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No. 74 / Noviembre 2014 |
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Rafael Courtoisie (Uruguay, Montevideo, 1958)
Ese dolor es el sol. Ese dolor quema. Esa vida quema como una
piedra de ser en medio de la noche. Quema la piel, es sombra candente, hierro del espíritu, gotitas de la muerte ácida, sal en la boca de la herida, cloruro de luz. Fulge y da sombra. Canta al arder. Huellas
Me diste de mí. Me arrancaste un pedazo de mí, me mordiste, lo Tu baba me quemó, me redujo, amasó el trozo arrancado de mí y al Mi parte volvió envenenada, contaminada con tu saliva corva, Cada vez que hablas, duele. El deseo
Animalito de mí, criatura parda, gorrión, el deseo de mí en vos es lo
último que quisiera nombrar; pues si lo nombro, desaparece. Y lo nombro de todas formas, y crece en mí como quisiera que creciera en vos, y en cada palmo de soledad el deseo descubre como un explorador del siglo XVII indígenas, nativos de mi ocasión, salvajes de mi cuerpo, seres desnudos, guerreros emplumados dispuestos a matar o a vivir por el silencio blanco de los objetos del universo.
El deseo es barro de la creación, agua que transforma el viento de Felicidad que no sabe qué hacer, a dónde ir, dónde quedarse. Nube dormida de todo lo que existe. Vigilia de vos. Pozo de gozo
La harina de una manzana, la piel de una pera, la ternura en poros La cosecha ofrecida. El país secreto. Ojo de Facebook
Una erótica del sentido aparece en la veladura del texto. Al esconder
una parte de aquello de lo que se habla se desnuda bajo la superficie una forma incipiente y viva, el volumen de una colina y la profundidad de un pozo.
Empujar la piedra del deseo, alcanzar la cima para deslizarse y volver Hundirse y flotar, ascender y descender con el agua al cuello, sobre |