“El mundo se teje y desteje con la sola idea del dinero. Es una telepatía que crece. Y la incongruencia es perfecta bajo el mandato de billetes que se apilan dentro del castillo para disipar las sombras sobre lo inhumano interminable. El mundo salvaje que fui conociendo; la vida inconsistente como plumas caídas de pájaros. La fantasía les dicta números que se traducen en cosas: autos, casas, joyas, edificios. Y todos somos libres aquí dentro, mientras no pensemos. A la mínima expresión de inteligencia el revólver acaba con la persona; a la mínima voz que opina los puños de los guardianes vociferan con la muerte. Son velos y velos. Engranajes poderosos. Nos ciegan. Como una fábrica de fantasías y premoniciones. La maquinaria no se detiene: es la única certeza. Y desde todos los rincones el tedio lleno de caramelos, rodeado de confort. Tedio endurecido, rancio; un gotear de cansancio y melancolía. Desde todos los rincones y hacia ningún lugar” (Silvia Eugenia Castillero).
Después, seguía la muerte. ¿Después de qué? Después de la existencia de nueve –novecientas, nueve mil, noventa mil, noventa mil novecientas noventa y nueve— personas atropelladas por la vida. Por esa vida que revienta, atroz, aquí, afuera de la Expo Guadalajara, donde se celebra la Feria Internacional del Libro y en este momento hablamos sobre este brutal, desesperanzado y hermoso libro de Silvia Eugenia Castillero (Ciudad de México, 1963); porque a través de la palabra, de la poesía, Silvia transforma en belleza el horror, a los sicarios, sus prostitutas, su manía por la sangre, su soledad y su desamparo absoluto.
La primera versión de El Rayo, Emma, Gili Tena, Loredo, Lorenzo, Lucrecia, Norma, Laura Tirado y Romina se escribió entre 2015 y 2018. Los desgraciados personajes —ficticios y no— sobre los que Silvia Eugenia coloca la obra poética en Después, seguía la muerte (2024) están inspirados en Aritmética del dolor, una serie de 12 óleos y técnicas mixtas sobre madera, la mayoría retratos, de la pintora tapatía Rosalba Espinosa.
La voz que puso la poeta en los retratos y la investigación que hizo sobre los sicarios –qué palabra más común y filosa— dibuja un mundo confuso que sucede entre el frenesí de la cocaína y el cristal y la anestesia del fentanilo; la sorpresa de los levantones, la violación y el fracaso en el intento de huir. Con palabras que se persiguen, a veces como bocanadas de crack, a veces con la velocidad de las anfetaminas, Silvia Eugenia nos recuerda en poco menos de 130 páginas que los olvidados, no lo olvidemos, siempre fracasan en el intento de huida.
Y nos recuerda que, mientras ellos sigan aquí, tampoco nosotros podremos escapar.
En México la aritmética del dolor cuenta, hasta enero de 2025, casi 120 000 denuncias de desaparición en México y alrededor de 15 500 en Jalisco, la mayoría desde 2008, cuando no aprendimos que sacar el Ejército a las calles es muy mala idea. A ellos, se suman 330 600 asesinatos entre 2013 y 2023, más los acumulados en 2024.
Pero los números tienen la costumbre de ser infinitos, indolentes. Han demostrado que no conmueven a quienes no viven la tragedia en la propia piel.
A fuerza de palabras bellas que es difícil evadir, Después, seguía la muerte nos obliga a mirar de que hay personas detrás de la máquina que arranca de cuajo la esperanza en regiones enteras de este país, en cuyas oficinas oscuras y mugrosas se apila, en carpetas, la suerte —la mala suerte— de miles de personas y donde las fosas humanas han dejado de ser clandestinas porque tropezamos con sus huesos en nuestro camino cotidiano.
¿Quién está detrás de la maquinaria? ¿Es acaso la niña violada y prostituida que se volvió sicaria? ¿Es el chico al que levantaron y entrenaron para asesino, igual que a un pitbull rabioso? Fiel al horror y fiel a la belleza de la poesía, Silvia Eugenia nos pone ante los ojos de un hecho que nos conviene bien poco: los obreros de la carnicería son perpetradores y víctimas. Su única salvación reside en la mirada profunda de la poesía.
En la historia existen momentos sórdidos donde la palabra es el único asidero. No a través de los textos panfletarios, que se hacen con dos o tres ideas rodeadas de consignas apasionadas, sino a través de la buena poesía, como ésta que escribe Silvia Eugenia Castillero y edita la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Hay una advertencia. La única esperanza que existe en Después, seguía la muerte es la belleza de la palabra exacta, filosa; del verso sublime; del poema en prosa a que no le falta ni le sobra una sola letra. Después de la muerte, nos enseña Silvia Eugenia Castillero, seguía la poesía.
El Rayo
Como desvanecidos sobre la luz del mediodía
regresaron por él.
Sin escaleras bajó creyendo ser uno de ellos.
Vio por primera vez el interior de esos seres oblicuos
y el deterioro de sus bocas;
la tramoya no era con ángeles.
Pareciera derretirse a lo lejos la ciudad,
líneas blancas como puntos suspensivos.
Después seguía la muerte o la vida inmotivada.
Afuera las alarmas lo buscan:
robos, asesinatos, violaciones.
Un sol chorreante cae a intervalos,
caminos posibles se bifurcan para atraparlo.
