noviembre 2007 / Dossier

Periodico de poesía

A 20 años de 
Periódico de poesía
……………………………………………………………………..
Al igual que Periódico de Poesía, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara celebra  veinte años de existencia. Para conmemorar el doble aniversario, presentamos en este Dossier Colombia algunos poemas de autores de ese país, publicados durante dos décadas de vida de nuestro Periódico

 

Juan Gustavo Cobo Borda

(Bogotá, 1948)

Re t r a t o  a l   ó l e o   c o n    s o m b r e r o   y

b a s t ó n   d e l   p o e t a   c u b a n o   G a s t ó n    B a q u e r o

 

Allí está, con su isla a cuestas

evaporada cada noche en el sueño

y reconstituida en el verde amanecer del poema.

Escrito a mano, cada verso

se baña en el aceite original

de un escalofrío nuevo.

No rompe con el pasado:

Se limita a agregarle una palmera.

 

La brisa pasa por el sonajero

mientras monedas y llaves

tintinean en sus bolsillos cada día más anchos.

Más generosos de juguetes traviesos:

un galeón de Manila dentro de una botella, por ejemplo.

 

El café con leche manchó su corbata

pero su ancho sombrero

de pastor presbiteriano

recompone el equilibrio del universo.

 

Astuto como un leopardo de Kenia

lo acompañan un negro, una mandolina

y un ajiaco con el hervor de todos los frutos de la tierra.

 

Lo inventó todo y todo le hace genuflexiones con su cabeza

asintiendo ante el danzón de su palabra,

cariciosa y alerta.

Que las diosas del mar lo preserven.

Que la luz del Caribe

fecunde, por fin,

el pedregoso camino que no termina en Salamanca.

Que allí reine, ancho, plácido, terrible,

como cualquiera de sus certeros poemas.

   

En Periódico de Poesía,Nueva época. núm. 5., Primavera 1994. UNAM-INBA, México, p. 37.

 


 

 

Fiebre

Tengo la cabeza llena de mujeres.

Todas locas.

Todas desesperadas por envolverse en la música

y bailar hasta el alba.

 

Por fuera la discreción de la forma.

Por dentro, las más inconcebibles villanías

con tal de hamacarse en la dicha.

 

Me estallan las venas

al pensar en cuánto sugieren

como riendo,

como jugando con fuego,

y siempre una puerta abierta

para revolcarse felices en el lodo

y salir por otra, la cabeza en alto,

indemnes y puras como una magnolia.

 

Brujas, todas ellas,

dichosas rumbo al aquelarre.           

 

 

Apocalipsis

Se acaba el papel toilette.

La crema de afeitar.

La pasta de dientes.

Se termina el champú.

Se caen los botones.

Se arruga la ropa.

Los cuchillos pierden filo.

El pelo crece.

Se abren grandes grietas.

en las suelas de los zapatos.

Los tapetes se desgastan.

Las goteras perforan el cerebro.

Hay que cortarse las uñas.

Cambiarse las gafas.

Se fundieron los bombillos.

No vemos nada.

El fin del mundo se instaló en casa.

 

 

Orden de amor

Betsabé ha recibido la carta,

tajante como orden de batalla.

Sin paliativos el destino ha cambiado

y deprimida de antemano

se resigna pero no acepta

la sucia lascivia de los hombres.

 

Su posesiva mirada

sobre cuellos cansados.

Sobre senos

de repente flácidos.

 

El lecho, de suntuoso brocado,

está a su lado

pero allí sólo podrá combatir la muerte

con su memoria inconsolable.

 

La sumisa vejez

seca sus pies

y consuela con un gesto

tan inútil ahora

como la anegada belleza

de sus ojos bajos.

 

Sólo nosotros,

espectadores del otro lado,

percibimos el complejo equilibrio

de esta tragedia congelada.

 

Aterrados de saber

cómo esas manchas vivas

durarán mucho más

que nuestra piedad

por aquella mujer

clausurada en su drama.

 

Subsisten, apenas,

las letras irrevocables

con que la condena

una carta de amor exaltado.

 

La firma David,

Rey de Israel,

asesino de su marido

y padre de Salomón,

su futuro hijo.

 

Todo es lo cuenta la Biblia

pero lo dice mejor,

sin una sola palabra,

Rembrandt van Rijn,

pintor nativo de Leiden,

afincado en Ámsterdam.

 

 

En Periódico de Poesía, Nueva época, núm. 12, Invierno 1995/96, UNAM-INBA, México, p. 33-34.

 


 

 

María Mercedes Carranza

(Bogotá, 1945)

 

Una rosa para

Dylan Thomas

 

 

 

            Murió tan extraña y trágicamente

            como había vivido, preso de un caos

            de palabras y pasiones sin freno…no

consiguió ser grande, pero fracasó

genialmente.

                                                            D.T.

 

 

Se dice: “no quiero salvarme”

y sus palabras tienen la insolencia

del que decide que todo está perdido.

Como guiado por una certeza deslumbrante

camina sin eludir su abismo;

de nada le sirven ya los engaños

para sobrevivir una o dos mañanas más:

conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas

y derretirse pálido sobre él

o reencontrarse con las palabras

y hacerlas decir para mentirse

o ser el otro por el tiempo que dura

la lucidez del alcohol en la sangre.

En la oscuridad apretada de su corazón

allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha

decide jugar a ser su propio héroe:

nada tocará sus pasiones y sus sueños;

no envejecerá entre cuatro paredes

dócil a las prohibiciones y a los ritos.

Ni el poder ni el dinero ni la gloria

merecen un instante de la inocencia que lo consu-

me;

no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.

Le bastó la dosis exacta del alcohol

para morir como mueren los grandes:

por un sueños que sólo ellos se atreven a soñar.

 

 

En Periódico de Poesía,Nueva época, núm. 4, Invierno 1993. UNAM-INBA, México. p. 78.

 


 

 

 

Ramiro Lagos

(Santander)

El sátiro de Pompeya

Lo sorprendió la lava en el fogoso

momento de tirar la soga asida

de araña rutilante, ya encendida

bajo el arco, creyéndose coloso.

 

En el propicio instante del acoso

bajo columnas tensas, ya blandida

la lanza colosal, Pompeya ardida,

la lava se derrama en hondo pozo;

 

y derramada ella en la corriente,

fogosa del ardor tan vehemente,

esa lava, encubriendo la figura

 

que del volcán surgió como un gigante,

calcinado por él, pasó al instante

a fundir ―fuego y roca― su escultura.

 

 

                                    Pompeya, 1993

Beso negro

Nochero beso negro en luna blanca,

desmayado en sus pétalos oscuros

de amapola ojerosa; se soñara

que el beso de la noche me ha llenado

de estrellas imposibles de alcanzarlas

con una sola mano.

Beso a luz del candil en luna pálida

de oscurecida boca cual la noche

súbitamente despeinada en sombras,

para verme tan ciego, solo a tientas,

tratando de prender nocturna lámpara

para apagarla luego a media luna

con esa intimidad de luz y espalto.

 

Ciegamente, sonámbulo, advertía

que el beso no es tan negro: en él se palpa

con su tersura de carmín redondo

la nocturnal manzana,

apta para el súbito mordisco

del ennidado pico del manzano.

 

No era tan negro el beso de la noche

porque tendía al color de la manzana,

secretamente melosa en su corteza

que apenas picoteaba el mirlo blanco.

 

En Periódico de Poesía,Nueva época, núm. 10, Verano 1995, UNAM-INBA, México, p. 39.

 


 

{moscomment} 


noviembre 2007

Entrevistas

No.003_Jorge Esquinca