mayo 2025 / Inéditos

La imaginación, primero la imaginación

Despeñadero 


A Daniel Calabrese

¿Cómo lograremos quitar, madre, la piedra que cerca tu puerta?
Yannis Ritsos

Es extraño cargar tanto peso y sentirse vacío.
Hay Sísifos que empujan cada día la sombra de una piedra.

Dentro de las palabras habitan lágrimas de polvo,
podría ser peligroso hurgar las vísceras de alguna lágrima,
la nostalgia carga sus voces ciegas.   

En su torrente,
la memoria también va arriando piedras.
Cada noche es un despeñadero que se abisma en la lengua.

Son piedras que tropiezan dos veces con la misma vida.



Licor de la carroña


A Vladimír Holan, que supo escuchar
la lluvia que cae en las prisiones


¿Qué rueca hila la lluvia que cae en las prisiones?
¿Qué danzarina torpe la destrenza como a una sopa rancia?
Licor de la carroña  
Lo que fermenta es el graznido de los mercachifles,
los sueños escaldados,
y el tibio hollín en la memoria,

Ahora toca barrer, desplumar al silencio para escuchar
los goterones, salivadas bruscas.
el chubasco de púas que tachona ventanas y crucifica todo lo que toca.

Lagrimales feroces borronean la letra de las cartas
que nadie va a escribir.



Barruntan


La imaginación, primero la imaginación, porque va dos
pasos adelante, ¿qué duda cabe en el lugar de todas las
preguntas? ¿y después?, más imaginación, ¿qué pasos cruzan  
por fuera del jardín que almacena el polen del deseo?

Hay quienes saben, creen saber, vociferan
su altura, largo y ancho, barruntan
su longitud de onda, presumen
conocer a qué temperatura hierve, ignoran
que bastaría con tirarse al piso para mirar debajo de su
enagua, la libertad, ¿qué duda cabe?

Con su caligrafía infantil dibuja las líneas de una
mano que vive en el exilio, ¿qué noche tizna su bandera?  
la libertad nunca rapada o sometida o muda, ningún
convite por fuera de la mesa de anhelos, ¿qué duda cabe?
ni de rodillas frente a la fuente de los espejismos

Va recostada sobre la grupa de un viento descuadernado
y bronco, ya muy cerca de brasas y vapores de un curanto
como un vuelo enterrado en un sueño, porque,  ¿qué duda
cabe? primero lo primero, ya despuntan sus brotes,   
la imaginación y sus manjares, digo, sus aventuras.



El eterno aprendiz


A Emiliano Bustos


Perdió un brazo el deseo ¿en qué lugar?
A la carrera iba, sordo a las advertencias y ciego a los avisos de todos los caminos.
Desoyendo las voces de aquellos que peregrinaron hasta sus oídos para entregar canastas de prudencia.
¿Fue una herida de guerra? ¿hubo una guerra?

Murmuran los que llevan agua a su molino: “al brazo hay que tenerlo cerca del bolsillo”, “hay que lustrar
  el rédito”.
¿Y él? ¿qué acarreaba? ¿sed?
¿trastabilló? ¿rodó por la pendiente de las cosas inútiles?
¿su brazo abrió los ojos al goce o al espanto?

Comenta el vecindario: “calculó mal”,
“ya nadie arriesga un sueño en la selva de las cifras amargas”.
Otro dijo: “quería ver mundo, pobre”.  

Nadie mencionó más al aprendiz aquel que sin un brazo lleva consigo su carcaj, su arco,
y en el centro del bosque de las conjeturas tensa la flecha y canta.



Lamento por los garabatos de Thomas Shelton


(A la manera de Sidney West)


thomas shelton, inglés para más datos, traducía
la lengua de los minuteros en una relojería de spokin hill.
Toda vez que oía con atención el murmullo del tiempo,
su esposa murmuraba: “un bueno para nada”.
Fue el primer estenógrafo en anotar el dictado feroz de una borrasca,
Cierta vez transcribió a gran velocidad la lista de secretos arrumbados en los rincones de la casa.
y un día se le atrevió a las voces sobreactuadas de un trueno.
Cada noche en spokin hill, los varones acunaban su rabia, menos thomas shelton arropado por un coro
  de astillas.
En los pequeños pueblos donde se castiga la placidez y se prohíbe el sosiego, son extensas las filas del odio.
thomas tejía su red de garabatos: garfios, puntas de flecha, dardos, ideogramas, ganchos, arpones y ganzúas. 
Después, con habilidad de torero, lanzaba una verónica y recogía un extenso cardumen de palabras.
Y su esposa de nuevo: “se le va la vida en la cantina”.
Así fueron los años del taquígrafo que compitió con discursos de piernas largas y siempre salió invicto.
Oh shelton, shelton, con su cerveza y su marmita hirviendo un enjambre de signos como anzuelos parlantes.



Cavilaciones


¿Y si lejos de sí mudó la gente,
como si en un traslado hubiera olvidado sus enseres de espíritu, las sombras de sus cavilaciones, la enjundia
  de sus sueños?
¿Y si en un trasiego de pasos apurados extravió la música de la emoción?
Porque la poesía sigue ahí.
Siempre ahí.

¿Y si los muchos prefirieron mudarse al corral de las obviedades fulgurantes, lo previsible, lo palpable?
¿Y si la gente pospuso lo humano de su entraña y congeló su imaginario?
¿Domesticaron a la intuición? ¿se fugaron?
¿se olvidaron de sí?

Porque la poesía está a la mano,
no se apartó de nadie,
aun cuando muchos se acostumbraron a la oscuridad y se volvieron nadie.




Autor

Jorge Boccanera

/ Buenos Aires, Argentina, 1952. Poeta, crítico, periodista. Entre sus libros de poesía figuran Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Palma Real, La poesía se come cruda, Animales borrosos, Monólogo del necio y Ojos de la palabra. Su antología Tráfico / Estiba (2019) reúne sus libros editados entre 1974 y 2015. Obtuvo el Premio Casa de América (España), el Internacional Camaiore (Italia), el Premio Honorífico José Lezama Lima (Cuba) y el Premio Internacional Ramón López Velarde (México). Entre otros libros de ensayo, ha publicado Sólo venimos a soñar. La poesía de Luis Cardoza y Aragón.

mayo 2025