Mariana Bernárdez, En el pozo de mis ojos, Ediciones Papeles Privados, México, 2015, 75 pp.

La escritura es un desgarro en el tiempo. Desde los albores del romanticismo, el género lírico se ha consolidado como el predilecto para expresar la complejidad de la emoción humana. Esta concepción, sin embargo, parte de una cualidad contradictoria —una paradoja— que, no obstante, es poética en sí misma. Se presupone que la palabra es mediada por la razón pero que la poesía, que está constituida por ella, vira en una dirección contraria cuando ésta surge del estupor ante lo sublime. Esa ironía posiciona a quien escribe en un espacio contrario al del dominio de la lengua, y vierte el ejercicio de la literatura en un oleaje donde el orden apolíneo se revuelca contra fuerzas dionisiacas. Sin embargo, en los grandes poemas, razón y emoción —por alguna extraña alquimia— se sostienen el uno al otro como la imagen oriental del Yin y el Yang: desde “Misa negra” de José Juan Tablada hasta Aullido de Allen Ginsberg. La tradición se mantiene pero la lengua se transforma; el orden de los signos descubre nuevas ecuaciones en las que hallarse cuando los vientos de la emoción lo hacen girar sobre su eje. Mariana Bernárdez (Ciudad de México, 1964) es una escritora que se adscribe a este lugar frente a la literatura y, “Sobre una piedra blanca”, demuestra un dominio sinestésico de ambas fases de las letras.
El título del poema de Bernárdez refleja una preocupación metaliteraria. La piedra blanca, en su poema, es una metáfora de la página. Sobre ella se graban letras negras: inscripción, escritura. A lo largo del poema, esta imagen aparece a manera de leitmotiv y da al lector la sugerencia de que las memorias —desde sus diálogos hasta sus descripciones— se han quedado talladas sobre la superficie mineral. La experiencia que rememora la poeta se encarna en la materia. Esa piedra y su forma no están solas. A lo largo del poema, aparece también su contraposición de caracteres análogos: una piedra negra con letras blancas, que, así como se opone al objeto del título, también lo acompaña. Si bien la memoria de un “tú” ausente está marcada sobre la superficie blanca, ésta tiene su reflejo en el objeto de su contraparte. En un juego de paralelismos, el poema se presenta como espejo. La experiencia de estar frente al otro se escribe en uno y, en el otro, se describe la experiencia de estar frente al uno. Aún cuando existe un dolor desbordado, la existencia de su opuesto hace que se manifieste un balance.
La imagen del yo ante el otro —la piedra blanca contra la piedra negra— se expresa también en los versos de Bernárdez como una tensión entre la palabra del logos y otra proveniente del alma y la naturaleza. Con ello, incita a una especie de juego sobre el lugar de su voz en el universo. Hay, por consiguiente, una reflexión del espacio de la poesía dentro de la historia no sólo humana, sino de la materia en sí. La voz poética también cuestiona su propio lugar.
Bernárdez teje palimpsestos de texturas naturales —la bruma, la sal, la parra— con las que se hilvana el fondo de una historia de dolor. El pasado palpita en la lengua. Los resquicios del silencio se muestran como pausas. La voz de la poeta se asume en la tradición a través desde un grito hacia el interior. Expresa, así, una forma distinta de acercarse a la ruina, ya sea la de un amor pasado o la del día de ayer. Escribe Bernárdez:
es igual a su principio—
repetías sin cesar
mientras la bruma abatía las calles
y París se incendiaba
en el imaginario de la guerra
Futuro y pasado se anudan. “[A]mar es combatir”, como diría Paz sobre otra famosa piedra. Los amantes se atan como oponentes. Hay lamento y también plegaria. En el poema aparecen ángeles, de los que la poeta dice no saber nada. Sin embargo, habla con ellos sin miedo aunque entre sollozos. La meditación ante el lugar en la historia se vierte en los ríos de la lengua. Fluyendo por las aguas del Perath —antiguo nombre del Éufrates—, el mero ejercicio de la escritura tiende un puente entre la figura de la autora y tiempos sin memoria. Las guerras pasadas se viven y palpitan en la lengua. El plano íntimo e interior halla su urdimbre en lo épico. Amar es desangrarse. Se atisban recuerdos de espadas, de espacios saqueados por la presencia del otro. Bernárdez nos conduce a los recovecos de la antigüedad y propone una poesía tallada por esos ríos ancestrales de la lengua. El recuerdo y la reflexión abstraída se encuentran en el poema, así como la variedad de voces que se entraman ante las cenizas y la ruina. Por momentos, la voz de la poeta se convierte en un ejercicio meditativo, como si las palabras apenas fuesen estelas o ecos de ausencias:
muda
a la mitad del nudo
prestando mi lengua a tu misericordia
cantando a borbotones alabanzas
de las que no puedo constatar
salvo la marca de resplandor
en mi garganta
Ante la falta de palabras ya dichas, la poeta se sabe muda, con un nudo de oro que se teje en ella. De alguna forma, en la ausencia del pasado también se figura una hermosa mutilación. En la estrofa siguiente, la voz poética se corta a sí misma: se tulle porque sabe que, en los entrecortes y las ausencias, también yacen signos elocuentes. El poema nos regresa a las imágenes de una piedra frente a otra:
y tú no eres tú
quizá ahora sólo huella del azoro
o letra negra sobre piedra blanca.
La palabra permanece sobre la piedra. Lo vivido se hace escritura; la palabra, cuerpo. Un cuerpo que busca su doble, su contrario. ¿Dónde halla su equilibrio si no en la elusión del otro? El agua y el aire del vaso son uno mismo, como la forma de las piedras que une lo distinto. Desde la intimidad, el poema de Mariana Bernárdez se alza hacia lo trascendente. Es un canto elevado a un ángel, a la par que se deshace en un puño de cenizas. La duda y el escepticismo, sin embargo, no le quitan realidad a lo vivido. “Sobre una piedra blanca” recuerda al lector que la poesía es también música. Apolo y Dionisio convergen en uno solo: el arco tañe la melodía de la flauta. El paso de las notas fluye y, con el verso, el río de la lengua lleva piedras consigo. En su vaivén, las aguas se equilibran; la poesía se refracta en silencios iluminadores.
Autor
Josué Brocca
/ Escritor, editor y creador interdisciplinario. Hispanista por la Facultad de Filosofía y Letras, maestro en Literatura Comparada y estudiante de doctorado en la Universidad de Cambridge. Ha publicado ficción, ensayo y crítica literaria en publicaciones de México y Reino Unido, además de desempeñarse como coordinador editorial del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Biblioteca Nacional de México.