

El lenguaje es el estilo. El minutero de Ramón López Velarde

 
Ramón López Velarde, El minutero (Pablo Sol Mora, ed. y pról.), Aquelarre Ediciones, Xalapa, 2023, 116 pp.

 


 
Schopenhauer decía que el único modo de existir del individuo es en el tiempo y el espacio, para colmo menguados, en tanto al morir nosotros, muere la conciencia de ambos; en este sentido, el filósofo alemán afirmaba que la vida es un préstamo de la muerte. Por lo anterior, es natural la obstinada preocupación por nuestra finitud. El paso del tiempo ha sido una adivinanza persistente no sólo poética, sino humana.

Recuerdo que María Zambrano relacionaba dialécticamente la poesía y la filosofía; la primera era la respuesta a la segunda. Mientras que Borges sostendría la tesis de Schopenhauer con un admirable poema, “Las cosas”: “Durarán más allá de nuestro olvido;/ no sabrán nunca que nos hemos ido”. Sin embargo, tras leer El minutero de Ramón López Velarde, se tambaleó la proposición de Zambrano, porque las prosas velardianas exponen la conciencia de nuestra transitoriedad, la conciencia sobre la nada: el tiempo. El minutero no es un libro fácil, solicita varias relecturas: su editor y prologuista Pablo Sol Mora también subraya en su complejidad. Ya lo creo, “hay más filosofía en la poesía que en la filosofía misma” —Borges, si no me falla la memoria.

López Velarde preparó estas prosas como si insinuara próxima su muerte, perfumándolas con su juicio de nulidad. ¿Qué es el hombre antes de nacer, ahora, después? En los veintiocho textos breves del poeta se designa al presente como única realidad que da sentido al existir. Velarde lo consigue a través del lenguaje, materialización del poeta: “Que lo que fue mariposa no parodie a los reptiles” (p. 44). El minutero es la pregunta y la respuesta ante la tesis: “Lo que ha sido ya no es, y por ello es tan poca cosa como la que nunca ha sido” (Schopenhauer de nuevo).

Velarde monologa transitando la ciudad: “Oigo el eco de mis pasos con la resonancia de un trasnochador que camina por un cementerio” (p. 40). Pero todo monólogo implica un oyente, entonces conversa: “Zinganol pensaba, con un agudo autor, que la vida es un mal cuarto de hora…” (p. 63). Velarde, el más moderno entre los modernos, recurre al lenguaje coloquial como los cronistas decimonónicos que hallaban en la oralidad una reconciliación con el origen, el lenguaje. Respecto a la discusión de su modernidad, Sol Mora señala en el preciso y ameno prólogo: “mucho se ha discutido sobre el género de El minutero (ensayo, crónica, cuentos, esbozos de crítica literaria y artística)” (p. 14).

Por supuesto que Octavio Paz escribió en Los hijos del limo1 y Cuadrivio sobre la singularidad en López Velarde, y más allá de que encontró otras improntas a las de Charles Baudelaire, en primer lugar ratifica la factura de poeta moderno al zacatecano. Éste “no es ni postmoderno ni vanguardista al crear un estilo de lenguaje,” porque, en segundo lugar, “[m]ediante el diálogo entre prosa y poesía se perseguía, por una parte, vitalizar a la primera por su inmersión en el lenguaje común, y por la otra, idealizar la prosa, disolver la lógica del discurso en la lógica de la imagen”. Dice en “Pecado”: “Lancé su corazón con la ceguera desalmada con la que un niño lanza el trompo” (p. 29).

Para López Velarde el hombre es lenguaje, razón por la que ambos se van construyendo –o no– en la fluidez de una conversación, en el ir y venir, como “la mirada que se mira, el saber que se sabe saber, es el atributo del poeta moderno”, dirá Paz en Cuadrivio. Mientras que López Velarde dirá: “El bailarín comienza en sí mismo y concluye en sí mismo” (p. 85).

Cuando yo versificaba y gemía infantilmente bajo aquellas frondas […]: “Mi vida es una sorda batalla entre el criterio pesimista y la gracia de Eva. Una batalla silenciosa y sin cuartel entre las unidades del ejército femenino y las conclusiones de esterilidad. De una parte, la tesis reseca. De otra, las cabelleras vertiginosas, […] en que la intensidad de la vida coincide con la intensidad de la muerte” (p. 39).

Como la pulsación del metrónono, la conciencia de finitud y la fatal fugacidad va de la ironía y lo dual hasta preguntarse si esto es un poema en prosa o una prosa poética. Sin embargo, vuelve al mismo punto: el lenguaje. En otra estancia de El minutero, López Velarde admite que no podría entenderse a sí mismo sin el complemento femenino. “La mujer es la llave del mundo, presencia que reconcilia”, a decir de Paz,2 aunque esta figura sea un rostro más de la muerte.

La muerte es a la vida como la mujer al hombre, puede leerse así, y no es para menos porque López Velarde era cristiano. Entonces, su erotismo frustrado elabora una semántica sacra de las mujeres: vírgenes, altares, depositarias, inanimadas. “Porque tu pecado sirve a maravilla para explicar el horror de la Tierra, mi amor, creciente cada año, se desboca hacia ti, Madre de las víctimas” (p. 103), dice López Velarde en “Eva”, pieza con la que concluye El minutero. Este anacronismo hoy le pasa factura al poeta, pero también esa perspectiva podría responder a lo que algunos de sus críticos —entre ellos Xavier Villaurrutia—, como apunta Pablo Sol Mora, al egocentrismo del poeta. Como sea, El minutero es un libro que en su reedición no pasará inadvertido; su complejidad lingüística y poética es digna de ser atendida. Ramón López Velarde aún tiene la palabra.


1 Octavio Paz, Los hijos del limo, 1985, pp. 92-93.

2 Octavio Paz, Cuadrivio, 1976, p. 79.


Autor

Yuliana Rivera

/ Puerto de Veracruz, Veracruz, 1985. Poeta, ensayista y crítica literaria. Textos suyos han aparecido en Tierra Adentro, Letras Libres (blog), El Cultural de La Razón y Punto de partida, entre otras publicaciones.

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