Najwan Darwish, Durmiendo en Gaza. Diana Sofía Calderón y Alí Calderón (trad.), Valparaíso México, Querétaro, 2017, 68 pp.
¿Qué hay más allá de las imágenes que circulan sobre Palestina? ¿Cómo adentrarse en la compleja realidad de la ocupación? Tal vez, la única respuesta posible sea la que nos sugiere Najwan Darwish (Jerusalén, 1978): habría que dormir en Gaza. Y con razón: quien se recoge en algún sitio para pasar la noche se vuelve consciente de los peligros del entorno. También sería una invitación a imaginar las circunstancias: ¿es silenciosa o ruidosa la noche en Gaza?, ¿más segura o más peligrosa que en el día?, ¿es una noche larga y pesada o un parpadeo fugaz que nos impide descansar profundamente? Y al final, tras conciliar el sueño, ¿qué se sueña en Palestina? Sólo al adentrarse en la oscuridad de la ocupación, se puede comenzar a comprender su complejidad y a ponerles nombre a las siluetas borrosas que vemos desde acá.
Lo cierto es que la literatura palestina se ha mantenido prácticamente en la penumbra, con una difusión restringida que se esparce más bien en charlas y eventos, los cuales buscan expresar solidaridad con un pueblo en lucha. Sin embargo, de vez en cuando, algún título de autores jóvenes logra trascender las fronteras de la región y encontrar su sitio en el corazón de los lectores mexicanos. Tal es el caso de Durmiendo en Gaza (2017), obra publicada por Valparaíso México como parte de su colección de poesía y traducida por Diana Sofía Calderón y Alí Calderón.
Darwish, hijo de refugiados, actualmente se desempeña como periodista y editor en jefe de la sección cultural del periódico Al Araby Al Jadeed. Sin embargo, sus verdaderas pasiones se despliegan en la literatura, donde plasma con maestría las vicisitudes de un pueblo que lucha por su libertad en una tierra que se le escapa de las manos. Aunque comparte apellido con el inmortal poeta nacional, Mahmoud Darwish, no tiene lazos sanguíneos con él y ha trazado su propio camino literario, que lo ha llevado a diferenciarse de su compatriota.
Los versos que componen el libro de Najwan son un volcamiento sobre sí mismo, símbolos y llaves que abren puertas de hogares íntimos. Estos ejercicios se asumen dolorosos y, en ocasiones, incluso derrotistas. Reflejan en el fondo realidades guardadas que, sin embargo, están a flor de piel durante la noche. Sus poemas, como sueños, reflejan lo que emerge al cerrar los ojos en Palestina:
Una vez intenté sentarme
En uno de los asientos desocupados de la esperanza
Pero la palabra “reservado”
Se extendía sobre ellos como una hiena
(No me senté, nadie se sentó)
Los asientos de la esperanza están siempre reservados.
Su escritura, así, es un lecho de metáforas que evocan los privilegios en las luchas por la justicia. El que amanezca y la tragedia no sea mediatizada, sólo refuerza esta sensación. Esta desesperanza se muestra a lo largo de toda su obra e incluye al lector en un panorama desolado. La causa palestina es, entonces, asunto de quienes se enfrentan al devenir de la Historia, entendida como el irreparable dominio de los vencedores: “A pesar de la evidente futilidad de su tarea, estos viejos abogados siguen matándose por la defensa de nuestro caso, que es absolutamente irremediable”.
A diferencia de algunas expresiones usuales en la poesía palestina, que a menudo revelan una férrea combatividad, Darwish se enfoca en las contradicciones internas de los palestinos. En ese ir hacia dentro hay figuras que incomodan, cruces y ríos de sangre como culpa y mandatos. Por ejemplo, en el poema “Maryam”, la voz poética describe a una madre sumergida en la lectura de libros sobre Jesús, y declara: “Qué seria se pone en su investigación sobre Jesús esta mujer a la que siempre he decepcionado: no fui martirizado en la primera Intifada, ni durante la segunda, ni siquiera durante la tercera. Aquí entre nos, no voy a convertirme en mártir en ninguna Intifada por venir. ¡Y tampoco moriré reventado por una bomba de preocupaciones!” Así, las palabras de Darwish abren y revisan esas realidades inconscientes que exigen sacrificios, martirios y ofrendas.
De esta forma, dormir en Gaza es estar en una permanente línea de batalla que no permite el descanso en sitio alguno. Afloran los recuerdos, las visiones, el resentimiento por la guerra pero también por los amores perdidos. Está la figura del mar, de las nubes, de chefs que cocinan el sol y lo marinan en vino, de árboles, de columpios que se quedaron solos y de cadáveres con sueños eternos. En el poema que da nombre al poemario, escribe:
Fado, dormiré como hace la gente
cuando caen las bombas
cuando el cielo se abre como carne viva,
soñaré, pues, como hace la gente
cuando caen las bombas:
soñaré con traiciones.
Despertaré a medio día y le preguntaré al radio
las preguntas que la gente pregunta:
¿Ya terminó el bombardeo?
¿Cuántos fueron asesinados?
El poeta sueña y en su sueño circulan los símbolos que forman el engranaje de la guerra. Desfilan los arquetipos: el país que aprisiona, la figura del refugiado que siempre hace sentirse ajeno, el sabor amargo de la tierra. En su poema “País”, escribe: “Por tu culpa estoy también en guerra conmigo mismo. Cuando duermo, a causa tuya, estoy en guerra con mis sueños”.
Despierto o dormido, Darwish es consciente de la realidad que se vive en su tierra y no puede evitar sentir repugnancia por la guerra que devasta a su gente. En su poema “El autobús de la pesadilla”, Darwish hace una denuncia del horror y el dolor que experimenta su pueblo al describir escenas espeluznantes y atroces que no se borran y, por el contrario, se impregnan en la almohada:
Los vi rellenar bolsas de plástico con los cuerpos de mis tías.
En los pliegues de esas bolsas se anega su sangre caliente
(Pero no tengo ninguna tía).
Supe que asesinaron a Natasha, mi niña de tres años
(Pero no tengo ninguna niña).
Me dijeron que violaron a mi esposa y arrastraron su cuerpo por las
Escaleras. La tiraron a la calle
(Pero ni siquiera estoy casado).
De hecho, esos son mis anteojos, los que fueron pisoteados por sus botas
(Pero jamás he usado unos anteojos).
A pesar de que la voz poética admite no tener parientes asesinados, la intensidad del dolor y la indignación que siente ante la violencia y la barbarie se palpan: son reales. En lugar de ser un alejamiento de sus circunstancias, la poesía y el sueño le permiten a Darwish no sólo experimentar y dar voz a su dolor y al de su pueblo, sino reconocer la humanidad y a las víctimas en cualquier lugar. Najwan sueña a través de su poesía: “Soy un refugiado en Creta”, “soy también un egipcio”. Sin embargo, este sentido de empatía se refleja principalmente en “Carnet de identidad”, donde reflexiona sobre cómo el dolor es un lugar que, al menos, nos une. En este texto brillante, que linda más en las fronteras con el ensayo lírico, el autor explora la complejidad de su propia identidad cultural y la de aquellos que comparten su situación. El poeta es entonces palestino, pero también armenio, sirio, egipcio, iraquí, amazigh y judío.
La poesía de Najwan Darwish refleja la desesperanza que nutre su poesía, pero también poderosas reflexiones sobre la identidad cultural y su vínculo con la lucha en contra la opresión. Celebro esta edición, que trae consigo a una de las voces más reconocidas en el mundo árabe actual, con un libro que arroja luz a esa larga noche que no acaba para el pueblo palestino. En su obra se refleja la impotencia, el dolor de la ocupación, la monotonía cotidiana que provoca que algunos quieran dormir por meses enteros. Aún más: la angustia que surge al presenciar cómo el lenguaje cambia para, en otra lengua, nombrar el mundo que conocía y que, ante ello, inventa otro sistema de correspondencias a través del sueño. Su poesía, aunque introspectiva, es un reflejo de la historia de su pueblo y, a la vez, una invitación a reflexionar sobre la injusticia que se extiende más allá de las fronteras de Palestina. Una invitación que todos, de una forma u otra, soñamos: “Son los sueños de alguien más, vienen contigo”.
[DESNUDO NUDO]
El perro no le teme a su cabeza. ¿Qué harás con la tuya mientras su peso lastra la mañana? ¿Cuántas habrán rodado como manzanas rojas hasta ti para lograr que el día consiga amanecer? Un escalofrío recorre la afilada sintaxis de la degollación, sus palabras que arden salpicando tu cuello.
Podrías imaginar sólo los brazos, sólo un pie entumecido en la ventisca, fragmentación de ti bajo la nieve. ¿En qué partes de ti crece el pronombre? ¿Es arnés o adherencia que rompió las trabillas? ¿Discrepancia truncada ante la nieve? ¿Lo llamarás cadalso? ¿Mordedura?
El perro no le teme a su cabeza. En la niebla o llovizna, en la luz invisible del invierno, acontece a la velocidad con la que mueve la cola. No se pierde en ninguna traducción. Aunque gima, aunque cambie de nombre varias veces, aunque haya sido amputado varias veces, no se pierde en ninguna traducción. Es mientras, es saltando, es el ahora en todos sus tendones, es su cuerpo caliente entre la nieve. Delicado cartílago sangrando que moja las partículas del frío, el áspero retal en la memoria. Como si esta página fuese la superficie aterida y blanquísima en la que tú también ladras tu dolor……………………………………………….……………………………………………….…………..
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………..………………………………………..Ocho pares de músculos en la lengua del perro apresan la avidez, el agua de este charco, la aplastada canción de los molares. Fluye saliva dentro del hocico. Regatos subterráneos nos escriben.
¿Entrarás en lo blanco cuando aúllas su nombre? ¿Jadeando o ahogándote en su nombre? Vuelves sobre ti, ya no ves nada, ahora perteneces a la niebla. Tropezarás con trozos de lenguaje: saltan, se adhieren como astilla que expulsas al toser violentamente. También en la hoja un párpado del perro: no distingues si es letra o animal.
