Francisco Serrano, Movimiento de traslación. Ocho siglos de poesía lírica, Bonilla Artigas Editores, México, 2023, 256 pp.

Un traductor de poesía es un amateur o un profesional, como quiera que se lo vea, cuya tarea consiste en remontar dos dificultades: las de la lengua, entendida en términos generales, y las de la lengua literaria. Se olvida a menudo que el traductor de poesía no sólo traduce de una lengua a otra lengua, lo que ya implica un salto en el abismo, sino que traduce de una lengua literaria a otra lengua literaria. El objetivo no es sólo permanecer fiel a los significados, sino lograr que lo que es un poema escrito en una lengua extranjera, siga siendo un poema en la lengua de recepción. Hay tonos, texturas, filamentos y ritmos que pertenecen al habitus de la tradición literaria, y que el traductor debe trasvasar dentro de un margen de analogía para no fracasar en su misión. Si bien los privilegios de la inventio pertenecer al autor original, el traductor enfrenta en todo lo demás una misión muy parecida a la de éste: encontrar los equivalentes de vocabulario, de tono, de sintaxis, de ritmo y de significado, echando mano tanto de su conocimiento de la lengua como de su imaginación, de su inventiva, de su intuición literaria e incluso, de su flexibilidad sintáctica. Desde esta perspectiva, el traductor resulta ser, a su modo, un autor no reconocido, un autor oculto que se disimula o se torna invisible al ceñirse la ropa de alguien que se limita a acarrear significados.
Hay que tener en cuenta, aparte, la naturaleza misma del poema en tanto pieza de perfección lograda. Esos poemas que sobreviven al paso de los siglos, siguen vigentes en la memoria porque son perfectos. Imposible añadirles o quitarles una sola coma. La perfección los vuelve invulnerables, casi autosuficientes, y les otorga una coraza para resistir el paso del tiempo. Los poemas medianos y, con mayor razón, los mediocres, serán condenados al olvido por el más implacable de los críticos literarios, un crítico que rara vez se equivoca, dueño por lo demás de una objetividad a prueba de balas: el tiempo. No es poca cosa para el traductor de poesía saber que lo que tiene delante es una de esas piezas perfectas que han permanecido incólumes y resistido la tolvanera de los decenios y los siglos.
Con esto quiero dar una idea de lo que significa publicar, como lo ha hecho Francisco Serrano (Ciudad de México, 1949), una antología como ésta. Movimiento de traslación. Ocho siglos de poesía lírica sólo pudo haberse concebido asumiendo una enorme responsabilidad, y esta responsabilidad, estoy seguro, no sería posible si no estuviera precedida por una prolongada y perseverante devoción por la poesía. Por la poesía y por la historia de la poesía, hay que añadir. Serrano inicia su selección con un ramillete de trovadores provenzales, se sigue con troveros y minnesänger, añade a los autores anónimos de los carmina burana, se sigue con poetas del renacimiento y de la Pléyade, incluye al portugués Luis de Camões, a un par poetas isabelinos, a uno de los metafísicos, a seis poetas del romanticismo (cuatro de Inglaterra y dos de Francia), otros tres del siglo XIX, y por último cinco de lo que él llama los “albores del siglo XX”, donde se ocupa ni más ni menos de Yeats, Rilke, Apollinaire, Pessoa y Auden. Esto da un total de 35 autores, sin contar a los anónimos que habrían escrito en latín. A grandes rasgos, son cuando menos cinco las lenguas representadas aquí, en lo que sería el núcleo duro de la tradición poética europea: el inglés, el francés, el portugués, el latín y el alemán.
Aunque es obvio que Serrano traduce por gusto, se ha impuesto en Movimiento de traslación un condicionante formal que merece consideración: trata de apegarse siempre a la métrica de los poemas traducidos, a la vez que respeta de modo riguroso las exigencias consonánticas de la rima. Hoy en día, hay que decirlo, sin que esto signifique un reproche, es costumbre de los traductores prescindir del aparato de la rima, que impone a menudo dificultades insalvables. Muy a menudo, por fidelidad a la consonancia se retuercen los versos y se estropea la perla del significado. El reto que nos propone el traductor de este libro es mayúsculo, si se considera lo que acabo de anotar. Sus aciertos relumbran más en la medida en que se advierte que ha conseguido salvar el significado poético sin prescindir del artificio consonántico, y remontando, por decirlo así, sus escabrosidades.
