Aúlla el lobo gris en el collado,
sus pares le replican cerca y lejos,
la misma fiera asoma en cien espejos,
veloz acude al ávido llamado.
Tan vasto el bosque y mínimo el sembrado;
el fuego celestial de mil reflejos
entre las negras cimas de los viejos
pinos, arroja luz al urdido hado,
los hilos que atan lo alto con el suelo;
la música ominosa colma el valle,
acechar, emboscar, batirse en duelo:
ya escabulla, ya caiga, ya batalle,
el ser aquí caminará en desvelo,
hasta que el mundo cese el lobo calle.
Lejos de plaza y corte y de palacio,
de la alabarda inmóvil de la Ley
y del hedor espléndido del Rey;
donde el silencio labra todo espacio,
y código, poder y cartapacio
son los del lobo y de su hirsuta grey,
y el jabalí hoza el surco que abre el buey;
allá en lo montaraz, recio y reacio,
se yergue en soledad la casa-torre:
es la raíz de piedra de la fuerza
que resguarda y vigila y que socorre.
Es soledad armada en tierra adversa,
allí donde en alud la algara corre,
la bandería rápida y perversa.
De piedra sobre piedra se urde el muro
que macizo remata la pendiente,
en su vivaz profundidad caliente
la casa-torre es un solar seguro
en un mundo rapaz, febril, oscuro;
aquí el veloz, el hábil, el valiente
cuidan del lábil y del inocente,
gentil misión, carnal oficio duro.
El peso de matar y la armadura
castigan alma y cuerpo del bravío,
el cielo se abrirá en la sepultura.
Crepita el fuego en el salón sombrío,
el Boanerges refulge en la negrura,
estrella solitaria en el vacío.
La jauría gris al alba. Roncan como cachorros ahítos de leche junto al fuego que ardió para la guardia. El bosque y la humareda, a la vera de la casa-torre los perros de caza y de pelea. El muro gris al alba. En el principio la caverna: lo gris, lo rojo, los perros, la fogata; el palpitar de la presencia, su sueño sosegado que sosiega. El animal, la lumbre en el umbral.
Los parientes contemplan sin hablar
la misma lumbre arder de madrugada;
hay lebreles dormidos y una espada
montante, rumoroso bate el mar
sin fin del robledal y del pinar
al largo soplo noroeste; nada
perturba este reposo de manada
al amparo del muro secular.
¿Qué dicen los parientes cuando callan?
El andar de la sangre por sus venas
y el andar de su sangre en las edades
en una misma cuenca fluvial hallan
un decurso de indultos y condenas
y una canción sin fin de soledades.
Cabalga la mesnada: por venganza
incendiará de nuevo tierra extraña
y llevará talión, atroz hazaña
en incursión y armada malandanza.
Montante montaraz y mazo y lanza
resuenan valle adentro, la calaña
señorial ciñe rabia, robo, saña,
y conduce taimada la acechanza.
Al talión seguirá la correría
como al revés veloz prosigue el tajo
y a la noche sin fondo el nuevo día:
entreteje en el tiempo su trabajo
el hado, es humo su caligrafía:
“Despoja, tú, despojo para el grajo”.
Nadie oye tu ay en el hayedo, la mesnada que te holló galopa lejos; los tuyos dan voces y no te hallan en el hayedo donde yaces inocente la neblina sube con su respiración helada entre los troncos y los riscos; los tuyos interrogan al arroyo tan claro entre lo oscuro, preguntan al susurro de las hojas, tampoco los pájaros responden, hay un ay en estos bosques y una mesnada que galopa lejos.
Abyssus abyssum invocat
Un abismo llama a otro
Salmos, XLII-7
El conflicto se clava en el conflicto,
sin fin y sin principio la marea
de lágrimas y sangre, la pelea
en que sólo el dolor es el invicto.
Kalpas atrás se promulgó el edicto:
la karma sin cesar la karma crea
como la soga sigue su polea,
el hacer acarrea veredicto.
Sube de nuevo la marea, azota
los cuerpos y las almas, su rumor
bestial nos ensordece y nos derrota.
Voraz hoza el horror en el horror,
se va la luz de la conciencia rota;
el señor de la sombra es el dolor.
La cruz en el montante, el estandarte,
la torre que cuidaba del camino,
el épico apellido vizcaíno,
matanza encubren y saqueo, ¿el arte
habrá de horror con luz purificarte?
Soltó el letal montante el peregrino,
¿me puedes ser aún bastón de encino?
Servir con devoción al torvo Marte,
dolor de edades, no se llama gloria;
en mí te llevo y por llevarte peno
por desnuda comarca purgatoria.
Quizá rendido, y en amor sereno,
llegue a ver que tu fuerza es ilusoria;
que no es virtud viril, sino veneno.
Recibí, sin querer, de mi linaje,
una fruta carnosa que, en su seno,
disimula en el néctar un veneno
de crueldad disfrazada de coraje.
—Está en mí por amor, como el lenguaje
y cuanto fulge en ese cofre pleno
de un cálido caudal que es suave y bueno
a pesar de esta cólera salvaje—.
La ponzoña probé, fue cegadora,
descalzo caminé sendero duro
en pos de su figuración traidora.
Caí pesadamente hasta lo oscuro.
Aún no me levanto, se demora
la luz de la niñez, su fuego puro.
Linajes de intemperie se cruzan en mi sangre, unos perseguidores y otros fugitivos, llenos de lumbre, ávidos, vivos. Un tumulto de pasos y de voces pena y discute bajo las bóvedas verdosas del palacio insomne de los sueños. Vehemente, hostil, lleno de empeños, cuenta su tesoro de monedas caducas con palabras olvidadas, mas hablan el esperanto de los hematomas y los remordimientos; todas, todos los que fui, sucesión de espejos y cadalsos, piden perdón, claman que ya, que por amor, que todo acabe.

Autor
Pablo Molinet
/ Ciudad de México, 1975. Es autor de Cautiverio (2013). Ha escrito en las revistas Caravansari (España), Casa del Tiempo, Tierra Adentro, La Nave, La Otra, La Palanca, Pliego 16 y Ulrika (Colombia), entre otras. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (2004–2006) y mereció el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde en 1998.