Agradecemos a Penguin Random House el permiso para la reproducción de este fragmento de Rosario Castellanos. Materia que arde (ilustrrado por Verónica Gerber Bicecci), Lumen, México, 2023.
—La Redacción
Dispénseme esta carta monstruo
En 1950, a sus 25 años, Rosario aceptó una beca del Instituto de Cultura Hispánica para ir a estudiar un curso de Estética dirigido a posgraduados en la Universidad de Madrid. Se embarcó en esta aventura desde Veracruz en compañía de Dolores Castro. Su partida implicó una separación temporal de Ricardo Guerra, a quien había conocido en la Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones, a fines de 1949, y con quien había surgido una relación intensa en poco tiempo. El joven filósofo fue el destinatario de la amplia correspondencia amorosa que Rosario escribió durante su viaje a España.
La primera misiva, fechada el 18 de julio de 1950, se envió desde Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, donde Rosario hizo una parada antes de enfilarse hacia el puerto veracruzano. En esta carta confesaba ser una persona terriblemente hambrienta de ternura y rememoraba el tiempo que habían pasado juntos hacía apenas unos días: fui tan perfecta, tan plenamente feliz en los últimos quince días, gracias a ti, que esta separación no ha alcanzado a turbarme ni a destruirme. Estoy todavía demasiado llena, rebosante de esa felicidad que me diste; tengo todavía grandes reservas de dicha y espero que no se agoten antes de que tu presencia las renueve. Le contaba también que había estado con su hermano Raúl en La Concordia y que no estaban pasando un buen momento en su relación.
En la primera comunicación, ya a bordo del SS Argentina, Rosario evocó su avistamiento de delfines, tiburones y albatros. El barco va dejando atrás una estela de espuma y agua rota. Y el día es largo, el sol va de orilla a orilla a orilla del cielo. La mayoría de los pasajeros, tripulantes de la embarcación e incluso el acervo de la biblioteca del navío eran italianos, de manera que Rosario y Dolores se interesaron en las peculiaridades de este idioma. ¿Sabe cómo se dice nube? Nubola; ola, onda; luna, luna; estrella, stella; hermana, sorella; hermano, fratello. Ayer a las dos de la tarde vimos la punta de tierra última de México: era la península de Yucatán, desde muy lejos. Entramos en el mar Caribe; es, para variar, todo azul, pero manso.
Los primeros días en altamar, Rosario leía Il Circolo Pickwick, una traducción al italiano de Los papeles póstumos del Club Pickwick, novela que Charles Dickens escribió en 1836, con sólo un año menos que los que tenía ella entonces, y que relata una serie de viajes y peripecias por la campiña inglesa. Nos pasamos las mañanas en cubierta, las tardes subimos a proa a recibir todo el viento contra nosotros. En las noches hay cine. En Cartagena, Rosario y Dolores bajaron medio día y recorrieron la ciudad en unos cochecitos llamados “victorias”. El puerto colombiano les recordaba a Guanajuato y a Xalapa. Ahí subieron muchos jóvenes con los que ambas convivían en las comidas y en el bar; pero Rosario solía escabullirse para conseguir papel y seguir escribiendo cartas. Envió más de sus impresiones, asombros, descripciones jocosas e irónicas sobre los pasajeros y, sobre todo, declaraciones amorosas: lo amo, niño Ricardo, lo amo, hasta la ·pared de enfrente (y conste que estoy a la orilla del mar).
A Curazao llegaron cuando ya había anochecido. Ahí escucharon por primera vez hablar papiamento, una mezcla de español, francés, inglés, holandés, italiano y el lenguaje nativo de la isla. Las últimas noches, Rosario soñó con Ricardo. Era un sueño angustioso. Sabía que él estaba en alguna parte y caminaba y caminaba para buscarlo, pero no conseguía encontrarlo nunca. Hasta ahora no he logrado verlo ni una sola vez en mis sueños. Rosario quedó muy impresionada por los soldados con bayonetas que todo lo escudriñaban en La Guaira, Venezuela. Estuvieron ahí un día entero, y aunque tenían muchas ganas, ningún pasajero se animó a acompañarlas a hacer el trayecto de dos horas hasta Caracas, por lo que desistieron. En lugar de ello, se dieron el gusto de comer una tortilla de huevo y tomar unas cervezas en un restaurante. Lo último que vieron antes de despedirse de América y adentrarse en el Atlántico, fueron las islas de La Martinica y Santa Lucía. Su siguiente destino fue Tenerife.