Su selección de los poetas provenzales da la pauta de lo que habrá de ser la norma del libro. Al alto rigor artesanal de cada uno de los textos seleccionados, se añade la sensación de que, sin dejar de ser antiguos, estos textos podrían de cierto modo ser actuales. Ahí comparecen Guillaume de Poitiers, Bernard de Ventadorn, Arnaut Daniel y un atrevido poema amoroso de la condesa de Dia. A ellos les siguen los troveros y minnesänger, encabezados por Chrétien de Troyes, Heinrich von Veldeke, Heinrich von Morungen, Wolfram von Eschenbach y una selección de los carmina burana. Los poetas del renacimiento se lucen con un par de sonetos de Petrarca, varios textos de François Villon y otro par de sonetos de Louise Labé. De los escritores de La Pléyade, Pierre de Ronsard es el mejor representado. Serrano contrasta el poderío lírico del autor, a la vez que incluye un fragmento de su “Respuesta a los ministros protestantes”, texto en el que el poeta, que manejaba bien la espada, le hace la guerra en verso ¡a los calvinistas! (Ahí Ronsard, por cierto, se precia de inventar palabras nuevas, de rescatar algunas antiguas y en suma, de sublimar la maltrecha lengua francesa a la que él cree que consigue equiparar con el romano y el griego).
Como para indicar que un traductor nunca se siente del todo satisfecho con la versión lograda, y que ésta siempre puede mejorarse, en más de una ocasión Serrano ofrece segundas versiones de un mismo texto. Al hacerlo, Serrano nos invita a participar, o al menos, a ver más de cerca, su proceso de traducción.
Sería prolijo comentar sus traducciones de Drayton, de Shakespeare y de John Donne. De William Blake, Serrano opta por el famoso poema del tigre y lo contrasta con un breve poema dedicado a la mosca. Con su elevado pensamiento, el hombre, algunas veces, según Blake, iguala la ligereza de este pequeño bicho.
Me gustaría concluir mencionando los que son para mí los dos grandes retos que se propuso Serrano en este libro. Me refiero a sus traducciones de Rilke y de Nerval, dos poetas emblemáticos del simbolismo europeo. De Rilke, siempre dificilísimo, Serrano selecciona las tres Elegías de Duino que prefiere, y añade en seguida siete de los primeros Sonetos a Orfeo. Si hago caso de la “Bibliografía” que aparece al final de su recopilación, entiendo que Serrano ha trabajado las Elegías de Duino a partir de la traducción francesa, y los Sonetos a Orfeo de la versión en inglés. No lo digo para desmerecer su labor, sino para acotarla. El rigor métrico y la fidelidad al aparato de la rima, que se propuso el autor, se respetan al pie de la letra en estas versiones a las que habrá que acudir en lo sucesivo. Vale recordar que las traducciones de los Sonetos a Orfeo que se deben a Eustaquio Barjau y a Jesús Munárriz (en Cátedra e Hiperión, respectivamente), ni se atienen a la métrica ni al régimen consonántico de las rimas.
La joya de la corona, en mi opinión, son las traducciones de Nerval. Francisco Serrano selecciona en su libro siete de los sonetos que aparecen en Las Quimeras, incluyendo una versión del más famoso de ellos, “El desdichado”. El poeta, crítico literario y editor Víctor Manuel Mendiola publicó en El Tucán de Virgina, hace cinco años, esta obra genial del autor francés según la traducción que hiciera la fallecida Ulalume González de León. La acompañó, por cierto, con un amplio dossier que incluye la traducción pionera de Xavier Villaurrutia, así como la de esa Piedra Imán llamada Octavio Paz, seguida de las múltiples versiones a cargo de Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Gabriel Zaid y José de la Colina que surgieron hacia 1975 gracias a una incitación directa de quien era por entonces el director de la revista Plural. (También José Emilio Pacheco, por cierto, había publicado un poco antes su propia traducción de “El desdichado”). Las versiones de los siete sonetos de Las Quimeras realizada por Francisco Serrano compiten, a mi modo de ver, con las mejores de este selecto grupo. Diré algo más: su traducción de “El desdichado”, en particular, podría ser la mejor traducción de este texto que existe entre nosotros, lo que no es poca cosa. No me resisto a la tentación de citarla aquí para terminar:
El desdichado
Yo soy el Tenebroso, ─el Viudo, ─el Desolado,
Príncipe de Aquitania cuya Torre caía;
mi única Estrella ha muerto ─mi laúd constelado
el negro Sol ostenta de la Melancolía.
En la noche del Túmulo, Tú que me has consolado,
devuélveme el Pausílipo y el mar de Italia un día,
la flor que amaba tanto mi pecho desolado,
la parra donde el Pámpano a la Rosa se alía.
¿Soy Lusiñán, Biron?… ¿Soy Febo o el Amor?
El beso de la Reina mi frente aún calcina;
he soñado, Sirena, en tu gruta marina…
Y crucé el Aqueronte dos veces vencedor,
modulando, alternados, en la lira sagrada
suspiros de la Santa y los gritos del Hada.

Presentación y traducción de Elena Preciado.
Hay improntas de la infancia que no se borran, incluso cuando la vida, la pasión o la aventura parecen cubrirlas. Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859) tenía once años cuando dejó Douai. Tres años partió a la isla Guadeloupe, pero regresó casi de inmediato porque su madre había muerto y ocurría una revuelta de esclavos. Desde su primera colección poética, Elégies, publicada en 1819, hasta Pauvres fleurs, de 1839, evocó con nostalgia su infancia.
Antes de ser poeta, fue cantante y actriz; de hecho, así conoció a su esposo y por él agregó Valmore a su nombre. Su vida no fue feliz. Sufrió muchas vergüenzas, los duelos más profundos y la pobreza.
