febrero 2025 / Reseñas

Ser uno siendo el otro

 
Valeria List, Dos veces esto, Editorial Malabar, 2024, 85 pp.
 

 
Las piezas que se extravían en el cuantioso rompecabezas del mito familiar, la sombra de un árbol genealógico al que le faltan ramas y cuyo origen, más allá de las raíces, está en los frutos arrancados, en la manzana que se desprende antes de tiempo y de ver madurar al resto de sus compañeros de follaje, es tema central de Dos veces esto; la manzana de Eris cayendo al piso para llegar, no a las manos de Paris en el juicio, sino a la de una voz, la de Valeria List (Puebla, México, 1990), potente y minuciosa, que se da a la nada sencilla tarea de indagar por qué ese fruto de la discordia, representado aquí por una servilleta que lleva impreso el nombre de un refresco de manzana, desata la relación, los misterios y las heridas de tres generaciones de mujeres: abuela, madre e hija; Hera, Atenea y Afrodita: familia, guerra y belleza. ¿Puede una partida, como un hachazo, cimbrar el árbol de nuestra progenie hasta las raíces? Como si la bomba de humo de un abuelo que abandona su tribu, como si una suerte de plaga hubiera infectado cada nodo del árbol, cada veta de la madera:

Estar enfermas era un rasgo que compartíamos con todos. Estar atadas a la idea de necesitar un amor. Méraly diagnosticaba cada anécdota penosa: es que tenemos la enfermedad.

En los poemas que conforman el volumen, somos testigos de una minuciosa indagación del pasado para comprender el presente de la voz poética; el futuro, acaso, se insinúa como la reconciliación con heridas y cicatrices que comprenden su condición de experiencia vital. No se trata, como nos dice la autora en uno de los poemas, de un “abandono” —la voz, en su derecho de réplica, no está indefensa—, sino de una partida que nos obliga a ensimismarnos; el apego puesto a inspección para interpretar una radiografía que va desde la relación con la madre que “aterroriza” con amor y violencia a la hija, hasta el paisaje neblinoso de la relación con la pareja: “Busco a un hombre y no sé si sea para amarlo/ o para castrarlo con mi angustia”, nos diría Enriqueta Ochoa en Retorno de Electra. El duelo y el miedo dan pie a la histeria: actos que surgen allí donde no alcanzaron las palabras. Lo que viene del útero es también eso de lo que nos alimentamos en silencio, y que nos entrega a un mundo regido por la violencia desde que nos desprendemos hacia la vida y que, en estas páginas, traza una línea en la vena materna: la abuela maestra que arroja el gis a la cabeza de los distraídos, la madre que encuentra un nido de hormigas en la mochila de la hija y la reprime físicamente: “Las líneas aparecieron ahora, hechas con un gancho de ropa, en mi antebrazo.” El útero como primer túnel que se cruza hacia el peligro, hematoma en el recuerdo de la infancia: “nada/ en mí te recuerda excepto los moretones/ de mis muslos y de mi cráneo”, en palabras de Margaret Atwood.

Dice el dicho que si del cielo caen limones, debemos resignarnos. Será, acaso, que si caen manzanas debemos cuestionarlas hasta las últimas consecuencias. Valeria List dialoga con Lev Tolstói, Louise Glück y Eunice Odio, por mencionar algunas voces, para explorar, desde una línea más ensayística las mismas preguntas que los poemas le plantean y sale airosa de dicha empresa, aplicando siempre el rigor de la aplastante gravedad newtoniana donde las cosas caen sobre nosotros por su propio peso, ya sean como milagros o calamidad, ya sea en prosa o en verso, pero siempre atravesados por el sutil desconcierto de lo cotidiano.

NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS

Lavo a mano porque terminamos.
Antes él llevaba nuestra ropa junta
revuelta
a lavar.

Mientras recorro las sábanas sobre los dientes de cemento
recuerdo a mi papá lavando a mano.

Cuando se mudó, todos los fines de semana
sacaba dos tandas voluminosas
la de su ropa y la de mi hermano
que se quiso ir a vivir con él.
Era mucho, pienso ahora
cansada de apenas dos sábanas.

Me parecía triste porque lo veía como un relato:
que lavara a mano porque la lavadora
se quedó en la casa de mi mamá.

Ahora que yo lavo en medio
de lo que también podría ser un relato
me doy cuenta de que una
no se piensa a sí misma como trágica
una sólo lava
una sólo se despierta a lavar.

