Un puñado de vidrios
rotos, restos de botellas, ventanas
y parabrisas, caleidoscopios
ambulantes, colocados con cuidado
sobre una playera negra de los Ángeles
del Infierno, que sirve lo mismo
como bolsa y como cama, los faquires viajan
en el metro acostándose en los vidrios
rotos, los ojos
rojos y la cara hinchada
de tanto inhalar cemento
para no sentir.
Luego piden dinero.
Así te lo explicó un amigo,
sin inmutarse, la primera vez
que los viste en la línea azul,
descamisados, la espalda
como un cuadro de Rothko
(Four Darks in Red, 1958), polvo,
cicatrices, basura, piedras
y unas cuantas gotitas coaguladas
de sangre; son unos losers,
la mayoría estuvo en la cárcel
y como no los contratan en ningún trabajo,
faquirean. ¿Qué se gana?
¿Qué se pierde? ¿Contra quién?
Habré tenido trece años y la cara
llena de granos cuando me llamaron loser
por primera vez; no es que no lo supiera
pero la palabra se puso de moda
a finales de los noventa. Antes
sólo me llamaban gordo,
o pinche gordo o perdedor, pero luego
se puso de moda decir cosas en inglés
y también las películas sobre gente
como yo, adolescentes torpes
que sin competir por nada
ni contra nadie y por decreto
de los otros, habían perdido.
La habré mirado con esa ternura
de gordo que nunca se me quitó
o tal vez le insinué, armado de valor,
por fin, que me gustaba. Ella,
demasiado ganadora para ir en secundaria
pública, me miró de arriba a abajo,
y lo soltó de golpe: Eres un loser,
piérdete. Y me perdí.
En la escuela nos dijeron que la Historia
la escriben los vencedores.
Por eso los indios no saben escribir.
Por eso los nacos no saben escribir.
Por eso los pobres no saben escribir.
Por eso los niños nacen
sin saber escribir.
Pero usted, que sabe y que escribe, también es un loser.
¿Qué pasó entonces?
Que los ganadores no escriben, dictan:
nosotros escribimos.
Y después te acostumbras.
Te despiertas un día y mientras abres los ojos
algo te dice que todo va a cambiar
que ya es hora de que las cosas mejoren
por fin, que ya es tu tiempo.
Arriba, campeón, eres un ganador.
Y te levantas y empieza a irte bien,
te olvidas de los otros
perdedores, porque tú ya vas ganando,
y los otros, perdedores, losers, forevers, fritos
todavía pierden y pierden
porque quieren, porque no se esfuerzan,
porque les hace falta creer
en sí mismos.
Muy bien por ti,
Sólo no te olvides
de recoger en tu playera
todos tus vidrios
por si un día los necesitas.
* Fragmentos pertenecientes al libro inédito Loser.

Autor
Samuel Espinosa Mómox
/ Puebla, Puebla, 1985. Poeta, barbero, editor y ministro cristiano. Beneficiario del Programa Jóvenes Creadores 2010-2011 del FONCA, del PECDA Puebla 2012 y de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los periodos 2012-2013 y 2013-2014. Autor de los libros de poemas Casquete corto (2020), Maracanã, 1950 [y otros poemas] (2021) y de Esto me parece una excelente metáfora aunque no sé muy bien de qué (2023), con el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2023.