marzo 2014 / Miscélanea

No.068_Un Viento entero – José María Espinasa

Dossier Octavio Paz / Marzo – abril 2014


Un Viento entero en el centenario de Octavio Paz

Por José María Espinasa

 


Escribo esto a finales de marzo de 2014. Los actos, conferencias, mesas redondas, recitales, presentaciones de libros, lecturas, exposiciones, coloquios, conciertos, publicaciones –revistas, suplementos, reediciones- billetes de lotería, de metro, carteles y espectaculares con los versos del poeta homenajeado inundan la ciudad, el país, e incluso otras geografías. Me viene a la cabeza la palabra exceso. Pero soy de los que creen que no hay exceso si se trata de expresar un entusiasmo y que reclamarle al entusiasmo su exceso es una mezquindad.

Entonces pienso justamente que echo a faltar el entusiasmo, que mucho de ese boato es excesivo porque no responde a un verdadero júbilo. Las ediciones son rutinarias, los actos aburridos, los homenajes se quedan en su pura condición oficial.No dudo, como ocurrió en su momento con López Velarde en su centenario, que haya investigaciones importantes y libros que se volverán fundamentales, y que a la larga sí se consiga que haya más lectores de los poetas homenajeados. Sin embargo, como árboles que no dejan ver el bosque el exceso no deja ver si existe el entusiasmo. Vuelvo sobre esta palabra porque ella designa muy bien lo que me sucedió a mí en los años setenta cuando empecé a leer a Paz (y no sólo a mí: fue un entusiasmo generacional, y habría que agregar que no sólo a esa generación sino a varias más, en especial la llamada de La Casa del Lago).

Un entusiasmo enorme, generoso, compartido por una literatura que, sentíamos, nombraba por vez primera y con exactitud inusitada el mundo que vivíamos. Su lectura no sólo fue la de un gran escritor sino la de una gran poesía en el presente.

Otra de las características del entusiasmo es la exageración, y no debe ser vista como un defecto. Todo elogio para serlo debe tener su pizca de exageración. Por eso no creo que valga la pena, al menos yo no lo haré, adentrarse en la manipulación anunciada que los grupos diversos que quieren ser sus herederos –y no sus lectores- han organizado. En ellos hay intereses y no entusiasmo. Por eso son, en el mal sentido excesivos y exagerados, manipuladores y excluyentes.

La sensación entonces me llevó a pensar en otras estrategias para la lectura que le rinde verdadero homenaje. Por ejemplo, coleccionar en una carpeta todas las invitaciones que me llegaron para las inauguraciones, mismas que procuré evitar pero cuya invitación conservo como fetiche –de vez en cuando, por ejemplo, cual magdalena proustiana, aparece entre mis libros el programa de las conferencias de Paz sobre el poema extenso en El Colegio Nacional. Sin embargo, cuando llegó a mis manos la edición facsimilar de Viento entero, uno de los poemas que produjo en mí el entusiasmo mencionado antes, cambié de actitud.

El libro y la edición son ejemplares. Se trata de un texto esencial en la evolución del Paz de los sesenta, es la clave para entender tanto su relación con la cultura de la India, como su vida amorosa con Marie-Jo Paz, entonces Marie José Trimini, pero nada de eso sabía yo cuando lo leí La Centena, la antología que publicó Barral en aquellos años. Ahora al leer los tres entusiastastextos de Eliot Weinberger, Cobrado Tostado y Eduardo Vázquez Martín, disfrazados de posfacios, y una carta de Paz al traductor al inglés de dicho poema, renace de nuevo el entusiasmo, me gustaría decir que intacto, pero no es del todo cierto: las ojeras de mi rostro de lector actual no son anteojeras pero no las puedo disimular.