El joven Victor Hugo elogió su primera colección poética; Alexandre Dumas hizo el prefacio de Les Pleurs evocando esta “arpa desconocida”; Lamartine intercambió poemas con ella; estuvo rodeada de fieles amigos como Sainte-Beuve, y es la única mujer que aparece en el conocido libro de ensayos Les poètes maudits de Paul Verlaine.
La inquietud
¿Qué es lo que me preocupa y qué estoy esperando?
En el pueblo, me aburro; me apena la ciudad.
Placeres de mi edad
Jamás podrán salvarme de este paso del tiempo.
Antes, las amistades y encantos del estudio
Llenaban sin esfuerzo mi tan tranquilo ocio:
¿Qué objeto, entonces, tienen mis deseos tan vagos?
Lo ignoro y busco con preocupación.
Si para mí la dicha no fuera la alegría,
Ya no lo encuentro más en mi melancolía;
Pero si temo al llanto igual que a la locura,
¿Dónde encontrar felicidad?
Y tú que me hiciste feliz,
¿Has decidido huir por siempre así de mí?
Contesta, razón mía; …incierta y engañosa,
¡Me vas a abandonar al poder del Amor!…
¡Ay de mí! Este es el nombre que tiemblo al escuchar:
Pero el miedo que inspira es un pavor tan dulce…
¡Razón! Tú ya no tienes secretos que enseñarme,
Y este nombre, lo sé, me dijo más que tú.
L’inquiétude
Qu’est-ce donc qui me trouble et qu’est-ce que j’attends ?
Je suis triste à la ville, et m’ennuie au village ;
Les plaisirs de mon âge
Ne peuvent me sauver de la longueur du temps.
Autrefois l’amitié, les charmes de l’étude,
Remplissaient sans efforts mes paisibles loisirs :
Ô quel est donc l’objet de mes vagues désirs ?
Je l’ignore, et le cherche avec inquiétude.
Si pour moi le bonheur n’était pas la gaîté,
Je ne le trouve plus dans ma mélancolie ;
Mais si je crains les pleurs autant que la folie,
Où trouver la félicité ?
Et vous qui me rendiez heureuse,
Avez-vous résolu de me fuir sans retour ?
Répondez, ma raison ; … incertaine et trompeuse,
M’abandonnerez-vous au pouvoir de l’Amour ! …
Hélas ! voilà le nom que je tremblais d’entendre :
Mais l’effroi qu’il inspire est un effroi si doux…
Raison ! vous n’avez plus de secret à m’apprendre,
Et ce nom, je le sens, m’en a dit plus que vous.

Presentación y versiones de Pedro Poitevin.
He aquí dos sonetos del joven poeta John Keats (1795-1821), quizá el más talentoso de los románticos ingleses. De visita en casa de Leigh Hunt, Keats descubrió la versión de Chapman, y tras una noche de lectura intensa compuso su soneto “Al sumergirme por primera vez en el Homero de Chapman”, poema que luego fue publicado, a indicación de Hunt, en el Examiner, del cual Hunt era editor. El poema hace referencia a la sensación extraña de “llegar tarde” a descubrir algo inmenso. La lectura convencional revela una errata histórica, según la cual Keats ubica a Hernán Cortés en Darién, Panamá, descubriendo el Pacífico. Pero hay quien, como el crítico Charles J. Rzepka, considera que Keats imaginó una visita de Cortés a Darién en la que Cortés llega tarde y contempla por primera vez lo que años antes Núñez de Balboa había visto. El poema también hace referencia al descubrimiento de Urano, que data de 1781, pero de nuevo la referencia habla de un amateur, alguien que llega tarde. Es el único poema de amor a una traducción de que yo tenga noticia. En el segundo soneto, que en inglés se titula “Bright Star”, al elogiar la constancia de una estrella, John Keats capta la esencia de la concepción romántica del amor al que él mismo aspirase. Es uno de los más grandes poemas del romanticismo inglés.
—Pedro Poitevin
Al sumergirme por primera vez en el Homero de Chapman
Mucho el ámbito de oro he caminado
y he visto reinos con muy buen ambiente.
He estado en muchas islas de occidente
que los bardos a Apolo han consagrado.
De un amplio territorio había oído
que el cejijunto Homero lo gobierna,
pero no respiré su paz eterna
sino hasta leer a Chapman encendido:
y luego me sentí un mirón del cielo
cuando un nuevo planeta entra en su mente;
o un Cortés de ojos de águila que asoma
su mirada al Pacífico —su gente
mirándose entre dudas y recelo—
en silencio, en Darién, sobre una loma.
On First Looking into Chapman’s Homer
Much have I travell’d in the realms of gold,
And many goodly states and kingdoms seen;
Round many western islands have I been
Which bards in fealty to Apollo hold.
