Luis Vicente de Aguinaga

/ Guadalajara, Jalisco, 1971. Poeta, ensayista y traductor. Recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta en 2003, así como el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos en 2005 y la Medalla Wikaráame al Mérito Poético en las Lenguas de América 2019. Qué fue de mí (2017) es su libro de poemas más reciente.


Literatura UNAM

Luis Vicente de Aguinaga EN
PERIÓDICO DE POESÍA

Ganas de casi para siempre

Podría decirse que Casa fugaz, como toda buena recopilación de poemarios, hace un corte de caja respecto a lo ya publicado y alimenta una expectativa respecto a lo que vendrá más adelante. Como es normal para muchos lectores de poesía, Casa fugaz es un libro que puede leerse comenzando por las últimas páginas.

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Contra todas las leyes en vigor

Al final del amor hay otro amor./ Es apenas de lodo,/ como un jarrón o una vasija./ Nadie le canta. Nadie/ le pide que se quede./ Le faltan dientes, dedos en la mano,/ una mano en un brazo,/ un brazo en el costado.

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Franc Ducros (1936-2023)

Uno de sus verbos favoritos era proferir (en francés, proférer), porque la emisión de la voz contenía por sí sola la fuerza que, para él, posibilitaba la existencia de la poesía. En cualquier punto de cualquier frase de Ducros, independientemente de lo que significara, podía ocurrir la “falla” (en el sentido geológico de la palabra) que propiciaba el vaivén de la respiración y, con ella, del ritmo.

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Eduardo Lizalde (1929-2022)

Lizalde fue ciertamente un poeta emocional, hipersensible y desgarrado, pero también —heredero contradictorio de dos tradiciones en pugna, la coloquialista y la hermética— era dueño de una pericia técnica inusual y una potencia expresiva con escasos puntos de comparación en la literatura hispanoamericana.

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Desviación vertical disociada

Si preguntara cómo/ llegó a mis hombros todo ese cabello,/ ¿quién me respondería? ¿Quién,/ entre las diosas y los ángeles,/ las hadas y nereidas y vapores/ del agua de Colonia,/ las tijeras de acero de Damasco,/ Rilke y Sansón el israelita,/ sencillamente me diría/ de dónde viene cada pelo…

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Ángel

Ha muerto Ángel Ortuño. Tan sólo pensar en lo que significa esa frase ya es una insensatez. Escribirla es inaceptable. Lo conocí en 1991, cuando fuimos asistentes de investigación en el entonces llamado Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara. Yo ignoraba que fuera poeta, si bien escribíamos anagramas, palíndromos y rimas burlescas, robándole tiempo a nuestras obligaciones. Pese al respetuoso voto de silencio de aquellos cubículos, éramos parlanchines y nos reíamos escandalosamente, muchas veces a costillas de nuestros jefes y compañeros. Un día matamos un ratón en el patio. Lo acorralamos entre dos botes de basura y lo golpeamos con el palo de una escoba. Cuando al fin entendimos que ya estaba muerto, volteamos a vernos con horror, mientras la risa se nos congelaba en la cara.

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Fuego abierto

Quizá el propósito más ambicioso de Carrera sea poner de manifiesto una visión total de la vida y la muerte valiéndose de materiales fragmentarios, cuando no residuales. Carrera es, como ciertos neoclásicos y románticos, un pintor de ruinas, aunque lo es con una particularidad necesariamente moderna: no sólo representa la ruina, sino que sus textos aparecen como los vestigios de una devastación.

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El fin del soliloquio

¿Qué buscaba demeritar Bellinghausen al señalar que Paz y Montemayor, con éxito variable, cultivaban o hasta enaltecían el soliloquio? Me pregunto qué ingrediente predominaba en las objeciones del crítico: ¿una reserva ética, una diferencia política, una discrepancia estética? No hace falta hurgar mucho en antologías o bibliotecas para observar que la sección más notoria y celebrada de la poesía mexicana del siglo XX se construyó sobre la base del soliloquio.

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