El corazón. Aun así, jamás puedo saber con certeza, si estoy vivo o muerto. El pasaje de la muerte podría parecerse idéntico. Jadeo. El cuerpo jadea. Primero pienso que el sueño delicado y parcial se haya interrumpido porque el cuerpo está viviendo un último infarto cortante; pero parece que no es el caso; no experimento ningún dolor físico en particular.
Poesía contemporánea
Entre el fulgor y el vuelo
De perfil,/
ve de frente el horizonte,/
la línea que diluye/
en un solo fulgor/
todos los mares y cielos de la tierra;/
esa línea intemporal/
donde se funden/
el amar y el mar,/
donde la luz que da de lleno/
se vacía
Donde la luz hiere tanto
Dos sonrisas moradas,/
una media luna /
para dibujar el par de ojeras./
Susurras una canción /
de la que no sabes la letra./
Los nervios como fantasmas en la garganta./
El estrés,/
espinas de rosa que invaden el estómago./
Aquí no sucede nada.
El lento hacer
La idea de que lo que ocurre ahí en el texto poético, en el tejido interior, y por ende en la experiencia de adentrarse en esa zona es siempre presente, revela una postura que llega a la médula del asunto. Si sólo hay presente (si se logra ello) los préstamos, las referencias, las traducciones, las reescrituras que allí acontecen no restan potencialidad alguna; al contrario, son ya una misma cosa, una materia de la experiencia actualizada (pues no hay sensaciones fuera del aquí y ahora).
Los niños de la cuadra escriben cosas en la tierra que cubre a mi carro
Agradezco a Dios poder agradecer a dios/
sin necesitar creer/
como gesto silvestre del pecho/
espasmo de paloma herida y cálida aún/
Poder esgrimir la bendición del insulto,/
decir, bien raro, hijo de la verga a quien hace algo hermoso/
y el otro, más raro todavía, enunciar el gracias más sincero/
rete volado por el reconocimiento de su hazaña
Comenzaron a arrancarse los pájaros domésticos
Deja que te toque el verano/
que abra sobre tu nariz sobre tus/
brazos sus dedos delgados luminosos/
cuántos años llevas ya en este/
caluroso patio de juegos cuánta tierra/
chanchitos de tierra escupes sobre caca petrificada/
has visto pasar sobre los arenales/
flojos de tu infancia.
Aún queda algo escondido en el agua
hacer poesía de la riqueza y riqueza de la poesía/
me obliga a adjetivar lo que con dificultad escucho/
buscando el petróleo de lo que se acaba/
el mercurio que con falsedad brilla y perfora las manos/
/
hacer poesía de los ricos campos de espárragos/
que se llevan toda el agua/
de los campesinos sin agua/
para que quienes recorremos con ansiedad el supermercado/
en busca de espárragos del Perú
Toda la luz se craquela
Pocas veces ha estado presente de esta manera la música en la poesía actual en nuestro idioma como en Armonía. Una caracola es el espejo, de Juan Joaquín Péreztejada (Veracruz, Veracruz, 1962), volumen que reúne alrededor de treinta años de producción poética, y no me refiero necesariamente a los temas, cuyas referencias van desde la música popular (“La bamba”) hasta la llamada música de concierto contemporánea, dedicada a los compositores John Cage y Philip Glass, sino en el ritmo que el autor maneja en esos y muchos otros textos más que no necesariamente aluden a cierto autor u obra.
Ocasión de memoria
En la poesía de [Denise] León [Tucumán, Argentina, 1974) ni las palabras ni sus sentidos se precipitan. La lentitud oficia como una clave de lectura al tiempo que forma parte de esa tradición, más allá de la familia, en la que la poeta rescata sobre todo a las mujeres.. “Mujeres que dejan pasar los días/ lentamente”, escribe en el inédito De muerte ke no manke; mujeres que cargan cosas al ritmo moroso y melancólico de los días en los que transcurren las tareas cotidianas.
Es la noche que mira
Nunca/
nadie/
dijo/
su nombre/
pero yo/
lo sé./
Su sombra/
cuerpo de velo/
se vuelve/
espejo oscuro/
sobre mi cama./
Refleja/
lo que carga/
y purifica/
con pétalos/
de obsidiana/
observa/
sin ojos.