Francisco Segovia
(Ciudad de México, 1958)
P a l a b r a s
* * *
Una piedra al estanque.
Que su peso rompa
el hechizo que mantiene
al agua con el agua
y todas las aguas juntas como labios
que guardan un secreto.
* * *
No es nuestro el rastrojo sino del monte.
Y viene a tramarlo entre sus guías
y arrastrarlo poco a poco de vuelta a su terreno.
No es nuestro y en justicia
dejamos al monte ramonear un rato en él
antes de empezar otra batida
y meterlo a raya en los linderos.
Como a los otros animales.
Como a los otros hombres.
No es nuestro. Lo sabemos. Nada es nuestro.
Sólo las palabras que gritamos
a la orilla de los campos
o murmuramos en la iglesia.
Sólo las palabras que decimos
para desbrozar la tierra.
* * *
¿Qué dice el grillo entre las hojas?
Algo que tal vez ni él mismo entiende.
Palabras espectrales
sacadas brevemente al aire
y vueltas a enterrar en el oído.
También las nuestras vienen
de una lengua muerta y van
a oídos muertos.
* * *
Si digo “el agua”
¿quién va a imaginarse una caleta
revolcada un mar sin olas
vulgar y tibio como el agua tibia?
Si digo “el río”
¿quién va a mirar la espuma
espesa y ocre la mugre rancia
que avanza lenta a flor del agua?
Cañadas de basura y latas viejas.
Cielos manchados árboles tullidos.
Sólo en la memoria
que guardan las palabras
siguen limpios.
* * *
Rezaban mirándose los pies.
Es lo menos —decían—
que se debe a la oración.
Porque ella sube por nosotros.
Los domingos eran juntos
una mata de campánulas
pendientes …
Si la oración es santa —decían—
hay que rezarle también al rezo
cantarle al canto
dar la vida por la vida …
Palabras sobre palabras …
Pero todos las decían
en voz baja a lo más alto
y en su murmullo parecían
santificarse unas a otras.
Mata de Datura
que meneaba el viento …
* * *
Un nudo en la garganta …
Mordiéndose la lengua …
El corazón en la mano …
No son formas de hablar
sino de hacer hablar.
* * *
Estuve en tierras cuyas lenguas
chirrían como goznes o retumban en el pecho.
Lenguas tableteadas en pesadas gotas
como un chubasco que comienza
o inhaladas largamente como sierpes
que usurpan el aliento.
Las oí sin entender una palabra
mirando mudo a los ojos
a quien quizá me saludaba
o preguntaba qué hora era …
Qué bullicio rebullía entonces
en mi silencio …
Nadie aspira tan hondo
el aliento vacuo de la injusticia
como quien aguanta apretándola el pecho
la convulsión en que se ahoga su respuesta.
* * *
Perdimos pronto
la emocionada candidez
con que nos alegraba descifrar
las señas y los gestos de los otros.
Hablamos ahora
un idioma atribulado y sordo
que sólo nombra cosas evidentes
y malaguanta las metáforas.
Mi lengua materna es un tesoro
día con día más arduo y más secreto :
cada vez que me topo con un paisano
tengo que cavar más hondo.
* * *
Nos subimos a las naves convencidos
de viajar en un ola.
Una ola que revienta y no regresa
mar adentro.
Buscábamos ser en estas playas
el mensajero asesinado.
Pero nadie salió nunca a recibirnos.
¡Aún nos bullen en el pecho
tantas palabras no dichas!
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