El Rayo predica su anhelo hacia la disolución,
indiferente queda en el borde entre ellos y el mundo.
Emma
Excavada en el infierno mi habitación es un escenario
soy de todos blanca en un mundo de mestizas
primero me dolía el cuerpo me dolía ser
triste de haber sido capturada
ahora todo es repetición
no hay escándalos ni luces que se asomen
me arrancaron el corazón en un sacrificio sin dioses
caí irremediablemente cuesta abajo
permanezco al pie de la pirámide
en una divina inutilidad
con sortijas de oro exhibida en una apadana
desde ahí el rey me mira y me ofrece a sus súbditos
soy reina desde que me disolvieron en la indiferencia
rodeada de jade en una luz escasa donde se mezclan el día y la noche.
Loredo
Del cuerpo y la idea
del cuerpo y los poros
ese roce de la piel
del cuerpo y la médula
un fluir de líquidos
avanzar desvanecer avanzar obligar
del cuerpo y las venas
vaciar volver olvidar caer
del cuerpo y los tejidos
cortadas quejidos cicatrices
del cuerpo y el amor
azoteas sótanos camas árboles
una célula luego dos luego todo
en medio de la nada se dejan los cuerpos
el miedo la noche el olvido
del cuerpo y la abundancia
sin boca en silencio sin oídos en silencio
del cuerpo y el límite
navajas risas navajas dolor recuerdos cuchillo
gritos sudor agonía un cuerpo
la muerte la calle.
Lorenzo
Con un hombre que ha enloquecido
Inger Christensen
Él da vueltas
mientras el mundo arde
da vueltas
mientras el mundo indiferente
da vueltas en su locura
mientras el mundo ermitaño se enrosca
da vueltas y arranca los ojos de ella
mientras el mundo apático
da vueltas en el grafiti de una boca que come a un niño
mientras el mundo ríe
da vueltas abanicando su pecho
mientras el mundo se alborota
da vueltas para dejar su excremento en las calles
mientras el mundo es una máquina
da vueltas en su salvaje dar vueltas
mientras el mundo inmóvil.
Lucrecia
Pero el junco sin agua no es junco
ni el roble sin savia es roble.
Un bebé moría en un rincón.
Entonces me recogieron
como fruto arrancado y verde todavía;
un destino olvidado de dios.
Tela de araña en zozobra
—a la intemperie—
me aferraba y sostenía.
Eran largos sus brazos.
Fui en ellos renuevo como en un huerto.
Mis raíces se extendían sobre piedras
hasta entretejerse al nuevo sitio.
Tuve que germinar en un suelo áspero,
una casa de impíos;
desde allí los montes se enfurecían
las columnas se arrancaban.
Desde allí morían los pájaros
y trituraban a lacayos, a mujeres,
a los débiles y puros.
Mi casa estaba llena de innumerables maravillas
pero no entraba el sol
ni veíamos el cielo.
Mi padre era como un dios poderoso
no cedía en su cólera;
sin motivo me multiplicaba las heridas
y no respondía a mis ruegos.
Me hartaba de amargura.
Con su fuerza me dejaba sin aliento.
Y me hundía.
Norma
Inventaba la nieve para dejar marcas sobre lo blanco
inventaba el desierto para perderse en lo innumerable
inventaba el agua para no detenerse en lo superfluo
inventaba la hierba para no mirar el horizonte
inventaba el viento para desparramarse sin límites
inventaba la palabra para no caer en los abismos
inventaba la escritura para desaparecer.
Romina
Camina, troquela, conjura.
Paso a paso en busca de su padre.
Casi a tientas, no respira, se tumba en el lodo.
Se anega, cae, trepa.
Calle tras calle viene perseguida.
La migra, los hombres, su miedo.
Ha pasado los túneles,
ha llegado hasta los grandes señores
que la tutean, la estrujan, la violan.
Mano tras mano, casi llega.
Sombría, taciturna, bandolera.
Pasadizos, hachas, cuchillos, lugares clandestinos.
Viaja en camionetas, se vuelve ciempiés.
Cruza las corrientes, se ahoga y renace.
Una franja difusa en lo que desaparece.
Y nuevos objetos naciendo.
Máquinas y máquinas.
Mira esas cosas que no son las mismas de allá.
Sus nombres no los entiende.
Autores
Silvia Eugenia Castillero
Ciudad de México, 1963. Poeta y ensayista. Algunos de sus poemarios son Zooliloquios. Historia no natural (2003), Eloísa (2010), En un laúd –la catedral (2012), Atrios (2018), En esa delgada separación (2019) y La isla (2022). Su libro más reciente es Después, seguía la muerte (2024). Parte de su obra poética está traducida al francés, inglés, italiano y bengalí. Actualmente es directora de la revista literaria Luvina y profesora-investigadora del CUCSH, de la Universidad de Guadalajara.
Vanesa Robles
Tlaquepaque, Jalisco, 1973. Desde 1995 su trabajo en medios de comunicación impresos, audiovisuales y digitales se ha dedicado a temas como la cultura, el arte, la pobreza y el medio ambiente. Su trabajo de periodismo narrativo ha recibido los premios Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (2000), el Iberoamericano Nuevo Periodismo FNPI (hoy Premio Gabo, 2002) y el Jalisco de Periodismo (1998, 2001, 2008 y 2013). Ha publicado dos libros de crónicas y uno sobre pensadores y pensadoras que confluyen en la FIL Guadalajara.