Recuerdo que, de niño, para curarme de cualquier tipo de empacho, desde fiebre a alguna enfermedad estomacal, mi madre solía preparar un menjurje al que llamaba suero y que consistía básicamente en Sidral Mundet (debía ser forzosamente esa marca) con agua mineral Peñafiel. Es, en mi memoria, la interacción más nítida que tengo con la bebida cuyo nombre está impreso en la servilleta que el abuelo utiliza como hoja para dejar su última carta. Me pregunto: ¿dónde se habrá tomado ese refresco el abuelo?, ¿qué pidió de comer cuando se decidió a marcharse? Esa servilleta, esa simple cosa está cargada de significado. Es, con el tiempo, materia y testamento, adiós y fantasma. La servilleta del refresco de manzana dura más en la memoria que la partida. ¿Cómo deberíamos nombrarla? ¿Carta de adiós, manual para cuando tu esposo te abandona y te quedas al cuidado de tus hijos? Las cosas tienen la voluntad de permanecer allí donde las personas simplemente nos desvanecemos. En palabras del poeta sevillano Francisco José Cruz: “Y perdidos los nombres de las cosas,/ las cosas comienzan a vivir a su madera,/ sin alma, pero con cuerpo,/ ya que en el reino material de las cosas/ los inmortales son los cuerpos, no las almas/ y por eso son siempre más reales/ las cosas que nosotros.”

En 2007, la artista Sophie Calle presentó por primera vez su exposición Prenez soin de vous en el pabellón francés de la Bienal de Venecia. La obra fue presentada en el Museo Tamayo en 2014 bajo el título Cuídese mucho. El origen de esta instalación es una carta que Calle recibió, un correo electrónico donde su pareja termina con la relación y que concluye con la frase: “Me hubiera gustado que las cosas fuesen de otro modo. Cuídese mucho”. Después de esto, Calle se dio a la tarea buscar e instar a otras mujeres a leer e interpretar las palabras de su expareje a través de su propia voz, punto de vista y disciplina. La lista es tan extensa como versátil: las mujeres leyeron la carta y la contestaron o interpretaron desde su trinchera, pasando por sexólogas, policías, físicas, poetas, maestras de kínder, clarividentes, diplomáticas, cantantes de ópera, raperas, latinistas, jugadoras de ajedrez, entre muchas más. Calle aseguró que la exposición no es “una cosa personal, es solamente una carta y el trabajo alrededor de ella”. Y continúa: “Recibí un email diciéndome que todo había terminado. No supe cómo responder. Era casi como si no hubiera estado dirigido a mí. Terminaba con las palabras: Cuídese mucho. Y así lo hice. Le pedí a 107 mujeres, elegidas por su profesión o habilidades, que interpretaran esta carta, que la analizaran, la comentaran, la bailaran, la cantaran, la agotaran… Era una forma de darme tiempo para contar, una manera de cuidarme”. Esa manera de cuidarse a sí mismo al indagar en nuestra propia materia, las historias y los gestos que nos dan forma, las respuestas que no siempre se tienen a preguntas no manifiestas, es algo que encuentro en común entre el trabajo de Calle y el libro de List. “Largas cartas escritas y enviadas sólo en la cabeza. No existe el correo en la ciudad de los muertos”, a decir del poeta Robert Graves.

Algo como el ejercicio en el que participaron las mujeres invitadas por la artista francesa es lo que Valeria List ha creado en Dos veces esto: la interpretación de esa carta de despedida del abuelo de forma artística, de la servilleta de papel al ready made, la respuesta de una mujer a la carta de abandono escrita para otra. Valeria responde a la carta a través de poemas, regresiones, ensayos, incluso dibuja la porta del libro. Interpreta la carta como ilustradora, poeta, académica, publicista y bailarina de flamenco. Exteriorización de lo propio e interiorización de lo otro. Ser uno siendo el otro. Poesía que atiende fondo y forma. Una servilleta, un libro de poemas que cae en nuestras manos con la fuerza de una manzana desde el árbol más alto.
 


Autor

Christian Peña

/ Ciudad de México, 1985. Ha merecido el Premio Xavier Villaurrutia 2024 por Quirón, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016 por Expediente X.V., el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2014 por Me llamo Hokusai y el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2013 por Veladora, entre muchos otros. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (2005-2007) y del Fonca en el programa Jóvenes Creadores (2010-2011 y 2012-2013). En colaboración con Antonio Deltoro publicó la antología El gallo y la perla: México en la poesía mexicana (UNAM, 2011).

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