Oft of one wide expanse had I been told
That deep-brow’d Homer ruled as his demesne;
Yet did I never breathe its pure serene
Till I heard Chapman speak out loud and bold:
Then felt I like some watcher of the skies
When a new planet swims into his ken;
Or like stout Cortez when with eagle eyes
He star’d at the Pacific—and all his men
Look’d at each other with a wild surmise—
Silent, upon a peak in Darien.
Estrella
Quien fuera, estrella, como tú, constante
—No colgar de la noche en brillo ausente
Con los ojos de par en par, pendiente
Como eremita insomne y vigilante
Del agua clerical en sus rutinas
De ablución pura por la orilla humana,
O ver caer la mascarilla vana
De la nieve en montañas y colinas—
No—, pero sí constante y sin descanso
Sobre el pecho maduro de mi amada
Percibir siempre su expansión pausada,
Despierto en un desasosiego manso.
Oír, aún oír su leve aliento.
Vivir, morir en desfallecimiento.
Bright Star
Bright star, would I were stedfast as thou art—
Not in lone splendour hung aloft the night
And watching, with eternal lids apart,
Like nature’s patient, sleepless Eremite,
The moving waters at their priestlike task
Of pure ablution round earth’s human shores,
Or gazing on the new soft-fallen mask
Of snow upon the mountains and the moors—
No—yet still stedfast, still unchangeable,
Pillow’d upon my fair love’s ripening breast,
To feel for ever its soft fall and swell,
Awake for ever in a sweet unrest,
Still, still to hear her tender-taken breath,
And so live ever—or else swoon to death.
Selección, presentación y versiones de Elena Preciado Gutiérrez.
El Romanticismo, la revolución artística del siglo XIX, inicia en Alemania y va permeando las mentes y expresiones del arte europeo. La libertad y la rebeldía se respiran en todas partes. Aparece un nuevo lenguaje literario basado en el sentimiento, en lo irracional y en la subjetividad del artista.
En Inglaterra, el movimiento empieza en 1798, cuando Wordsworth y Coleridge publican Baladas líricas (Lyrical Ballads, with a Few Other Poems). El máximo esplendor del romanticismo inglés llega con Byron, Shelley y Keats. Con ellos la literatura inglesa alcanza un nuevo nivel de introspección. Los tres murieron a corta edad, lejos de Inglaterra y tuvieron vidas dramáticas.
LORD BYRON (1788-1824)
LXXII
No vivo para mí, pero me vuelvo
Parte de todo lo que me rodea.
Las montañas generan sentimiento,
Tortura es el zumbido de ciudades:
Nada detesto en la naturaleza
Salvo ser eslabón de una cadena,
Verme clasificado entre criaturas,
Cuando el alma consigue así mezclarse
Con el cielo, la cumbre, los mares, las estrellas.
LXXII
I live not in myself, but I become
Portion of that around me; and to me,
High mountains are a feeling, but the hum
Of human cities torture: I can see
Nothing to loathe in Nature, save to be
A link reluctant in a fleshly chain,
Classed among creatures, when the soul can flee,
And with the sky, the peak, the heaving plain
Of ocean, or the stars, mingle, and not in vain.
PERCY BYSSHE SHELLEY (1792-1822)
El espíritu del mundo
Muy abajo del camino tormentoso de carroza,
Tranquilo como el niño cuando duerme,
Yacía un enorme mar oscuro.
Amplio y silencioso espejo ofrecía hermosa vista.
Las menguantes y pálidas estrellas,
La estela ardiente de fugaz carroza,
Y la luz gris de la mañana suave
Cuando tiñe lanudas a sus nubes
Que en sus pliegues acunaban infantil amanecer.
Volaba ilusoria la carroza
A través del cruel abismo del oscuro inmenso cóncavo,
Radiantes constelaciones por millones son teñidas
Con sombras de colores infinitos,
Y ceñido con grande cinturón
De brillantes meteoros incesantes.
The Daemon of the World
Far, far below the chariot’s stormy path,
Calm as a slumbering babe,
Tremendous Ocean lay.
Its broad and silent mirror gave to view
The pale and waning stars,
The chariot’s fiery track,
And the grey light of morn
Tinging those fleecy clouds
That cradled in their folds the infant dawn.
The chariot seemed to fly
Through the abyss of an immense concave,
Radiant with million constellations, tinged
With shades of infinite colour,
And semicircled with a belt
Flashing incessant meteors.
JOHN KEATS (1795-1821)
Oh, estrella radiosa, ¿quién fuera tan constante?
Oh, estrella radiosa, ¿quién fuera tan constante?
No en tu esplendor nocturno, solitaria firmeza,
Observas desde arriba con párpado incesante
Como aquel eremita de la naturaleza
Las aguas que se mueven en clerical faena.
Viran costas humanas en una ablución pura,
Ves máscara caída, nueva, suave y terrena
De nieve en la montaña, sobre la gran llanura.
No, más aún constante, aún tan inmutable,
Me apoyo sobre el pecho maduro de mi amor
Y siento su caída, su crecer agradable,
Despierto para siempre con un dulce furor
Aún, aún, oír su tierno respirar
Así siempre vivir… o la muerte encontrar.
