Leche de bugambilia
(fragmento)
Esta es la transcripción de la sesión número 13 de M, en la que sumergiría el plexo en un misterioso trance de agua rosada para abrir al sol su caja torácica.
Un vaso. Lo tibio. Leche de bugambilia. Algo que profiere la boca. Un corte. Derramo una palabra que no es blanca. Los líquidos se vuelven otra cosa.
Una mezcla rosada. Cocino flores. El vapor: el deseo de las amígdalas.
Ciertos pensamientos huelen a eucalipto, otros no deberían existir, pero así es el curso de lo vivo. Remojo frutos en un cazo. La cáscara de los tejocotes y de las cosas que dije se deshacen entre mis dedos, como el sentido: ebulle o se congela lo pronunciado. Las aguas, las aguas de la memoria. El recuerdo se deshace en pensamiento: lo sanguíneo, la química del cráneo. Lo que contiene el vaso.
El goteo rojo en la regadera. Mi sangre. El reloj. Mi sangre con la que un día escribí sobre la espalda constelada de un hombre. Mi sangre con la que formé la flama dentro del pecho abiertísimo de un otro. En el cielo de la boca, el vértigo espeso de mi alma. La miel o la hiel: hierve pinole.
[El sonido parece un alacrán y los alacranes andan de a dos, en dos, dicen, dos en dos vocales sucediéndose, amenazan con picarte:
AA AA Abrí mucho la boca aa aa y no dije nada AA aa]
La estampida. El sueño debajo de la lengua. Conservo este silencio de bruma. Me oliste. Guardaste mi aroma en un frasco. Alguien me olfatea por la noche. Un extraño salió del sueño para olerme.
Me acurruqué bajo la sombrilla donde las hadas bendecidas por opiáceos sonríen brillantes, llenas de lujuria y de bondad tallándose las alas. Me escondí en los huecos del crochet, en trampas con patitas, luxaciones y prodigios de familia.
Los mecanismos de la miel
Fui alimentada por seres femeninos
que libaron durante generaciones
flores prehistóricas en sus pesados vuelos
entre malaquita y dióxido
formaciones claustrofóbicas y cielos estalacta.
Flores que emergían de noche,
y en medio de lo negro
estiraban sus lenguas hacia Venus.
Flores crudas antes de la tierra maciza y articulada
capullos que abrieron en rugido
raíces abisales de información nueva.
Flores peligro de pupila texturas gaseosas de galaxias
flores que parían en huevo tejido telepático de estambre.
Fotosíntesis de luna:
reacción química morada que parece magia,
pétalos gigantes para envolver ballenas
hojas de cobijas para entibiar secuoyas
flores carnosas marsupiales
hábitat de insectos que lloraban
flores que dopaban pterosaurios.
Tallos enraizados verdealambre
babas minerales
pus de nata savia de lava
esporas fluorescentes
pistilos para picos como cuernos.
Flores que fundaron dinastía
enterradas en la arena murmurando
dibujándose a sí mismas
enredadas entre el agua.
Flores que no imaginamos.
Por eso mi lenguaje es una sustancia espesa:
mi lenguaje es miel salvaje que brilla.
Hubble enamorado
Soy mi propio eje,
orbito sobre mí, y con cada giro
me descubro diferente
es mi superficie opaca o luminosa,
es mi trayectoria ajena a tu mirada.
Soy mi propia luz y cargo lunas
tú me miras mucho y —me quieres—
juzgar con tus saberes
pero el vacío, la distancia,
el lente por el que me observas es un artificio:
la lengua: te equivocas al nombrarme.
Soy este planeta de sangre y canto
que gira sin que logres calcularme,
y no sé qué tengo al centro: un incendio:
el asco, la rabia, la risa,
las ganas de aparearme,
el ritmo,
la muerte toda como flama
que incuba
y hace crecer lo que crece
y hace crecer lo que crece
y crece
sin importar qué es
lo que crezca.
Soy un planeta lejano
que a través del telescopio
de tu habla, pierde definición.
X:
He estado comiendo flores por el ansia. El cielo parece un demente con todos sus cambios. Me miro despacio.
Hace tiempo pensé que estaba perforada, como una tarjeta de computadora antigua. En código binario. Condicionada. Domesticada de algoritmo para sentir.
Viene la noche y quedo pulverizada. La intensidad del relámpago que cae con cada emoción sobre mi cuerpo, me deja exhausta.
Como fuerzas de la naturaleza, me cimbran, me incendian, me transforman en agua. Agua fúrica, agua que espera, hielo herido por falta de ozono.
Mi vaho ha sido el viento corta-pétalos tras la embestida diaria.
Ahora me sucede sólo por un instante. Una impresión fuertísima la que recibe mi ser, como un typo metálico hundiendo la superficie de la hoja.
Como el instante de los rayos X: golpe seco, el deslumbre: un esqueleto desnudo.
Respiro y retorno.
Cuando era más joven permitía que las emociones me anidaran. Les abrí cada poro como puerta. Las dejé pasar se instalaron y habitaban mi caja torácica como en jaula. Luego, el óxido. El extravío.
Ellas ahí adentro y yo tomada. Ellas ahí adentro jalando mis hilitos, ventrílocua yo
de sus voluntades, sintiendo lo mismo, en círculos, en círculos, en círculos, mis ramas. Sintiendo lo mismo sin parar.
Emociones como duendes en mi bosquecorazón sembraron vegetales que fueron alimento peligroso. Y comí durante años. Sin miedo.
Un día hubo un brote diferente: imágenes, resonancias eléctricas, flashazos tras el párpado en la profundidad del negro. Algo nuevo crece. Se expande. Sueños de nébula e iridiscencia. Figuras vaporosas escapan. Revientan cuando son sorprendidas por el lente de la inconsciencia. Deben irse después de haber sido descubiertas. Desaparecen lento, dejando un rastro. Como si hubieran cometido un crimen. Como si hubieran sido fotografiadas en el aire. Revelan y permanecen hondo con marcas invisibles, pero de textura rugosa.
Eso son los sueños: flagrancia.
Cierto material onírico funciona como exorcismo miniatura para extirpar veneno, para deshabitar terrenos. Y amasa por el día nueva materia, nuevos colores.
Moldeo un estremecimiento (te lo digo bajito al oído) y nos estremecemos.
Y las conexiones nerviosas, sorprendidas hacen hallazgos. El cuerpo se hace nacer en formas recónditas.
Desdibujando lo conocido, no es asible el llanto que no significa ya lo que significaba. Nueva química se gesta. El deseo. Estoy trazando mapas con el tacto.
P. D. Espero encontrarte al oeste del caballito plateado. Espera mi dibujo con paciencia.
Autor
María Cob
/ Ciudad de México, 1985. Poeta. María Cob es el segundo nombre de Rosario Loperena. Explora las redes y partículas del lenguaje a través de la escritura, la voz y la fotografía. Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del Fonca en 2014-2015 y 2017-2018. Apuesta por autogestión y el riesgo. Teje redes de micelio al escribir. Su libro más reciente es Leche de bugambilia (2024).