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Westphalen y el silencio
Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
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No. 67 / Marzo 2014 |
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Westphalen y el silencio
Atanor. Notas sobre poesía
Por Francisco Segovia
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Westphalen y el silencio (México, 16/06/2012)~ En el último ciclo de lecturas poéticas organizado por el Museo Casa de León Trotsky, dedicado a Poesía y violencia, dos poetas (José María Espinasa y David Huerta) expresaron, en sesiones distintas, una misma idea: la de que la poesía le hace violencia a la lengua. Yo no opino igual, aunque veo la idea repetida aquí y allá. Por ejemplo, en aquel famoso “¡chillen, putas!” que la rabia de Octavio Paz dirigía a las palabras. Creo que el final de un párrafo de Westphalen sobre Vallejo da un indicio de lo que esta violencia podría significar para mí: “estas expresiones —dice Westphalen— [son] el modo que usa Vallejo para hacer palpable una violencia desesperada que no alcanza su objeto”. Westphalen expresa así (en 1947) su manera de entenderse con un aspecto de Vallejo que antes había criticado con dureza (en el ‘39); a saber, su lado místico, el que quiere expresar lo inexpresable y al hacerlo cae “en una insistencia un poco mecánica en la unión de términos contradictorios” —antinomias como “expresar lo inexpresable” o “hacer visible lo invisible”… paradojas de las que nos hartó, en efecto, la desesperación del siglo xx… Estas antinomias son quizá la manera en que los poetas modernos se quedaban “balbuciendo” frente a lo indecible, como decía San Juan de la Cruz, quien explicaba que el místico “No dice lo que vio, pero dice que no lo puede decir; de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces”. Sí, eso es quizá lo que le ocurre a Vallejo, “no caber en la voces”, o no alcanzar su objeto. Pero, al mostrar esa impotencia, el poeta no le hace violencia a la lengua sino al silencio. Y aun decir que esto es violencia me parece algo exagerado, pues el silencio no es “no haber qué decir” sino no poder decirlo. Ya se ve que yo no veo aquí violencia alguna. Lo que yo veo, en cambio, es tiempo… Silencio y vacancia (México, 26/05/2012) ~ Para quien está sumido en una lengua, el silencio sólo puede ser palabra vacante, un sitio que debiera estar lleno y está en cambio vacío. Es un silencio significativo, como dice Luis Villoro (La significación del silencio). También lo dice, a su manera, la cábala de Luria, para quien el espacio de la Creación es aquél de donde Dios se ha retirado. La palabra humana aparece en ese espacio vacante, en las aguas del Leteo. No surge, pues, en un espacio neutral sino en un espacio que Dios ha dejado, un espacio abierto para que en él aparezca el lenguaje. Esa apertura, esa vacancia ¿es ya creación, es ya lenguaje? La imagen la presenta como condición previa, para que podamos imaginar en buena lógica la circularidad de la significación que lleva implícita, pero no suprime esta circularidad. Porque la imagen supone que el vacío que precede al lenguaje es vacancia del lenguaje; es decir, un silencio que no se afirma por sí mismo sino como ausencia de lenguaje; un silencio derivado, que no acota la lengua, que no está en sus orillas (ni en su principio ni en su final) sino en su centro… Un entrerreino. El reinado del pelele… “En el principio era el Verbo”, no el silencio. Para quien está hundido en una lengua, el silencio no puede ser originario… Antes del comienzo : La versión de Isaac Luria (México, 05/08/2012)~¿Cómo se originó la vida? ¿En dónde se expande el universo? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?