Mara Pastor, Poemas para fomentar el turismo [edición del 10mo. aniversario], Ediciones del Flamboyán, San Juan, 2022, 110 pp.

Dondequiera que vayamos habrá algo que sentir y, por ende, algo que contar una vez de regreso a la normalidad: prueba irrefutable de nuestro rasgo genético en tanto seres narrativos. Un rasgo que debe apuntalarse con algunos pases de ficción. Los detalles no están de más; aportan ese no sé qué extra, esa pizca de sazón secreto. Lo mismo ocurre con algunos productos de la ciencia-ficción, en especial las series, películas y videojuegos desarrollados a partir de Ghost in the Shell (1990), el manga de Masamune Shirow: la memoria, los recuerdos y su veracidad.
Entre los personajes de Shirow aparecen los tachikomas, unidades robóticas y cibernéticas de apoyo, inteligencias artificiales en forma de tanques-araña con blindaje antibalas, capaces de llevar armamento y personal autorizado. Al final de cada misión, cuando recargan baterías o simplemente por mera curiosidad, los tachikomas se interconectan y comparten los datos que han obtenido, nutriendo así su conciencia única a fin de ser más eficientes en sus tareas. Ello no difiere mucho de lo que ocurre a diario entre nosotros, donde un simple ir y venir dentro de la ciudad, en el transporte público, da para horas y hojas de relatos. Más todavía cuando se sale de viaje a otro estado, país o continente. ¿Cuáles serán las historias de los viajes comerciales a la Luna, a Marte u otra galaxia? ¿Con qué suvenires volveremos?
Muchas anécdotas comienzan con un recordatorio (“¿Te acuerdas que te conté…?”) Más que un hechizo de necromancia, dicho recordatorio parece una suerte de apostilla. Hay libros a los que volvemos porque la realidad de donde fueron extraídos está lejos de agotarse, porque en cada visita tienen algo nuevo que mostrar. Después de diez años, Poemas para fomentar el turismo vuelve a editarse y no hay mejor pretexto para hablar sobre lo que Mara Pastor (San Juan, Puerto Rico, 1980) contó en su momento: el indicio de su pertinencia pasada y actual.
Nos contamos el día, el chisme de la semana o los problemas que nos acongojan: los gastos y los gustos. Se narra no sólo para saber lo mismo y pertenecer a la unidad, sino también para buscar soluciones en conjunto a los problemas. Encontramos en la narración una forma de sobrevivir, prevenir, sobrellevar la realidad a través de su ironización. Sobra decir que narrar no se refiere únicamente a la novela o al cuento, sino a todos los formatos y objetivos de la escritura. La poesía, la crónica e incluso esta pequeña reseña buscan entablar un diálogo entre el lector y la obra de Pastor —poeta, editora, profesora universitaria, Premio Luis Alberto Ambroggio 2020— en su debut: Poemas para fomentar el turismo (2011), publicado inicialmente por La Secta de los Perros gracias a una conexión editorial entre Puerto Rico y México, y diez años después, en 2022, gracias a Ediciones del Flamboyán.
En 53 poemas divididos en dos secciones (“¡Jíbaro platanero en la ciudad es un peligro para fomentar el turismo!”, y “Llámame Láctea Ecopoesis”), la autora retoma tres años de viajes por América, África y Europa, y los comprime, igual que el contenido de las maletas antes de viajar. Como avatares cruciales para el viaje, las maletas guardan suvenires de la memoria. Una memoria individual que, conforme es narrada, se vuelve colectiva.
Era verano.
El tope de un volcán
me recordó superficies lunares.
En la cima, un letrero que dice
prohibido predecir
nombres que nos descarnan.
(Pastor, 2022: 56)
Emprendido el trayecto, aflora una de las más constantes disputas: la pertenencia a un lugar. En especial ahora que, de pronto, el paisaje cambia sin previo aviso; lo conocido desaparece y es difícil quitarse la condición de extranjero: estar fuera de, incluso ahí donde pasamos la mayor parte de nuestra vida. Tal sensación pone en tela de juicio qué hemos hecho, dónde hemos estado; nos pone asimismo en alerta, como si cargáramos una diana de objetivo en la espalda o un gafete con nuestro nombre en el pecho, mientras intentamos presentarnos en una lengua recién aprendida.