Bright star, would I were stedfast as thou art
Bright star, would I were stedfast as thou art—
Not in lone splendour hung aloft the night
And watching, with eternal lids apart,
Like nature’s patient, sleepless Eremite,
The moving waters at their priestlike task
Of pure ablution round earth’s human shores,
Or gazing on the new soft-fallen mask
Of snow upon the mountains and the moors—
No—yet still stedfast, still unchangeable,
Pillow’d upon my fair love’s ripening breast,
To feel for ever its soft fall and swell,
Awake for ever in a sweet unrest,
Still, still to hear her tender-taken breath,
And so live ever—or else swoon to death.
Presentación y versiones de Pablo Ingberg.
Giacomo Leopardi (1798-1837), uno de los picos de la rica tradición poética italiana —precedido por cumbres como Dante, Petrarca, Ariosto o Tasso—, creció como una especie de mariposa de biblioteca: devoraba libros para transformarlos en energía de vuelo poético. A propósito de la vida en su natal Recanati, pueblito de la Italia centro-oriental, supo escribir en una carta que, fuera del estudio, “todo el resto es aburrimiento” —frase en la que resuena hermanada por anticipado la de Verlaine, según la cual, fuera de la música en la poesía, “todo el resto es literatura”.
Aquí ofrezco tres de sus Cantos más juveniles, escritos entre los veintiuno y los veinticuatro años, antes de abandonar el pueblo. El primero, también primero de los tres en el orden cronológico de escritura, es seguramente el más famoso y uno de los menos desesperanzados; siempre me maravilló en particular un verso bastante central por su ubicación en el poema y por las resonancias significantes: infinito silenzio a questa voce. El último de los tres cantos aquí presentados es el último también del libro que lo incluye, donde se adueña de ese lugar final por la mirada hacia la muerte; se trata de una versión de un dístico elegiaco escrito por Semónides de Amorgos (lírico griego arcaico, siglos VII-VI a.C.), que acompaño a su vez en traducción mía directa del original. Queda de manifiesto, así, la operación del poeta italiano, en la que, entre otras cosas, se agregan condimentos como: la pira, antiguo pariente helénico de nuestras cremaciones, conectado con la cuna y en vena afín a La cuna y la sepultura, aquel título de nuestro Quevedo; el dios del trasmundo Plutón, Hades para los amigos, y el tópico inmortalizado por Horacio como carpe diem. El “viejo de Quíos” —más literalmente “el varón” en Semónides, poeta recordado en especial por su yambo satírico sobre, o más bien contra, las mujeres— es, por supuesto, Homero (aquí tampoco hay lugar para los débiles).
—Pablo Ingberg
XII
El infinito
Siempre amé esta colina solitaria,
y este seto que tan extensa parte
del último horizonte impide ver.
Mas sentado y mirando, interminables
espacios más allá, y sobrehumanos
silencios, y una calma profundísima
me formo en el pensar, donde por poco
el corazón no tiembla. Y cuando el viento
entre estas plantas zumbar oigo, aquel
infinito silencio yo a esta voz
voy comparando: y viene a mí lo eterno,
las muertas estaciones, y la actual
y viva, y su sonido. Así entre esta
inmensidad se ahoga el pensar mío:
y el naufragio me es dulce en este mar.
XII
L’infinito
Sempre caro mi fu quest’ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell’ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quïete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.
XIII
La velada del día de fiesta
Suave y clara y sin viento es hoy la noche,
Y se posa en los techos y en los huertos
Calma la luna, y desde lejos muestra
Serenas las montañas. Mujer mía,
Callan las sendas, y por los balcones
Rara trasluce la nocturna lámpara:
Tú duermes, te ha amparado un fácil sueño
En tus tranquilos cuartos; no te roe
Ningún afán; no sabes ya ni piensas
Qué llaga abriste en medio de mi pecho.
Tú duermes: yo a este cielo, que benigno
Parece al ojo, a saludar me asomo,
Y a la antigua natura omnipotente
Que me hizo para el ansia. A ti esperanza
Niego, me dijo, aun la esperanza; y nunca
Brille en tus ojos nada más que llanto.
Hoy fue día solemne: ahora del juego
Descansas; y quizá en sueños recuerdes
A cuántos hoy gustaste, y a ti cuántos
Te gustaron: yo no, aunque espere, no
Vuelvo a tu mente. En tanto yo pregunto
Cuánta vida me queda, y aquí al piso
Me tiro, y grito, y bramo. ¡Oh días horrendos
En una edad tan tierna! Ay, por la calle
No lejos oigo el solitario canto
Del artesano, que retorna tarde,
Tras los solaces, a su pobre albergue;
Y el corazón cruelmente se me encoge,
De pensar que en el mundo todo pasa,
Sin dejar casi huella. Así es que huyó
El día festivo, y al festivo el día
Vulgar sucede, y de él se lleva el tiempo
Todo hecho humano. ¿Dónde está hoy el son
De esos pueblos antiguos?, ¿dónde el lustre
De ancestros célebres, y el gran imperio
De esa Roma, y las armas, y el fragor
Que anduvo por la tierra y el océano?
