
Gerardo Deniz y Octavio Paz. Foto: Elsa Almela.
sino otra clase de hombres.
Veinte mil leguas de viaje submarino, primera parte, capítulo XIX
Las cartas de Octavio Paz (1914-1998) a Juan Almela (1934-2014) se conservan en los compartimentos individuales de plástico transparente de una carpeta azul adquirida especialmente para resguardarlas. Como estuvieron en préstamo en la fugaz Fundación que llevaba el nombre del poeta, la cual las solicitó para fotocopiarlas, todas y cada una de las hojas que conforman el epistolario llevan un discreto sello de agua que dice, en letras mayúsculas y minúsculas, “Fundación Octavio Paz”. Junto a ellas pero sueltas, abrazadas por una fotocopia de la carta en la que Paz comunica sus primeras impresiones sobre los poemas de Almela, están las respuestas de éste.
En total, son 45 cartas: 24 de Almela, 21 de Paz. Almela escribe invariablemente desde la Ciudad de México; Paz lo hace primero desde la India (Nueva Delhi) y luego desde Francia (París), Estados Unidos (Pittsburgh y Austin) e Inglaterra (Cambridge). Las de Paz son cartas manuscritas o a máquina; las de Almela, copias al carbón de las que mandó a máquina o sus borradores manuscritos antes de pasarlos en limpio. No conocemos la que inaugura el epistolario, que es de Juan Almela; sabemos, eso sí –gracias a la primera respuesta del embajador de México en la India–, que la primera vez que escribió fue el 29 de junio de 1966, cuando el empleado del Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica se dirigió al diplomático para solicitarle las direcciones de las principales librerías de la India.
Las cartas conforman un ciclo redondo: los temas que se exponen en ellas aparecen desarrollados y concluidos a satisfacción. En una de las últimas se anuncia el regreso de Paz a México, quien incluso alude a lo que no puede ser sino su proyecto editorial –la revista Plural, que aparecerá el año mismo de su llegada, 1971–. Como podemos establecer por este epistolario, los corresponsales se conocieron en persona en la Ciudad de México en el verano de 1967. La última carta es también de Almela y está fechada el 2 de octubre de 1970.1
Con todo, hay una carta más, que no forma parte del grupo: una nota manuscrita de Paz fechada el 19 de septiembre de 1992 –es decir, más de dos décadas después de la última del ciclo–; en ella, el viejo poeta agradece y comenta la antología de Alfonso Reyes que Almela ha preparado por petición suya para ser publicada por su editorial, Vuelta, la cual aparecerá en junio de 1993 bajo el título de Una ventana inmensa. Antología de Alfonso Reyes. El libro lleva una “coda” de Almela y un prólogo de Paz.
Como veremos más abajo, los temas del epistolario son los poemas de quien terminará publicándolos bajo el título de Adrede con el seudónimo de Gerardo Deniz; también, casi desde el principio, el trabajo de cuidado editorial que Paz encargará a su nuevo corresponsal, quien es, como decíamos, empleado del Fondo de Cultura Económica, editorial que tiene en su catálogo (o está a punto de publicar) diversas ediciones de tres libros suyos: El arco y la lira, El laberinto de la soledad y Libertad bajo palabra.
Hay otros temas: entre ellos, la traducción de unos poemas de Mayakovski que Paz solicita a Almela para una serie de conferencias que planea dar en El Colegio Nacional en el otoño de 1968, y su renuncia a la Embajada en la India después de los sucesos del 2 de octubre de ese año. Otros: la poesía de Paz, que Almela conoce bien, a veces de memoria; la vida en el Fondo de Cultura Económica en los tiempos del director Salvador Azuela, es decir los años inmediatamente posteriores a la renuncia obligada de Arnaldo Orfila Reynal; el libro Conjunciones y disyunciones, que Paz se asegura de que le envíen a su nuevo amigo, quien lo recibe y comenta de manera crítica; algunos palíndromos, género que Almela descubre y al que se aficiona y por el que Paz no muestra ningún interés.
Mientras Paz se desplaza por el mundo, una vez que ha abandonado la India, y va de universidad en universidad, y de país en país, Almela permanece en la Ciudad de México; entre otros asuntos, como también veremos más adelante, relata que se cambia de casa (en realidad, renta un estudio), se refiere a ciertos “dramas sentimentales y domésticos” y lo muerde un perro.
