marzo 2024 / Inéditos

Derecho de admisión

 
Panorama sordo de Buenos Aires

Hay mesas que son un vocerío y un silencio. El silencio es el impulso para intervenir o partir.

Esta es la ciudad de las elipsis. También de las tachaduras sobre la voz.

Quien escucha está pensando en otra cosa. Va elaborando. Va hablándose a sí mismo sobre la voz del otro en el pensamiento.

Hay quien no para de hablar en un canal de televisión. Hay quien no para de hablar en la mesa. Hablar hasta la extenuación de los problemas propios. Hablar hasta la extenuación de los problemas que se cree que vendrán.

Ejercitar la extenuación es la gimnasia común. Aquí todos somos reservistas de un escuadrón antibombas. Aun sin bomba lo somos. Queremos una bomba para cada uno.

¿Qué hacemos para vivir? ¿Qué hacemos para no morir? Oscilamos entre la representación y la evasión.

Creemos que el mundo yace completado. Y lo merecemos. Ha de ser por eso esta necesidad de destruirlo.
 
 
 
Las rejas
(Bartolomé Mitre y Maipú)

En 1992, en el Hitachi culón del abuelo, vi una tanqueta derribar la reja del palacio de gobierno.
Hay rejas que se supone no deben caer, pero caen.
Hay rejas que vuelven a erguirse y las custodia la misma tanqueta.

Tengo miedo de dormirme en el camino a casa y despertar rodeado de una reja.
Tengo miedo de que no haya un lugar donde dormir, habiendo tantas esquinas enrejadas.
Pero la casa que me espera también está enrejada.
Se diría que lo que me espera de esa casa es la reja.
Sólo la reja ha sido pensada para mí.

Hubo un tiempo en que mirar a través de una reja (al hombre desocupado regar las plantas de su jardín) fue más estimulante que mirar a través de la escuela.
Peor hubiese sido el recreo si en lugar de reja había muro.
Peor hubiese sido si yo no miraba las intermitencias ofrecidas.

Enrejar un vacío es un signo de violencia y una estupidez y una obra trillada de arte contemporáneo.
Tras las rejas vienen los horarios de visita, como en las plazas, el zoológico o la cárcel.
No invites a tu fiesta al que trae la reja de hablar sobre el laburo (o preguntar por tu nombre y apellido).
Vete de la fiesta antes de que ésta delimite el derecho de admisión.

Sólo los que quedan fuera tienen la llave.
 
 
 
La vida secreta

El repositor del supermercado está cambiando algo en la vida secreta.
Ella, con el estetoscopio que sonda las cosas del otro lado, está cambiando algo en la vida secreta.
El oficinista está cambiando algo en la vida secreta.
La paseadora de perros está cambiando algo en la vida secreta.

Proliferan los repartidores, veloces con sus bicicletas en las calles. Hay va uno tarareando una canción todavía secreta.
El playero del estacionamiento está en varias partes a la vez, y se lamenta de las comas que pudo haber eliminado.
Agota Kristof cuenta los versos con el ritmo regular de las máquinas. En la noche, ya lejos de la fábrica, pasa en limpio poemas en su libreta.

En la ronda de novedades hay alguien que desearía incluir la de su vida secreta (que ha tenido, por ejemplo, que desechar treinta páginas que al final le resultaron insulsas, escritas con esmero durante treinta mañanas consecutivas). Pero habla de otra cosa. Habla del humo de los pastizales, del precio de los alimentos y de la inflación.

Cualquier tema de conversación es más importante para quien está cambiando algo en la vida secreta.
Quien está cambiando algo lo sabe y no lo sabe.
Alguien puede cambiar algo sin que nadie se entere mañana o nunca.
 
 
 
Paisaje de los tubos que emiten

¿Es este tubo nuestro último respiro de vida?
Quién bajará antes, ¿vos o yo? ¿O acaso bajaremos a la par, con una diferencia de segundos, oyendo una frecuencia parecida?
Qué es este tubo, ¿un hijo que ha muerto o se ha ido y telefonea poco y a veces es como si nos hubiera olvidado o fijado en la memoria para siempre?
¿Es este tubo la intensidad con que hemos amado toda la vida, pero…
Mi mano continúa abajo de la tuya, agarrando firme como si lleváramos una bandera tras ganar la copa del mundo, o como dos bailarines que han olvidado las acrobacias del pole dance.
Yo miro las canas en tus orejas, las electrizantes arrugas que nacen en tu ojo derecho, tu bigote crecido que se incrusta en tus labios ya casi adheridos entre sí.
Vos mirás a lo profundo del vagón como hacia un precipicio. Vos mirás como si pensaras. ¿Pensás lo mismo que yo?
¿Es este brillo lo que nos queda en la oscuridad entre estaciones?
¿Es este tubo una antena bajo tierra?
¿Me oís?
 
 
 
Poema del viento y el mozo

Hay gente aparentemente sola en los cafés. Pero esta gente no está sola: nos contiene a todos en el rictus de las manos y en el aleph cristalino de los anteojos.

Las páginas del diario del día se pasan solas en la mesa sola. El viento descoloca las certezas con su memoria transparente.

Cerrar la puerta equivale a que los ruidos exteriores disminuyan. Cerrar la puerta equivale a que los ruidos interiores prevalezcan.

Es como caminar bajo la ovación constante de los álamos.

El mozo no interfiere: sabe que en el paso abierto hay un mar.
 
 
 
Cementerio del Oeste

Ese hombre no vino a la visita guiada.

Ese hombre desciende al subsuelo visible, avanza por los pasillos con la firmeza de quien conoce el infierno.

Hay quienes se detienen a observarlo desde arriba. Es posible observar a ese hombre en el subsuelo, ver cómo se arremanga y frota sus manos como si invocara un poder.

Si has de escribir, que sea así: como ese hombre que apoya sus manos en el mármol vertical del cementerio, y deja rodar su cabeza para oír con sus manos el pulso perdido.
 
 


Autor

Ricardo Añez Montiel

/ Maracaibo, Venezuela, 1982. Poeta, narrador, músico y arquitecto. Radica en Argentina desde 2007. Ha publicado los libros de poesía Ciudad blanca sobre fondo blanco (2015), Agonía de los días terrestres (2018 y 2020), El rezo de los chatarreros (2021, mención de honor en el VIII Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero), el volumen inclasificable S, M, L (2021) y el libro de relatos Los regalos y las despedidas (2022).

marzo 2024