octubre 2024 / Traducciones

Una forma especial de tener miedo

 
Versión al español de Marcela Santos

 
Philip Larkin (Coventry, 1922 – Kingston upon Hill, 1985) escribió “Aubade” en un noviembre, sin duda helado, de 1977, ocho años antes de su fallecimiento. El tema del poema es precisamente la muerte o, mejor dicho, la reflexión en torno a su cercanía. Por este motivo, los versos de Larkin se desvían de lo que suele hallarse en una alborada tradicional, que es una composición destinada a celebrar la mañana. En cambio, el tono de “Aubade” no es celebratorio, pues se percibe una gran melancolía en la voz lírica. No es para menos: además de sentir que se aproximaba la última etapa de su vida, Larkin sufrió la muerte de su madre ese mismo año. Este evento trágico propició la escritura y conclusión del poema, el cual había dejado tres años en el tintero.

En “Aubade”, la voz lírica se enuncia desde una habitación a oscuras en las primeras horas de la madrugada. Ante el insomnio, los pensamientos acerca de la muerte llegan de manera repentina, lo que da cabida a una reflexión sobre su inevitabilidad. Hay cierto consuelo en la sabiduría de que todos los humanos habremos de morir, pero este conocimiento no basta para remediar el miedo. No obstante, la conclusión es obvia para la voz lírica y se enuncia en la penúltima estrofa: “Death is no different whined at than withstood” [“Ningún quejido o quiebre detendrá la muerte”]. La actitud hacia la muerte es de poca importancia: no habrá quejido que pueda detenerla. Aunque este tema, que es todo un tópico en la poesía, se presta para la solemnidad, las palabras elegidas por Larkin son de uso común, apegadas a lo cotidiano. El uso más directo del lenguaje es coherente con la producción poética de Larkin en sus últimos años, como se refleja en Ventanas altas, su último libro publicado en 1974.

El aspecto formal llamativo de esta albada que sí es una constante en toda la poesía de Larkin es la rima. Considero, por ende, que ésta es el principio rector del poema a la que una traducción debe apegarse en la medida de lo posible. La rima al final de verso es la columna vertebral del ritmo en “Aubade” y se enlaza con el tono de una manera inesperada. Acompañada de un pentámetro yámbico más o menos consistente, el poema conserva la ligereza del ritmo de una canción popular; sin embargo, lo lúgubre crea un contraste interesante que bien puede deberse a la ironía, común en la poética de Larkin. Aun cuando el temor a la muerte es cercano y profundo, la voz poética reconoce que no hay nada que se pueda hacer al respecto: los días continúan, hay que trabajar, emborracharse y repetir el ciclo.

Cabe mencionar que el poema se estructura también como una reflexión o meditación en torno a un tema filosófico, por lo que cada estrofa termina con una sentencia o síntesis que se vuelve memorable gracias a la aliteración: hold/horrify, terrible/true, from/come/round, whined/withstood, house/house. Aunque no siempre corresponden con su posición en la versión inglesa, conservé estas aliteraciones dada su importancia para el tono. En cuanto a la métrica, me decidí por una estructura libre y rima asonante para procurar la eufonía en español.

“Aubade” es una muestra de la apertura que Larkin deseó mantener con sus lectores a través del lenguaje. Como él mismo escribió en 1950, lo importante era “preservar las cosas que he visto, pensado, sentido, tanto para mí mismo como para los otros”,1 percepción que lo emparentaba con otros poetas del grupo Movement. Pese a que Larkin se posicionó como prestigioso escritor y bibliotecario en sus últimos años, su compromiso con mantener una escritura accesible es evidente. En un poema que trata sobre la muerte, la condición que une a toda la humanidad, es invaluable conservar esa claridad conmovedora de tono y lenguaje.

—Marcela Santos


 
Albada

Trabajo todo el día y por la noche me emborracho.
La madrugada me despierta con muda oscuridad.
Pronto entrará la luz por la cortina del cuarto.
Hasta entonces, observo lo que no deja de estar:
la muerte indócil, cada día más próxima, vuelve
inútil cualquier otro pensamiento urgente
excepto el final y su hora.
Árido interrogatorio y, sin embargo, el miedo
de morir, y de estar muerto,
parpadea otra vez, aprieta y me sofoca.