En la niebla, la arqueología del abandono. Una gasolinera estampada contra el paisaje, resistiéndose a desaparecer, como todo se resiste a desaparecer. ¿Y el perro? Lo buscas, gritas, lo estás llamando. Tu voz retumba en vías de servicio, viales de hospital, largos tubos por los que llegan el gas y la sangre, furgonetas que transportan las frases más urgentes. Tropiezas con guijarros y raíces, te hundes hasta la mitad del talud y del cuadro, no puedes respirar bajo el barniz.
Cae tu cabeza golpeándose y se llena de tierra. Cortarla y que silbe la asfixia, que puedas enterrarla contra ti como muro de adobe o de pintura sobre el que sólo asoma el hocico del perro. Precipicio y pigmento de la herida. El animal no teme a su cabeza. Rebusca en el exceso, en la superposición de capas minerales, en este cromatismo atragantado. Después podrás decir reverdecer (repítelo despacio varias veces) porque el perro trae tierra hasta la página, la llena de abrojos y de salpicaduras.
También él sabe decir reverdecer.
Por eso el diente de perro es una flor, el frágil silabeo ante la muerte. Sobre ti, una y otra analogía. Cuando sonríes, muestras los caninos. La felicidad de ese vínculo óseo. Las piezas curvas, perfeccionadas para el desgarro, recordándote que eres animal. ¿Importa si las palabras están guillotinadas? ¿O tu propia cabeza desplomándose? ¿O el viento ladrando si se acerca a las corzas?
En la noche los dientes resplandecen. Muerden con fruición la cara de la luna mientras brillan azadas y manómetros. Saben que todo es alimento de otra cosa y la encía no deja de sangrar, atormentada por el mandato, la contienda. Pero también sonríen, te acompañan. Qué importa si las estrellas no pueden heredarse: un vagabundo las coloca cuidadosamente en su manta para que el perro duerma sin sentir tanto frío. Una parte del muro los protege. Se acurrucan y silban la estación de la noche. En el sueño ambos se abrigan, se acompañan.
Al amanecer, no hay nieve ni raíces ni mural ensombrecido de pintura. Una excavadora retira los últimos lexemas del abandono, los surtidores y un tapial que se está viniendo abajo. En el precipicio de vivir, temes que el vagabundo sea parte de la misma arqueología del abandono. Sólo va a sostenernos esta luz animal. En la asfixia y cadalso, en la técnica mixta de vivir, amanece de pronto la Erythronium dens-canis, flor silvestre, regalo inequívoco y esbelto que se entrega a los nombres que le diste, como tu boca cede a sus caninos. Hierbecita perenne, diente agudo o sangriento que no sangra. Bulbo ebúrneo que arquea su temblor. La belleza nerviosa y pertinaz.
Has de borrarlo todo de esta frase de sombra. Del poema con perro no queda casi nada. Sólo el perro asomándose hasta ti.
Notas
- Desnudo en la desnuda tierra… (Nudus in nuda terra…). Así todo al nacer (repítelo despacio varias veces). Te pregunta Linneo qué harás con las demarcaciones, con su límite o tajo o cicatriz. Como si fuera nudo, púa traviesa.
- ¿Y el collar eléctrico, el candado, la soga? ¿Los tantos lenguajes de la amputación? ¿Las jaulas de personas y animales? Escribir es convocar una presencia. Lo sabía Eunice Odio. Cuando ladro no temo al alfabeto.
- Perro semihundido. Perro luchando contra la corriente. Al ser llevado de un lugar a otro, de un dueño a otro, ¿cuál pasa a ser su nombre verdadero? ¿Es que acaso hay un nombre verdadero? ¿Lo pudo intuir Goya? Para tenerlo más cerca, lo pintó al lado de sus habitaciones. Como ya no podía oírlo, la vista supliría esa gran grieta. Restañaría la herida que nombró Kojève: “el hombre es una enfermedad mortal del animal”.
- Si la sordera se asociara a un color, ¿por qué no al blanco? ¿Hay un pigmento que se corresponde con cada órgano, como un pie corresponde al hueso del estribo? Exclamación exhausta del color. ¿Y si el lenguaje fuera una enfermedad autoinmune?
- Todo siempre significa otra cosa. Juan Calzadilla se preguntaba si las palabras diferencian a su dueño con la limpia precisión con que lo hace el olfato del canino. Pero ¿y si no tuvieran dueño? ¿Los caninos tampoco? ¿Ni los de la boca? Del perro no sé hablar, aunque lo intente.
- Tierra de toda flor, todo ladrido. En lo breve y lo extenso, la apertura. Que no cese esta respiración mestiza, cruzada, el bulbo que se arquea.
- Cualquiera puede tener lágrimas en los ojos cuando escuchan perros ladrar. Porque cuál de él es él. Pero ¿cómo vamos a saberlo, querida Gertrude? ¿Es que hay algún modo de saberlo?
- ¿Importa? No, ni siquiera si es nudo. Sólo la sangre no quiere nunca dejar de manar. Ella, que ha fertilizado todos los verbos (esconderse, reverdecer), es la única que se preocupa por la palabra nudo (torniquete, presión, sintaxis muerta). Tanto pesa la polisemia, su barniz. Que todo lo borre esta luz animal.
[COCODRILA & CO.]
La cocodrila asciende del enmarañado fondo de la imaginación, ese suelo grumoso que la aloja en lo oscuro. El dulce horror que canta en las mandíbulas.
Un sonido muy leve en la noche cerrada, el pellizco violento de la intranquilidad. Hay lodo entre tus dientes y la lengua. No sabrás decir bien ni su nombre ni el tuyo.
Predadora, igual que lo eres tú. No te permitas enjuiciar su hambre, sus escamas durísimas, su escudo. Ni siquiera en su lágrima invisible, la carnaza caliente que aún se agita.
Baja un hilo rojizo por las piernas, rubí que se salpica en las entrañas como cordón esquivo e invertebrado.
Nada sabes de ella, si puedes decir ella. Las palabras son ese cordón pegajoso que baja por las piernas sin tocar nunca el suelo. Con él formas un lazo corredizo, lo pasas alrededor de su cabeza, oprimes hasta que tus nudillos sangran.
Pero ¿y la cinta adhesiva para envolver su boca, después la tuya? ¿Queda pegado ahí algún resto de hueso, de matorral, de oscuridad asfixiada y limosa? ¿Qué llega desde el fondo a morder el poema?
Te acercas despacio al animal. En su espuma de sangre es ininteligible. Se seca al sol, deja sólo una costra de lenguaje y un ojo dorado que no duerme, lo estricto y lo flexible que se sueldan como en la forma extrema de los imperativos.
No te permitas hablar de sus pupilas, su sensibilidad adaptativa hacia el agua o la luz. No creas que puedes conocerla. Harías listados de partes de su cuerpo, pero ella es todos sus lados y no te necesita. No ha oído hablar del desaire ni del Apocalipsis. Incluso su nombre procede de un error: saltan letras y dientes en su boca pero eres tú quien puede tropezar y caer.
Arrastra el liquen, la osamenta y jadeo, el desamparo, la prolífica canción de cada cría. Todo lo mancha, todo lo acontece. Salta en la cópula, en la ceremonia sobrecogida de la nidificación. En el cuidado extremo por cada una de las crías. Baila y salta en el golpe de cazar.
Cuando escribes te vuelves su carnaza, el cebo tembloroso, lo que grita y pulula en el lenguaje.
Al fondo de tu boca sólo hay lodo. Se mueve allí, despacio, persiguiéndote. También tú estás buscándola en la noche. Asciende del suelo y sus ojos se abren como vocal perfecta y repetida. El círculo que sueña con la luna, el hueco de la víscera encharcada.
No puedes olvidarla ni escapar. No puedes añadir absolutamente nada que le sea necesario. Nadie puede añadirle ni un centímetro. Ni aunque sea volumen y densidad del miedo. Ni aunque lo anfibio siga sorprendiéndote.
Porque eres y no eres animal.
Mandíbula en que gime este vocablo.
Notas
- Leonora sería otro de sus nombres. No es casual que dos oes abiertas, como dos ojos sin párpado la miren con atención. Eso tenía que saberlo ella (¿ella cocodrila, ella Leonora?) porque brindó más de ocho metros de largo a una barca del cocodrilo realizada en bronce.
Tenía que saberlo cuando escribió sus Memorias de abajo porque no hay un arriba posible para los cocodrilos, aunque se diga tantas veces la palabra superficie. Tenía que saberlo cuando anota: “¡Yo no quería otra cosa que ser buena con el mundo entero, y aquí estaba, atada como un animal salvaje!”
Se apellidaba Carrington. Entendía el idioma de los vivos y muertos, las zonas de paso a lo salvaje.
- ¿El apellido de la cocodrila será su nombre científico? Crocodylidae.
Lo cierto es que no responde en ninguna lengua: crocodilus (lat.), crocodile (ingl.), crocodile (fr.), Krokodil (al.), coccodrillo (it.), cocodrilo (esp.)…
Ni en las que conservaron la norma culta ni en las que cedieron al salto, a la metátesis, a la -r- recorriendo ese cuerpo verbal también apetecible. Da lo mismo crocodilo o cocodrilo. En lo alto de la escala alimenticia también se es hijo del pavor y la indolencia.
- Antes pudo llamarse cocadriz pero hoy está en un cementerio de palabras. ¿Acudirán las demás como a un cementerio de elefantes? ¿Como quien va hasta el Nilo para negarse tres veces, en el dolor rencoroso de la pérdida?
- Puede ocurrir que viajes a San Luis Potosí y no te muerda la curiosidad. Pero debería hacerlo. Los lugares no nos pertenecen, tampoco los animales, las palabras vencidas sobre su inalcanzable piel.