Todo es paz y silencio, y todo el mundo
Reposa, y de ellos ya no se discute.
En mi primera edad, cuando se espera
Con ansiedad el día festivo, luego
Que se extinguía, yo dolido, en vela,
Oprimía el plumazo; y ya muy tarde
Un canto que se oía por las sendas
Morir al alejarse poco a poco
Me encogía igual que hoy el corazón.
XIII
La sera del dì di festa
Dolce e chiara è la notte e senza vento,
E queta sovra i tetti e in mezzo agli orti
Posa la luna, e di lontan rivela
Serena ogni montagna. O donna mia,
Già tace ogni sentiero, e pei balconi
Rara traluce la notturna lampa:
Tu dormi, che t’accolse agevol sonno
Nelle tue chete stanze; e non ti morde
Cura nessuna; e già non sai nè pensi
Quanta piaga m’apristi in mezzo al petto.
Tu dormi: io questo ciel, che sì benigno
Appare in vista, a salutar m’affaccio,
E l’antica natura onnipossente,
Che mi fece all’affanno. A te la speme
Nego, mi disse, anche la speme; e d’altro
Non brillin gli occhi tuoi se non di pianto.
Questo dì fu solenne: or da’ trastulli
Prendi riposo; e forse ti rimembra
In sogno a quanti oggi piacesti, e quanti
Piacquero a te: non io, non già, ch’io speri,
Al pensier ti ricorro. Intanto io chieggo
Quanto a viver mi resti, e qui per terra
Mi getto, e grido, e fremo. Oh giorni orrendi
In così verde etate! Ahi, per la via
Odo non lunge il solitario canto
Dell’artigian, che riede a tarda notte,
Dopo i sollazzi, al suo povero ostello;
E fieramente mi si stringe il core,
A pensar come tutto al mondo passa,
E quasi orma non lascia. Ecco è fuggito
Il dì festivo, ed al festivo il giorno
Volgar succede, e se ne porta il tempo
Ogni umano accidente. Or dov’è il suono
Di que’ popoli antichi? or dov’è il grido
De’ nostri avi famosi, e il grande impero
Di quella Roma, e l’armi, e il fragorio
Che n’andò per la terra e l’oceano?
Tutto è pace e silenzio, e tutto posa
Il mondo, e più di lor non si ragiona.
Nella mia prima età, quando s’aspetta
Bramosamente il dì festivo, or poscia
Ch’egli era spento, io doloroso, in veglia,
Premea le piume; ed alla tarda notte
Un canto che s’udia per li sentieri
Lontanando morire a poco a poco,
Già similmente mi stringeva il core.
XLI
Del mismo [Semónides]
La humana cosa poco tiempo dura,
y un dicho muy certero
dijo el viejo de Quíos:
que acordes en natura
eran las hojas y la estirpe humana.
Mas pocos en el pecho
lo recogen. A la inquieta esperanza,
hija de un joven corazón,
la cobijamos bajo nuestro techo.
Mientras roja es la flor
de nuestra edad lozana,
vacua y soberbia el alma
cien pensamientos dulces cría en vano,
ni muerte espera ni vejez; ninguna
enfermedad preocupa al fuerte y sano.
Mas necio es quien no ve
la juventud con qué alas raudas vuela,
y cómo de la cuna
la pira queda cerca.
Tú pronto a poner pie
en el paso fatal
del plutónico umbral,
al placer de este día
la breve edad confía.
XLI
Dello stesso
Umana cosa picciol tempo dura,
e certissimo detto
disse il veglio di Chio,
conforme ebber natura
le foglie e l’uman seme.
Ma questa voce in petto
raccolgon pochi. All’inquieta speme,
figlia di giovin core,
tutti prestiam ricetto.
Mentre è vermiglio il fiore
di nostra etade acerba,
l’alma vòta e superba
cento dolci pensieri educa invano,
né morte aspetta né vecchiezza; e nulla
cura di morbi ha l’uom gagliardo e sano.
Ma stolto è chi non vede
la giovinezza come ha ratte l’ale,
e siccome alla culla
poco il rogo è lontano.
Tu presso a porre il piede
in sul varco fatale
della plutonia sede,
ai presenti diletti
la breve etá commetti.
Dísticos
(29 Diehl-Snell, 8 West)
Algo bello el varón de Quíos dijo:
“Como nacen las hojas, así igual los varones”.
Pocos mortales al prestarle oídos
lo acogen en su seno; pues todo varón tiene
la esperanza que brota en pecho joven.
Un mortal en la amada flor de la juventud
con leve ánimo piensa en infinitos;
pues no espera un futuro de vejez ni de muerte
ni, sano, tiene miedo de enfermarse.
Necios los que así piensan y no saben que es poco
el tiempo juvenil y el de la vida
de un mortal; tú entendiéndolo hacia el fin de la vida
el alma al bien atrévete a entregar.
