abril 2025 / Traducciones

Y de vez en cuando engañar al reloj

 
En el décimo aniversario luctuoso del premio nobel alemán Günter Grass (1927-2015), presentamos una breve selección del volumen De la finitud (2016) —reunión de prosas, poemas y dibujos—, considerado su testamento literario, en versión del reconocido traductor español Miguel Sáenz. Agradecemos a Alfaguara y a Penguin Random House Grupo Editorial su reproducción para esta entrada.

—La Redacción


Correo caracol

Escribir largas cartas a amigos muertos
y breves y quejumbrosas a la amada
que hace tiempo se quedó en los huesos,
también legibles y sin florituras,
con frases que serpentean por lo aproximado,
no, afiladas como taladros
que agujerean el tiempo,
como si no hubiera pasado un minuto.

Sin embargo, también del ahora que se desvanece,
de la prisa y del hastío
quiero narrar, obseso de la palabra, como testigo,
las cotizaciones de Bolsa, la epilepsia en general,
qué ha sido de mis hijos, y es, cuántos nietos
me han regalado entretanto,
qué palabras nuevas están recientemente de moda,
cuáles, veteranas, desaparecieron hace mucho.

Ay, cómo echo en falta a mis amigos muertos
y a mi amada, cuyo nombre
ha quedado fresco e infinitamente repetible
en un cajón secreto.
Quiero esperar respuesta
hasta que por las mañanas el viento sople
las hojas del otoño, llenas de escritura,
hasta mi puerta, multicolores.

También veo caracoles
esforzarse en el correo,
vienen de lejos,
llevan años en camino;
y me veo todas las tardes,
descifrando con paciencia su rastro
y leyendo lo que el amigo muerto
o mi amada me escriben.


Como pasatiempo

Volver a leer lo leído hasta el final,
pronunciar audazmente discursos irritados,
fechar la Historia en retrospectiva,
revivir de nuevo palabras borradas,
plantar árboles jóvenes donde la tormenta
derribó una vez los viejos,
ver mariposas con los ojos cerrados,
contar con paciencia moscas muertas
caídas de los cristales de la ventana,
masticar recuerdos como chicle
en el que queda un resto de sabor,
con adivinanzas y dando vueltas a los pulgares
pasar el exceso de tiempo,
buscar un lugarcito en el cementerio
y de vez en cuando engañar al reloj.

De niño junto al borde de las olas
del mar Báltico, rico en playas,
chapoteaba con arena, empapado,
haciéndome castillos de altas torres;
apenas listos, rodeados de agua
y secados por el viento, se desmoronaban rápidamente,
todos se desmoronaban muy rápidamente.


Antes de que sea demasiado tarde

Que nadie diga, como con tanta frecuencia,
que eso no lo sabíamos.

Ni uno de los justos mudos
debe quedar después sin mancha.

Que nadie guarde silencio toda la semana
y hable libremente el domingo.

No queremos levantar nunca más monumentos
a víctimas en que antes no se pensó.

En el espejo nadie podrá reflejarse
sin culpa ante sí mismo.

Ya en el Antes arraiga en los tiestos de flores
la Vergüenza del después.


La amante del abuelito

Lo que queda tengo que hacerlo sentado.
Uno de los pupitres para escribir de pie está huérfano,
solo sirve para dejar objetos encima,
en el otro pasa hambre la Olivetti,
a no ser que nietos adolescentes
que estén de visita admiren
a mi compañera de juego desde hace mucho,
cuando aún había gallinas de viento.

Ha seguido siendo hermosa
y exige —siempre dispuesta—
nuevas cintas de color, de las que
todavía me quedan siete rollos.
Para los niños, sin embargo, es nueva,
ayer mismo inventada.
A veces meten una hoja
y teclean con un dedo: clac, clac.

Leo: Ésa fue un día la amante del abuelo.
Hasta en vacaciones se la llevaba.
La acariciaba a veces.
Hizo muchos hijos con ella,
que son mayores desde hace mucho.
Ahora está triste, porque a él,
dice, guiñando un ojo,
no se le ocurre ya nada.


Cuando a la adicción acompaña el celo

Una palabra compacta ocupa
cama, mesa y silla,
los terapeutas ganan en vano demasiado,
la pregunta qué tiene él o ella
que no tenga pueda sepa yo
devora alimentos exóticos de platos ajenos,
se enfurruña la sensatez, dejada de lado,
y todo sueño está preventivamente bajo sospecha,
el envidioso amarillo devalúa todos los demás colores,
los nudillos insisten en posesiones que se creían perdidas,
la rabia derriba puertas abiertas,
una corbata o un chal huelen
a carne prohibida,
las películas brindan palabras clave,
las hormonas enloquecen,
los espejos se quedan ciegos,
la leche se coagula en el café,
la mano de uno siente la tentación
de abrir la carta del otro,
se exigen juramentos a docenas,
el alma padece dolor de muelas,
el odio agarra objetos punzantes,
el cristal tintinea, pide auxilio
y amenaza la reserva de amor
—conservada en frío en el sótano—
con desaparecer, desaparecer cucharada a cucharada.

* Poemas pertenecientes a De la finitud (trad. de Miguel Sáenz), México, Alfaguara, 2016.

 

 


Autor

Günter Grass

Ciudad Libre de Danzig, 1927 – Lübeck, Alemania, 2015. Narrador, ensayista, poeta, dramaturgo y artista visual. Miembro del Grupo 47, que impulsó a jóvenes autores y revitalizó la literatura alemana de posguerra. Entre sus varios libros destacan las novelas El tambor de hojalata (1959), El rodaballo (1977) y Mi siglo (1999). En 1965 recibió el Premio Georg Büchner y en 1999 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Nobel de Literatura. En 1981 participó en el Primer Festival Internacional de Poesía, en Morelia, Michoacán.

Traductor

Miguel Sáenz

Larache, Marruecos, 1932. Traductor español. Miembro de la Real Academia Española y de la Academia Alemana de Lengua y Literatura. Su trayectoria comenzó en 1976 con la traducción de Carta breve para un largo adiós de Peter Handke. Ha traducido a Thomas Bernhard, Bertolt Brecht, Günter Grass, Alfred Döblin, Franz Kafka, Michael Ende y Salman Rushdie, entre otros. En 1991 recibió el Premio Nacional a la Obra de un Traductor de España y en 1997, la Medalla Goethe.

abril 2025