Es tu cumpleaños
y en El Cairo te dicen
“we like Americans”
y tú me dices
“nunca vengas a Egipto”
porque hay varios
nombres para el asalto.
(Ibid.: p. 14)
Viajar nos hace ser y ver todo nuevo. En el caso de Mara, su sensibilidad se eleva casi premonitoriamente sobre aquello que, para bien o mal, terminó por concretarse años después.
Se vuela sobre y entre la pandemia.
Se aprenden tantos sinónimos para lechón
en estos días.
Los mercaderes pueden
bostezar sin taparse el sueño.
(Extraditar es el purgatorio de los vivos)
Yo he aterrizado tantas veces
Y nunca pensé en traficar conmigo
una crisis mundial.
(Ibid.: 23-24)
El viajero puede hacerse fácilmente de la vista gorda e ignorarlo todo sobre el sitio al que llega. Hay quienes viajan para nutrir su ser virtual (publico ergo existo), pero la mayoría rechaza la oferta de vivir en carne propia la realidad de los otros. Un asunto complejo pues, como bien dice Mara, “Palpo un pasado que me resiste” (Ibid.: 28). Esta vida de vis a vis no parece estar hecha para emitir juicios. ¿Cómo podríamos juzgar lo que pasa en casa ajena sin antes hablar de la nuestra? Viajar, sin embargo, nos vuelve mensajeros de otras experiencias:
Neda
Una joven músico
murió interceptada
por una bala cuando decidió
bajarse del coche en que viajaba
durante una protesta en Irán.
Se llamaba “voz” en persa.
(Ibid.: 23-24)
Desde que Heidegger definió al ser humano como un ser-para-la-muerte, la oportunidad de viajar se presenta como un placebo, un contrapeso al inevitable pensamiento de morir. Quien viaja se permite el consuelo momentáneo de dejar el mundo.
Tengo una abuela que muere
y tampoco me refiero a eso,
pero entro en la ducha
y me imagino el poema fúnebre
que le he escrito desde siempre.
Sé que la belleza muere
y que mientras muere se deshace
como el error de un pájaro que cae.
(Ibid., p. 39)
Por su mismo título, Poemas para fomentar el turismo puede ser visto como un tipo de guía; pero, si bien no gira instrucción alguna o no da recomendaciones puntuales, sí fomenta preguntas sobre los viajes que llevamos a cabo y acumula historias con pequeños detalles cambiados que, a su vez, también caerán en el olvido. Ahora, a diez años del primer viaje a la poesía hecho por Mara Pastor, aquellas posibilidades abren aún más su espectro.
Ya sea en las estaciones de autobús, en los aeropuertos o hasta en el celular, hay un humilde exhibidor de libros para aquellos viajeros bendecidos con la fortuna de no marearse mientras leen. Siempre y cuando el trayecto lo permita, viajar leyendo se reafirma como un binomio recurrente: el texto en las manos y el paisaje en movimiento; se relee lo escrito sobre el viaje en los mensajes enviados y en las fotos que se suben a las redes sociales. Algo de ello termina en algún texto publicado que, diez años después, se reedita. Hay una doble vida en de la experiencia del viaje: mientras nosotros nos encontramos en otro lugar y tiempo, lo escrito recupera lo ocurrido.
Leer es un viaje que da cuerda a la vida, que nos rescata en momentos de quietud y, también, nos frena y salva de tantísimo ajetreo; de ahí que nos acerque tanto la vocación tan propiamente humana de contar y atender lo que sucede al otro. A pesar de las apariencias, no somos islas separadas por el océano sino las que componen un archipiélago que el viento entrelaza. En Poemas para fomentar el turismo, cualquier hecho puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Las cosas familiares nunca son tan distintas; para comprobarlo, basta cruzar un par de cuadras y tocar la puerta de algún vecino que nos reciba así, medio en serio y medio en broma: “Qué bueno que volviste. Bienvenido. ¿Cómo estuvo tu viaje?”
Autor
Francisco Casado
/ Ciudad de México, 1990. Poeta y arquitecto. Es autor del libro Para mirar los pasos (Premio Don’t Read, 2021). Obtuvo una mención honorífica en el Premio Bruno Corona Petit de Venezuela (2020 y 2022). Ha publicado poemas y reseñas en diversas revistas digitales.