José Asunción Silva (Bogotá, 1865-1896)
Entró, pues, Silva a leer poemas modernistas manteniendo encendida la lámpara hasta altas horas de la noche, con el atrevimiento y gusto de quien está pecando.
Germán Arciniegas
Obra completa, edición crítica, Héctor H. Orjuela (coord.), Edición del Centenario, allca xx/fce (colec. Archivos, 7), México, 1996, XVI-764 pp.
Edición precedida por textos de: María Mercedes Carranza, Directora de la Casa de Poesía Silva, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Germán Arciniegas y Héctor H. Orjuela. Poesía: El libro de versos, Gotas amargas, Poesías varias, Intimidades, Poemas atribuidos a Silva; Prosa: De sobremesa, Prosas breves y páginas de crítica; Historia del texto por: Orjuela, Cano Gaviria, G. Mejía, entre otros; Lecturas del texto por: Cobo Borda, A. Roggiano, Gutiérrez Girardot; entre otros; Dossier: traducciones, correspondencia, documentos, índice de primeros versos; Bibliografía.
De El libro de versos:
Vejeces (fragmento, p. 39)
Las cosas viejas, tristes, desteñidas, Sin voz y sin color, saben secretos De las épocas muertas, de las vidas Que ya nadie conserva en la memoria. Y a veces a los hombres cuando inquietos Las miran y las palpan, con extrañas Voces de agonizante dicen, paso, Casi al oído, alguna rara historia Que tiene oscuridad de telarañas, Són de laúd, y suavidad de raso. […]
Nocturno III. Una noche (fragmento, p. 285)
Una noche Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y [de músicas de älas, Una noche En que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las [luciérnagas fantásticas, A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, Muda y pálida Como si un presentimiento de amarguras infinitas, Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara, Por la senda que atraviesa la llanura florecida Caminabas, Y la luna llena Por los cielos azulosos, infinitos y profundos [esparcía su luz blanca, Y tu sombra Fina y lánguida, Y mi sombra Por los rayos de la luna proyectada Sobre las arenas tristes De la senda se juntaban. […]
José Asunción Silva, primera edición en disco compacto, unam-Fundación Casa de Poesía Silva (colec. Voz Viva, Serie América Latina) México, 1996.
Presentación de Fernando Charry Lara; voz de Álvaro Mutis. Recoge poemas de: El libro de versos, Gotas amargas, Poesías varias.
De Gotas amargas: Filosofías [fragmento]
De placeres carnales el abuso, de caricias y besos, goza y ama con toda tu alma, iluso; agótate en excesos. […]
José Asunción Silva es el iniciador de la poesía moderna en Colombia, gran poeta de América y uno de los innovadores más profundos del idioma. Su muerte precoz y la pérdida de una maleta llena de manuscritos no le impidieron dejar una huella incisiva y todavía magnética. De su poesía parece desprenderse una música tan dulce —¿quién lo diría?—, que los pájaros dejan de cantar para escucharla. Su asunto central: el edén intacto de la infancia. Su misterio perdurable: saber atraerlo hasta nosotros por virtud de una palabra tan graciosa y fina, tan impregnada de un inconfundible ritmo interior que lo mismo se encauza en prosa que en verso. Su pensamiento: una singular alianza de música, sentido del humor y lucidez sensitiva. Su virtud: aquí los frágiles pies de la poesía saben andar por entre flores sin aplastarlas; la poesía y la prosa españolas cobran en sus manos un mismo, ingrávido, peso.
Álvaro Mutis
(Bogotá, 1923)
…por los que susurran en la hamaca nombres de montañas y de valles y al llegar a tierra no los reconocen.
A. Mutis, Amirbar
Contextos para Maqroll, introducción de Ricardo Cano Gaviria, Colcultura (colec. . Igitur/ Mito,) Bogotá, 1997, 176 pp.
El libro está dividido en cinco apartados: Los pasos en las huellas: “¿Quién es Barnabooth?”, “La desesperanza”, “Monny de Boully: ‘Acogida al capitán’”; Notas de lectura: “Proust, el orden de las potestades celestiales”, “Alegría de releer”, “Apollinaire 1880-1980”, “Pushkin”, “El alto ejemplo de Anna Ajmátova”; “Los olvidados”, “Calumnias de Tácito”, “La piel, libro de los muertos”, “El último samurai”, “In memoriam Henry Miller”, “Enrique Molina”, “Juan José Arreola recuerda”, “Rescate de Gilberto Owen”, “Mi verdadero encuentro con Aurelio Arturo”; Intermedios: “…en Querétaro”, “…en Constantinopla”, “…en Schoenbrunn”, “…en Niza”, “…en el Atlántico Sur”, “…en el Strand”; Los textos de Alvar de Mattos: “Pequeña historia de un gran negocio”, “Memoria de Drieu La Rochelle”, “Historias y ficción de un pequeño militar sarnoso: el general Bonaparate en Niza”, “El incidente de Maiquetía o ‘Isaac salvado de las jaulas’”; Sobre Maqroll el Gaviero: “Las lecturas del Gaviero”, “Maqroll, el extranjero” (de una entrevista hecha por Eduardo García Aguilar). “Quién es Barnabooth?, “La desesperanza”, Los “Intermedios” y “Los textos de Alvar de Mattos” se recogen en La muerte del estratega, México, Fondo de Cultura Económica, 1988. El resto del material se reúne aquí por primera vez en libro.
