Coral Bracho
David Huerta
|
HUELLAS DE LUZ
HUELLAS DE LUZ
HUELLAS DE LUZ
|
{play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-eseespacioesejardin.mp3{/play} envés. Los muertos vuelven también allí. De allí nos miran; nos reflejan. Nos orillan a ver. Unen la luz del tiempo, las estancias abiertas, incesantes, nítido. Esta radiante hilaridad. Esta risa que funda -Como un venero, un amuleto. La fuente oculta este cuerpo *
y su sed. -De allí nos hablan, De un sueño a otro nos llevan. De un sueño a otro nos trazan, nos transparentan. Unen Este aliento, —Un giro breve del cristal. —Una arista de luz. Una textura. Una palabra. -Porque la muerte tiene en ellos cede, en ellos une esta espesura. El ser que va a morir (1981) III
{play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-aguadebordeslubricos.mp3{/play}Agua de bordes lúbricos Agua de medusas, en densidades plácidas. Agua, huidizo -Entre la ceiba, entre el cardumen; llama en lo vadeante oleoso, su vientre sobre el testuz, volcado sol de bronce -Su lisura mutante, su embeleñarse de medusas, HUELLAS DE LUZ Peces de piel fugaz (1977) {play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-pecesdepielfugaz.mp3{/play} Peces de piel fugaz El borde es una boca finísima, una escisión aguda y deslumbrante —el negro como una forma de luz que marca orillas, espacios entorpecidos, fuegos limítrofes—. A medida que avanzo el agua cambia. La fiesta estaba impregnada de pequeños monos inabordables. Alguien incrustó sobre el lodo una estructura cuadriculada de ramas huecas y fue como abrir un espejo a las ansias de nado. Antes, cuando miraba el tiempo como se palpa suavemente una seda, como se engullen peces pequeños. El sol desgajaba del aire haces de polvo. Es un espacio abrupto pero preciso, a partir de entonces los árboles. Hacia abajo las ganas irrefrenables. Los monos, como dijeron todos, eran salvajes; cuerpecillos tirantes y amarillentos. El juego era portentoso, desarraigado; las manos llenas de lodo. El agua brilla, pez lento y adormecido; en sus ojos la noche es un impulso vago y oscilatorio. Pero empezar aquí con el consuelo de ver a todos enardecidos, y mirar de improviso sus dedos híbridos, infantiles. Vocecitas hirvientes que revientan desiertas. Al margen hay un abismo de tonos, de nitidez, de formas. Habría que entrar levemente, oscuramente en ese instante de danza. Hay una grieta aquí, en este lapso. En la cueva las raíces se adhieren con fanática astucia, las ramas se desdoblan con gracia. Es en vez de morder la espesura reciente, o separar las sombras —espumosas y leves— con un esguince de fauno. De cerca, llueve. Atrás los paraguas se extienden sobre las olas. Los hay de colores lentos y de formas hirientes. Las horas se arremolinan. Y tengo fe, porque así como dicen de los estanques. Pequeños peces de hiedra tornasolados. Había gatos, insectos, tigres; y cuando quisieron abrir las puertas, y todo, desde el templo de entrada estaba concentrado en dos líneas; dos fragmentos de feria. Bailan en las orillas. Y retroceden, porque asomarse es la atracción sin muelles. Donde apoyar la calma de mirar desde lejos sin arriesgar el tacto. Son alusivos los desenlaces. Las sombras se abren a veces lentamente. Región umbral de nostalgias reblandecidas, de palabras limpias y secas. Pero es la tierra de sal. Nadie que vuelva o que mida. Agua que drena en la certidumbre y en el olvido remansos breves de mar. Queda entonces tan lejos. Y sus manitas flacas y frías como una aguda destreza emergida de espacios inexpugnables. De aquí, los troncos y la maleza brillan su nitidez intacta. Virgen que exhala una cadencia tibia y ensimismada. Los peces saltan. Los monos saltan. En el fondo la luz se angosta y los cuerpos empequeñecen. Entonces se desprende la asfixia; una sed amplia y albuminosa. Beben pausados sorbos de té. Y si uno hunde la cara para ver más de cerca. También rastrearon las carpas. El circo; toda la orilla era como un incendio, los animales se escurrieron en zanjas y plataformas. Para sostenerse, tal vez. Lo difícil. A veces sus irrupciones abren un espacio naranja. Es hermoso palpar entonces las aguas. El cielo se reconcentra en azules profundos. Los verdes crecen hasta tocarlas. Estira sus bracitos elásticos en un giro aliviante. Las raíces inhalan. Basta deslizar poco a poco los dedos sobre las rocas para saberlas lisas y despobladas. Árboles de cristal. Y es el instante de inusitar la lancha por la quilla y deslindar el filo. Los dedos largos y finos. Sus ojos límpidos. Este estupor de seda que se derrama. Pero empezar aquí. La fiesta -sombra finísima- lenta. De la cueva se desprenden sus voces como suaves racimos. Piedras jugosas. Desde el zumo del circo. Y es el instante; pero empezar aquí. Sus ojos ávidos, insondables. En los bordes los gestos, las voces, las aguas cambian. Peces de piel fugaz. {play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-dejaqueesparzansuhumedad.mp3{/play} Deja que esparzan su humedad de batracios
He ido cerrando, una a una, las puertas; En los portales, como ruido de cobre, Bajo las tablas, el temor y la calma.
|