- ¿Y las crías? ¿A quién le pertenecen? Sólo el uno por ciento de los cocodrilos que nacen llegan a ser adultos. Perpetúan un llamado que entiendes (no entiendes): entregan vida, la forma más sagrada de aquello que está en ti.
- Dices saurio y sonríes. Pero decir lagarto abre una herida en tu boca porque buscas el femenino y, una vez más, tropiezas contra el muro. Deberás masticar las palabras más rudas. Muelas de molino necesitarías y no tienes. ¿Alguien brinda un martillo, una piedra, el socavón del muro? Golpeas la pared con la cabeza. No quedaron nudillos suficientes.
* Poemas pertenecientes al Libro mediterráneo de los muertos, publicado por Pre-Textos en 2023.
Esterilización
El niño busca la cicatriz por donde sacaron su cabeza
Cuando la encuentra
dibuja la cicatriz con un lapicero rojo en la pared
La madre
más tarde
sin saberlo
tendrá que limpiar su propia herida.
El mapa de las puertas
La risa de un niño imita la forma del filo
Me espanta
Le muestro el miedo en las sobras de comida que dejó el mediodía
No se asusta
Le digo que en la cocina hay cabezas de pescados colgadas de los platos
y el niño no se asusta
Sáquenme de aquí
Aún me pierdo en esta casa
Aún no memorizo el mapa de sus puertas
Ábranlas todas
Un hospital de recién nacidos está a punto de abrirse en la pared
Sépanlo
No es un invento:
El niño trae entre sus manos un relámpago para estallármelo en el pecho.
La trampa
La madre ve que en sus manos explota el cuerpo de un insecto
La madre atrapa el insecto
Lo atrapa con un pañuelo blanco
Los zumbidos le huelen a pólvora
Se pone en cuclillas como una bestia a punto de atacar
Los insectos no tienen dientes
pero la madre los acusa de masticar la cara de su hijo
La madre cierra la puerta
.
Ahora la habitación es una tumba de insectos
El niño grita
El grito huele a sudor
La habitación es un funeral
Hay un niño que llora a los insectos
La madre llora también
Los insectos no tienen dientes
Los insectos no tienen dientes
¿Alguien se lo puede decir a la madre?
¿Alguien puede tocar la puerta de la habitación?
Miren que ya comienza a crecer maleza alrededor de la cuna
Miren que una selva le ha entrado a esta noche
La madre enciende la luz
La luz es la trampa de los insectos
La luz es el niño
La trampa es el niño.
El puente
Soy un puente
Pero dime si crees que soy una jaula y me culpas de que no abra la puerta
Debo decirte que no existe ninguna llave que abra la oscuridad
Dime si debajo del puente se ve la incertidumbre en la cabeza de los ahorcados
Si tengo la rabia de los animales que tienen espumas en los ojos
Si tengo el dolor igual que un vagabundo arropado de pies a cabeza
Dime que no has visto el pánico como perro que hurga en las bolsas de basura
que el llanto no hace una mancha de petróleo en tu carne
que cuando nazcas enceguecido no mirarás atrás
pero buscarás la lluvia en el fondo de las piedras
que cuando des el golpe hacia afuera
no acabarás con el puente
lo dejarás sobre el río
aunque el río ya no exista
No le quitarás el trueno al mediodía
No le buscarás ninguna llave a la oscuridad
Dime
que no ofrecerás como salida otro laberinto
que de tu llanto no se abrirá el blanco del papel
para escribir el precipicio.
Alta hospitalaria
El niño recoge piedras pequeñas del jardín
Las aprieta con sus manos
Corre como si alguien estuviera a punto de atraparlo
Se para frente al enfermo y se las arroja a la cara
El hombre ríe
y al quitarse las piedras
imagina que recoge pastillas dentro de un hospital
que las aprieta con sus manos
y corre como si alguien estuviera a punto de atraparlo.
Falso diagnóstico
El enfermo suele esconder la lluvia
El niño juega a buscarla
Levanta las piedras y las hojas del jardín
Busca debajo de los caracoles
El niño recuerda que la última vez que la vio fue desde la ventana
Está convencido que es allí donde el enfermo la esconde
Rueda la cortina
y no la encuentra.
Versión y nota introductoria de Juan Leyva
Durante más de medio siglo, Ezra Pound (Idaho, Estados Unidos, 1885 – Venecia, Italia, 1972) dedicó la mayor parte de su fuerza creativa a la escritura de un poema extenso que, desde el principio, denominó Cantos. (O Cantares, como acordara para la versión en español con José Vázquez Amaral mientras traducía los Cantares de Pisa, cuya primera edición en nuestra lengua fue lanzada por la UNAM en 1956, cuando Pound se hallaba todavía recluso en el hospital para enfermos mentales St. Elizabeth de Washington). En el andar de todas esas décadas, Pound buscó en múltiples fuentes y tradiciones aquello que perdura, la esencia del saber humano; a su entender: qué es lo que sirve de verdad para vivir y qué es lo secundario o desechable. Al mismo tiempo, buscaba con afán nuevas formas de enunciación e incursionaba en variaciones métricas, en su ruta hacia el verso libre. Así, ya antes de finalizar la segunda década del siglo, había escrito algunas versiones de los primeros cantos, donde aquella búsqueda asoma en la heterogénea base cultural que caracterizará a la obra madura: tradición clásica, cultura china, Dante, la vena poética provenzal, el paisaje, la cultura y la lengua italianos, así como la vívida interlocución con las poéticas anglosajonas y sus principales representantes ─en este caso, Robert Browning, al que se refiere en el primer canto póstumo con una ambivalencia que, al mismo tiempo, acepta y rechaza los oficios brownianos─. (Aunque ya comenzaba su interés por la economía ─otro ángulo central de los Cantos─, sólo más tarde se intensificará, muy ligado a su entusiasmo por el fascismo, pero sobre todo a su idea de reformar la economía mundial con miras a una vida más libre y armónica.)
Muchos de aquellos materiales tempranos, y también muchos tardíos, fueron quedando a un lado por diversas causas, pero en 1988 Massimo Bacigalupo, oriundo de Rapallo y familiarizado con la persona y la obra de Pound desde muy pronto (lo conoció en su adolescencia), emprendió la tarea de revisar y seleccionar los fragmentos más valiosos conservados por el poeta (archivo de la Universidad de Yale) e incluso, a veces publicados. De esa labor tomó forma el volumen Canti postumi, publicado por vez primera en 2002 (Milán, Mondadori). Doy aquí el primero de los “Three Cantos” [“Tres Cantos”], una de las versiones tempranas retiradas por Pound del corpus principal de su obra y que ya cuando estaba en prensa, en 1917, le producía insatisfacción. No se trata de una versión del Canto I “definitivo”, sino, más bien, de una de las tentativas iniciales de apertura de aquella ambiciosa obra o poema largo, donde hay alusiones y segmentos que después aparecerán en distintos lugares de los cantos que hoy tenemos por definitivos, aunque su autor siempre los haya considerado un conjunto provisional de tiradas líricas. Los reproches que le hace a Browning en este poema volverán al final de su vida, pero ahora contra sí mismo, ya un poco enfermo y deprimido, con la autocrítica exacerbada: “Escogí esta cosa y aquella otra que me interesaban y las metí todas revueltas en una bolsa. Y no es esa la forma de hacer… una obra de arte”, recuerda uno de sus biógrafos (Noel Stock en The Life of Ezra Pound).
La pluralidad de referencias y alusiones es vasta, pero, por fortuna, el lector cuenta hoy con un magnífico auxiliar en las anotaciones reunidas por The Cantos Project, programa de investigación permanente y colectivo dirigido por Roxana Preda al que contribuyen numerosos expertos en la poesía de Pound; las apostillas a este canto se hallan en Roxana Preda, Companion to Three Cantos I. Para la traducción he seguido la versión original y me he apoyado, sobre todo cuando me encontré con algún pasaje oscuro o difícil, en la versión italiana del profesor Bacigalupo, a quien también consulté algunas dudas.
Tres Cantos
I
¡Al diablo todo, no puede haber más que un Sordello!
Pero digamos que quiero, que cargo con tu entero saco de mañas,
que doy entrada libre a tus extravagancias y trucos, y digo que la cosa tiene arte,
tu Sordello, y que el mundo moderno
requiere una tal bolsa de harapos para embutir ahí sus pensamientos;
¿digamos que vierto mi pesca, brillosa y plateada
como frescas sardinas aleteantes y resbalosas sobre el empedrado del borde?
(Estoy frente a tu puestecillo de feria, el discurso; mas la verdad
está dentro de este discurso ─este show rebosante de esencias de sabiduría.)
Abandona el método de tallado.
Torre junto a torre
marrones bases curvas, y el plan
sigue el capricho del constructor. El leve gris de Beaucaire
salta desde la choncha base de Altaforte…
La ventana de Mohamed, pues que el Alcázar
tiene ese jardín atravesado por un manso arroyuelo.
El foso es de una anchura de diez metros, el patio interior
sobrenada en el lodo.
¿Calzas?
No hay. Los hombres rudos salen
en ropas que se ven mitad romanas, mitad como la Sota de Corazones
y vislumbro tu historia:
Peire Cardenal
fue medio precursor de Dante. Ese truco de Arnaut
de la inconclusa alocución,
y la mitad de tus fechas no concuerdan, confundes las etapas
para aquella gran fuente con Sordello sedente a un lado…
Éste es un pasaje inmortal, ¿pero la fuente?…
Está como dos siglos fuera de tiempo.
¿Importa?
De ninguna manera. Los fantasmas se mueven en torno a mí
parchados con historias. Tenías tus propósitos:
comunicar cuantiosos pensamientos, muchísima emoción;
pintar, más real que cualquier Sordello muerto,
la mitad o un tercio de tu vida más intensa
y llamarle Sordello a ese tercio;
pero dirás: “No, no mi vida,
él nunca se mostró a sí mismo.”
No tiene caso negarlo. ¿Para que serviría
crear figuras e inspirarles vida,
si ampliaciones no fueran de la nuestra, tu vida, mi vida?