Acogida al capitán (fragmento, p. 63)
(Título original: Accueil au Capitaine, de Monny de Boully, traducción A. Mutis)
[…] Todos los matices del silencio, la riqueza equívoca de tanto brillante discurso, la salud desbordante o vacilante, los cuerpos que el sexo precipita unos contra otros, unos sobre los otros, los unos gimientes, los otros triunfantes, el cielo abierto sobre nuestras cabezas y el atlas abierto sobre esta mesa, el tópico del corazón, el empuje hacia las lejanías o el temor de una partida inminente, todos los signos inscritos en el destino humano o en el curso de las cosas (continuad en vosotros mismos la apasionante lectura), todos los signos tienen doble faz, fasta o nefasta, bendita o maldita. […]
Reseña de los Hospitales de Ultramar y otros poemas, prólogo “Ecuadores de Álvaro Mutis” de Adolfo Castañón, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1997, 104 pp.
Este libro recoge las siguientes obras: Bahía de los Hospitales de Ultramar: “Pregón de los hospitales”, “El hospital de la bahía”, “En el río”, “La cascada”, “El coche de segunda”, “Fragmento”, “El hospital de los soberbios”, “Morada”, “Las plagas de Maqroll”, “El mapa”, “Moirologhia”, “Soledad”, “La carreta”, “Letanía”; Poemas dispersos: “Celebración de la vid”, “Cita”, “Historia natural de las cosas”, “Si oyes correr el agua”, “Como espadas en desorden”, “Visita de la lluvia”; Otros poemas: “Ponderación y signo del tequila”, “Balada imprecatoria contra los listos”, “Encuentro con Mario Luzzi”, “Pienso a veces”, “Amirbar (una invocación)”.
Letanía (p. 69), recitada por El Gaviero (fragmento)
Agonía de los oscuros recoge tus frutos. Miedo de los mayores disuelve la esperanza. Ansia de los débiles mitiga tus ramas. Agua de los muertos mide tu cauce.
(…) ¿Habría que insistir en que esa unidad matriz recorre —como un planeta su órbita— el cuerpo íntegro de la obra poética y narrativa de Álvaro Mutis y que, en consecuencia, la idea de una muestra como la presente sólo sabría realzar la unidad lapidaria de una empresa que se nutre en y del mito, lo fragua y somete a un proceso de vidriado en la poesía y luego lo hace fluir en la narración, divulga en rumor su cristal sin alterar su condición inicial?(…)” [A. Castañón, del Prólogo a Reseña de los Hospitales de Ultramar.
Giovanni Quessep (San Onofre, 1939)
Llueve para que yo sueñe.
Uxio Novonegra, citado por Álvaro Cunqueiro,
en Papeles que fueron vidas
Libro del encantado. Antología, Fondo de Cultura Económica (colec. Tierra Firme), México, 2000, 208 pp.
El aire sin estrellas [Inéditos]
Del fruto de la vida (p. 199) Mira que en la montaña lo tupido del cielo no deja que la luz con su vara de nardo apacigüe la cueva de las fieras. Vive, más bien, en tu desierto y clama, oh impío azul, oh brasa, oh desventura, manchó el leopardo el fruto de la vid. En mis labios se quema el paraíso.
Muerte de Merlín [1985]
Caballeros andantes (p. 91) Aquí tenemos todo, la luz que viene del amor y el patio de amapolas; mas el destino es tan oscuro que nada conocemos todavía. Por eso vamos al castillo en busca de la cámara encantada para dejar la vida por lo que aún sigue siendo una sombra.
Un jardín y un desierto [1993]
Jardín final Jardín final: al cielo renuncia el girasol que se desdora. Pedida en su desvelo el agua del aljibe da la hora.
Todo ha sido cantado; quizá un tapiz se teje en el pasado.