Una de las cosas que ha cambiado es que entonces, no sé si con razón o con ingenuidad, yo sentía que mi lectura de los libros de Paz era inmediata, transparente, armónica: los entendía perfectamente, los integraba a mi biología mental, los memorizaba y hacía míos. Hoy no sólo la memoria me traiciona sino que además siento que ya no los comprendo, o que lo que creí entender entonces no es lo que el poema dice. Perdí en parte esa empatía con el texto ¿por qué? Diría, con cierta tristeza, que la razón es física: tengo la vista cansada, no puedo leer sin anteojos y ya no retengo los textos a la primera como ocurría entonces. Y entonces, como si buscara retomar el entusiasmo, me deslumbro con el primer verso –“El presente es perpetuo”- pero sé que no es verdad, que se trata de otra cosa.

En ese camino la aclaración que hace Weinberger sobre ese verso a partir de la sugerencia que Paz hace a su traductor me parece clave y me lleva a pensar en diferentes variantes, a veces enunciados casi tautológicos pero cargados de sentido, como el “presente es presente” (o está presente). Creo que la palabra perpetuo ahora me trae demasiadas cargas funerarias, me remite a esas tumbas “a perpetuidad” y leo, y desde luego echo a perder el verso, “el presente es permanente”.

Es esa la lucha del poeta. Cuando Paz en otro momento inspirado del poema habla de nuevo del Presente perpetuo ante la aparición de Marie Jo en las calles de París –entre la calle Montalambert y la de Bac- Tostado explica las circunstancias de ese encuentro, pero me interesa señalar que entre el subrayado sobre la perpetuidad del tiempo, el poeta dice de ella “Es una muchacha/ detenida”. Es claro que se describe el encuentro en que nos detenemos con sorpresa ante el encuentro inesperado, pero también lo es que más allá de su sentido descriptivo, es el tiempo el que se detiene para volverse permanente.

No obstante si aceptamos y deseamos que el presente sea perpetuo esto se debe a que sabemos que ese estado de gracia que es el poema o el amor aparecido, inevitablemente transfigurado por esa aparición debe conservarse. En la poesía de Paz se percibe sin embargo varios momentos en que el poeta pasa por un estado de gracia. No hablo de sus grandes poemas –Piedra de sol, Blanco, Pasado en claro- sino de poemas como El cántaro roto y Viento entero, Ese estado es simplemente la capacidad de mirar la aparición, de darse cuenta de que esta allí precisamente como aparición, como revelación.

No descubro el hilo negro al decir que Paz es un poeta preponderantemente visual y que su relación con los pintores –artistas de la mirada- es mucho más fuerte que con otros gremios, incluso los propios poetas. Y que mira en la realidad en busca de la revelación y gracias a eso alcanza momentos extraordinarios. Por ejemplo, en Viento entero mira el mercado popular, el polvo, la mercancía y los niños que juegan:

En los claros del silencio
                           Estallan
Los gritos de los niños
                       Príncipes en harapos 

Y esos príncipes de veras son realeza, de veras son reales. Y es en la mirada que la observa en estado de gracia que esa realidad se revela. Y También se rebela. Paz, ni siquiera en los últimos años de su vida-donde diversas circunstancias lo llevaron a olvidar algunos de sus pronunciamientos éticos y a no guardar la distancia con el príncipe, esos que ejercen el poder pero no son en buena medida reales, no revelaciones sino fantasmas- dejó de tener en sus ojos el fuego de la rebeldía.

Viento entero es el poema clave en la poesía de los años sesenta. Tiene a la vez todas las virtudes y no pocos de los defectos. Ejemplo de esto último es el manejo de la versificación que podríamos llamar en cascada, que funciona con precipitados sobre la página de carácter visual, esos que llevaría al extremarlos a Blanco. Sin embargo Blanco es un poema que más que envejecer se ha desmoronado y sólo se sostiene como gesto experimental y como síntoma de la época y del pensamiento de Paz en esos años. Él mismo una década después lo aceptaría al escribir Pasado en claro, un poema mucho menos “moderno” pero más poema.

Ese entusiasmo mencionado al principio ¿se debía a que todos éramos entonces modernos? Puede ser, pero si el presente es perpetuo lo moderno es siempre pasado y el entusiasmo en cambio es presente vivo. Paz, como han demostrado algunos de sus biógrafos, sobre todo Guillermo Sheridan nunca es impersonal, su lírica está trufada de referencias personales y biográficas, y sin embargo yo no diría que es un poeta personal, por lo que entre una y otra cosa –lo personal y lo que no- hay un espacio que habitan opciones diversas, que pueden ir del anonimato a presencia y –también- la impersonalidad.

