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No. 87 / Marzo 2016
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Estaba él en un punto inalterable de la trama, sin otro antecedente que haberse liado a golpes en la calle: acaso al desgaire, en el reverso de una factura vergonzante, a vuela pluma el apunte del noctámbulo que habría visto y oído cuanta palabra más hubiera sido dicha en esa riña. “Hago constar que cuanto vi ocurrió del modo que aquí digo y que mis deberes con la patria me obligan y no autoridad alguna.” Un día tocaron a la puerta de su casa, justo en el lapso menos cierto que aguardaba su futuro: ese vaivén que, en apariencia, protege del naufragio. ¿Fulano de Tal? Sí –dijo por rutina–. ¿Alguna novedad? Oscilaba el desconocido entre el pasmo y la certeza. “Me ha obligado a volver el domicilio complicado; primero me detuve en la entrada de aquel parque.” (Y el hombre enderezó su brazo en esa dirección.) “Después volví sobre mis pasos y, a la vuelta, con una botella de agua por si la caminata se extendía, tomé a la izquierda y mire –qué grande coincidencia–, alcé los ojos y allí estaban el número y la calle.” (Y bebió agua el hombre como si de cianuro se tratara, como si todo se cancelara al cumplir con sigilo la misión.) “Ya que frente a mí está el destinatario, estampe aquí su firma. Hurgue en el sobre de inmediato; es requerida su presencia desde ayer.” (Y el ansia del hombre era visible aun contra el cianuro: “Si viera cuántos lo aclaman entre quienes abarrotan los caminos…”) Así que una invitación había en aquel sobre: “Es necesario que vengas con dos o tres por si hacen falta.” (Más puesto que el cianuro el hombre esperaba la respuesta.) ¿Dos o tres sería el porcentaje dicho en clave, ocultas ante los ojos del mensajero las verdaderas intenciones? ¿Visible lo invisible por si al doblar la esquina una bandada levanta aleve el vuelo y entera al otro bando de la clave? “Aguarda”, casi para sí mismo pronunció, mientras un garabato plasmaba en el papel.
Un comprador de pieles vertió en el cuenco de sus manos Un comprador de pieles ansió el rebaño de su huésped: “La mano de obra –han dicho los pioneros– resuena todo el día La buenaventura desean a quienes surgen del océano Comprende el equipaje dos mudas y un cuchillo, Allá pretenden ir nuestros vecinos.
Hasta las arenas de Troya recientemente propaladas, Aquiles, dijeron los más próximos, un cuchillo resultaba su voz en las partículas del viento: –Tienen suerte –intervino el acomodador de autos. Unos a otros nos miramos en silencio, cómplices mudos –Una semana invertiremos en sitios aledaños, –Lo ignoro –dijo al alejarse. |
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