ἐλεγεῖα
(29 Diehl-Snell, 8 West)
ἓν δὲ τὸ κάλλιστον Χῖος ἔειπεν ἀνήρ·
«οἵη περ φύλλων γενεή, τοίη δὲ καὶ ἀνδρῶν.»
παῦροι μὴν θνητῶν οὔασι δεξάμενοι
στέρνοισ’ ἐγκατέθεντο· πάρεστι γὰρ ἐλπὶς ἑκάστωι
ἀνδρῶν, ἥ τε νέων στήθεσιν ἐμφύεται.
θνητῶν δ’ ὄφρα τις ἄνθος ἔχηι πολυήρατον ἥβης,
κοῦφον ἔχων θυμὸν πόλλ’ ἀτέλεστα νοεῖ·
οὔτε γὰρ ἐλπίδ’ ἔχει γηρασέμεν οὔτε θανεῖσθαι
οὐδ’, ὑγιὴς ὅταν ἦι, φροντίδ’ ἔχει καμάτου.
νήπιοι, οἷς ταύτηι κεῖται νόος, οὐ δὲ ἴσασιν,
ὡς χρόνος ἔσθ’ ἥβης καὶ βιότοι’ ὀλίγος
θνητοῖσ’· ἀλλὰ σὺ ταῦτα μαθῶν βιότου ποτὶ τέρμα
ψυχῆι τῶν ἀγαθῶν τλῆθι χαριζόμενος.
Selección, versión del alemán y nota preliminar de Andrés Kusminsky.
Libro de las canciones (Buch der Lieder), la primera colección de poemas de Heinrich Heine (1797-1856), apareció editado en octubre de 1827. Aunque ni el poeta ni el editor, Julius Campe, le dieran demasiada importancia —es bien sabido que éste adquirió el volumen por casi nada, y que la publicación era una forma de asegurarse al ya célebre escritor de los Cuadernos de viaje (Reisebilder), publicados en 1826—, Buch der Lieder había sido reeditado doce veces al final de la vida de Heine. Su popularidad le debe mucho a la del género del Lied y a la profusión de compositores románticos y posrománticos que se dedicaron a él: Schumann, Schubert, Mendelssohn, Brahms y Strauss son apenas un puñado de músicos que hicieron, en distintos momentos, Lieder a partir de poemas de Heine.
¿Qué esperaba, más o menos, un lector alemán de poesía en la tercera década del siglo XIX? Heine forma parte del experimento estético del romanticismo, aunque suele decirse que llegó para cerrarlo; una época en la que los poetas redescubrieron, reivindicaron y actualizaron la tradición romántica europea. El lector de entonces se encontraba con baladas o romances, poemas gnómicos populares, canciones de amor a la manera de villancicos. El Volk no solo era un concepto académico de cuño reciente. Los románticos habían comprendido la falsedad de la distinción entre alta cultura y cultura popular, y se habían volcado a los materiales míticos del romancero español, las crónicas medievales, las sagas, los cancioneros populares. Esto puede sonar extraño a un lector moderno; sin embargo, esta tradición se proyecta a W.B. Yeats, Robert Frost y Robert Graves, por nombrar a unos pocos. En nuestra tradición, naturalmente, Lorca y Neruda. Pero también el raro Borges, que prefería a Heine antes que a Goethe y escribía romances disfrazados en cuartetas.
En todos esos géneros Heine escribió poemas extraordinarios. La crítica reciente ha querido rescatar al autor de poemas irónicos, historizando, a menudo, algo que en realidad corresponde no al fin del romanticismo, sino a la originalidad del propio Heine. Hay buena cantidad de epigramas amorosos que, en cierta medida, lo emparentan con Catulo. En ellos emerge con mayor nitidez la personalidad del poeta y la situación del affaire pasional, aunque nunca son confesionales ni demasiado descriptivos.
La presente selección toma poemas tanto de sus libros tempranos como de su producción tardía.
El viento mueve los árboles
El viento mueve los árboles,
está húmeda la noche.
Voy solo: una forma oscura
galopando por el bosque.
Mientras galopo, galopa
más rápido lo que pienso
y me lleva hasta mi amiga,
al lugar de su aposento.
Ladran perros, los criados
se acercan con luz de velas.
El caracol de la torre
subo con ruido de espuelas.
En la habitación de alfombras,
luminosa y abrigada,
allí me espera mi amiga;
yo voy corriendo a abrazarla.
Dice algo el viento en las hojas,
el roble viejo está hablando:
“Caballero, ¿qué porfías
con este sueño porfiado?”
Der Herbstwind rüttelt die Bäume
Der Herbstwind rüttelt die Bäume,
Die Nacht ist feucht und kalt;
Gehüllt im grauen Mantel,
Reite ich einsam im Wald.
Und wie ich reite, so reiten
Mir die Gedanken voraus;
Sie tragen mich leicht und luftig
Nach meiner Liebsten Haus.
Die Hunde bellen, die Diener
Erscheinen mit Kerzengeflirr;
Die Wendeltreppe stürm ich
Hinauf mit Sporengeklirr.
Im leuchtenden Teppichgemache,
Da ist es so duftig und warm,
Da harret meiner die Holde –
Ich fliege in ihren Arm.