Camino por Verona. (Estoy aquí en Inglaterra.)
Observo al Can Mayor. (Puedes ver a quien gustes.)
¿Tuviste un hombre entero?
Y yo muchos fragmentos, ¿valen menos? ¿De veras?
Ah, ¿tenías tú mi edad, una edad tan bestial y cascarrabias?
Tenías algunas bases, eras dueño de alguna creencia establecida.
¿Acaso debo predicar? ¿Hay sitio para ello en la música?
Paseo por la amplia calle,
miro cómo se encienden los adoquines con la cosecha de la amapola.
Este es tu “gran día”, el Corpus Domini,
y mi pueblito entero predilecto y peninsular
ha hecho un resplandor glorioso de sus calles,
sí, antes de que me levantara, con flores de amapola.
Mediados de junio: algún antiguo dios se alimenta del humo, mas no los santos;
y arriba y afuera de la capilla medio en ruinas,
no aquel viejo lugar sobre las rocas,
sino esa iglesia ancha, parecida a un granero, que el Renacimiento
nunca llegó a remodelar.
Igual de bueno es empezar aquí. Partió nuestro Catulo:
“Hogar del buen reposo, y de la risa honda de las olas”,
la risa que despiertan entre los juncos de la orilla.
Esta es nuestra casa, los árboles están llenos de risas
y las tormentas ríen a carcajadas, despedazando olas tumultuosas
sobre las “piedras más al norte”; y aquí la luz del sol
brilla sobre las aguas agitadas, y la lluvia
viene con paso suave, llega desde la Isla del Garda.
Lo soleils plovil,
como Arnaut lo decía en la canción inextricable.
Llueve el mismo sol y su salpicadura de fuego
asaetea desde las ondas “lidias”; “lago de olas”, como Catulo, “lidiae”,
y lleno está el sitio de espíritus,
no lémures ni oscuros fantasmas sombríos,
sino vivos y antiguos, blanco-leñosos,
suaves como interior de corteza y firmes de aspecto,
lucientes de colores (qué digo, no lucientes,
mas llenos de color como el lago y las hojas de olivo),
Glaukopos, vestida como las amapolas, llevando grebas de oro,
leve en el aire.
¿Son dioses etruscos?
El aire es solar sólida luz, apricus,
nutridos por el sol allí vivimos (ahora en Inglaterra);
es tu forma de hablar, estar podemos donde queramos,
Sirmio es más de mi gusto que tu Asolo,
a la que nunca he visto.
¿Tu “escalón de palacio”?
Mi asiento de piedra era la guarnición de la Dogana,
y no había “esas chicas”, había una llamarada, una cara.
Fue todo lo que vi, pero era real…
Y ya no puedo decir qué forma tenía…
Pero era joven ella, muy joven.
Cierto, era Venecia,
y en el Florian, debajo de los portales del norte,
vi otras caras y, es más, desayuné mis panecillos;
así, si de algo sirve, tengo ya el contexto.
Y tú tenías el tuyo,
pudiste ver “el alma”, el alma de Sordello,
¿la viste absorber vida y crecer y estallar
“en el empíreo”?
Así que elaboraste una nueva forma, esa meditativa
historia un sí es no es o épica o dramática,
y diremos: ¿Qué más me falta por hacer?
¿A quién he de invocar? ¿Quién es ahora mi Sordello,
mi pre-Daun Chaucer, mi pre-Boccacio,
así como tú tienes tu pre-Dante?
¿De quién haré colgar mi ropa luminosa?
¿Quién vestirá mi capa de plumas, mi hagoromo;
a quién adiestraré para deslumbrar a las serias edades del futuro?
Ni Arnaut ni De Born ni Uc St. Circ, que ha escrito las historias.
¿O debo hacer tu truco, el tenderete del showman, Bob Browning,
convertido a mi voluntad en el Ágora,
o en el viejo teatro de Arles,
y desplegar el lote, mis visiones, para dejar confusos
a los ingenios que lograron sobrevivir a tu maldito Sordello?
(¿O enfurruñarme y dar la palabra a los novelistas?)
¡Qué revoltijo armaste ahí!
¡Zanze y swanzig de todas las rimas oprobiosas!
Y te evades en mutis cuando así le conviene a tu fantasía,
ora en Verona, ora con los primeros cristianos,
ora con balbuceos acerca del “buccino tirreno”.
“La lira debe animar, pero no engañar a la pluma”.
Aquí es Wordsworth quien habla, señor Browning. (¡Qué frase!
¡Esa lira, esa pluma, esa oveja balante, Will Wordsworth!)
Eso te debería haber enseñado a no usar el habla figurativa
y a exponer tu asunto
como lo hago yo, con frases simples y claras:
Los dioses flotan en el aire azul,
dioses brillantes y toscanos, antes que brote el rocío,
¿es el mundo de Puvis?
Jamás así de pálido, mi amigo,
es la primera luz, no aquella media, sátiros
y las ninfas del roble y las ménades
poseen la madera. Nuestra Sirmio olivácea
yace en su espejo bruñido, y los montes Balde y Riva
se avivan con el canto, y se llenan las hojas de las voces.
‘Non è fuggito’.
“No se ha marchado”. Metastasio
tiene razón, tenemos ese mundo alrededor,
y las nubes se inclinan sobre el lago, y hay gente sobre ellas
por sus caminos de aire, moviéndose por Riva,
sobre la orilla oeste, hasta Lonato,
y el agua se satura de argénteos nadadores blanco-almendra,
el agua que barniza el pezón erecto.
¿Cómo empezar desde aquí, cómo iniciar la marcha?
Pace mi buen Ficino, decir cuando Hotep-Hotep
fue rey de Egipto.
Cuando Atlas se sentó con su astrolabio,
él, hermano de Prometeo, físico.
¿Decir que fue en el año en que nació Moisés?
¿Exultar con Shang en cuclillas? El monstruo marino
resalta los bronces cuadrados.
(Tiempo después Confucio le enseñó buenos modales al mundo,
comenzó por sí mismo, creó la perfección.)
¿Con Egipto acaso?
¿Embadurnar de azul escarabajo y verde turquesa?
O con China, oh Virgilio mio, y grises escalones graduales
suben bajo las ramas planas de los cedros,
templo de madera de teca, y los arcos dorados
en tres niveles, banderas enlazadas por pared,
hermosos biombos con escenas, altas olas rizadas,
barquitas con dioses sobre ellas,
¡llama brillante sobre el río! Kuanón
en una barca pétalo de loto,
con un genio henchido de orgullo
guiándola, una mano en alto de alegría,
diciendo: “¡Es ella, su amiga, la poderosa deidad! ¡Himno de fiesta!
Canten himnos ustedes, juncales,
y ustedes raíces, garzas, cisnes, alégrense,
ustedes, los jardines de las ninfas, echen flores’”.
¿Qué tengo de esta vida
o incluso de Guido?
¡Dulce mentira! ¿Estuve allí de verdad?
¿Conocí Or San Michele?
Supongamos que sí.
¿Creemos que la tumba que él
saltó era aquella de Julia Laeta?
Amigo, ni siquiera —cuando dirigió esa carga en las calles—
ni siquiera sé qué espada llevaba.
Bonita falsedad: “¡Yo viví!” Bonita la mentira: “Yo viví a su lado”.
Y ahora es casi verdad y memoria,
atenuada tan solo por atriciones del tiempo largo.
“Pero no lo olvidemos”.
No, tómalo todo por mentira.
Apenas si he olido esta vida, apenas si un soplo de ella.
La caja de madera perfumada
evoca catedrales. Y fingiré,
confundiré mi propio phantastikon,
o diré que la concha transparente que me encapsula
contiene el sol real;
¿confundiré lo que veo
con dioses reales detrás de mí?
¿Hay dioses a mi espalda?
¡Cuántos mundos tenemos! ¿Si Botticelli
la trae a tierra en aquella gran concha de almeja berberecho—
a su Venus (¿Simonetta?)
y Primavera y Aufido llenan el aire
con flores suyas de contornos claros?
Y basta. He aquí, lo digo, viene ella
“vestida como la primavera, honra a sus súbditos”,
(eso es de Pericles).
Oh, tenemos mundos suficientes y bellos escenarios,
y de estos suponemos un alma para el hombre
y creamos para él poblados aéreos.
Mantegna una línea más severa, y el mundo nuevo nos circunda:
luces prohibidas, grandes bengalas, nueva forma, Picasso o Lewis.
Si durante un año el hombre escribe para pintar, y no para la música,
¡Oh Casella!
Three Cantos
I
Hang it all, there can be but one Sordello!
But say I want to, say I take your whole bag of tricks,
Let in your quirks and tweeks, and say the thing’s an art-form,
Your Sordello, and that the modern world
Needs such a rag-bag to stuff all its thought in;
Say that I dump my catch, shiny and silvery
As fresh sardines flapping and slipping on the marginal cobbles?
(I stand before the booth, the speech; but the truth
Is inside this discourse—this booth is full of the marrow of wisdom.)
Give up th’ intaglio method.
Tower by tower
Red-brown the rounded bases, and the plan
Follows the builder’s whim. Beaucaire’s slim gray
Leaps from the stubby base of Altaforte—
Mohammed’s windows, for the Alcazar
Has such a garden, split by a tame small stream.
The moat is ten yards wide, the inner court-yard
Half a-swim with mire.
Trunk hose?
There are not. The rough men swarm out
In robes that are half Roman, half like the Knave of Hearts;
And I discern your story:
Peire Cardinal
Was half forerunner of Dante. Arnaut’s that trick
Of the unfinished address,
And half your dates are out, you mix your eras;
For that great font Sordello sat beside—
’Tis an immortal passage, but the font?—
Is some two centuries outside the picture.
Does it matter?
Not in the least. Ghosts move about me
Patched with histories. You had your business:
To set out so much thought, so much emotion;
To paint, more real than any dead Sordello,
The half or third of your intensest life
And call that third Sordello;
And you’ll say, ‘No, not your life,
He never showed himself.’
