La bruja del golfo de Arauco
Mi abuela Victoria tenía un solo ojo
y no le importaba renguear su pierna velluda,
porque eso daba terror.
Pensaban que tenía dientes en la vagina
porque no había conocido hombre.
Eso decían los hombres que no la habían conocido.
El diablo se viste de blanco, decía,
los mineros también lo veían así todo el tiempo.
Llegaba el diablo de vez en cuando y trataba
de llevarse algún borracho.
Tenía un diente de oro ese diablo y dicen
que a veces la conocía un poquito
en el rellano de la puerta de las lavanderas.
Mi abuela Victoria distinguía el olor del diablo,
decía que olía a sudor y orines,
pero que vestía de un blanco inmaculado
y que su diente brillaba en la oscuridad.
Eso decía, pero no podíamos estar seguros,
después de todo ella tenía un solo ojo.
Él subía de las catacumbas de la mina por la noche
anunciado por el llanto de una guagua.
Los mineros le habían dicho que la guagua
tenía dientes de oro y cuando la mirabas quedabas
convertido en un trozo de carbón.
Pero mi abuela Victoria decía que el diablo
se le aparecía a media tarde
después del lavado y que lo reconocía
antes de olerlo por la enorme sombra
de cuatro metros que proyectaba sobre la tierra.
A veces, decía ella, el diablo la visitaba
vestido de lagarto o gato descomunal,
aunque la mayoría de las veces le gustaba
llegar con su traje blanco
y su piel curtida por el sol.
Al diablo, decía Victoria, le gustaba darse aires
de señor cargando un bastón de madera
y un sombrero de paja con alas perfectas.
Tenía ojos como polcas, decía,
azules como polcas caídas del cielo.
A Victoria, mi abuela mestiza,
le gustaba ese diablo, se podía ver,
y al diablo también le gustaba Victoria.
Le gustaban Victoria y los borrachos de la mina
que se llevaba de vez en cuando
a las catacumbas de carbón.
Sin embargo, a Victoria no se la llevó el diablo,
sino una gripe endemoniada
después del invierno del 1918.
A Victoria se la llevó el Altísimo
entre toses y mocos, pero expiró mirando
la sombra larga que se extendía por el corredor.
Los lagartos no se volvieron a meter en la casa
después de eso.
Han dicho de mí
Han dicho de mí que soy alta y greñuda
con la fuerza de las bestias del campo
que no tengo voz
que soy una loca violenta y peligrosa
que soy vulgar y maloliente
que asusto a los niños con aullidos de loba.
Han dicho de mí muchas cosas aterradoras.
Que soy capaz de doblegar la fuerza de dos hombres
que muerdo y que tengo la rabia de los perros
que me sale espuma por la boca e incluso
que digo obscenidades cuando se me acercan.
Que mi ánimo es beligerante y deseo quemarlo todo.
De todo aquello que han dicho de mí
solo esto último es cierto.
Antes escribían sobre este nombre que cargo
versos de amor
pero en aquella época yo era joven
delgada y hermosa
y tenía una dote de veinte mil libras esterlinas.
En aquella época yo era delicada como una flor
y no podía mirar a los ojos.
—Sus ojos son demasiado grandes —decían.
Así que debía bajar la vista y seguir el camino
al que me destinaba mi marido.
Un día, después de seguirlo por el bosque
me dijo que no pensaba por mí misma
y que dependía de él para todo.
—Eres una carga pesada —me dijo.
Para entonces ya no había dote
ya no era delgada y hermosa
era más bien una mujer común.
—No piensas por ti misma —dijo
y me encerró en un castillo
pero el castillo era inmenso y helado
así es que me relegaron a un ático
donde me daban ginebra para calentarme
y así no molestaba a las visitas.
Es verdad que quise quemarlo todo
pero fallé en mi objetivo.
Un día quemaré sus castillos
y derretiré con mis aullidos
todos
La cazadora
Puse las plantas de mis pies sobre la piedra fría,
fue un gran alivio después de correr
por la tierra cálida del exterior,
pero la penumbra de la cueva me cayó
como un golpe en la nuca.
Perdí a la toruca hace rato,
pero la volveré a encontrar,
está cerca,
puedo sentirla palpitar en el viento.
Mientras tanto unos roedores no estarían mal,
puedo escucharlos tramar en lo oscuro.
El aire saturado hace que me dé
un retorcijón en el estómago.
Si me detengo tendré calambres pronto,
pero qué importa.
Hace tiempo tengo la necesidad de ver a mi madre
y cazar con ella,
quizás vuelva al origen muy pronto,
me deje arrastrar por el viento de la costa,
el olor del pescado,
la humedad del mar.
Miro arriba, a los lados,
mi respiración no me deja pensar,
hago demasiado ruido.
Hace tiempo sueño que muero,
quizás este sea el lugar.
A veces desaparecemos
y solo nos vemos de costado,
a veces,
en los sueños de la madre.
La bruja se interna en el bosque
Me trajiste una noche por las crestas
de los montes pedregosos
y me arrojaste a la caverna.
Aquí estás ahora, cautivo de mí.
Vuelves cada noche a esta cueva
y te repites conmigo,
me paladeas y me consumes, me regurgitas
y a la noche siguiente de nuevo estoy aquí,
rota, viva, jugosa.
Mis habilidades de bruja no dejan
de cautivarte.
Me matas y vuelvo a la vida,
una y otra vez, por los siglos
hasta el final de los tiempos.
Vuelvo a ti con mi capa,
para atraerte de nuevo,
yo, la de la capa roja mancillada
de los años pasados,
yo, heroína palpitante
de los nuevos tiempos.
Me quedo en tu guarida de tierra
contigo y te escucho resollar,
con la respiración tranquila
de las bestias que han comido bien.
Me solazo, bestia de los montes,
en la sobra de tus cuencas vacías y
guardo silencio, espero a ver
cómo asoman su cabello oscuro
las otras bestias del campo
cuando te duermes junto a mí.
Se mueven en círculos en rededor nuestro
mientras tú vas sucumbiendo al sueño.
Tampoco saben estas bestias
de los bosques fríos
que la era de la bruja
ha llegado.
Me escribiré de nuevo y no tendré fin.
Dunas
Cuando me arrojaron a las dunas
casi estaba el sol en su punto más alto,
así que me puse la capa protectora sobre la cabeza
y la enrollé bajo mis pies
para no sentir el letal calor del desierto.
Yo había tenido tantos sueños
con aquella mujer
y por tanto tiempo en el pasado
que podía percibir desde la infancia
su aroma dulce de siemprevivas,
evocarla con una precisión tal
que había memorizado
el mapa pecoso de su rostro
y los pliegues de su cara al sonreír.
Se supone que estaba ahí para encontrarla
o se supone que para ser hallado,
por ella o por las víboras del desierto,
los feroces gusanos de tierra,
los pequeños roedores de la estepa desolada.
Un rescate, pensé, ilusamente,
sin saber que pronto sería rastreado,
enrolado por algunos hombres
parecidos a beduinos
y cautivado
por la inexorable tristeza
de los amantes fallidos,
que historia tras historia
se encaminan hacia su propia destrucción.
* Poemas pertenecientes al libro Un día quemaré sus castillos (Overol, 2022).

Autor
Greta Montero Barra
/ Coronel, Chile, 1986. Poeta. Profesora y doctora en Literatura por la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de poesía Dummies (2013) y Balada del Señor Cuervo (2016). Un día quemaré sus castillos es su tercer libro de poemas, cuya edición española circula con el título La poesía acabó con nosotras (2022). Poemas suyos han sido incluidos en diversas antologías chilenas y del extranjero.