No. 102 / Septiembre 2017
El inminente futuro de la poesía mexicana joven por Alejandro Higashi
Un balance desde el extremo sur por Jorge Fondebrider
Poesía y república (Tanteo) por Josu Landa
Pasito tun tun edita poemas por Maricela Guerrero
Tejer conspiraciones por Yolanda Segura
b-sides de la Bell critique (o de cómo masticar el poema a partir de lo inefable) por Diego Espíritu
Sin título pero feliz cumpleaños por Xitlalitl Rodríguez
Diez años por María Andrea Giovine
Tejer conspiraciones
Yolanda Segura
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
Buscar sentido es casi una compulsión, hacer poemas también pero, ¿cómo hacemos para que eso no signifique estetizar la violencia o la tragedia?, ¿cómo para no terminar contribuyendo con nuestros recursos discursivos a la hegemonía? ¿cómo escribimos de experiencias que no son nuestras sin agenciárnoslas? ¿De qué formas ponemos el cuerpo en los procesos de componer o analizar un poema? ¿Cómo nos salvaríamos de ser las mismas personas de siempre escribiendo las cosas de siempre? Pienso en lo que Cristina Rivera-Garza o Luis Alberto Arellano, entre muchos otros, han dicho: ante la convulsión, la escritura como un modo de hacer comunidad. Y comunidad también significa horizontalidad, pararse en otro lado. Si asumimos los versos de Pizarnik, ¿escribimos con conciencia de estar castrados? ¿O escribimos contra esa castración, esa imposibilidad, aunque no siempre —o más bien nunca, dice ella— resulte? Me inclino por la segunda posibilidad.
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Sospecho que vivir en un presente como el nuestro nos obliga a replantearnos los valores que consideraríamos para aproximarnos a un poema: ¿queremos solo dosis de emotividad, uniones de palabras que nos resulten inquietantes por el artificio —o, por el contrario, buscamos textos sin tanto juego retórico—?
Cada vez me entusiasman menos los poemas que dicen cómo sentirse o que dicen cómo se sentía su autor y buscan hacer creer que esa es la única forma/ la mejor forma /la que las y los otros deberían sentir.
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Un poema es una resistencia, una sustracción del flujo, un ritmo distinto al de todos los días. Es también una forma de cancelación del valor económico de la lengua. No sirve en términos monetarios y sin embargo es la posibilidad de reconectar subjetividades, de tejer espacios en conjunto. Es el lugar para la sensibilidad que, sin embargo, no es mera expresión emotiva ni artefacto semiótico; lo poético no se inscribe a la lógica de la verdad ni a la lógica de la ficción, es otra cosa. No es comunicabilidad o incomunicabilidad, es el entre. No es lo personal ni lo colectivo, es lo común. Esa puesta en común que es, según diría Franco Berardi, una manera del respirar en conjunto, de conspirar. Para conspirar podemos escribir y hablar en lengua poema.