Is’t worth the evasion, what were the use
Of setting figures up and breathing life upon them,
Were ’t not our life, your life, my life, extended?
I walk Verona. (I am here in England.)
I see Can Grande. (Can see whom you will.)
You had one whole man?
And I have many fragments, less worth? Less worth?
Ah, had you quite my age, quite such a beastly and cantankerous age?
You had some basis, had some set belief.
Am I let preach? Has it a place in music?
I walk the airy street,
See the small cobbles flare with the poppy spoil.
’Tis your ‘great day’, the Corpus Domini,
And all my chosen and peninsular village
Has made one glorious blaze of all its lanes—
Oh, before I was up—with poppy flowers.
Mid-June: some old god eats the smoke, ’tis not the saints;
And up and out to the half-ruined chapel—
Not the old place at the height of the rocks,
But that splay, barn-like church the Renaissance
Had never quite got into trim again.
As well begin here. Began our Catullus:
‘Home to sweet rest, and to the waves’ deep laughter’,
The laugh they wake amid the border rushes.
This is our home, the trees are full of laughter,
And the storms laugh loud, breaking the riven waves
On ‘north-most rocks’; and here the sunlight
Glints on the shaken waters, and the rain
Comes forth with delicate tread, walking from Isola Garda—
Lo soleils plovil,
As Arnaut had it in th’ inextricable song.
The very sun rains and a spatter of fire
Darts from the ‘Lydian’ ripples; ‘lacus undae’, as Catullus, ‘Lydiae’,
And the place is full of spirits.
Not lemures, not dark and shadowy ghosts,
But the ancient living, wood-white,
Smooth as the inner bark, and firm of aspect,
And all agleam with colours—no, not agleam,
But coloured like the lake and like the olive leaves,
Glaukopos, clothed like the poppies, wearing golden greaves,
Light on the air.
Are they Etruscan gods?
The air is solid sunlight, apricus,
Sun-fed we dwell there (we in England now);
It’s your way of talk, we can be where we will be,
Sirmio serves my will better than your Asolo
Which I have never seen.
Your ‘palace step’?
My stone seat was the Dogana’s curb,
And there were not ‘those girls’, there was one flare, one face.
’Twas all I ever saw, but it was real….
And I can no more say what shape it was …
But she was young, too young.
True, it was Venice,
And at Florian’s and under the north arcade
I have seen other faces, and had my rolls for breakfast, for that matter;
So, for what it’s worth, I have the background.
And you had a background,
Watched ‘the soul’, Sordello’s soul,
And saw it lap up life, and swell and burst—
‘Into the empyrean?’
So you worked out new form, the meditative,
Semi-dramatic, semi-epic story,
And we will say: What’s left for me to do?
Whom shall I conjure up; who’s my Sordello,
My pre-Daun Chaucer, pre-Boccacio,
As you have done pre-Dante?
Whom shall I hang my shimmering garment on;
Who wear my feathery mantle, hagoromo;
Whom set to dazzle the serious future ages?
Not Arnaut, not De Born, not Uc St. Circ who has writ out the stories.
Or shall I do your trick, the showman’s booth, Bob Browning,
Turned at my will into the Agora,
Or into the old theatre at Arles,
And set the lot, my visions, to confounding
The wits that have survived your damn’d Sordello?
(Or sulk and leave the word to novelists?)
What a hodge-podge you have made there!—
Zanze and swanzig, of all opprobrious rhymes!
And you turn off whenever it suits your fancy,
Now at Verona, now with the early Christians,
Or now a-gabbling of the ‘Tyrrhene whelk’.
‘The lyre should animate but not mislead the pen’—
That’s Wordsworth, Mr. Browning. (What a phrase!—
That lyre, that pen, that bleating sheep, Will Wordsworth!)
That should have taught you avoid speech figurative
And set out your matter
As I do, in straight simple phrases:
Gods float in the azure air,
Bright gods, and Tuscan, back before dew was shed,
It is a world like Puvis’?
Never so pale, my friend,
’Tis the first light—not half light—Panisks
And oak-girls and the Maenads
Have all the wood. Our olive Sirmio
Lies in its burnished mirror, and the Mounts Balde and Riva
Are alive with song, and all the leaves are full of voices.
‘Non è fuggito’.
‘It is not gone’. Metastasio
Is right—we have that world about us,
And the clouds bow above the lake, and there are folk upon them
Going their windy ways, moving by Riva,
By the western shore, far as Lonato,
And the water is full of silvery almond-white swimmers,
The silvery water glazes the up-turned nipple.
How shall we start hence, how begin the progress?
Pace naif Ficinus, say when Hotep-Hotep
Was a king in Egypt—
When Atlas sat down with his astrolabe,
He, brother to Prometheus, physicist—
Say it was Moses’ birth-year?
Exult with Shang in squatness? The sea-monster
Bulges the squarish bronzes.
(Confucius later taught the world good manners,
Started with himself, built out perfection.)
With Egypt!
Daub out in blue of scarabs, and with that greeny turquoise?
Or with China, O Virgilio mio, and gray gradual steps
Lead up beneath flat sprays of heavy cedars,
Temple of teak wood, and the gilt-brown arches
Triple in tier, banners woven by wall,
Fine screens depicted, sea waves curled high,
Small boats with gods upon them,
Bright flame above the river! Kwannon
Footing a boat that’s but one lotus petal,
With some proud four-spread genius
Leading along, one hand upraised for gladness,
Saying, ‘’Tis she, his friend, the mighty goddess! Paean!
Sing hymns ye reeds,
and all ye roots and herons and swans be glad,
Ye gardens of the nymphs put forth your flowers’.
What have I of this life,
Or even of Guido?
Sweet lie!—Was I there truly?
Did I know Or San Michele?
Let’s believe it.
Believe the tomb he leapt was Julia Laeta’s?
Friend, I do not even—when he led that street charge—
I do not even know which sword he’d with him.
Sweet lie, ‘I lived!’ Sweet lie, ‘I lived beside him’.
And now it’s all but truth and memory,
Dimmed only by the attritions of long time.
‘But we forget not’.
No, take it all for lies.
I have but smelt this life, a whiff of it—
The box of scented wood
Recalls cathedrals. And shall I claim;
Confuse my own phantastikon,
Or say the filmy shell that circumscribes me
Contains the actual sun;
confuse the thing I see
With actual gods behind me?
Are they gods behind me?
How many worlds we have! If Botticelli
Brings her ashore on that great cockle-shell—
His Venus (Simonetta?),
And Spring and Aufidus fill all the air
With their clear-outlined blossoms?
World enough. Behold, I say, she comes
‘Apparelled like the spring, Graces her subjects’,
(That’s from Pericles).
Oh, we have worlds enough, and brave décors,
And from these like we guess a soul for man
And build him full of aery populations.
Mantegna a sterner line, and the new world about us:
Barred lights, great flares, new form, Picasso or Lewis.
If for a year man write to paint, and not to music—
O Casella!

Éste es un ejercicio accidental de escritura asémica. Buscaba maneras de escaparme de un estilo rígido de dibujo y llegué por accidente a otro estilo de dibujo que se asemeja a la escritura manuscrita ─o a una escritura manuscrita como deben practicarla en algún otro planeta─. Las siguientes son representaciones visuales de algunas de las letras del abecedario.
Atisbo
Laura y yo hablábamos el lenguaje
de quien no volverá. Queríamos convertir
esta herida mía en la luna. Tomó mi mano,
mis dedos eran una jacaranda que había perdido
su germinación de hojas verdaderas.
Hablábamos el lenguaje de la amistad
ante la mirada preocupada de nuestros padres.
Hablábamos con lo poco que nos quedaba
de aire.
Diagnóstico
Laura,
mis hermanas son nubes
y quieren hacerlas pasar por humo.
Uno no es lo que se traga, ¿cierto?
Cuando se te cae un diente
queda ese espacio vacío y es muy peligroso
porque lo vacío
tarde o temprano se llena
y quién sabe de qué.
No somos nuestra enfermedad,
somos ellas en la fotografía del zoológico,
antes de conocer la leche,
cuando en nuestras encías no había espacios
para palabras negras.
Despiste
Nací
para el momento
donde me despiertas
y dices
estás rechinando los dientes
y yo estoy veinte años atrás
ante el amor verbal de mi hermana
no pasa nada
esto en mi garganta
es
sólo aire.
Advertencia
Cuando abras la puerta
y digas mi nombre
cuando estés sobre mí
y me beses
cuando la palabra
oscura caiga
de tu boca
te vas a
quedar
sin aire.
Contracorriente
Por llevar la contraria,
extrañé mi casa
allá donde bebíamos leche
allá donde los árboles tenían sus propias calles,
allá donde las cocinas sucias de tizne;
donde dejamos
nuestros secretos a oscuras
y, de paso, los pulmones.
Primer sueño: erosión
Suave como la mazorca herida
sumisa como el suelo
de tanto sembrar y segar
con mi jumper sucio de rescoldo
y las calcetas aún blancas
dije adiós.
* Poemas pertenecientes a Los efectos del humo (Ed. Sindicato Sentimental, 2023).

Inger Christensen dice en un poema de su libro Eso (traducido al español por Francisco J. Uriz) que todas las palabras que usa y usó, las tomó prestadas del mundo. Quise partir de esa idea en mis talleres de poesía: todo lo que escribimos o vamos a escribir son préstamos de los lenguajes que aprendimos en nuestro primer hogar, de las palabras que nos dijeron nuestra madre y nuestro padre, de las formas en que nos enseñaron a comunicarnos con los espacios, los animales, las personas y las cosas. Creo que hoy escribimos porque queremos volver a aprender a mirar y remirar, a transformar esos lenguajes que nos contienen. Reescribirlos desde quienes somos ahora. Esta es una muestra de algunxs de lxs poetas que asistieron a mis talleres de poesía y que recordaron, transcribieron y reescribieron sus miradas. Espero que encuentren algo de sus lenguajes en estos poemas.
