enero 2024 / Inéditos

Tengo miedo de perder los dientes

 
Quehaceres

No es que haya decidido encerrarme
es que mi espejo está enfermo
necesita cuidados constantes
mi reflejo no lo nutre
la inanición lo transparenta
y lo hace una ventana a no sé dónde
a una chatarrería
donde van los rostros con que nunca nos atrevemos a salir,
no vaya a ser que un día por ahí se asome una máscara feroz,
y se aferre a mi rostro
necesito curarlo.
No es que haya decido encerrarme,
quiero entrenar a un regimiento de polvo
colonizar el silencio
y defenderlo del ruido que hacen los pájaros al despedirse.
No es que haya decidido encerrarme
es que me había cansado de repetir
todos los días
las mismas palabras
decirlas a las personas que no me escuchaban
y aun así me consideraban elocuente
necesito destrozar mi lengua
guardarla debajo de mi cama
y compartir mudez con los postes
con la publicidad de gente bonita.
No es que haya decidido encerrarme
es que descubrí que la ciudad empequeñece cuando no la miro
entonces decidí dejar de mirarla por un tiempo
aliviarme de su enormidad
hasta que cupiera en mi mano como una bola de pelos
un periódico arrugado
o una de esas protuberancias
que se hacen en la garganta
cuando dan ganas de llorar.
No puedo desertar de todos estos pendientes
aquí dentro siempre hay muchas cosas qué hacer
(Cuando construyeron la torre de babel
se olvidaron de agregar desesperanza a los cimientos
la desesperanza puede estar en eterna construcción
puede construirse sin que nadie pregunte
sin que nadie se asombre
la desesperanza siempre está en obra negra
a la vez inconclusa y terminada)
Aquí dentro siempre hay cosas que hacer
debemos encontrar todos los escondites de los monstruos infantiles
seguro están muertos
¿O si no, por qué podemos reír tan adultamente
amar tan adultamente
y pagar los impuestos
sin temor a que
de improviso
venga el Coco y nos arranque la tramitológica sonrisa?
Están muertos
y sus cadáveres contaminan la sopa
manchan las sábanas
hay que buscar sus guaridas
y desinfectarlas.
Aquí adentro siempre hay cosas que hacer
tengo que abrir las puertas una y otra vez
millones de veces
hasta que se abran hacia otro lugar
hasta que una puerta se abra en el polo sur,
y podamos encontrar ahí
entre la nieve
todos los sueños que nunca nos llegaron
quizá jugando a ser fósiles
quizá domesticando pingüinos
quizá mimetizados en un litro de petróleo
(sólo un litro, porque odiarían volverse pesadilla).
No es que haya decidido encerrarme
es que allá afuera nunca encuentro ocupaciones
y los amigos nunca vienen
las calles nunca dicen su verdadero nombre
el verde se aparece en los árboles por puro compromiso
y la mirada del mundo no deja de ser desconcertante
en cambio aquí
en casa
siempre hay dónde esconderse
¿usamos la casa para escondernos del mundo
o el mundo se esconde de nosotros
dándonos siempre nuevos motivos para encerrarnos?
Aquí estamos
esperando a que la cerradura nos abrase
con bendición de madre
y nos deje salir a buscar
ese
eterno
afuera.

 
 
Dientes

Tengo miedo de perder los dientes
cada pequeño dolor en la boca se siente como el presagio de un hueco
cuando engullo cosas que requieren una masticación contemplativa
me pregunto cuál será la sensación de comerlo con las encías.
Los dientes son la coraza dura del silencio
el cascarón que envuelve a las palabras.
Tengo miedo de que al perder un diente se escapen sílabas involuntarias
que aprovechando la puerta abierta escapen
de las oraciones que no digo
y busquen su libertad
manchando la pureza del silencio
con el desparpajo de una mancha de salsa
en una camisa blanquísima
o con del rubor repelente y amarillento
de una mancha de sudor.
Mi padre no tiene dientes
y tal vez por eso su silencio siempre es tan angustiante
porque parece que nunca termina de ser silencio
nunca termina de cuajar
se agrieta con los impactos de sílabas prófugas
que se escapan de reclamos rencorosos
y corren hasta ser ceniza, rezos a dioses extraños
inventados en la desesperación de no encontrar ninguna respuesta.
Pero creo que lo que más me dolería de ya no tener dientes
sería no poder partir una zanahoria
por el puro placer de escuchar su quebranto.



Autorretrato a través de mis olores

I

El olor de las hojas del pirul cuando las aprieto con los dedos
me recuerda que no conozco lo que conocen sus raíces
es imposible conquistar los recuerdos del subsuelo
lo que se siente estar bajo la tierra
absorber el agua
tener carne de oscuridad
es algo que sólo conocen las lombrices
los huesos en sus tumbas
y las memorias de los árboles.
Mi árbol preferido es el pirul
porque me lo enseñó mi madre
y porque sus hojas se parecen a esas planas de la l en cursiva
que te piden hacer cuando vas en primero de primaria.
Entonces lo descubro:
lo que los árboles ponen en sus copas
son signos de su vida bajo tierra
síntomas que hablan de una negrura inquieta
en sus copas está la voz, en sus raíces están los ojos.
El aroma del pirul huele fresco
como si el limón se emancipara de su amargura.
Por lo que dice ese perfume no todas las sepulturas son fúnebres
no todos los sedentarismos son grises
la oscuridad también puede oler a cítrico liberado.

 
 
II

El olor del sudor después de varios días
abre en mis axilas un pozo de conciencia.
Cuando despierto me recuerda que tengo un cuerpo
el aroma es un talismán para volver del sueño
no conozco a nadie que pueda soñar con sus hedores
cuando vuelvo desde la noche hacia el día
necesito aspirar lo que mi piel acumula
una gota de realidad condensada en aroma
para estar donde está mi piel.
Sudamos cuando nos movemos
Y nos movemos cuando corremos
cuando amamos
cuando el sol nos regala calor de universo
en fin, sudamos cuando vivimos.
Entonces debajo de mis brazos hay un rastro de mi vida
que es también sensación
y no una quimera de la mente.
No estoy diciendo que el sudor
dibuje a los instantes
todo lo contrario
los instantes son movimiento
el sudor es su esencia
el perfume del tiempo.

 
 
III

El olor de los motores detenidos
pacifica mi agitación
disfruto mucho abrir el cofre de un auto
o poner mi nariz en un camión estacionado
porque la ciudad es un bordado de rugidos
gritos metálicos entretejidos en mi oreja
estampidas de títeres de lámina y fuego
que con su frenesí inundan mis ojos
pero cuando puedo olerlos sé qué ya no se mueven
olerlos es una señal de que están dormidos
oler un motor es como ver a un animal disecado
una ciudad disecada.

 
 
IV

El olor del cigarro cuando el humo escapa
se parece al color del papel envejecido
los libros viejos huelen a pastelito de almendras
en realidad, no huelen a palabras petrificadas
lo cual es desconcertante
para mi nariz la literatura es como el aroma después de fumar
en ese rastro huelo los pensamientos que se llevó el aire
rastros de palabras que se escaparon
lenguaje en movimiento
(por eso el incienso es tan importante en los rituales
porque es la traducción olfativa de la palabra)

 


Autor

Sergio Rodrigo Kanek Quintanar Tapia

Naucalpan, Estado de México, 2001. Cursó un taller de cuentacuentos en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco y después entró a estudiar el bachillerato en el INBA. Participó en el Curso de Creación Literaria para Jóvenes Xalapa 2021 de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha publicado en la revista Punto de Partida.

enero 2024