Es säuselt der Wind in den Blättern,
Es spricht der Eichenbaum:
Was willst du, törichter Reiter,
Mit deinem törichten Traum?
Hombre, no se burla al diablo
Hombre, no se burla al diablo.
La vida se hace muy corta
y la perdición eterna
no es cosa de poca monta.
Hombre, hay que pagar las deudas.
Muy larga se hace la vida
y habrá que pedir prestado
como tantos otros días.
Mensch, verspotte nicht den Teufel
Mensch, verspotte nicht den Teufel,
Kurz ist ja die Lebensbahn,
Und die ewige Verdammnis
Ist kein bloßer Pöbelwahn.
Mensch, bezahle deine Schulden,
Lang ist ja die Lebensbahn,
Und du mußt noch manchmal borgen,
Wie du es so oft getan.
La muerte, eso es la noche fría
La muerte, eso es la noche fría.
La vida, el día bochornoso.
Es tarde, tengo sueño;
me cansó tanto el día.
Sobre mi cama crece un árbol.
Adentro canta el ruiseñor.
Canta de amor nomás.
Yo lo escucho, soñando.
Der Tod, das ist die kühle Nacht
Der Tod das ist die kühle Nacht,
Das Leben ist der schwüle Tag.
Es dunkelt schon, mich schläfert,
Der Tag hat mich müd gemacht.
Über mein Bett erhebt sich ein Baum,
Drin singt die junge Nachtigall;
Sie singt von lauter Liebe,
Ich hör es sogar im Traum.
Había una vez un rey
Había una vez un rey.
Le pesaba el corazón,
era blanca su cabeza.
El pobre rey se casó
con una muchacha bella.
Había una vez un paje;
era rubia su cabeza
y ligeros sus sentidos.
Él ayudaba a la reina
Con la cola del vestido.
¿No conoces la canción?
Es dulce y al mismo tiempo
amarga, cómo negarlo.
No podían ir muy lejos:
se querían demasiado.
Es war ein alter König
Es war ein alter König,
Sein Herz war schwer, sein Haupt war grau;
Der arme alte König,
Er nahm eine junge Frau.
Es war ein schöner Page,
Blond war sein Haupt, leicht war sein Sinn;
Er trug die seidne Schleppe
Der jungen Königin.
Kennst du das alte Liedchen?
Es klingt so süss, es klingt so trüb!
Sie mussten beide sterben,
Sie hatten sich viel zu lieb.
La carta que me escribiste
La carta que me escribiste
no me asusta para nada.
No me quieres más, me dices.
Bien, pero la carta es larga.
¡Doce hojas muy prolijas!
¡Un manuscrito perfecto!
Uno no se esmera tanto
cuando se despide en serio.
Der Brief, den du geschrieben
Der Brief, den du geschrieben,
er macht mich gar nicht bang;
du willst mich nicht mehr lieben,
aber dein Brief ist lang.
Zwölf Seiten, eng und zierlich!
Ein kleines Manuskript!
Man schreibt nicht so ausführlich,
wenn man den Abschied gibt.
En el jardín hay un árbol
(Ella habla:)
“En el jardín hay un árbol
y hay una manzana, adentro,
y por la rama se enrosca
una serpiente, y no puedo
dejar de mirar sus ojos
de serpiente, aunque me esfuerzo,
y es imposible no oír
lo que me dice en secreto.”
(La otra habla:)
“Es el fruto de la vida.
Vamos, prueba su dulzura,
que no sirve para nada
toda una vida en ayunas.
Paloma blanca, m’ijita,
no tengas miedo, ¿qué dudas?
Sigue mi consejo. Es bueno
tener una tía astuta.”
Steht ein Baum im schönen Garten
(Sie spricht:)
Steht ein Baum im schönen Garten
Und ein Apfel hängt daran,
Und es ringelt sich am Aste
Eine Schlange, und ich kann
Von den süßen Schlangenaugen
Nimmer wenden meinen Blick,
Und das zischelt so verheißend
Und das lockt wie holdes Glück!
(Die andre spricht:)
Dieses ist die Frucht des Lebens,
Koste ihre Süßigkeit,
Daß du nicht so ganz vergebens
Lebtest deine Lebenszeit!
Schönes Kindchen, fromme Taube,
Kost’ einmahl und zittre nicht –
Folge meinem Rath und glaube,
Was die kluge Muhme spricht.
Así van las cosas
Si uno tiene mucho, pronto
tiene mucho más que antes.
Quien tiene muy poco, espera
que el muy poco se lo saquen.
Pero si no tiene nada
lo mejor es que lo entierren.
Derecho a vivir, compadre,
tienen sólo los que tienen.
Weltlauf
Hat man viel, so wird man bald
Noch viel mehr dazu bekommen.
Wer nur wenig hat, dem wird
Auch das Wenige genommen.
Wenn du aber gar nichts hast,
Ach, so lasse dich begraben –
Denn ein Recht zum Leben, Lump,
Haben nur die etwas haben.