Al señalar líneas arriba esos momentos de gracia en que el paisaje se transfigura y es sagrado se insinuaba que son condición sagrada viene de su ocurrir cotidiano. Vivir en el milagro es un milagro, pero un milagro que ocurre, como el encuentro entre dos personas que se amarán para siempre, como el niño príncipe en harapos que lo será un instante en los versos que dicta su presencia y después se ira con su imperio y su pobreza, y también con sus risas, a otra parte.

Más allá de la brillantez con que Paz introdujo entre nosotros reflexiones que no sólo no habían arraigado sino que no se habían expresado de forma notable, y sí en cambio bastante simple –como en José Vasconcelos cincuenta años antes-, pienso que el contacto con las cosmogonías le aportó elementos para expresar y recrear en su poesía tanto sus ideas como la experiencia vital que entonces vivía, con una capacidad de gozo y alegría inusitada. Paz en cierta manera resucitó a la vida, después de la particular temporada en el infierno que fueron los años de separación de Elena Garro. Pero resucitar no es renacer y Paz en Viento entero hizo o intentó probablemente las dos cosas.

No es por casualidad que si Paz es uno de nuestros grandes poetas amorosos el nacer y el renacer estén vinculados sobre todo a Elena Garro y a Marie José Trimini, más allá de la noticia de otros amores del poeta. Y no es por azar que Viento entero, inspirado desde el hermoso título tenga ahora, leído sesenta años después de su escritura algo de fuerza elemental que la perfección formal de otros textos suyos perdió precisamente por esa perfección. Viento entero no está entre los poemas más acabados pero sí de los más inspirados, porque su tema es precisamente el perpetuo inacabamiento, ese presente perpetuo con el que se inicia y repite a lo largo del poema como una letanía o un tantra.

El efecto que la India hace en la sensibilidad de occidente es enorme, sobre todo en espíritus tan despiertos como el de Paz. Es una acusación ontológica, más allá de las religiones o la guerra de clases, de los modelos culturales y de las costumbres. Occidente –Europa- se ve reflejada en el espejo cóncavo de la India como lo que es: un crimen. Y esto me lleva a otra cosa, muy distinta. En la lectura de hace años no relacioné nunca la poesía y la idea de la India que tenía Octavio Paz con la que por los mismos años ponía en acción Marguerite Duras respecto a esa cultura de verdad otra.

No creo que fueran amigos aunque es más que probable que se hubieran cruzado en varias ocasiones, pero sus temperamentos y personalidades no parecen afines. Tenían el mismo editor, Gallimard, y Dionys Mascolo, compañero durante varios años de la novelista, tenía un rol importante en la editorial. Pero más allá de sus distintos temperamentos, nacieron en el mismo año, con apenas días de diferencia, vivieron la ilusión en el comunismo, rompieron con él de manera sumamente crítica, sintieron que el 68 renovaba la esperanza y murieron con apenas tres años de diferencia. Al reencontrarme con pasajes de Viento entero que parecen tener el mismo tono de India Song y el ciclo Indio de la novelista:

                                     Cada caricia dura un siglo
Para el dios y para el hombre
                              Un mismo tiempo
Un mismo despeñarse
                      Lahor
                             Río rojo barcas negras
Entre dos tamarindos una niña descalza
Y su mirar sin tiempo

De pronto veo en la mendigante nómada cuya sombra entrevemos apenas en una secuencia de la película India Song a esa niña descalza, y en los tonos y colores de la embajada en ruinas recorrida por fantasmas el mismo estado de gracia de Viento entero. Marie-Jo y Paz se conocen en uno de esos vernisages del cuerpo diplomático occidental en la India, y de pronto como en delirios miméticos el rostro del actor Michel Londasle se me vuelve muy parecido con el del poeta mexicano. Pero son cruces provocados por la lectura, no están en los textos. Son los azares del calendario y las centenas.
 

 

 

marzo 2014

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