—Iveth Luna Flores
C-I-N-T-U-R-A
I
Cintura no es cosa
no es definición anatómica
Cintura no es cuerpo
ni tronco humano
En cintura
las vísceras explotan
En cintura se esconde
lo estrecho
lo reducido
lo angosto
II
El espejo está roto
cayó al suelo
cuando descifraba
un par
de brazos
de piernas
de nalgas
re-gor-de-tas
Aquí cintura
no es amiga
Una
dos
casi tres décadas
cintura
ayuna 16 horas
toma pastillas
y escucha
La meta del mes es bajar 2 kilos
¿Le parece?
Claro que no me parece, doctora
Pero la observan
y la cuestionan
y tira a la basura su lonche
y guarda manzanas en su bolsa
chicles, cigarros y refrescos de dieta
corre kilómetros
hasta que los pies le sangran
cintura llora
cintura grita
no me apetece, ya no me apetece, doctora.
Al fin, cintura se encoge
ha perdido
un millón de litros de sangre
en estudios
Cintura ruge
por el malestar
por las náuseas
que le produce
la metformina
y por la falta de alimentos
Ahora
es angosta
ahora
es perfecta.
III
Curva peligrosa
cintura se estrella
abre los ojos
está sangrando
hay vidrios por todas partes.
El espejo está roto
Volvió a caer al suelo
cuando intentaba
descifrarse
durante
una
dos
casi tres décadas.
Mextli Moreno
Tiempo
En la casa se acumulan las grietas,
las manchas en el piso
que ya no pudieron quitarse,
la foto incómoda
que no debería estar ahí
pero que aparece en la bolsa
que estaba arriba del closet.
El tiempo es el pastel de cumpleaños
desbaratado en la mesa,
el libro de cuentos deshojado
que aparece en varios rincones de la casa,
el mantel de figura de gato
que aguardó acurrucado
más de cuarenta años en la alacena.
El tiempo son nuestros desechos:
la suma de nuestros fantasmas
y nuestras indiferencias.
Los niños corren por la casa
y ríen, entran en los cuartos,
vacían los cajones
para reunir los pedazos del rompecabezas:
la pelota de goma,
la pistola de burbujas vacía,
la tiara que perdió sus flores.
Los niños juegan en la casa,
ríen, revelan sombras,
a veces juntan sus manos
para proteger a un pájaro que ya no existe.
Si el tiempo
ya no es el río que fluye,
sólo ellos pueden soñar
la corriente en su cauce.
Zamir Corzo Aché
Esa casa nos persigue
escribió mi hermana
y como un destello
me lleva de regreso
cajas sobre muebles
muebles sobre libros
libros sobre ropa
ropa sobre el piso
y el polvo
siempre el polvo
no dejábamos espacio
para nosotras
porque pensábamos que
para nosotras
no había espacio ahí
puedo verlo
esa casa nos persigue
el desorden como una mancha
que no se quita
porque si algo no te pertenece
no lo cuidas
polvo sobre cajas
cajas sobre libros
libros sobre muebles
muebles sobre el piso
y la ropa
siempre la ropa
la miro crecer
y no la detengo
esa casa nos persigue
me escribió
con sus manchas
con sus muebles
con sus cajas
con sus libros
pero también, hermana
con el brillo de nuestra presencia
Tania Roque
Ahogamos a un niño chillón en Xochimilco
Padre,
estos últimos días la vida me consume,
la rutina del asalariado se prensa de mis costillas,
me desgarra
y me aplasta.
No me quedan fuerzas, padre,
mi espíritu gangrenado apesta,
supura fragilidad
y los ojos, una vez más,
me delatan frente a los carroñeros.
Puedo escucharte, padre:
Nadie nunca resolvió nada llorando,
y mi palma azota mi cara
con la fuerza del que mira con desdén,
dos,
tres,
cuatro veces,
hasta encontrar el ego que cimenta mi voluntad.
Quisiera decirte que te equivocaste, padre,
que llorando logré algo más que humillarme,
que la vulnerabilidad
no fue una invitación a moler mis huesos,
y que nadie salpicó mi sangre,
pero no puedo
porque mi cuerpo está regado sobre tantos lugares
como un niño chillón merece.
Ciertamente padre,
tenías razón,
dejé de llorar
y me volví río,
degollé a los falsos
y colgué sus cabezas
ahí donde desembocan mis recuerdos.
Sus promesas plásticas flotan en la superficie,
son mis lirios,
mas no te confíes,
no son ningún salvavidas,
son trampas para el ingenuo,
el vulnerable que las sostiene pronto se ahoga
y se transforma en abono para mis chinampas
donde crecen mis aguacates
envueltos entre belladonas.
Tal como hacen los canallas al norte,
coloqué boyas,
expulsan al intruso,
le exilian,
asedian el recelo
y custodian mi júbilo
aquí,
en mis trajineras.
Papá,
súbete a la llorona, brindemos.
Burlémonos de mis muñecas,
míralas colgar,
tómate una foto
y dime que estás orgulloso,
pero cuidado con darte un clavado
que la sospecha en estas aguas abunda,
se mezcla con la espesa rabia heredada
y corroe.
Aquí, papá
en la pantanosa cólera en que navego,
tú y yo,
ahogamos a aquel niño chillón.
Leonardo Flores Ramírez
Retorno de Saturno
a Luis
Anoche me leyeron mi carta astral,
estoy transitando mi primer retorno de Saturno,
casi 30 años en el mundo de pronto cobrándome factura.
Foco en problemas con la figura paterna,
foco en problemas para expresarse,
indican las notas de la astróloga.
Desde que dijiste que querías vivir hasta los 120,
yo sólo pienso en llegar a ese cuarto retorno de Saturno.
Aunque antes de ti pensaba vivir hasta los 75,
aunque el aire esté tan pesado que no podamos respirar
y la contaminación lumínica nos borre las estrellas
y debamos racionar porque la comida no alcanza
y la artritis te invada los huesos y dejes de escribirme cartas.
Quiero atravesar mi cuarto retorno de Saturno contigo,
agarrar toda la mierda que se nos atraviese para usarla de abono,
regar ese jardín secreto a lenguetazos
y enfrentar El Niño con el corazón de desierto,
que venga La Niña a inundarnos con su mirada de huracán,
detener incendios forestales con cubetas,
tomar peces con las manos porque flotan panza arriba,
pagar con garrafones de agua y usar billetes de servilletas,
tener más conteo de microplásticos que de glóbulos rojos,
que nuestra única posesión sea un árbol de olivo
y aún así hayamos engendrado un Laberinto que nos llame “papás”.
Anoche me leyeron mi carta astral.
Primero de cuatro, dije. Primero de cuatro.
Macy Espinosa
Empalme
No me acuerdo,
pero dicen que la magia
empezó en un espejo.
Me miré, y no me ladré.
Con una sonrisa imaginaria en los labios,
giré los ojos abiertos hacia mi madre
y desde el deseo
ella me dio su voz:
Ese eres, yo.
Mis primeros recuerdos brotaron
en las palabras y las miradas de otres
como delgadas películas de plata
que refractaron las luces negras,
y un caleidoscopio de colores y sonidos
me inscribió
en el mundo simbólico
de estas letras.
Quién dijo yo,
tal vez fueron las caricias misteriosas
y la ternura curiosa de las narices
de mi hermana y mis hermanos,
la leche y los brazos
que me acunaron
a mitad del llanto de la madrugada,
asustado
por el estruendo de las telarañas de lluvia
que golpeaban implacablemente
los cristales de la casa,
como si anunciaran
la tragedia
de una novela familiar.
Tal vez entonces dijo yo,
como el espejo,
la barba espesa de mi padre,
su olor dulzón a ron
mezclado con el humo y el frío de los hielos.
En los espejos me nombraron
los ollares de una yegua
que transpiraba caliente
y era gigante,
y me recuerdo
cruzando por debajo entre sus patas
para mirar sus heridas
cubiertas de violeta de genciana.
Dijeron yo sin duda los animales,
las orugas en frascos transparentes,
los trineos de caracoles de jardín,
el pichón de paloma
que llevé al hombro a todas partes,
o la culebra
cuya cabeza aplastamos con una piedra
también gigante.
Quise acompañarles
para estar afuera del juego del espejo,
de esta letra,
que es mi deseo
y me sujeta.
Yo les amaba en silencio,
y fui feliz.
Ése es el mundo en el que yo me sé:
miré el sol hundiéndose en el horizonte de agua
sin saber pronunciar
ni deletrear
atardecer.
Nunca voy a volver
a mirarme sin palabras.
Quisiera al menos limpiar el espejo
con espuma y tiempo,
cambiar de zapatos y ataúd,
y morirme por un instante eterno
en esta letra
que aquí en tus ojos
se escucha
y se hace
piedra.