… Todas estas preguntas tienen algo en común: son preguntas sobre el origen. Las respuestas más simples (las más simplistas) dicen, por ejemplo, que la vida en la Tierra se originó en otra parte y que llegó aquí en un cometa o en un asteroide. Pero eso no es una verdadera respuesta. Sólo pospone el problema. ¿Cómo, entonces, se originó la vida allá? Puede ser que las respuestas estén guiadas por la forma en que se expresa la pregunta; es decir, puede ser que la pregunta implique en parte su respuesta. Preguntar en dónde se expande el universo presupone que hay un lugar donde éste se expande, una suerte de espacio donde el espacio se extiende, de suerte que sólo queda precisar qué clase de espacio es este otro espacio. Estas pifias nos dan quizás una prórroga, pero no resuelven el problema, que en el fondo sigue siendo que no podemos dar una respuesta que no se muerda la cola. Pongamos por ejemplo el caso de las lenguas naturales. Forma parte de la definición de lengua el hecho de que ésta se adquiera por contacto con otros hombres (en particular la madre de uno, por lo que se entiende que la lengua por excelencia sea la lengua materna). Esto significa que la lengua no está en nuestros genes —aunque algunos genes sean una de sus condiciones de posibilidad— sino que es un constructo social; en otras palabras, que la lengua se adquiere en sociedad, que se aprende. Esta definición desautoriza, por absurda, la pregunta sobre el origen de la lengua. Si hubo alguien que de pronto se soltó a hablar, entonces no aprendió la lengua de su madre, lo que viola la definición de lengua. Como nos enseñó Jacques Monod (El azar y la necesidad), la ciencia no tiene por qué responder preguntas que quedan fuera de su jurisdicción por violar las normas que la ciencia misma se ha dado. Dicho de otro modo, no tiene por qué responder preguntas impertinentes. Poincaré señalaba algo parecido cuando decía que la ciencia se ocupa de fenómenos recurrentes, no de hechos históricos, y que la pregunta por el origen del universo es una pregunta sobre un hecho histórico, no sobre un fenómeno. Pero no fueron muchos los científicos que entendieron estas lecciones, así que se lanzaron en masa a construir una especie de teoría evolutiva del universo que diera sentido a una historia del universo (no por nada el libro más famoso de Stephen Hawking se titula Breve historia del tiempo). Pero también ellos se han topado con el problema del huevo o la gallina: ¿Qué hay antes del Big Bang, dónde se dio éste ? En rigor, la pregunta es necia, pero acaso inevitable. ¿Cómo resolverla? Recientemente algunos físicos han comprendido que un acontecimiento singular como el Big Bang no es un fenómeno sino un hecho y han intentado solucionar el problema proponiendo que es en efecto un fenómeno; es decir, que se repite. Así, han propuesto muchos Big Bangs y, consecuentemente, muchos universos. Aunque esto parezca ciencia ficción, es ciencia en su versión más fuerte y característica: la física vuelve de este modo a los límites de la ciencia que señalaban Monod y Poincaré. Abandonando la idea de origen, o al menos posponiéndola, deja de hacerse preguntas impertinentes, preguntas que se muerden la cola. Pero ha habido otras soluciones a este dilema. Gosse, por ejemplo, proponía que Dios trajo el mundo a la existencia hace sólo 5,000 años, como dice la Biblia, pero lo trajo ya dotado de un pasado (los restos fósiles, que él no pretendía desechar). Es una solución ingeniosa, pero hecha como ad hoc para salir del paso. Más elaborada y seria es la de Isaac Luria, fundador de una de las principales corrientes de la Cábala. Si entiendo bien, su razonamiento iba más o menos así: Si Dios es Todo ¿cómo puede haber algo que no sea Dios? Es decir ¿cómo puede haber una Creación que se distinga de su Creador? Si lo creado ha de ser distinto de su creador, entonces Dios no puede ser Todo. La solución es sorprendente. Para Luria, la Creación no es un despliegue —como lo es para la ciencia— sino lo contrario: un repliegue. Dios se retiró de sí mismo para dejar espacio a lo Otro, a la Creación. Nosotros habitamos hoy ese espacio que Dios dejó vacante. Si estamos hechos a su imagen y semejanza es por eso: porque en nosotros Dios se mira como otro. Esto es lo que abre el tiempo, lo que lo inicia todo: la materia muda y la materia significante. Todo. |