Dos caminos subterráneos organizan la rosa de los vientos en el mapa de la lírica hispanoamericana: el sendero abierto de los trovadores educados en la escuela del amor y del amoroso silabario —suerte de laico mester de clerecía— y la senda a veces oscura e irónica de los juglares callejeros, los nietos del Arcipreste de Hita y de François Villon y, entre nosotros, del colombiano Luis Carlos López o del mexicano Renato Leduc que espumaron en el último modernismo el sentido acústico y aun sarcástico de una musa cómica, plebeya, callejera. Cabe reconocer dentro de la primera arteria trovadoresca, una estirpe artúrica, la imantación de un cantar legendario que humedece en el sueño imposible de los héroes el bochorno por la triste edad presente y la fiebre legendaria que incendia nuestros yermos cementerios civiles. A esta estirpe que llamamos artúrica pertenecen en nuestro siglo un José Antonio Ramos Sucre y un Álvaro Mutis, un Eduardo Carranza y un Eliseo Diego, un Aurelio Arturo y un Antonio Colinas, un Francisco Cervantes y un Giovanni Quessep. Desde sus primeros libros, el poeta autor de La muerte de Merlín llamó la atención no sólo porque en él afloraba y se renovaba esa rara genealogía de trovadores sino porque en su sintaxis elástica y ágil afilaba su espada una presencia angélica, un alto decir glorioso que parecía haber encontrado el camino para transfigurar en mansa cauda luminosa los relámpagos piedracielistas. Una múltiple musicalidad —acústica, mental, plástica—, una singular versatilidad rítmica para pautar la métrica clásica con compases personales, una fina sindéresis de la baraja fantástica, apuntan a la poesía de Giovanni Quessep como una farmacia excepcional para el espíritu, bálsamo y triaca para aquella huelga del alma —suspensión voluntaria de la incredulidad— que es el espacio idóneo para preparar el advenimiento de las presencias reales.
Santiago Mutis Durán (Bogotá, 1951)
Mira al sapiente búho cómo tiende las alas / desde el Olimpo, deja el regazo de Palas / y posa en aquel árbol el vuelo taciturno… // Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta / pupila, que se clava en la sombra, interpreta / el misterioso libro del silencio nocturno. “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”,
Enrique González Martínez
Afuera pasa el siglo, Fondo de Cultura Económica (colec. Tierra Firme), México, 1999, 166 pp.
La creación —aquí en América— aún no ha terminado (pp. 66-71, fragmento)
Cuando Dios hizo de barro al hombre —dicen— humeaba Estaba hecho no para los ojos sino para ser oído Entonces la pequeña figura sintió el viento el aliento de Dios —dicen— correr por su interior Dicen también que el canto atrajo a otras criaturas buenas y malas y que el hombre —más tarde— las llamó los Animales Por eso entre algunas gentes quedó el decir la vida es un soplo, pero la del hombre porque la de los animales fue atraída por el sonido de la flauta por la música de la vida por el canto, por el viento mismo que hoy —dicen— aún recorre la Tierra ¿Hacia dónde van los animales? El Norte y el Este son, otra vez, flechas ardientes La Cruz del Sur un tatuaje en la luciente piel de la Noche, cruel, y suave a veces El Oeste… ¿fuego o silencio?
Los ojos son “el órgano más sensible del tacto”
Dijo Maurice Maeterlink de la obra de Fabre: “…la magia trágica más extraordinaria que a la imaginación humana le es posible, no diré crear o concebir, sino admitir ¡Pequeñas verdades, se dirá las que nos ofrecen las costumbres de una araña o de una langosta! No hay ya verdades pequeñas; no hay más que una, cuyo espejo, a nuestros ojos inciertos, parece roto; pero cada fragmento de él contiene, tanto si refleja la evolución de un astro o el vuelo de una abeja, la ley suprema”
Nadie puede cruzar el umbral Pero ¿quién va allá, al otro lado con una lámpara en la mano? ¿Acaso creemos que el paisaje de la muerte puede ser visto por los vivos, desde esta orilla, donde todo parece no tener límites, fronteras, líneas precisas?
