Tango para tránsfugas
Un día,
muy tarde,
tanto que mis pies hinchados
no calzaron al sol.
Entardecida
gasté desde el ombligo
a madre y niña
para comprar una cometa,
zarpazo de lentejuela,
amparo del desmayo.
Un grito de luz reemplazó
mi lengua,
la dejó tendida
sobre la playa de negros ánimos.
No quedó cerca el mundo
mientras esperaba un abrazo.
Algunas llamas guardan un filo,
una voz que rasga la piel
antes de abandonar la infancia.
Desvelar a las muñecas y a las santas
Y aun así, para celebrar el amor,
el amor ha de destrozarnos primero.
H.D.
Fantaseo con desnudar y acariciar el cuerpo de algunas mujeres de mi familia. Descolocarlas. Provocar en ellas las cicatrices bajo sus mangas de obispo, los quince centímetros de la cesárea, la carne endurecida del perineo agrio después de la episiotomía —porque cuando un hijo corona, y aún no se quiere ser madre, la vagina es un portal inestable entre el ser y la asfixia—. Provocar las señales del amor cuando ha sido demasiado: costuras queloides en todas las vísceras que se tuercen, calientan y aceleran, revientan, después del desencanto. Y, para los rastros más profundos e imprecisos de la vida, esas marcas que nunca sanan de tanto negarles el reconocimiento y perdón de la mirada, sueño con arrancarles el cabello, hacer de mi lengua un martillo sobre sus cabezas, martillar. Expuesto el cerebro como nuez, introducir la pinza de mis dedos índice y pulgar entre los nudos del lóbulo temporal, y levantar el polvo. Sí, una tormenta de arena hasta la aridez de sus reinos y claustros.
Desnuda, sumergida en una tina que sin más se vuelve océano, imagino que mi piel es la suya. Andan mis manos en ella con la ternura del amante devoto de cualquier signo de pureza, hasta identificar las manchas de familia y nombrarlas:
En los tobillos, las venas violáceas de la tía virgen, a quien la uva del pecho se le secó como una pasa de ser tan buena hija. Todos los hombres de la familia la admiran y protegen. Es la madrina de los críos. La quedada.
La semilla parda de la madre santa en mi nuca es una pepita de melanina que pesa como la mirada de su hijo, mi padre. De cargarla en la vida, temo desarrollar una joroba similar a la de la tía, quien al final no quedó tan sola: concibió una muñeca a la que le templó los huesos como espadas.
Justo donde el coxal derecho hace curva y desciende al valle, aprieto el lunar de carne de las mujeres de mi madre. Rebeldes hembras de cadera amplia que bailaron, viajaron y pensaron en ser damas del mundo. Muñecas que guardaron el tweed, la gabardina y los olanes en armarios de caoba, para ajustarse al ritmo regular del corazón con un esposo y algunos hijos. Ellas, las que hablan inglés, las engañadas por un dado falso.
En el seno derecho, reflejo del nombre de la abuela, que es el de mi madre y el mío, la fortuna, recuerdo con la palma de la siniestra al buitre que anidó en el cuadrante superior al cobijo de mi axila. Larva de mariposa negra. Cáncer. Dicen los hombres y las otras mujeres que fue por rencor y ceniza en la boca. Tienen razón. Todos mentimos al amar.
En este indeclinable acto de revelación, considero hincar las uñas con el aburrimiento del amante sobrado de la misma piel, de las lluvias que reblandecen la tierra y de las voces de la santa y la muñeca poseídas por la idea, la más absurda idea, de llegar a ser mujer, como si se hubiese nacido siendo una rana.
Irritar hasta la sangre. En el escándalo rojo repetir el sueño donde dreno todas las herencias; y al amante, sea el padre, el hijo, Dios o un náufrago entre las piernas.
Señales del desprendimiento por heridas medulares
I
Trazo una línea de agua en la gaveta del ropero donde guardo las ausencias de mi padre. Asear este espacio es limpiar la memoria.
II
Papá comienza con un cinturón fino, siempre fino, seguido por blanco, rojo, gris, cualquier camisa de algodón que se extiende en los flancos, a veces para abrazarme, a veces apartándome para que no le toque el corazón. Su cara tiene una línea rosa deshojada bajo el bigote; dentro, la lengua es mimo y sentencia. Para sus ojos ninguna luz es suficiente; poco a poco la córnea se le ha empañado, como el cristal de un reloj cuando las horas son turbias. La nariz que le perfila huele mi condición y no perdona. Las orejas son columpio para mi captura o campos baldíos para el destierro.
III
A este hombre hoy lo parto en dos:
La mitad transida cae
y el desamparo pierde su dominio.
El caballero que cercó los cerros
Soy todo lo que se olvida
por eso levanto un muro
de recuerdos
contra oquedades.
Sería llano
para los días de campo
y usted, Genaro,
ladrón en Río Frío.
Donde, nos dijo
a los nietos,
había un túnel
no estaban los dulces
ni las monedas.
Anita vistió la bata,
a pie de verso tomó la escoba
y se casó con usted
para irse al centro,
a la calle Venezuela;
allí a mi padre
le apodaron el Inglesito,
la Güera se vendía
y algún señor cayó
del segundo piso.
Allá le temblaron las manos
y los pasos en la escalera.
Tiene razón,
en esta fotografía se parece
a Jorge Negrete,
nació en Puebla
y fue presidente municipal de Tepeyahualco.
Ahora dice que es mejor,
porque sólo desafía al polvo desde
su condición de polvo,
cuando el Parkinson,
los orines ácidos de medicinas
y las bolsas con años bajo los ojos
no hacen de usted un garabato.
Que es mejor,
porque la puerta
del rincón de los tiliches oculta
sus caramelos,
los que pulen las caries de la infancia.
Si al pan todavía
lo cuido cuando el moho
antes de la sombra,
si sé de Payno
porque entré al túnel
y el sendero rural de las fogatas
me devolvió enardecida,
si le digo:
Esta familia fue atravesada
por la misma flecha.
* Poemas pertenecientes a La edad terrible, de reciente aparición en el sello editorial de la UAS.

Autor
Enna Osorio Montejo
/ Ciudad de México, 1977. Estudió la licenciatura en Humanidades en la UDLAP. Sus textos aparecen en revistas, suplementos culturales y en varias antologías de México y Latinoamérica. Fue beneficiaria del programa Jóvenes Creadores del Fonca (2011-2012), de la convocatoria CurArte es Guelaguetza del Programa de Apoyo a las Instituciones Estatales de Cultura 2020 y del PECDA Oaxaca 2024, en la categoría Creadores con Trayectoria. Ganó el XXXIV Concurso Voces Nuevas 2021, convocado por la editorial española Torremozas. Autora del libro La edad terrible (2024). Actualmente radica en la ciudad de Oaxaca.