Diego Puig Saval
La familia que fuimos
la casa en la que crecí
ha sido muchas casas
se ha transformado
según el ingreso económico
pero siempre ha sido fría
alguna vez tuvo mucha madera
y una cocina amarilla
ahora es grande y luminosa
pero la luz es artificial
los rayos del sol no la tocan
a mi familia tampoco
es una casa blanca
y amplia
le cabe mucha gente
amigos, tíos, medios hermanos
pero la pareja
mamá y papá
hace mucho que no entra
mi madre se fue
y se llevó poco con ella
pero pareciera que
vació la casa
los platos que contenían
la comida caliente
ahora acumulan polvo
el refri se convirtió
exclusivamente
en un dispensador de hielo
las plantas
se fueron muriendo
mi padre duerme en esa casa
la habita
pero no vive ahí
vive en sus viajes y oficina
y a mí me da tristeza
¿cómo se atrevieron
los dos
a destruir mi hogar?
una se lo llevó
y el otro no lo construye
yo me fui de casa
con una historia feliz
no por trabajo
ni por estudios
un día pensé quiero vivir en la ciudad
y ellos lo hicieron posible
con su amor
pero también con sus pleitos
gritos
violencia
con las madrugadas frías caminando
hasta la casa de la abuela
una madre con sus dos hijos pequeños de la mano
mientras un padre va a su lado en el carro
pidiendo perdón y que regrese a la casa
me fui de casa
para no escuchar las peleas diarias
para no notar la tensión
para no escuchar a mi madre quejarse
y preguntarme qué hacer:
yo, la hija, no era hija
era amiga, confidente
r e s p o n s a b l e
mamá se fue
tres semanas después
de mi escape
yo huí
y ella se liberó
el ocho de marzo
vaya coincidencia
nuestra casa dejó de ser nuestra
ahora digo
voy a casa de mi hermano
a casa de mi mamá
a casa de mi papá
pero la casa de mi papá era de todos
y ya no se siente de nadie
ni siquiera de él
es un cascarón vacío
y frío
siempre reluciente
habitado nada más por los fantasmas
de la familia que fuimos
y no volveremos a ser
Leida Castellanos
Lo prohibido
El delicado movimiento de mi mano,
la decepción en su mirada elevada
que apunta como un francotirador que aguarda
desde lo alto de su autoridad.
El andar femenino me convierte en forajido,
el canto surge sorpresivo,
por un flanco las piruetas me defienden
y por el otro los versos proclaman lo temido.
Bailo para mí ante ti en la sala de la casa,
floto sobre las fibras de la alfombra naranja
donde alguna vez me sentí protegido,
ahora me protejo de las balas de tu mirada.
Canto porque puedo y compongo lo que quiero,
pero un balón detiene mis labios.
Le pego mal, rompo el cristal,
su filo desgarra las cuerdas de mi garganta.
Desafino.
La pausa, la nada, el vacío.
Un escondite.
Silencio los gritos.
Me entretengo con la muñeca,
le pongo un vestido.
Suelta putazos y sácale sangre,
defiende el honor del apellido.
El rosa es mi color favorito.
Una clase de karate para hacerlo hombrecito.
Penes largos y cortos, todos circuncidados
pasean campantes a un metro de altura sobre el piso mojado.
No los mires. No los pienses, mucho menos los desees.
Cierro los ojos, me tapo los oídos.
Explota líquido blanco, sal de este cuerpo maldito.
David Jasqui
Sonidos superpuestos
Ojalá pudiera decirte, abuela,
que dejé la manía de desvelarme
viendo series o haciendo collages,
que las lombrices del patio y yo
seguimos siendo amigas
o que todavía busco moneditas
perdidas entre macetas o dispersas por la tierra.
Ojalá pudiera decirte que aprendí
a lidiar con los sonidos superpuestos,
las conversaciones, los balones
la tv, el bajo sexto,
todo al mismo tiempo.
Que puedo poner atención a lo que siento
más que a lo que pienso,
que dejé de escuchar conversaciones ajenas
o que ya no hago preguntas.
Ojalá pudiera decirte que dejé de amar el silencio,
pero me hice amiga de la soledad
y de los gatos
místicos compañeros.
Sigo patinando,
aún escucho a Selena Quintanilla,
pero cambié la grabadora por una alexa
y el hielo por el concreto.
Los golpes duelen más en el calor,
en el frío casi no se sienten.
Las caídas me abrieron heridas
y me dedico a curarlas.
Aprendí de ti los cuidados
de abrazos cálidos y suaves,
en tu patio las plantas florecieron
y yo me hacía bolita con las cochinillas.
Los postes que rodean la carretera
ya no me parecen tan grandes,
el vértigo al ver el vacío llega y desaparece.
Sigo siendo seria y curiosa,
le hago cuestionamientos a la gente
y aún me da miedo señalar la luna,
aún me cuesta dormir,
pero papá ya no me pasea en su coche
hasta caer rendida.
Ya nadie me pone música de fondo
ni se sientan conmigo a hacer la tarea.
Ya no me preocupa mi ombligo saltado
ni olvido apagar las luces.
Ya no tengo estrellitas fluorescentes en el techo,
mamá ya no pinta mis paredes
ni repara lo descompuesto.
Me dejo sentirlo todo,
en la dualidad encuentro un eje estable
y en la superposición de ondas sonoras
creé mi propio sonido.
Ya no paro los oídos
ni rezo
ni canto
ni recibes
lo que escribo.
Ana Lucía Aldrete Arrieta
La casa grande
I
Las puertas, siempre bien cerradas. Las ventanas, no se diga.
Cortinas pegadas como ojos con lagañas.
Afuera parece que duerme, pero adentro, todos estamos despiertos.
Nadie puede ver qué pasa dentro de la casa grande.
Unos pensaban que no estaba habitada,
que estaba embrujada y que la mantenían limpia unos fantasmas.
Fantasmas en sábanas blanquísimas en constante lamento,
llorando porque todos los días lavan la ropa de cama.
Un chisme era que ahí era la prisión de un monstruo que comía lo que cinco,
que bebía lo que cinco y que sentía lo que nadie.
Podías saber qué casa era la del monstruo,
sus desesperantes gruñidos iracundos se oían todas las noches.
Yo vivía ahí y eso último es mentira.
Los sonidos de noche son los ronquidos del tabique desviado de mi papá.
Que mientras él soñaba con atrapar peces y salir de la deuda en la Bancomer,
se convertía en el dragón Smaug
y nosotros en un tesoro somnoliento.
II
En esta casa no se prenden las luces en la noche
porque lo que se puede ver de noche, se gasta,
y lo que se ve, se desea,
lo que se ve, se puede recordar mejor.
III
Yo salí de la casa grande a una casa chica.
Una casa que por fuera está rallada y dentro no cabe nada.
En esta casa no hay cuarto para niños.
En esta casa no hay espacio ni para fantasmas.
En esta casa, por demás ajustada,
se prenden los focos a todas horas
por que como luciérnaga que prende sus adentros:
busca, busca, busca quien se meta.
Algunos vecinos creen que en la casa chica vive un monstruo.
Está bien, no los culpo,
porque cuando decidí traerme un recuerdo de la casa grande
también me traje los ronquidos de mi papá.
Guillermo Callahan
Eduardo Mosches, Palabras en el desierto, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Popular, 2023, 92 pp.
¿Qué es el desierto? En un sentido real, el desierto invoca aridez. Desde un punto de vista filosófico, el desierto sería una extensión superficial en la que, si bien es estéril, existe siempre la posibilidad de encontrar algo debajo de él. Es decir, paradójicamente, el desierto es uno de los paisajes más fértiles y al que el ser humano puede acceder a partir de un proceso introspectivo que lo conecte con su ser espiritual que devenga completud. El destino del ser humano es, entonces, el de construir sobre la base de una ausencia de certeza, y así, el desierto se asume entonces mera posibilidad. ¿Y la palabra? La palabra es el principio vital y el logos, a saber, el sentido profundo del ser y su acercamiento con lo divino que, como acto de la razón, nos acerca al mundo más allá del sí mismo y del abismo.
Palabras en el desierto, de Eduardo Mosches (Buenos Aires, Argentina, 1944), teje justo en la palabra esa posibilidad que es la construcción de una realidad vivida desde un cierto punto de vista: la voz que dice, nombra, a partir de palabras mónadas. Palabras que configuran un todo como la propia agua desde donde se origina una gota.
El recorrido se marca en orden alfabético, de la A a la Z, y bastan sólo dos palabras con cada letra del alfabeto personal del poemario, que la sustancia prolífica suelte una savia que moja el desierto, para que florezca el poema. Así el poemario, compuesto por 47 poemas, enfilan la fertilidad de un desierto que ya no es tal.
En la palabra de este desierto poético, el “Agua” se descubre con asombro entre un vecindario ruidoso que ostenta el nombre que debió llevar el planeta Tierra. La sequía, esa herida tan sentida cada vez más, tiene en la ciudad el escenario perfecto para desbrozar el cosmos del “Árbol” que flota en los recuerdos de la infancia, en la llegada al otro lado de los océanos, en un recuerdo refractario de lo femenino como tierra que, nutricia, siempre espera. La casa, el limonero y el deseo sobrevuelan los poemas en un aleteo permanente sobre la historia escrita en presente, pero engarzada en una memoria que no olvida.
Así, frente al desierto, qué mayor fertilidad que la vida vista siempre hacia un futuro por llegar. Los humedales vivenciales nunca tienen eco en el solipsismo; más bien, en la comunidad que “arremolina los cuerpos” en el vagón del tiempo y que construye lo humano sobre el cauce de la palabra compartida con los otros. Por el acto del lenguaje, “una mano pinta índigo” en la ciudad que, en el poemario, es el ancla de la voz que habla.
El “Destino” es ese lugar de llegada que ningún azar perdona. El cuerpo es música, danza, pulsión y noche. La noche llega cuando la ciudad cubre los ojos, o cuando los “Gatos” maúllan en la nota de una “Flauta” donde el sonido nace y atraviesa el aire y, en el corazón, el fuego es el primer símbolo de la existencia.
Pero lo “Humano” es quizá lo que refulge en el oasis que se divisa, a lo lejos, en cierta planicie de un desierto que persistentemente mira en círculo: nadie aún es inmortal, ni siquiera las pirámides, la lluvia, la sangre o los recuerdos que nos construyen. La humanidad es sólo una marca de agua en medio del camino, una “Isla” en medio del jardín que siempre está ahí para recordarnos el desierto y su posibilidad. La “Luna”, en vínculo permanente con el agua, acompaña al humano a aquietar sus propias mareas, y la luz que desprende no descubre ninguna “Llave” en el firmamento porque, al final de todo, la llave simboliza cualquier clausura.
El inmenso “Mar” es comparable a la grandeza de los seres que conformamos el planeta, olas voluptuosas que mueven con su pasión esa aridez que la “Palabra” germina con intensidad en la gota que es el “Lenguaje”.
