marzo 2024 / Inéditos

Toda familia se funda en un secreto

 
Un día de san Gerardo

Cuando anuncian por el altavoz que se ha
perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo

Ramón Gómez de la Serna,
de las Greguerías

Un día de san Gerardo, mi madre
me llevó a la Agonía, la iglesia
estaba llena y me perdí. Pensé
que mi madre me había abandonado.
No recuerdo. Quizá tres o cuatro años.
Tal vez cinco. La busco desde entonces

            y sólo

                        hasta ahora

                                                empiezo a encontrarla.

 
                                                                        Uno breve, sobre la madre

 
Madre, estas palabras que te escribo
crecen. Son la enredadera que nunca
tuviste. Estos poemas son los frutos
de aquella vida que te fue negada.

 
 
La mansión de los justos

¿Quién vive en la Mansión de los Justos?
¿Quién ha entrado en esa casa?

Rodeada por siete muros acoge las almas
piadosas que no recibieron el bautismo.
Es una sala de espera donde aguardan
trece figuras bajo seis arcos de piedra.

¿Qué esperan? Acaso el perdón, acaso
las visiones de un jardín donde crecen
mariposas de alas transparentes y vivos
colores como el rocío tras el sol.

¿Su madre estará en uno de sus cuartos?
¿Habrá cruzado los anchos portones?

Su hijo no cree, pero reza cada noche.
Repite con cuidado esas frases
que ella le enseñó desde pequeño,
un mantra antiguo para los fantasmas:

“Abuelita y mamá,
que Dios las tenga en
la Mansión de los Justos
gozando por toda la eternidad”.

He ahí el rezo donde nacen
la poesía y el asombro.

“La maldición de Jehová está
en la casa del impío, mas Él
bendice el hogar del justo”.
Proverbios 3: 33

 
 
Job

Todo el sacrificio del que somos
capaces. Toda la tortura,
el duelo. Todo el tormento cabe
en un grano de sal.

Aprendemos en la niñez
la contención, la voluntad
inquebrantable. El ragú
nos enseña la paciencia.
Sabemos que tendremos
una dieta austera, a base
de hierbas y vegetales.

La sal provoca sed. Copos,
cúmulos, montañas. Es la blanca
ausencia del silencio,
la matriz de mejores días.

Danos la fuerza, Señor, para
seguir adelante a pesar
del mundo. Señor, vos que sabés
el olor de la sangre y la herrumbre
danos esa fortaleza. Hacenos
hincar sobre piedras, hacé
que nuestras rodillas sangren. Sólo
sabe el sacrificio quien camina
a tientas mucho tiempo.

¿Cuál dios ha modelado nuestro
dolor? ¿De dónde la fragilidad?

Señor, danos esta fuerza
que te pedimos. No podremos
pagártela jamás, pero estamos
seguros de que no te hace falta,
porque todo lo tuyo
es herencia del padre.

En el paraíso las campanas
suenan al revés.
Es un sonido que no empieza
ni termina, sólo existe.
El sacrificio no tiene razones.
La sal no caduca.

Danos la fuerza, Señor,
solo eso te pedimos.

 
 
Mi madre aún amasa la masa

En el Silabario castellano la imagen era clara: “Mamá amasa la masa”. Así practicábamos
           “ma-me-mi-mo-mu”.

Papá. Papá, por supuesto, “lee el periódico”. ¿Quién podría cuestionar eso en un hogar de
           clase media a mediados de los años 80 del siglo XX en una provincia
           centroamericana?

Mi madre aún amasa la masa. Se inclina luego sobre esas circunferencias blancas que
           para ella son la única forma del amor que aprendió. Por un tiempo, parecía que la edad ya no se lo
           iba a permitir. Como un último aliento, hoy muele mucho más que antes. Su último hijo siente culpa.

¿Cómo impedirle que haga eso que para ella es una ofrenda sagrada, su repartición del
           pan, su multiplicación de los peces, su transformación del vino en agua?

¿Por qué permitirle que lo siga haciendo, que su cuello sufra, que sus manos se cansen y
           su cuerpo sucumba? ¿Qué tengo que ver en sus escogencias? ¿Es vanidad o egoísmo?

Qué puede uno saber de lo que arrastran sus 90 años. ¿Cuántos gramos de culpa?
           ¿Cuánta sal? ¿Por qué una mujer cuya bondad es infinita ha de soportar sus penas y entregarlas en
           forma de alimentos?

De niño la vi llorar muchas veces por su madre muerta. Yo pensaba que era lo natural.
           Una imagen recurrente que con el paso de los años se fue difuminando. Sólo muy de vez en cuando
           regresa a mí y se queda girando por unos días.

Toda familia se funda en un secreto. ¿Cuál es el de la mía? ¿Cuál es el de mi madre? La
           masa enmudece ante mis preguntas. Las sílabas no me dicen nada: “cul-pa, “cul-pa”. Pero estoy
           seguro de que hay algo más.

 
 
Hijo

No supo nada sobre
su hijo. Recorrió el mundo
entero para encontrarlo.
Cuando lo tuvo de frente
no supo qué decirle,
cómo hablarle. Esperó
cuatro inviernos hasta que
los prados lo acogieron.
Para entonces, se le había
clavado en el pecho una
estaca hecha de hiel.
Sus manos eran cuencos
vacíos: nada tenía
para ofrecer. Su hijo
habitaba una región
antigua. Bebía de
las fuentes como quien
bebe de las estrellas
o del tiempo. Su diálogo
fue el silencio. Se había
hecho tarde y ya era
hora de partir, de irse
para siempre hacia la noche.
Se despidieron como
quien despide a un amigo
incómodo. Ambos, madre
e hijo, sabían que
se iban ellos mismos,
en otros pies, a otro ritmo.

 
*

 
No comprendía su voz.
Por las noches se preguntaba
de qué podía enorgullecerse
y entonces la embargaba
la tristeza y la culpa.
Jamás aprendió o más bien
seguía aprendiendo,
pero sentía que ya había
pasado el tiempo necesario.
Quería abrazarlo y se alejaba,
quería sentirlo y no podía.
Quería decirle “Te amo”
y se atragantaba.
No supo nunca encontrar
el camino de regreso
hacia sus brazos. Excepto
aquella vez en que fueron
juntos a recorrer la ciudad,
como si nada, como
si no hubiera nada más.
“Siempre me gustó este
parque. Aquí me traían
a comer después
de comprarme la ropa
de Navidad”. Pero ya esas
palabras resonaban lejanas.
En otro tiempo, otra voz.
No eran para él, no le decían
nada. Sus ojos se posaban
en las palomas que comían
las migajas de un silencio
compartido.

 

* Poemas pertenecientes a La culpa (Nadar Ediciones, 2023), ganador del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de Poesía 2023.

 

 


Autor

Gustavo Solórzano-Alfaro

/ Alajuela, Costa Rica, 1975. Escritor y editor. Autor de, entre otros libros, Inventarios mínimos (2013), Nadie que esté feliz escribe (2017), La oscuridad intacta (edición y traducción de poemas escogidos de Dana Gioia, 2020) y La culpa (2023).

marzo 2024