Los días son monótonos, iguales como las olas. Pero yo no me aburro nunca porque siempre estoy pensando en usted. Rosario siguió soñando con Ricardo, y sólo casi al final de la travesía logró reunirse con él en los terrenos oníricos: ella está en Chiapas y ansía mucho verlo, pero teme importunarlo mientras él da clases. Cuando se decide a salir en su búsqueda, Ricardo aparece. Nos encontrábamos y estábamos todos felices juntos.
El descenso en Tenerife les trajo nuevos bríos para aguantar los últimos días. Pasearon por la ciudad, compraron tarjetas postales y mascadas, comieron pasteles y tomaron café con leche. Esa fue la primera vez que Rosario avizoró el Mediterráneo. Es precioso, no tiene casi oleaje, parece un lago. En total el viaje duró 30 días. El 16 de octubre de 1950, Rosario y Dolores desembarcaron finalmente en Barcelona.
Dime, Rosario, ¿qué te dice el mar durante días y días de contemplación? ¿De qué conversas con el viento tus tardes en la proa?
¡Y luego dicen que la vida es sueño!
Una vez en tierra, pasearon un par de días y conocieron la Catedral de Barcelona. Del siglo XII, gótico florido, impresionante. Es de una belleza tan aguda que le dan a uno ganas de llorar. Su siguiente paso fue tomar un tren a Madrid. Llegaron a la medianoche, después de un viaje de 14 horas. Por la mañana salieron a desayunar y fueron al Instituto de Cultura Hispánica. Las enviaron a la residencia para universitarias que estaba en una colonia que a Rosario le recordó mucho a la Narvarte, en Ciudad de México. Como el costo de la residencia era módico, las inquilinas tenían que hacerse cargo de su cuarto y su ropa. Aunque Rosario y Dolores se perdían todo el tiempo en esa ciudad aún nueva para ellas, estaban decididas a recorrerla palmo a palmo. Madrid nos dio una impresión estupenda. Es un ambiente tan claro, la gente es tan alegre, la ciudad tan bonita, tan cordial, que estábamos encantadas.
Rosario se inscribió en los cursos de Metafísica, Filosofía del lenguaje, Estética, Filosofía de la historia, Literatura inglesa, Filosofía de la religión y Teoría del estilo literario. Tomaba clases por la mañana y dedicaba sus tardes a ver teatro, ir al cine o museos y a caminar. En ese entonces estaba leyendo las obras completas de Calderón de la Barca. Quiero ir a todas partes, estudiar mucho, leer mucho, conocer mucho. La alimentación en la residencia consistía en leche con nata, pan negro con mermelada, judías, repollo y pescado, así que Dolores y Rosario se escapaban a las cafeterías a comer malteadas y hot cakes, o tortitas, como las llamaban en Madrid. Eso y los plátanos que almacenaban en su habitación, por si les daba hambre, constituía su dieta de estudiantes.
Para inicios de noviembre de 1950, Rosario se había integrado cada vez más con sus compañeras de residencia y de la universidad. La facultad es muy bonita y tiene unos preciosos jardines a su alrededor; como está en el campo se ve desde allí, muy claramente, el Guadarrama, que ya empieza a cubrirse de nieve. Hace ya un poco de frío y han puesto la calefacción en la casa. La correspondencia de Rosario para Ricardo había fluido ininterrumpidamente hasta entonces, pero las misivas de respuesta escaseaban. A excepción de la tarjeta y la primera carta no he vuelto a recibir ninguna más. He estado por este motivo, muy triste y preocupada. A fines de ese mes, Rosario y Dolores exploraron los alrededores. Organizaron y participaron en excursiones a El Escorial, Burgos, Castilla y Lerma. El camino de Madrid a Burgos es precioso. Castilla es la desolación misma: sus campos inmensos y ahora en invierno doblemente tristes, sus pueblos, tan cargados de historia, tan conocidos ya a través de la literatura.
A mediados de diciembre, presenciaron por primera vez una nevada. Eran unos copos pequeños, unas plumas ligeras que el viento arrastraba con furia. No queríamos acostarnos por ver este espectáculo que duró toda la noche y que se prolongó después todo el día siguiente. La ciudad, cubierta de nieve, es un espectáculo que olvidaremos muy difícilmente. Rosario seguía leyendo el teatro de Calderón y añadió, además, a Graham Greene. Asistió también con regularidad al café México-Madrid, donde se congregaban becarios mexicanos a platicar.
