noviembre 2007 / Dossier

Oscura edad y otros poemas

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Oscura edad y otros poemas

Pedro Arturo Estrada

Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006.

 

Oscura edad y otros poemas
Pedro Arturo Estrada
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006

 

Por Gabriel Arturo Castro

Siempre se le ha señalado a Pedro Arturo Estrada su gusto por el enigma y lo proveniente de la oscuridad.  Pero él no hace poesía oscura, sino que torna lo oscuro claro, cenital, más no evidente.  Lo que cuenta es el “eterno reverso enigmático”, tanto de lo oscuro o lejano como de lo claro y cercano.  La poesía de Estrada desinfla la oscuridad.  Leamos un homenaje a Gonzalo Rojas titulado Materia Oscura:

Sólo es real lo que sientes, lo que palpas y miras

 y el resto es sombra –pero está allí.

Sabes cómo gravitas,

 planeta de hueso alrededor de la luz

 girando las 24 horas completas del tedio.

Màs abajo o arriba de ti la noche insalvable sembrada de terror y misterio, la noche madre de Dios y todas las cosas.

Y el infinito encadenamiento del vacío

 donde el ser es quizás apenas la excepción absurda

 al tachón ínfimo en la blancura que alguien o algo

 produjo por azar.

 

Tanta luz, tanto brillo aparente y sin embargo adentro

 cómo esplenden secretas las densísimas floraciones oscuras.

Tanto hervor, tanto fuego, chisporroteo fugaz,

derrotados por la tiniebla absoluta más abajo

o más arriba de tu cabeza.

 

Desde Poemas en blanco y negro, hasta Oscura edad, Pedro Arturo Estrada “continuó trabajando en una escritura más depurada, si bien no ajena al escepticismo, sí más abierta a la posibilidad existencial, enmarcada, empero, dentro de una lúcida conciencia del azar, del destino como designio impredecible”, según palabras de William Valencia.

La poesía de Estrada toma la forma de lo inesperado, nombra pero sabe que la realidad rápido se deshace y la búsqueda se torna un espejismo.

Se trata de una poesía intima que se proyecta hacia la conciencia de los otros.  Todo en Oscura edad y otros poemas posee una significación interna y se convierte en forma.  Existe por lo tanto meditación, en tanto se destina a la revelación reflexiva e introspectiva de lo íntimo, en relación a los efectos individuales, fuerzas anímicas y situaciones existenciales.  El poeta ofrece la luz de su palabra, la de su mundo habitado que toca la ceniza, la muerte, el amor, el silencio, el sueño, la inquietud, la vida, el tiempo, la fiesta y la memoria.

Estrada ha incorporado el tiempo, los sucesos, los gritos y la sangre que dialoga.  El hombre, dentro de su hacer poético, está hecho de tiempo y de sueños.  La palabra posee una resonancia que orienta o pierde al hombre.  Es destino es descifrado por la poesía y allí reside su sentido último, su visión o su ceguera.  Somos en palabras del poeta, “Rehenes de la realidad”:

Aquí nosotros mismo hemos levantado los muros

 y expulsamos muchas veces la visión perturbadora

que nos descubría el fondo de otra  vida.

No dudamos en enterrar el oro de verdad,

 tapiar la misma luz del mundo, el destello de cielos

 ajenos

 o ignorar toda búsqueda fuera del laberinto

 en el que permaneceremos aún

 entregados a la contemplación vacía del tiempo

 y agotado sin prisa como un lujo maldito

su último esplendor.

La palabra es la lucha con lo otro, una enemistad que hace del hombre un destino y del poema un conjuro que pide dejar los sueños intactos, lejos de “las grandes columnas del tiempo”.  Aunque escéptico siempre tenderá a la acción, no a la quietud y menos a la contemplación.  La palabra siempre es el inicio de un mundo repleto de formas y diálogos, sumatoria de estados, contraste entre lo lleno y lo vacío, entre la ausencia y la reconciliación:

Hay quienes alcanzan la línea real o ficticia

 de su vasto horizonte.  Otros apenas logran entrever

 los límites de su pequeño mundo.

El hombre que hace de su día una obra a la medida

 de sus manos resume, tal vez, toda la sabiduría posible,

 mientras –en cambio- algunos sólo esperamos,

 entre sorbos de café y el paso de las horas vacías,

el súbito esplendor de una vida

 por fin nuestra.

Aquí se manifiesta una visión de la vida y del mundo, pero también deja manifestar una experiencia vuelta lucidez y una forma que se enfrenta a las contradicciones.  Estrada siempre nos entrega un drama, el movimiento de un yo poético, la voz que va creciendo, la palabra dicha en voz baja:

Silencio que ahora oscurece los cuerpos

-dolor que también nutre la vida.

Incertidumbre de saber qué crece adentro,

Si el túmulo negro o el futuro resplandor.

 

El drama se convierte en escena donde el yo poético se despliega, ahonda en el sentido de lo real, recoge la profundidad de lo inminente y lo plasma como un sentido último, metafísico.

Sin embargo el yo poético permite habitar el otro y el otro, sea la ciudad, el país del miedo, el país de nadie, el de las palomas, la aparición de la muchacha asesinada, la tierra del viajero circular o de los supervivientes.  Puede ser el paraíso o el infierno, o en la poética de Pedro Arturo Estrada, la ciudad, la otra, el revés de la apariencia, el lugar donde confluye el don de la poesía:

La que deshace más debajo de los ojos.

La que en ingentes demoliciones cae todos los días

 en rostros, sueños, cuerpos que no pueden ir ya

 a parte alguna; la que rechina en bocas cariadas

la que sangra en las manos infamadas de la noche;

 la desterrada, la ilegible y la que tampoco puede

 leerse a sí misma.  La que se desliza sinuosa y

acechante detrás de los muros.  La desterrada, la que nadie dice,

 la que se desdice y contradice.

También ésa –y sobre todo ésa-

Tu ciudad

 

La memoria rehace esa otra posibilidad, fabrica la palabra en lucha franca contra el tiempo y sus figuras de erosión, olvido, muerte, soledad.  El poeta se ve a sí mismo y ve a los demás y detiene el tiempo y “le basta con muy pocas palabras, pocas certezas, indicios y visiones para continuar, para permanecer y agotarse sin prisa y sin angustia”, al decir de William Valencia y que se constata en las siguientes líneas:

 

Un momento más acá del miedo:

La frescura, el brillo de la vida alrededor.

Invitación o tentación repentina abierta en lo hondo.

Urgencia definitiva e instantánea

 de entender como un triunfo la inmediatez del cuerpo,

 los sentidos, cuando lo irremediable continúa

 y cualquiera de los rostros avanzando al vacío

 es lo nuestro.

 


 

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noviembre 2007

Entrevistas

No.003_Jorge Esquinca