La mente resplandece en blanco. No hay culpa
por el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo
que se arranca; ni desconsuelo, pues no hay duda
de que una vida no basta para un escape lento
de los malos inicios y eso quizá nunca pase.
Nos aguarda la extinción al final del viaje
hacia el fondo de un total abismo eterno
para engullirnos siempre. No estar aquí,
no estar en ningún lugar, y, de repente,
nada más terrible, nada más certero.

Es una forma especial de tener miedo
que ningún truco disipa. La religión lo intentaba.
Este vasto brocado musical, de polillas alimento,
creado para pretender que nada nos mataba
y aquellos sofismas secos: No hay ser racional
que tema algo que no va a sentir, sin adivinar
lo peor: se van la vista y el ruido,
no hay tacto o gusto u olfato, nada con que pensar,
nadie a quien amar, nadie con quien conectar,
una anestesia de la que no se sale vivo.

Y permanece ahí, al filo de la mirada,
el pequeño borrón sin bordes, un frío animal
que alenta cada impulso y lo vuelve suspicacia.
Casi ninguna cosa sucede: ésta lo hará
y tal realización nos abrasa
en un horno de horror cuando nos halla
sin compañía o alcohol. No sirve ser valiente:
calmar al otro y enfrentar lo que asusta
no sacará a nadie de la tumba.
Ningún quejido o quiebre detendrá la muerte.

La luz se aviva y el cuarto toma forma.
Claro como grietas en el muro, lo que sabemos,
lo que sabremos y, aunque no hay escapatoria,
no podemos aceptarlo. De algún modo decidiremos.
Los teléfonos, agazapados, se alistan para sonar
en oficinas cerradas, y comienza a despertar
el mundo indiferente, en renta. Se desgasta
cual arcilla el cielo blanco.
No hay sol. Es hora del trabajo.
Los carteros, como doctores, van de casa en casa.


 
Aubade

I work all day, and get half-drunk at night.  
Waking at four to soundless dark, I stare.  
In time the curtain-edges will grow light.  
Till then I see what’s really always there:  
Unresting death, a whole day nearer now,  
Making all thought impossible but how  
And where and when I shall myself die.  
Arid interrogation: yet the dread
Of dying, and being dead,
Flashes afresh to hold and horrify.

The mind blanks at the glare. Not in remorse  
—The good not done, the love not given, time  
Torn off unused—nor wretchedly because  
An only life can take so long to climb
Clear of its wrong beginnings, and may never;  
But at the total emptiness for ever,
The sure extinction that we travel to
And shall be lost in always. Not to be here,  
Not to be anywhere,
And soon; nothing more terrible, nothing more true.

This is a special way of being afraid
No trick dispels. Religion used to try,
That vast moth-eaten musical brocade
Created to pretend we never die,
And specious stuff that says No rational being
Can fear a thing it will not feel, not seeing
That this is what we fear—no sight, no sound,  
No touch or taste or smell, nothing to think with,  
Nothing to love or link with,
The anaesthetic from which none come round.

And so it stays just on the edge of vision,  
A small unfocused blur, a standing chill  
That slows each impulse down to indecision.  
Most things may never happen: this one will,  
And realisation of it rages out
In furnace-fear when we are caught without  
People or drink. Courage is no good:
It means not scaring others. Being brave  
Lets no one off the grave.
Death is no different whined at than withstood.

Slowly light strengthens, and the room takes shape.  
It stands plain as a wardrobe, what we know,  
Have always known, know that we can’t escape,  
Yet can’t accept. One side will have to go.
Meanwhile telephones crouch, getting ready to ring  
In locked-up offices, and all the uncaring
Intricate rented world begins to rouse.
The sky is white as clay, with no sun.
Work has to be done.
Postmen like doctors go from house to house.

 

 


1 Blake Morrison, The Movement: English Poetry and Fiction of the 1950s, Oxford University Press, 1980, p. 108.


Autor

Philip Larkin

/ Coventry, Inglaterra, 1922 – Kingston upon Hill, Inglaterra, 1985. Uno de los poetas, novelistas y críticos musicales más influyentes en la literatura inglesa del siglo XX. Autor de libros de poesía como The North Ship (1945) y High Windows (1974).

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