mayo 2025 / Ensayos

Esa vida colmada de sucesos


Agradecemos a Libros UNAM la autorización para reproducir la siguiente introducción, pertenenciente al Material de Lectura de próxima aparición.

—La Redacción



Cuarenta y nueve años de vida. Esa vida colmada de sucesos llamada Rosario Castellanos (1925-1974). Escritora, como ella misma definió, de un nacer incesante, de múltiples génesis. Podríamos detenernos en cada uno de estos nacimientos: la niña de Comitán, Chiapas, que perdió a su hermano menor cuando ella tenía 8 años. La pequeña que escuchaba de su nana historias y leyendas tzeltales. La muchacha que se mudó a la Ciudad de México a los dieciséis. La poeta que perdió a sus padres meses antes de publicar Apuntes para una declaración de fe, su primer libro. La maestra en filosofía cuya tesis Sobre cultura femenina salió a la luz tres años antes de que se le concediera a las mexicanas el derecho al voto. La mujer que recogió en cartas el amor a un hombre que pocas veces respondía. La dramaturga que participó en el Proyecto de Títeres del Teatro Petul en las comunidades indígenas de los Altos de Chiapas. La novelista cuyos libros Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas se han denominado como la trilogía indigenista más importante en la narrativa mexicana. La articulista que al reflexionar sobre su rol de esposa dijo: “Me quité los moños, me puse lentes de contacto, me compré una colección de vestidos nuevos (…) al dar a luz a Gabriel, me di a luz a mí misma como madre”. La encargada de una oficina burocrática de la UNAM bajo el rectorado de Ignacio Chávez. La crítica literaria en los años sesenta del suplemento México en la Cultura. La traductora de Emily Dickinson, Paul Celan, St. John Perse. La embajadora de México en Israel desde 1971 hasta 1974, año de su muerte. La escritora que a los 41 años, cuando ya había publicado el grueso de su obra, escribió a su amiga Elena Poniatowska preguntántole: “¿Soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué?”.

Cuarenta y nueve años de reinvenciones. Rosario comenzó escribiendo poesía, desde muy joven ya publicaba poemas en periódicos locales. A pesar de que cultivó prácticamente todos los géneros literarios (novela, cuento, ensayo, teatro) la poesía era el territorio que le permitía pensarse, buscar en sí misma, reflexionar sobre su relación con el tiempo y con los otros. “En el momento en que se descubre la vocación supe que la mía era la de entender”, menciona Castellanos. Urgencia que confundió con la de escribir. ¿Y qué escribía para entenderse? Al inicio, endecasílabos consonantes: sonetos. Después adoptaría el verso libre como una manera de interrogar su lugar en el mundo.

Su poesía, que en los primeros libros tendía a la oscuridad y a la abstracción, fue condensándose hacia imágenes más concretas y enunciados directos. Teje con maestría poemas extensos de múltiples fibras y también sutura, como hechos con un solo hilo, textos breves. “El azoro ante el mundo y la revelación de los sentidos dejan el paso a una conciencia que reflexiona sobre la situación original del hombre”, escribió José Emilio Pacheco sobre ella.

Nada es más tentador e inútil que intentar rastrear los vasos comunicantes entre la vida y la obra de una poeta. Rosario misma negaba que su poesía fuera autobiográfica. Sin embargo, algunas veces, el desnudamiento en sus poemas es total. De forma que quedan explícitos los momentos cumbres de su vida: su orfandad, los abortos, los intentos de suicidio, el nacimiento de su hijo. En la poesía de Castellanos, dice Sara Uribe, las palabras arden. Pues si bien, los textos parten de una misma materia fundamental (sus ideas, sus experiencias, su biografía), lo que finalmente nos quema al leerlos no es la anécdota, sino el organismo verbal que la poeta engendra. Más que una mera construcción retórica, los poemas de Rosario son criaturas vivas que se mueven, respiran, lloran, se desgarran, nos burlan, retan, rozan la desesperación y la locura, piensan con seriedad, no nos permiten la indiferencia.

El lector de su poesía, cualquiera que sea su relación con el género, se verá interpelado por los poemas que hablan sobre la maternidad y otras experiencias de lo femenino. Rosario hace que nos duela el vientre, el hijo nacido y no nacido, la soltería, la señorez irónica, el humor corrosivo contra sí misma.

Con justa medida, podemos colocar la poesía de Rosario Castellanos dentro de las obras clásicas de la literatura mexicana. ¿Pero qué dice uno cuando afirma que una obra es clásica? A veces, que es vastamente leída. Otras, que su lectura nos parece ineludible. Y en algunas raras ocasiones, queremos que decir que dicha obra dialoga perpetuamente con la actualidad, que se reinventa con cada generación, que no caduca. Los libros de Rosario Castellanos cumplen con todos estos criterios.

Los textos que seleccioné aquí son una invitación. El llamado a convocarnos alrededor del fuego cálido y primordial de una de las múltiples Rosarios Castellanos: la poeta. El orden no responde a un recorrido cronológico, sino a un camino emocional. Por su puesto que han quedado fuera poemas que considero medulares, pero confío en que la curiosidad del lector mueva sus ánimos a descubrirlos por cuenta propia y, por qué no, también a contradecir esta elección.

Cuarenta y nueve años caminó sobre la tierra esa inteligencia sensible, ese ser caleidoscópico llamado Rosario. Pienso que tal vez la poesía sea más que dos soledades que dialogan en la distancia, sino un territorio compartido fuera del tiempo donde nuestra humanidad se toca. Habito con ella en estos versos:


no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives
permaneceremos todos.



Autor

Orlando Mondragón

Ciudad Altamirano, Guerrero, 1993. Poeta. Médico cirujano por la UAM-Xochimilco. Ganador del IV Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por Epicedio al padre (2017), su primer libro. Becario de diversos programas de creación literaria, entre ellos Interfaz ISSSTE-Cultura en 2017, el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico del estado de Guerrero (PECDAG) en 2018, y el de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2019. Con Cuadernos de patología humana (2022) obtuvo el XXXIV Premio de Poesía Loewe en España. Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros (2023), su tercer libro, mereció el Tercer Premio Internacional del Poesía Ciudad de Estepona. Actualmente cursa la especialidad en Psiquiatría.

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