noviembre 2024 / Inéditos

Las partículas feroces

 
[Equívoco]

Obstinado
tachas del mapa
la algarabía de mi voz.

Mi cuerpo invisible es ahora un equívoco:
el flanco lodoso del musgo
y un olor a pólvora y mordaza.

A mis espaldas
un canto turbio se teje entre las hierbas
y las vocales del fuego me recuerdan la zozobra.

Parece que las heridas no son suficientes
porque el agua también afila sus puñales
y los entierra en mis alas ennegrecidas.

 
 
[Negación de la noche]

Eres polvo ahora. Silencio que se repliega entre los párpados, una honda herida que desaparece con la luz. Has caído más allá del fondo, has tocado el otro lado de tu desnudez. No hay forma de respirar, no existe el aire, sólo marañas que se enredan en la memoria de los pulmones y hacen de la asfixia un territorio. Cada una de tus partículas se adueña de su fragmento de oscuridad, del abrazo de la noche que pedía tu cuerpo. Conseguiste disolverte, desmigajar tus palabras, ceder ante el vacío. Sabes que los mordiscos de los gusanos no son una alucinación, pero hay algo fuera de ti que retumba y se niega a morir.

 
 
[Estrategia]

Para morir
hay que abrir la boca
y tragarse la pastilla del odio.

Cerrar los labios
para que se pinten de morado
y ungir las pestañas con un sello.

Para morir
hay que dejar que las palabras
se suiciden primero.

 
 
[Plegaria]

Madre del Desamparo
no traigas tus palabras húmedas
retira de la tierra tus ojos sedientos de barro.
Encadena a las nubes las partículas feroces
e impide que se confabulen con el hielo.
No envíes el agua interminable
que ayuda a germinar la herida
ni dejes que repique la tormenta
con su mordedura encarnizada.
Danos sólo el agua dócil
el canto de las gotas más esbeltas
y deja que la vida anide en el paisaje
sin que la muerte escarbe en las raíces.

 
 
[Avaricia]

los dientes hambrientos del ojo
Tristan Tzara

El ojo quiere hormiguear en otros territorios
morderlos con avaricia
degustarlos entre relámpagos.

Todo lo quiere el ojo:

reverberar bajo climas indomables
poblarse de perfumes de los mares antiguos
abrazar los latidos del bosque
hurgar entre las sombras de un álamo marchito
deshacer con su lengua los átomos de la niebla.

Flotar entre el trigo y los campos de hibisco
pestañear en paisajes incendiados
comprar meteoritos
llorar en compañía de los pingüinos
contemplar, contemplar, contemplar…

Danzar con los ríos
deslumbrarse con el ámbar y la saliva
desgajarse en el pavimento
ser estaño y silencio.

Y seguir pululando entre las gentes
tenderse en una azotea
reinar entre el esplendor de las ruinas
viajar camuflado entre semillas
dejarse arrastrar por el viento y las abejas
resfriarse entre los pinos
ser desobediente ante los gritos
perderse en el horizonte
subir a un rascacielos
[para lanzar todas las miradas posibles]
y luego desgranarse herido de cansancio.

¿Todo para qué?

Para humear dormido entre los vaivenes del cuerpo
gozar de los parajes cerrados de la sangre
y caer, caer, caer
en la noche que todo lo devora
ir cada vez más adentro
y contemplar el olvido
antes de hundirse en la desgracia.

 

 


Autor

Sandra Uribe Pérez

/ Bogotá, Colombia, 1972. Poeta, narradora, ensayista, periodista, arquitecta, especialista en entornos virtuales de aprendizaje y magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana. Ha publicado los libros de poesía Uno & Dios (1996), Catálogo de fantasmas en orden crono-ilógico (1997), Sola sin tilde (2003; edición bilingüe español-inglés, 2008), Círculo de silencio (2012), Raíces de lo invisible (2018) y La casa. Antología (2018). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, italiano, francés, portugués, griego y estonio, incluida en diferentes antologías y publicaciones nacionales e internacionales, y galardonada en diversos certámenes literarios y periodísticos. Actualmente es docente de la Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca.

noviembre 2024