Una y otra vez Paz insiste en la gran calidad de los poemas que su nuevo amigo le ha enviado y después incluso entregado en persona, y lo anima a publicar un libro; hasta tres veces establece contactos para que mande algunos de esos poemas a diversas revistas –la más importante, Diálogos, que dirige Ramón Xirau–. El resultado del intercambio de cartas es, sobre todo, la asunción de Almela de su vocación como poeta y, como consecuencia inmediata de ello, la preparación y salida de su primer libro, cosa que ocurre en agosto de 1970, dos meses antes de que concluya el epistolario.
A media noche la poesía era una de las cosas más importantes para mí
La primera de las cartas, cuya fecha ya adelantamos que sólo conocemos por referencia, fue escrita en la Ciudad de México el 29 de junio de 1966. En ella, Juan Almela, interesado como siempre en temas de su gusto particular, pero limitado con frecuencia por las posibilidades que ofrece la Ciudad de México, solicita al embajador mexicano las direcciones de las principales librerías en la India. Casi un mes más tarde, el 26 de julio de 1966, Octavio Paz responde en papelería oficial que lleva el membrete de la Embajada; haciendo referencia a la “atenta carta del 29 de junio último y en cumplimiento a su solicitud”, envía “una lista de las principales librerías de la India”. La carta acaba diciendo que espera que la lista sea de utilidad y remata expresando “las seguridades de mi atenta consideración”. En hoja aparte, siempre a máquina, copia los nombres y las direcciones de estas cuatro librerías: Motilal Banarsidass and Co. (en Dehli), Oriental Book Agency (en Maharashtra State), Oxford Bookshop (en Nueva Dehli) y Asia Publishing House (en Bombay).
Casi medio año después, el 8 de enero de 1967, Almela se anima a enviar unos poemas. La dirección que da como remitente es Providencia 735, México 12, D. F. Por el enorme interés que tienen sus palabras, las copio íntegramente: se trata del relato en primera persona del nacimiento de su vocación poética, acontecimiento del que sirvieron como detonante, precisamente, unos poemas de Octavio Paz :
Es copia al carbón; al reverso, tuvo el cuidado de enlistar los títulos o los primeros versos de los poemas que envió con esa carta y que son algunos de los que luego formarán parte de las diversas secciones de Adrede, llamadas “Poemas” (1955-1956), “Sonetos” (1958, 1962), y “Vacación” y “Desquite” (1966); también, un poema extenso, “Estrofa” (1963).
Más de tres meses después, suficiente tiempo como para que empezara a pensar que Paz no iba a contestarle, Almela recibe una sorprendente respuesta. Fechada en Nueva Delhi el 30 de abril de 1967, la carta es un comentario no muy extenso pero generoso y entusiasta.3 Dice Paz en ella que contesta hasta ese momento “porque quería hacerlo largamente y con calma”, pero que, como no cree que pueda “realizar pronto ese propósito”, dirá “en unas cuantas líneas la impresión que me produjo la lectura de los poemas”. También en este caso me permito copiar el contenido íntegro de la misiva. Esto es lo que los poemas de Almela suscitaron en él:
Adelanto de Mar en turco (ensayos sobre Gerardo Deniz) de Fernando Fernández, recientemente aparecido bajo el sello Bonilla Artigas Editores.
Notas
1 Almela relató que, antes de conocer a Paz en persona, en una ocasión lo vio de cerca en la calle. Lo interesante es que era la segunda vez que se lo encontraba en apenas unas horas. Esto ocurrió, naturalmente, antes de que empezaran a escribirse, pero después de que se le revelara la poesía, como género literario, a través de él. Aquí sus palabras: “Yo conocí a Octavio Paz en persona, y de vista porque no me lo presentaron, en una pieza de García Lorca que puso la viejita cacatúa aquella, Margarita Xirgu […], no me acuerdo en qué teatro. El hecho es que en el intermedio me señalaron: ‘Mira, ahí está Octavio Paz’. ‘Vaya’, pensé. ‘¡Es aquél, es aquél!’. ‘Ah, vaya’. Y ya. Se fue por su lado, yo por el mío y listo. Al día siguiente iba yo a la Biblioteca Franklin por la calle de Génova, donde está [estaba] el célebre [restaurante] Konditori, y de pronto, zas, de frente venía por la banqueta solitaria –la Zona Rosa a las nueve de la mañana era la cosa más vacía, sola y triste del mundo–… Por ahí venía el señor de anoche. […] Así que nos encontramos, nos miramos y seguimos nuestro camino. Creo que nunca le mencioné aquel recuerdo, que él no podía tener. Yo, porque era Octavio Paz, pero él no tenía por qué haberse fijado en mí, por la banqueta de la calle de Génova, solo…”. (“Tercera grabación”, sin fecha, inédita.)