Para terminar el año y pasar las fiestas navideñas, Rosario viajó con Dolores a París. Bebieron café a orillas del Sena, visitaron la Torre Eiffel, Notre Dame y el Museo del Louvre. París es París. Ni hablar. Absorbente, polifacético, y total. Nos está sorbiendo la sangre. Acabándonos. Pero es maravilloso y estoy enamorada de él. Durante su estancia conocieron a Octavio Paz, quien laboraba como diplomático en Francia y las invitó a comer, además de presentarles a María Zambrano, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
En enero de 1951, de vuelta en Madrid, y durante el siguiente par de meses, prosiguieron sus paseos a Sevilla, Córdoba, Andalucía, Valladolid, Salamanca, Ávila y Granada. Pero Granada no sé cómo hablarte de ella para comunicarte esa sensación de arrebato afectivo que se siente ante ella. En una de sus misivas, Rosario le escribió a Ricardo que un impulso nómada había surgido en ella. Ya nunca sabré estarme quieta en mi casa, siempre querré estar caminando, yéndome a alguna parte. Después de varios meses en que Rosario le reiteró que ya no escribía y que ya no era poeta, en abril finalmente volvió a la escritura y le envió un par de poemas. Ay, yo no supe ser como la hierba / pisoteada bajo un golpe bárbaro. De Ricardo continuaban los silencios, rotos por esporádicas cartas. Hágame el favor de no escasearse. De Rosario, las declaraciones amorosas. Niño Guerra, lo amo mucho, mucho. Tengo unas ganas locas de que pase el tiempo y de que estemos ya juntos. No sabe cómo lo extraño.
Para fines de abril, las estudiantes viajaron a Segovia. La ciudad muy linda; un alcázar imponente, una catedral gótica con altares barrocos (qué monstruo), un acueducto maravilloso y miles de iglesias románicas y pequeñitas. Caminamos como locas. Hoy estoy muerta. A principios de mayo, Rosario conoció a la poeta Enriqueta Ochoa que estaba de paso por Madrid y recibió una carta del dramaturgo Emilio Carballido quien le sugería que escribiera teatro en verso. Rosario trabajaba entonces precisamente en una versión de Tablero de damas, una pieza teatral. Yo he seguido escribiendo como una endemoniada. Nada de provecho; pero something is something, como dijo el otro.
En julio, la partida de Madrid ya era inminente, las clases habían concluido en mayo y era el momento de comenzar a proyectar el retorno. Rosario estaba pendiente de la posibilidad de que a Ricardo le concedieran una beca para realizar estudios de Filosofía y de encontrarse en Francia con él. No ocurrió así, y el plan de viajar a Italia con Dolores, como el principio de su estancia breve por varios países europeos antes de regresar a América, fue el que se puso en marcha. La ruta por tierras italianas, en la que coincidieron con Gabriela Mistral, incluyó Ventimiglia, Génova, Rapallo, Pisa, Roma, Nápoles, Pompeya, Capri, Florencia, Perugia, Asís, Rímini, Siena y Venecia. Los cuadros de Botticcelli yo nunca me los hubiera imaginado tan bellos. Siente uno de veras ganas de llorar y de morirse ante una revelación tan profunda, tan total de la belleza.
Su siguiente parada las condujo a Austria. La ciudad de Viena es pequeña, barroca, con unos grandes parques. De Viena se dirigieron a Holanda por Alemania, Munich y Colonia. Habían conseguido boletos para un barco que zarpaba el 5 de octubre de Rotterdam con destino a Nueva York, donde, al llegar, permanecieron cerca de un mes. El último tramo lo hicieron en camión, un Greyhound de Nueva York a Monterrey.
De aquel año de travesías y peripecias contigo, Dolores Castro escribirá: fue un viaje de veras muy hermoso. A veces teníamos discusiones, a veces Rosario se enojaba conmigo, a veces se contentaba, pero nunca dejamos de ser amigas hasta el final, porque no hay más. Ya después la vida me pareció muy simple después de todo lo que habíamos pasado. Por tu parte, expresarás: una amistad como la nuestra no se encuentra en cada esquina ni se sustituye tan fácilmente ni se olvida tan pronto. ¿Cómo se regresa de un viaje así, Rosario, después de ver tanto mundo? ¿Cómo acomodas de nuevo los días, unos tras otros, en tu cotidianeidad? ¿Qué de toda esa belleza y afectos se te quedan ya para siempre en el corazón?

Autor
Sara Uribe
Querétaro, 1978. Es norteña por adopción. Sus libros más recientes son Siam (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012), Antígona González (Sur+, 2012; Les Figues Press, traducción de John Pluecker, 2016) y Abroche su cinturón mientras esté sentado (Filodecaballos, 2017).