A Palabras en el desierto lo atraviesa un río de cuerpos que sueñan el deseo de un sueño compartido. Lo humano y lo común son el liquen de estas palabras que, a tiempo, y en un ir y venir sobre la historia propia de esa voz que no ha dejado de decir, una ruleta que juega con el tiempo implacable. La infancia, el viaje, la memoria, llegan al final en el zigzagueo que ningún oráculo puede definir. La palabra es la que habita el desierto.
Palabras en el desierto muestra dos obsesiones que, me parece, son una constante en la poética de Eduardo Mosches: por un lado, lo humano y su condición existencial dentro de lo social, y por el otro, la apuesta porque la palabra sea ese humedal donde la memoria nunca sea árida. A partir de ahí, las capas de la poética de estas Palabras en el desierto, resuenan en la higuera biográfica que se anuda con cuidado y trepa por la experiencia vivida del sujeto del discurso, que enuncia sus palabras para construir una memoria poética honesta, humana y obscena en tanto que la vivencia en clave personal discurre constantemente como el agua que moja Palabras en el desierto.
glacial
si no fuera el calor una palabra
prolongándose
una lenta estación durmiendo
sobre tu iceberg corazón a la deriva
si temblorosas no
viera tus manos derretirse
una temperatura nueva
se enreda en tus dedos
descubriendo
que hay otras quemaduras
en la nieve
me sentaría a esperar en tus pasturas
en tu postal de labios congelados
otro débil verano en el aire
biografía del hielo
ama rápido, me dijo el sol.
José Watanabe
no conoce la prisa
ni sabe qué es recogerse en pedazos
intentar protegerse del clima
del rencor
de la mala memoria
no sabe qué es desarmarse
y buscar
en todos los cajones
un poco de cinta para párpados rotos
el pegamento de un viaje en carretera
la costura de un timbre emocionado
retenerse
despacio
sin piezas faltantes
sin equivocaciones
que intentan deshacer un rostro
la esquina precisa de una sala
con esas manos
que me sujetan porque no las he soltado
hazlo rápido dice
no puedo hacerlo de otra manera
*
con qué prisa se derriten
¿te das cuenta?
con qué velocidad su piel
sus rígidas líneas
sus ángulos se doblan
se vienen lentamente abajo
como ciudades a la orilla
de un pantano
que el viento es incapaz de enderezar
en sus débiles pies
*
no puedo decir tu nombre
sin que se atore en los dientes
un beso
que me parta los labios
una espiga
que me pierda una aguja en las pestañas
un algo de agua
que me seque la tierra de los ojos
quiero decir
no hay mucha diferencia entre llamar y perder
saber que alguna pieza
una tuerca de ti
un tornillo específico
tal vez el que te unía
al momento preciso en que tu madre
te enseñó a contener el fuego
algo
se desprende
de ti
de tus sonidos
*
qué bella cicatriz
la que me deja abierto
la que me hace mirar esa ventana incurable
sus pequeños cristales
la pedrería de un dolor luminoso
eso también es mío
el mar de las oportunidades perdidas
las islas de la propia torpeza
las naves que ha quemado el egoísmo
las botellas al mar arrepentidas
costas que sólo sé de oídas porque otros las vieron
la tripulación de decisiones que me dejó a mi suerte
la mancha de mis propios tiburones
qué hermosa herida
la de la luz que muerde el hielo
y destempla sus ansias en el frío
*
rápido
porque somos charcos frente a una coladera caliente
un cuerpo sin bordes
casi afecto
casi odio
casi algo
que sabemos amar como la orilla distante que espera una ballena perdida
como las grandes olas que arrastran navegantes hasta apagar todas sus velas
hasta desprender todas las anclas de sus ojos cerrados
porque no puede ser de otro modo
y amar
es un platillo que sólo puede cocinarse en los hornos de un reloj descompuesto
donde el tiempo no pase y sin embargo
destruya todas las paredes
los delgados centímetros de la cintura
el bosque natural de los cabellos
y los lagos ocultos de la buena salud
donde un día luego de años y años de aprendernos los pasos el sonido del hambre y el
alivio ya sin ropa
amanezca
y veamos un corazón dormido, la costumbre, un corazón con raíces que abra los ojos
verdes como lo son los borradores de la dicha
breves como la calma entre los dientes de las circunstancias
donde pensamos que sigue pastando un caballo con hambre
aunque hace mucho se hayan vaciado los establos
rápido me dijo el sol
porque no sabe que es el único intento de perdonarnos los segundos, las creciente
arrugas, el fuego que azuzamos sin querer
hasta quemarnos por completo
* Poemas pertenecientes a Antártida, libro ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes (INBAL / FCE, 2023).
En Ábacos incluí poemas escritos durante más de diez años, engarzados como en hileras de un ábaco que cuenta hasta el siete y sus múltiplos. El número se debe a la sección central de la colección, “Lo no escrito, posible”, una serie de centos o collages armados a partir de mis traducciones de versos de diferente autoría: W. S. Merwin, Kay Ryan, Mark Strand, Christopher Reid, Eavan Boland y Louise Glück. Tales traducciones reflejan, como siempre que escribo, el rumbo de mis lecturas durante este tiempo.
Las otras partes son temáticas (el cuento, el bestiario, los nocturnos, los solos) o con poemas de la misma estructura: las derivas (piezas con cuatro cuartetos en los que el primer verso es de dieciocho sílabas y los otros tres, de seis, justamente una deriva de los dísticos de varios textos antiguos) y las mínimas (versículos de diferentes temas, en su mayoría de la longitud de un tuit).
Contar es aquí enumerar y entramar. Aprendí en un ábaco los números, en español y en inglés. También aprendí que siguiendo el cómputo puedes ir haciendo figuras, como las que mi maestra de inglés en la primaria hacía en un ábaco gigante de diez por diez. A la mitad de la cuenta, había trazado dos triángulos encontrados que podían hacerse y deshacerse con cualquier movimiento. Todavía puedo escucharlos sonar y desaparecer: tac, tac, ta, tssshhhh.
La colección también esboza una espiral porque empieza con un poema llamado “Ábaco” y termina con otro titulado “Ábacos”, un casi círculo que no se cierra porque nada se repite y somos pura variación.
Aquí está el ábaco del libro:

El ábaco
Asiéndome de un ábaco,
de un panorama.
y treinta y tres tejados,
de noventa y seis grietas que desajustan cualquier válvula de presión,
en cualquier ciudad.
Las múltiples hojas, al viento,
y los árboles son piezas que calculan inmanencias,
guardan ríos inconclusos,
residuos de las correspondencias en el mundo.
Tantean también, rapidísimo y de volada,
un boleto para el día veinte,
una puerta en un octavo piso y hasta
la figurita errante en que me convertí
aquel agosto que fue como un palo de agua,
una sonaja de cuentas:
un guijarro suelto en el tablero del tiempo.
Derivas de insomnio
El insomnio es un remedio para no tener que despertar.
Es ese zumbido
que gana presencia.
Y que nos deshoja.
Aparece y cierra una cortina tenue en torno a quien inquieta.
Solo queda el sueño,
como un ángel líquido
sin orientación.
Tres gotas de insomnio colman, destiladas, una tempestad.
Cómplices de sombras,
siempre intermitentes,
llueven intranquilas.
No tiene insomnio. Está viajando. Amarga y desprotegida.
Desdoblando el mundo,
aligera el peso
de la realidad.
Solos los ecos de la aproximación
…porque siempre será cierto que nunca podré percibirlo al mismo tiempo
frente a mí en toda su inteligilibilidad.
Merleau-Ponty
La percepción es un escudo que nos expone y protege. Cada cosa acecha desde su zarpazo de tigre.
Las circunvoluciones de una nuez se vuelven laberintos mortales para el ojo desprevenido. Para el erudito, modelos a escala del mundo.
Las cuentas guardadas en una granada son moneda de cambio para transportar un paladar impreciso. Mero anzuelo entinturado para el sediento.
Algunos creen que la tibieza del ámbar perpetúa la revolución de un invernadero. Según otros, sólo encarna ocres transparentes de ligereza.
Para un oído atento, la caracola puede contener el desvarío de todos los susurros. El confiado no notará más que espuma breve, callando.
La suavidad perfumada del arroz hace a algunos ermitaños. A otros los vaporiza con las esencias más comunes, de apariencia inevitable.
Hay quien al soñar recolecta y cataloga la placidez, el olvido sereno, la justicia, la ligereza y el desapego. Otros sólo alcanzan a quedarse con el guante, vaciados de lo intrínseco, vulnerables en lo hueco, difuminados de sí.
La conciencia es una franja ultramar que distingue a quienes han decidido no liberarse de su nombre. Aunque hay algunos que creen que es un regreso. Que es ver cómo se reacomodan las cosas en lo que había parecido ser su lugar.
Tal vez vivimos al darnos cuenta del privilegio que es poder notar las peculiaridades de las cosas desde otro lugar. Ése es el verdadero asombro: atender el eco y deslizar la frontera.
El cobre especular
Los minutos de luz que ganas al acercarte gradualmente a la ventana cada atardecer.
Retrasando la lámpara, el deterioro, el cobre especular.
El gris como refugio cotidiano.
Los instantes y su ilusionismo consumado.
La porción del cielo irrepetible. Su modo de dejar.
La luz que se filtra a la memoria es justo lo que llamamos memoria.
Un espacio de experiencia resignificado
abstraído
desplazado.
El murmullo continuo del entorno que
finalmente
sedimenta como dedos delgadísimos en la conciencia.
Si esperas lo suficiente, el naranja se dispersará.
La urgencia del azafrán tornará el cielo en violeta.
Flor de la audacia.
En silencio pardo.
Negro diluido.
Índigo excéntrico.
Añil manejable.
El anacronismo de lo que repetimos.
El grafito y su resplandor de horizonte.
La proximidad adormecida.
A veces la forma es la maquinaria. A veces, la constancia.
A veces, la repetición.
Otras tantas veces todo sobra.
* Poemas pertenecientes a Ábacos (Mantis Editores, 2023).