2 A la pregunta de cómo y cuándo empezó a escribir poemas, Almela contestó de esta manera: “Escribí una cosita que nunca diré, porque me acuerdo aunque me falta una línea o así. Se basaba en el fragmento de una zarzuela que cantaba mi madre. Luego, allá en tiempos del laboratorio, a mis 18 años, o algo así, también escribí algunas cosas, no me acuerdo de todo pero [de] lo que me acuerdo me escalofría. Y ya. Hasta que, y esto es muy significativo, en el [recita, irónico] Centro de Documentación Científica Tal y Cual, en la sala de lectura pedí unas revistas de química y mientras me las llevaban agarré así un montón de papeles que había y era uno de esos noticieros culturales que salen cincuenta al día y desaparecen cuarenta y nueve, y traía, aparte de cosas atroces, pongamos por ejemplo una selección de esta entrevista que estamos haciendo, y otras que no me interesaban… En la última página había dos columnas; siempre las hubo en ese periodiquito que duró unos meses… Una columna se llamaba ‘Poetas de hoy’ y la otra ‘Poetas de ayer’, y de repente, por casualidad completa, caí en un tal Octavio Paz. Lo leí y de repente me dije: ‘Esto no es como lo que nos explicaban en la clase de literatura. Ya es mucho esto’. Del otro lado tampoco era muy escolar, eran unos poemas de Rafael López de los años veintes. Lo de Paz lo leí con gran interés y en seguida me lo aprendí de memoria. Me sirvió, cosa muy frecuente, quién no lo ha hecho, para copiarle un poeta ajeno a la noviecita. Entonces yo inmediatamente le puse a cierta muchacha uno de los poemas de Paz y tuve gran éxito. Ése fue el hallazgo esencial. Unos dos años después, en diciembre del 55, una tarde melancólica [se refiere a ella en la carta del 18 de octubre de 1968, más adelante en este mismo capítulo], de pronto me dije: ‘Hombre, vamos a ver si el tal señor Paz tiene alguna otra cosa’ y recorrí varias librerías del Centro. Milagrosamente encontré un ¿Águila o sol? y un Libertad bajo palabra, primera edición. Me los llevé a casa y esa noche me leí los dos y se me ocurrió que yo podía hacer quizá algo, como lo que había hecho y a lo mejor no tan fatal, y sí, empecé a ratos a hacer chacharitas. Cuando apareció Poesía en movimiento [1966] me impuse el deber de leerlo entero, cuidadosamente. Así lo hice y llegué a la conclusión de que lo que llevaba yo escrito, poco pero algo, en fin, no era peor que muchas de las cosas de ese libro. Y pues me dio mucho gusto, pero era mi opinión, nada más, así que llegado el momento me decidí y le mandé los poemas y una breve carta a Octavio Paz a la India, donde estaba entonces”. (“Primera grabación”, sin fecha, inédita.)
3 La carta apareció, íntegra –por vez primera y única–, en el número 21 del suplemento Nagara (págs. 4-6) de la revista Viceversa (número 74, julio de 1999), comentada por Pablo Mora, quien dirigió aquella entrega del suplemento dedicada enteramente al poeta hispanomexicano (“Desde el pie de página: el reverso de Gerardo Deniz”). El especialista en la vida y la obra de Deniz anotó en aquella ocasión que la fecha de la carta es “la misma […] que lleva la carta que envió el Nobel de Literatura mexicano a José Carlos Becerra y que incluyeron los editores del libro El otoño recorre las islas (1973)”.
Autor
Fernando Fernández
/ Ciudad de México, 1964. Poeta, ensayista y editor. Es autor de los libros de poesía El ciclismo y los clásicos (1990), Ora la pluma (1999), Palinodia del rojo (2010) y Chirimoya (2016); de dos títulos de crónica y testimonio: Oriundos (2020) y Almas flexibles (2021), así como de tres volúmenes de ensayo: Ni sombra de disturbio. Ensayos sobre Ramón López Velarde (2014), Contra la fotografía de paisaje (2014) y Viaje alrededor de mi escritorio (2020). Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.