No, no es el viento negro o la muerte quien roba las imágenes y las hace incandescentes como la imagen de lo que se va —por eso la llama arde, porque es la flor del tiempo— Tal vez sea la visión del Todo en un solo instante: la nube la piedra el astro el agua la flor y el animal. ¡Somos el mismo mundo! El árbol la llama el pez rojo el alma el amarillo… y la muerte que nos empuja
[…]
Más allá de la esgrima de las agudezas y del torneo de los malabarismos, muecas y parodias, los poemas escritos por Santiago Mutis se sitúan en un doble, triple, filo peligroso: quieren ser, por supuesto, objetos verbales bien hechos y plantados pero también aspiran a tener sentido, a decir una experiencia y a expresar una verdad irreductible a la locura, la estupidez o el pánico. Esa aspiración al sentido sólo puede darse al margen o a espaldas de la cultura. Afuera pasa el siglo es un libro escrito desde la soledad y en la intemperie, desde un afuera que está por supuesto lejos de la ciudad de la civilización. Lo anima o convoca no sólo una cierta aspereza telúrica (véase el poema aquí presentado), sino la idea de que esa intemperie participa de una misión. Se comprende entonces por qué esa urgencia, de sentido, expresada en la necesidad de una persona poética, puede aparecer como una instancia comunitaria. Guy Davenport ha escrito que para la cultura del siglo xx la prehistoria ha ocupado el mismo sitio que para el Renacimiento desempeñó Grecia. Santiago Mutis, hijo de su tiempo, es un poeta imantado por el mito y por la certeza de la eficacia ritual. De hecho Afuera pasa el siglo cabe ser leído como un rito, una ceremonia en la cual el autor —a través de su necesaria persona poética— lava en público el cuerpo de sus deseos y de sus sueños. Pero sólo del lector depende la eficacia de la expiación. El lector —que es la figura a quien Mutis Durán dedicó su tercer libro de poesía Tú también eres la lluvia; antes había publicado La novia del cielo (1980) y Soñadores de pájaros (1987). En Santiago Mutis —insistamos en ello— el lector se desdobla en mirador pues estamos ante alguien que lee y que ve y que hace de la conciencia de esa doble articulación el punto original de su canto. Creemos que por esta razón y por la fascinación que siente Mutis Durán por la obra del artista y poeta Ludwig Zeller autor de una importante obra de collages, al leer Afuera pasa el siglo se tiene la impresión de estar repasando una serie de collages mentales, una serie de temporalidades fragmentadas que producen un tercer espacio que ya no es ni exterior ni interior, ni sagrado ni profano y del cual sólo sabemos que pasa o más bien que nos pasa. Y ése es el valor de estos poemas: que le pueden pasar al lector. Afuera pasa el siglo es un libro —lector— que te puede suceder. Que no se diga que no te lo advertimos.
Gloria Posada (Medellín, 1967) Me busqué a mí mismo. Heráclito
Gloria Posada, Naturalezas, Ediciones sin nombre, México, 2006.
Dicen
Dicen que al rotar la Tierra ciudades en diferentes momentos están bajo un mismo cielo
que hay un lugar donde océanos se unen en tonalidades del azul
que paisajes de arena se deshacen para enseñarnos la belleza inmutable de las rocas
que en un día la mariposa puede nacer y morir
que nubes sobre el horizonte del mar desde lejos señalan la existencia de islas
que destellos de luz persisten en el aire después del aleteo que algo extraño sucede cuando la canoa toca por primera vez el agua
[…]
que a cada uno en su vida se le tienden emboscadas
que la luna es lugar desolado La muerte es nube de alas negras y desciende
que paralelo a este mundo hay otros narrados La voz crea lo invisible
y dicen más palabras y frases que son olvido distancia producida por toda certidumbre
Bajo el sello de Naturalezas, la poeta y artista colombiana Gloria Posada levanta aéreas construcciones nunca exentas de peso y gravedad. Entre la vida activa y la vida contemplativa, Gloria Posada ha elegido la actividad de percibir el mundo desde la red viva del lenguaje, a condición de que éste pase por un intenso proceso de destilación y pulido. Aparece el poema en las páginas breves e inagotables de Naturalezas como un hecho o como un objeto, tal un guijarro que hay que mirar al trasluz y al parteluz de la atención. Transidos por una música peculiar, como de lentísimos corales crecientes, acompasados a un ritmo tan pronto manso, tan pronto cautivo por el vértigo, despojados de la superflua adjetivación, reticentes ante el fácil fuego de artificio de la metáfora, los poemas de Gloria Posada trazan un asedio tenaz, progresivo, y acechan al lector desde una voz en apariencia neutral para desgarrar mejor sus certezas y entregarlo al agua lustral del conocimiento interior. Coloquio amoroso y enamorado del mundo en sus luces y en sus sombras, rasguño insistente del dardo de la palabra afilada en el silencio, en los poemas de Naturalezas el mundo, por así decir, se asoma a su origen y nacimiento, y trae a la luz, sin pregonarla pero dándola a entender, la verdad encantada e inexplicable de su armonía secreta y de la trama oculta de sus afinidades. La obra de Gloria Posada nace de una mirada anterior al lenguaje aunque en él se cumpla celebrándolo su respiración. Naturalezas misteriosas y vivientes, este puñado de poemas irreductibles como semillas sabrán dejar en la atención del lector el rastro de una furia, la abrasiva experiencia de unos labios que no temen enunciar la límpida verdad que los devora. El libro Naturalezas debe ser leído como un oasis. Es una obra anchurosa, un espacio hospitalario creado por una voz, si bien discreta, poderosa como un árbol de vigorosas ramas de las cuales el lector puede suspender en paz su atareada atención.
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