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No. 62/ Septiembre 2013 |
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Isla al aire Nadie está más solo que un isleño. El habitante de una isla está aislado porque el agua lo separa del mundo. El isleño es más solidario que un mediterráneo porque desconoce la tierra firme. Su experiencia de vida está cercada, aislada. El mundo es una isla. El isleño se alimenta de espacio: tiene sed de viajar y de volar. Nace con alas y lleva una barca en su corazón. Una isla no tiene fronteras y sus habitantes se alimentan de la sal del mar. Una isla es un pájaro rodeado de alas por todas partes. Toda isla es un punto que navega y flota en el Cosmos. Todos somos islas. El mundo es una isla. El mar es una isla rodeada de tierra. El sol es una isla en el cielo con su lago, la luna. Como las estrellas, que son ojos en el cielo, las islas son archipiélagos de sal y arena. Una isla es la metáfora del viaje, la ensoñación de lo posible, el sueño de Tomás Moro. Todos los mares nacen y mueren en las islas. Lluvia y fuego Los muertos no escuchan la lluvia cuando cae pertinaz. El fuego de la lluvia despierta a los muertos que murieron de muerte natural. Cuando la lluvia corre tras el hielo, espejea en eco los silencios y los epitafios. Los muertos cremados sienten el fuego de la ceniza cuando abrasa su sangre en el polvo de sus almas. La muerte en vida de los cremados emite una luz que apaga el duelo de las lágrimas. Cuando la lluvia se desprende del aire deja un fuego helado que estremece las tumbas de los muertos artificiales. Canción del trueno I II III |