noviembre 2007 / Dossier

Afán de fuga

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Afán de fuga

Catalina González Restrepo

Universidad de Antioquia, colección Poesía, Medellín, 2002.

 

Afán de fuga
Catalina González Restrepo
fuga, Universidad de Antioquia, colección Poesía, Medellín, 2002 

Por Nelson Romero Guzmán

Por muy profundos, singulares, brillantes o verosímiles que sean los comentarios o la observación de un poema, no pueden evitar reducir a una sola significación y a un solo proyecto un fenómeno que no tiene otra razón que la de ser. Si la riqueza de un poema se avalúa por el número de interpretaciones que suscita para arruinarlas enseguida, aunque conservándolas en nuestros tejidos, tal medida es aceptable. ¿Qué es eso que centellea, habla más que susurra, se transmite silenciosamente y luego vuela en pos de la noche, sin dejar tras de sí más que el vacío del amor, la promesa de la inmunidad?

 

René Char


De acuerdo con la cita de René Char, el ser de un poema es su infinitud, su naturaleza es lo inaprensible y la única explicación que admite es dejarlo ser. Parece que la explicación es su acorralamiento, pero a esta prisión a que lo someten las palabras de afuera, su respuesta es la fuga, la libertad. ¿Qué es la poesía? La versión del presente perpetuo, lo que centellea “y luego vuelve en pos de la noche”, es decir, la destrucción del tiempo que crea el instante, en lo entrevisto, el lugar intemporal de la obra, su movilidad, la escapatoria al estatismo y el ser obicua. Entonces, lo que se puede decir de un poema o de un conjunto de poemas, es tan solo una de sus maneras en que se nos reveló en la lectura o en que le fue revelado a cada lector. Cuando el poema alcanza la cima del ser y no ser, el estado de su aparición-desaparición, de su fuga constante, estamos hablando de una obra, de una creación, pero cuando agota su infinitud en una sola lectura, estamos frente a un texto por fuera del arte, así tenga la estructura, el canon, la aparincia o el artificio del poema.

Valga esa breve reflexión para intentar de explicarme como lector a través de la lectura del libro Afán de Fuga, de la joven poeta colombiana Catalina González. Al final de su lectura, tenemos la convicción de que algo nuevo se nos ha revelado, de que estamos frente a un objeto creado. En la contraportada de la edición aparece una breve nota de Elkin Restrepo, reveladora de un talento; nos habla de un libro deslumbrante y de una poesía que habla de un alma a otra. Pero esto es apenas la insinuación de  dos rasgos de esta escritura que, dicho en otros términos, son su capacidad de revelación y la forma del diálogo que cada poema transmite silenciosamente.

¿Qué hace atractivo, de entrada, el libro Afán de Fuga?, ¿qué lo hace ser él mismo, iluminarse en la luz de su propio génesis?, ¿qué amplifica, trastoca, invierte o niega su lenguaje? Los poemas del libro crean modificando un espacio poético que se vuelve propio: el de la infancia. Pero no es el regreso individual y nostálgico a un paraíso perdido, sino que la memoria de la voz que habla en el poema se vuelve conciencia del hombre universal y a la vez concreto. El libro tiene el tono de una conversación con un ser presente y a la vez ausente, de pronto se transforma sutilmente en un diario, en arte amatoria, recreación del mito, memoria del cuento infantil para recuperar la abolición del relato presente de una conciencia escindida; además, las prosas que inician cada una de las cuatro partes en que se divide el libro, sirven de entrada a la conversación y el monólogo de la memoria en cada texto.  Eso en relación con la estructura de las unidades que conforman el corpus del libro. Pero si nos detenemos en el desarrollo del yo poético que se desdobla en otros, hace aún más interesante y enriquecida su lectura. En este sentido Afán de Fuga hace parte de esos certeros libros que plantean poéticamente la disociación del yo, la capacidad de evocar personajes reconocidos universalmente, sin designarlos  por su nombre y destruyendo de esta forma el ominoso yo individual, personal y narcisista que sigue haciendo tanto daño a la poesía. En este libro el yo, sí, pero filtrado en otros a través de la conciencia poética y ese logro me atrae sinceramente. ¿Y quiénes son esas presencias evocadas? La mujer cotidiana, la niña inocente que sueña casarse con un príncipe, la colegiala que asiste a un entierro, Eva, Circe o Penélope encerradas en la locura, tejiendo el engaño en el huso o en la mesa de los comensales, también la princesa, la amante; constantemente esas presencias se transmutan entre sí, se desdoblan, se pierden, se recuperan, se niegan, creando espacios nuevos. Entonces “En la noche,/ descoses para el recuerdo/ esperando al viajero/ en el tálamo nupcial”, “Soy esa niña desvalida de los cuentos,/ Caperucita en el bosque encantado/ sin árboles ni hechizos”, “Muchos marinos vienen a mi playa (…) Soy una diosa harapienta y vieja condenada a la inmortalidad (…) Casi todos enloquecen y me poseen”, “No abandonaré este reciento, /nunca saldré desnuda a los campos/ ni te besaré frente a los comensales”. Y al final: “cómo convivir en este infierno de máscaras?”.

¿Pero quiénes son esos seres que la palabra poética recupera en la cotidianidad, quitándoles ese peso de leyenda y convirtiéndolos en memoria presente? La presencia de otra Eva, descarnada ya del pecado, habla por la conciencia de la humanidad y nos anuncia lo que en buena parte define este libro y lo hace persistente: la abolición de la felicidad del paraíso, su recuperación a través de un deseo que se vuelve salvación, la pregunta por el vacío, el viaje al averno, la torre junto al mar donde está la mujer muerta para la vida, pero viva para el deseo, y que puede ser Eva, la Princesa, Circe, Penélope, la amante…Torre que simboliza la pérdida, la expulsión, el destierro, el dolor o la locura, donde ella narra:

Yo decidí esconderme aquí, lejos de bailes, máscaras y cortejos. Estoy perdida. Parece que mi historia hubiera sido escrita por un ciego. No veo mi camino, la luz me ha abandonado. Ni si quiera sé quién soy, olvidé mi nombre, y la poca memoria que me queda está en las palabras que grito al viento para exorcizar mis penas.

Este libro, a la manera de cortes de escena, de pasajes que la memoria recupera y enriquece en sus dramas interiores, hecho de interrupciones y recuperaciones de espacios –el palacio, el paraíso, la playa, la casa, la aldea, la ciudad-, de imágenes violentas interiorizadas por un yo que se pierde en sí mismo, huérfano de sí, hecho ceniza, fugándose constantemente, recuperándose en el deseo, es lo que le da al libro de Catalina González el rasgo de creación de un mundo propio, con atmósfera de claroscuros, pero con sencillez en el decir, lo que lo convierte por sí solo en un acto de madurez.

Para volver a Char ¿Qué es eso que centellea, habla más que susurra, se transmite silenciosamente y luego vuela en pos de la noche, sin dejar tras de sí más que el vacío del amor, la promesa de la inmunidad? Ese incógnito que es la poesía –como la plantea en su libro Catalina González- es el estremecimiento de un viaje por islas, el dolor de haber estado encerrado en una torre, de haber sido yo mismo como lector materia de expulsión, la sensación de estar habitado por el vacío y el susurro de un diálogo consigo mismo o con otro, que convierten a este libro en un logro. Así, esta lectura me trasmite una nueva experiencia del mundo, del lenguaje, ante todo de la creación.

 


 

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noviembre 2007

Entrevistas

No.003_Jorge Esquinca