diciembre 2024 / Inéditos

Como si alguien cantara nuestro crimen

 
La tarántula del sótano

(El boceto de este poema fue escrito en una servilleta por
un forastero que nunca regresó al bar donde trabajo)

Mamá está muerta pero estoy hasta el cuello de su leche materna.

Si percibe el aroma de otras hembras me desnuda y se ducha conmigo, me arropa en telaraña y sus ocho ojos leen cuentos infantiles, moralejas de niños castigados con castración si mojan la cama.

En esta casa está prohibido que un hombre llore. A cambio de dinero, otras mujeres no se burlan de mi desahogo, no se niegan a vestir las faldas de Mamá bailando la tarantela. Es inútil que me arranque los ojos como Edipo. A diario se repite la pesadilla; la anciana desdentada se agiganta, en la palma de su mano cabe la casa y adentro de la casa yo envejezco en posición fetal. Para protegerme del pecado ella hizo de mí un eterno recién nacido.

Mamá está muerta pero aún vivo con ella.

 
 
Eclipse rojo

Bajo la puerta de la percepción se deslizó una página en blanco: invitación directa al Hospicio Guillermo Sáenz Patterson. El edificio es una Fata Morgana en las nubes negras del Irazú, nunca ha tocado el suelo pero el sótano dificulta la respiración como los túneles que llegan hasta el centro de la tierra, su arquitectura que cambia sin aviso recuerda a un cubo Rubik en manos daltónicas. En su interior, más negro que el ropero de una viuda, las ninfómanas de ectoplasma consuelan a grotescos nunca acariciados por doncellas de buena cuna. Nada interrumpe a los poetas, sus versos mezclan amor con odio en una botella sin fondo para sobrevivir a los golpes bajos de la madrugada. El Hospicio fue bautizado en honor a quien usaba la melancolía como el hielo que ayuda a desinflamar un músculo lesionado, en honor a quien escribía dispuesto a morir escribiendo, con los pies firmes en el bajo astral y su cabeza flotando entre tentáculos y estrellas marinas que se adhieren al casco de los astronautas. En las vitrinas se exhibe el papiro de la Oda al Marqués de Sade junto a los puñales que florecen si se clavan en el pecho. Desde una fotografía, el escritor me mira como el niño enfermo en la ventana que mira a otros niños jugando en la calle.

 
 
Cortometraje giallo

(En Cabaret de L’Enfer)

En la ciudad bombardeada por el atardecer, mi instinto de perro envenenado me condujo a esta puerta, sonrisa del diablo que da la bienvenida pero nos impide salir sin dar algo a cambio.

Nadie se sienta cerca de quien desea contar su historia. Queremos abstracción, al ritmo de saxofones que cortan el aliento y nos embriagan de vida con un sorbo de muerte igual que la asfixia erótica. Se destilarán secretos de nuestras pupilas con el recuerdo de amantes cuya mirada era el iceberg de todo el hielo en su interior.

La bailarina, con una serpiente enroscada a su desnudez, puede ver más allá de las apariencias cuando su espina dorsal sufre un arco de histeria. Ella apaga su cigarro con el pie descalzo y sin mover los labios dice que mi aura es un agujero negro. Ahora entiendo las baladas anticuadas como si alguien cantara nuestro crimen de mordiscos, pero además de la luna no hubo otro testigo.

Es hora de lanzar este amor a una piara de cerdos. Entrecierren los ojos para mayor nitidez: los pliegues de mi cerebro son cuerpos desnudos en una orgía perpetua.

 

 


Autor

Sean Salas

/ Heredia, Costa Rica, 1997. Ganador del VIII Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero, en Ecuador. Autor de Alter Mundus (2021), Ciudad Gótica (2022) y Fantascopio (de próxima aparición).

diciembre 2024