mayo 2025 / Inéditos

Nuestro lenguaje articulado


Holobionte

Callar. Dejar la voz a lo que habita dentro,
lo que habla en señales químicas,
en coloración y danza, sistema de párpados,
membrana desplegada y flor abierta.

Aprender con vibrisas, con ojos, con cilios, con papilas,
la vibración, las hormonas, los cambios de temperatura y de tinción

–usen de teléfono el epitelio intestinal
como si fuera
micelio bajo la selva–

Las palabras se me pegan como la brillantina en los dedos,
como las letras
recortadas y con resistol se me pegaban a los dedos, la a, la a, la s
me alcanzan adonde huyo, este lenguaje que es también
movimiento, peste,
gesto
y que me nombra a cada instante el horizonte.

Que las no autodenominadas Prevotella copri, Helicobacter
pylori, Staphylococcus aureus, que las sin número o nombre
se apoderen de las cuerdas vocales:
Vengan
acá de azul, allá de rosa –niñitos, niñitas–
firmicutes y bacteroidetes enuncien con voz clara
los secretos de la propagación,
los motivos del ADN, la historia
de cómo brotamos del mundo.

Testigos antiguos y fugaces nos pueblan desde la cueva y la
antorcha,
desde la piedra y la angustia del Paleoceno
han abierto las cajas de nuestras células, han jugado a las mucosas, han dicho
este gen puede ser ángel o jarrón, interruptor o pilar para los huesos.

Parásitos,
virus,
bacterias
de los bosques perennifolios de las pestañas, de las estepas de la piel, los abismos del intestino grueso, las grutas de las axilas, oídos y genitales

habitamos, nuestra existencia comunica;
de las axilas de la Tierra nos hemos propagado
por su piel de estepa, sus cilios de bosque, sus papilas de montaña,
y hemos visto, claro que hemos visto,
hemos jugado con piedras y fluidos,
hacemos surcos, chupamos, secretamos,
hablamos en taladro y tractor, en bulldozer,
en pasos y siembra,
en pesticidas con nombre propio.
Esperamos que alguien comprenda
nuestro lenguaje articulado.


Carl Sagan dixit:

somos el universo experimentándose a sí mismo,
tratando de entenderse,
saber de qué antigua costumbre
le nacen la masa, las fuerzas,
riéndose de sí,
apoyándose,
oprimiéndose.

Nos preguntan por el origen y pensamos en el árbol ramificando,
nos preguntan y decimos no sé, el milagro,
la nada partiéndose en un acto de amor.

Quetzalcóatl o la materia y Tezcatlipoca o la antimateria viajan dentro de la esfera que surge
   –¿de qué antes imposible?–
y rasgan a Cipactli o el vacío, la deja hecha hueco en su ninguna parte
donde de pronto cabe todo.
De algún modo, el espacio se hace tiempo,
los campos se hacen grumos,
sobre su ausencia el espacio gana terreno
y hierbabuena primigenia, se expande lo que existe.

Animal marino y oscuro acoge al espacio, lleva
en su caparazón partículas diversas, su piel rugosa
las irregularidades dérmicas y cuánticas, crece y crece,
busca alguna orilla.        


Museo

No me vas a creer, encontramos las cucharas,
los utensilios del arado
que dejamos cuando el naufragio, el terremoto, la matanza, la sequía.         

Los objetos de la huida o el olvido,
los que dejamos para otros
y otros también desecharon.

El lago se fue de entre la tierra y asomaron
las piedras de matar, las piedras de moler,
piedras musicales, de registro y navegación,

y nuestros dientes, nuestros huesos amados;       

qué extraño recuperarlas, darles limpieza, repararlas, disculparnos,
ponerlas en vitrinas,
bajo luz para que ya no teman,
dejarlas dormir al son de nuestros pasos;
como encontrar unas cortinas color melón y recordar la casa,
encontrar el perfume de la abuela, el pañuelo del uniforme
y verterles la ternura, guardarlos
lejos del desgaste, a salvo
en el cajón de lo que somos.


Casi teoría

¿Has visto una diatomea
las células el sistema solar
los átomos el universo observable
los modelos, digo,
el modelo de la cognición humana tiende hacia la red
¿es bastante obvio, no?

El despliegue redondo del tejido de las cosas:
colmena, galaxia: nodo y fibra…
Quisiera afirmar algo con vehemencia,
pero se me olvida qué.

Dedos, ramas, ríos, arterias, calles; todo se vierte
en otra cosa
teje para atrapar la vida de lo vivo, o es el tejido
la condición misma de lo que ocurre en todas partes.
En un continuo expandirse, separarse del núcleo,
en un continuo contraerse, colisionar, densificarse.

Mi mamá una vez me dijo “el universo palpita,”
mi corazón también es ilimitado


algo vincula a la eternidad con Juan Gabriel

Para la nada, lentejuelas, hilos dorados,
pañuelos blancos que reflejen la luz de los focos
y orbiten a ritmo.
Juan Gabriel deja espacios para acomodar y contener
el avance
a bocanadas
del silencio.

Un día, lo sublunar se secará bajo un sol que nos alcance,
un día el sol, un día el universo apagará todas sus luces
y nos reuniremos a decir abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo,
abrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigo,
y nos abrazaremos muy fuerte para desaparecer.
Hasta entonces
se sostendrán lámparas, espejos,
se ensayará la muerte.

Juan Gabriel, hombre flor bioluminiscente que arde el helio hasta agotarlo, fantasma
radiante de neón como los microbuses nocturnos.

La función del faro es gestionar la oscuridad.


Certeza

Mary Oliver y Gary Snider quieren que diga algo sobre el compostero
“Todo es todo lo demás” “comemos lo que amamos”, quién sabe.
No se anilla mi cuerpo cuando la vista se arbola,
no hallo la sonrisa en la gota sutil que se rezuma
de ninguna piedra ni nada más,       

pero hay algo
en el volverse tierra algo
en el acto de comer y ser comido a diario
que dice que sí
que ésta es la única vida
y que no hay con qué pararla
en vano lo demás
todos los intentos por singularizarse,
no hay más qué hacer:

ir de contacto a contacto, saltar en el charco de los seres, comer
ser comido, dejarse desaparecer,
saber callarse entre las capas geológicas
y resurgir con el alma mineral repleta,
y ser alto y lento y pesado como una ceiba,
ser el comején que la corroe el hombre que la tala,
–el emporio hotelero que la tala–, las abejas que le llevan el amor de otras, las bacterias,
los hongos y lo que entre ellos ocurre.            

Al fin y al cabo sí
es una fortuna que el sol aparezca y la lluvia caiga
y dejar que la vida informe nuestros cuerpos
–vectores de la mejor corriente eléctrica–,
no hay más verdad que ésa                ¿cómo se puede decir algo así?
creo que no hay más verdad que la vida que se escurre dentro nuestro,
abrazar la fiebre de ser huésped y hospedar,
aceptar todas las notas de la sinfonía, todas las piezas del baile,
y nuestro estar siempre de aquí para allá.



* Poemas pertenecientes a T. Q. M., Holoceno, México, UNAM, 2024.


Autor

Helena Moguel Samaniego

Ciudad de México, 1993. Editora, traductora, caminante y escritora de poesía y ensayo. Egresada de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas de la FFyL de la UNAM. Intenta con muchas dificultades hacer prosperar un huerto y una editorial. En 2023 recibió el premio Poesía Joven UNAM-SECTEI por su poemario T. Q. M., Holoceno.

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