No. 96 / Febrero 2017
La máscara de la Muerte Roja
Claro, esto es lo suficientemente amplio como para que se pueda traducir como «todo es política», que vale tanto como «todo es historia» o «todo es matemática»: un escudo para deliciosamente hacer lo que a uno le plazca; y como defiendo hacer lo que a uno le plazca, no debería atacarlo. Lo que entiendo es que solo se puede ser claro en cuanto al grado de polis que ponemos en lo que nos place y que el «grado político» lo da la alusión directa a lo político que en el poema haya. No es pecado, con todo, buscar el grado cero de lo político, esto es, el punto donde no se encuentre rastro alguno de polis. ¿Se puede? ¿O entrará siempre la polis
a la fiesta privada, como la máscara de la Muerte Roja en el cuento de Poe? Así como el Reino de los Cielos no está ni allá ni aquí, sino que está entre nosotros, ¿también el infierno? Se sabe que el mundo es el infierno y termina por entrar. Es lo más probable. Carl Jung decía que Nietzsche creyó que había matado a Dios, pero Dios terminó asaltándolo por la espalda. En otra forma.
He ahí la respuesta de la vieja Europa al credo estadounidense. Un continente que en verdad inventó la democracia pero que tenía encima aún el rechinar de cadenas en los pasillos, no podía menos que advertirle a Whitman: irás por ti mismo, o vendrás por ti. Y encontrarás el vacío, porque la realidad real, como los ángeles de Rilke y de Dante, no se puede mirar de frente. Aun si está dentro de ti.
En América del Sur, con ciudades medio destruidas pero que crecen entre sus propias ruinas como favelas que trepan los cerros o edificios de grandes vidrios que lanzan sus rejones de luz sobre el agua, la convivencia y mestizaje de los planos político y universal tal vez sea mayor, promiscua casi. Pero el juego se juega igual con tres cartas. Sometidos a la diástole y la sístole del sistema ―derroche y escasez―, de manera más radical que en el norte, los pasadizos suelen recorrerse con velocidad vertiginosa. Y los gritos, la música y el arrullo se mezclan a veces más de lo conveniente para el espíritu humano. Tal nuestra crisis.