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Introducción a Edward Hirsch, Iluminen la oscuridad. Selección, traducción e introducción de Pedro Serrano, Cooperativa La Joplin, México 2012.
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No. 55 / Diciembre 2012 – Enero 2013 |
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Introducción a Edward Hirsch, Iluminen la oscuridad. Selección, traducción e introducción de Pedro Serrano, Cooperativa La Joplin, México 2012.
Unos años antes de ese encuentro, a principios de los noventa, por uno de esos azares de vaga sinestreza, recibí un libro delgado que tenía una portada naranja con un recuadro oscuro y una imagen urbana dentro, y que llevaba por título The Night Parade, en donde resuena una canción de The Band, el grupo que acompañaba en los sesenta a Bob Dylan, y que comienza así: “You got lost in the croad The waves of people in Chinatown Can’t get behind this mystery Do you believe everything you see” (Estás perdido en la multitud Olas de gente en el Barrio Chino Este misterio te perseguirá ¿Acaso crees todo lo que ves?). El libro me llegó como la canción que evoca, es decir como un extraño don. Alejandra de la Paz, que fue quien me lo trajo, regresaba de un viaje de trabajo con un envío expresamente para mí. En el Museo de Bellas Artes de Houston había conversado con una persona que, como ella, también trabajaba en la promoción artística. En la charla, me contó, surgió una coincidencia: las parejas de ambas escribían poemas, y al calor de la simpatía le dio un libro de su marido para mí. Aunque no suelen pasar cosas así, tampoco son garantía de nada, y como el nombre del autor no me sonaba abrí el libro con una educada curiosidad que no llevaba en sí demasiado interés. ¿Quién es Edward Hirsch? Nacido en Chicago en 1950, hizo sus estudios universitarios en Grinnell College, una universidad que se halla en el estado de Iowa, a cuatro horas de su ciudad natal en dirección del océano Pacífico. Uno de sus poemas más recientes, “Los inicios de la poesía”, retrata la experiencia de aislamiento en que se encontraba mientras hacía esos primeros estudios: “Las vías del ferrocarril parten el campo por en medio y a la noche yacías en tu estrecha guarida y escuchabas el solitario silbato de un tren que cruza la pradera en lo oscuro.” Hirsch no se quedó a vivir en esa zona. Salió de su madriguera y se embarcó en el tren. Varios de sus poemas obturan fragmentos de las carreteras por donde ha pasado y rondan en no pocos de los lugares en que ha vivido. De Ohio fue a Filadelfia, y allí obtuvo un doctorado en folclor por la Universidad de Pennsylvania. Al terminar sus estudios regresó a la región de los Grandes Lagos, y dio clases en Wayne State University. La distancia a Chicago era casi la misma que la que había de donde había hecho sus primeros estudios, pero vivía en Detroit, una de las ciudades más representativas del siglo veinte estadounidense, y no en un campo universitario aislado. De Detroit bajó a Texas, y durante diecisiete años fue profesor en los Departamentos de Inglés y de Creación Literaria de la Universidad de Houston. Posteriormente ha hecho el recorrido a la inversa, hacia el norte de nuevo, hasta recalar en Nueva York, donde desde 2006 es Presidente de la John Simon Guggenheim Foundation. Sus poemas describen con simpatía muchos lugares en los que ha estado y mucha gente a la que ha querido, y su interés no se queda en una comunidad cerrada ni se limita a extenderse únicamente por los cuatro anchos costados de su propio país. Centrado en el sesgo de su historia personal, como narra en el poema “El poeta a los siete”, desde ese montículo mira con el rabillo del ojo, como Charlie Brown, hacia todos lados. Este afianzarse en su propia realidad familiar y acción ciudadana le ha permitido avanzar hacia el mundo. Ha vivido en Londres, por ejemplo, como cuenta en “Isis Desvelada”, un poema de su último libro que se sitúa en esa ciudad y en el año de 1977. En ese Londres de calles bifurcadas, Hirsch frecuentaba una librería esotérica y veía sombras eróticas bailando con los árboles. Ha recorrido atento diversos países, muchos de los cuales aparecen en sus poemas, y su curiosidad pasea por distintos recovecos del viejo hotel humano, como por ejemplo el de la poesía polaca, sobre la que ha escrito poemas y ensayos a partir de su amistad con Adam Zagaievski y de su lectura de Herbert y Milosz. Ha entrado también en las habitaciones individuales de escritores pertenecientes a diversos momentos históricos y a literaturas distintas, todos ellos incisivos, como Giacomo Leopardi, Marina Tsvetaieva, Colette, Simone Weil, Diderot, Brodsky. Edward Hirsch publicó su primer libro, For the Sleepwalkers (En homenaje a los sonámbulos) en 1981, y con él obtuvo tanto el Premio Delmore Schwartz de la Universidad de Nueva York como el Premio Lavan para Jóvenes Poetas de la Academy of American Poets, una de las tres o cuatro asociaciones importantes que en los Estados Unidos promueven la poesía. Su segundo libro, Wild Gratitude (Gratitud salvaje), publicado en 1986, recibió el National Books Critics Award. Posteriormente ha publicado The Night Parade (El desfile nocturno) en 1989, Earthly Measures (Medidas terrestres) en 1994, On love (Sobre el amor) en 1998, Lay back the darkness (Aligeren la oscuridad) en 2003 y Special Orders (Órdenes especiales) en 2008. En 2010, bajo el título de The Living Fire (El fuego vivo) publicó una selección de sus poemas. Durante cerca de tres décadas ya, al tiempo que escribía sus poemas, Hirsch iba publicando sus ensayos sobre poesía en diversas revistas y periódicos, y posteriormente reuniéndolos en libro. En 1999 sacó Responsive Reading (Lecturas que responden). How to Read a Poem and Fall in Love with Poetry salió ese mismo año, como ya mencioné. The Demon and the Angel: Searching for the Source of Artistic Inspiration (El demonio y el ángel: en busca de la fuente de la inspiración artística) apareció en 2002, y en 2006 Poet’s Choice (La elección del poeta), libro que, como también ya dije, recoge los artículos publicados semanalmente entre 2003 y 2005 en The Washington Post. Ha recibido también diversos reconocimientos. En cada uno de estos libros hace recorridos breves y abismales de la vida, viéndola desde la ventana o el semáforo, asumiendo la condición de padre, o de hijo, o de nieto, retratándose como un niño judío jugando béisbol o como un adolescente que peina en manada la ciudad veraniega. Casi siempre, aun con lo doloroso que a veces sus temas llegan a ser, sus poemas son epifanías de alguien que está vivo en todo eso que cuenta, de alguien que se siente parte de este mundo, de alguien que se responsabiliza de decir lo que ve y lo que toca. Como la higuera que crece a pulso en una roca árida en su poema “Higos verdes”, y ahí da frutos, Hirsch es capaz de extraer la savia necesaria para producir poemas en la abundancia así como en la escasez. Sus poemas suelen partir de una experiencia personal, íntima, para de ahí extenderse, por vía tanto de la observación del mundo exterior como de las repercusiones emocionales que esas redes alcanzan, a una explosión metafísica, pero no en el sentido de la reflexión racional, sino siguiendo los hilos trazados por esos dibujos relacionales. En “Ventana de hotel”, por ejemplo, como un personaje de Edward Hopper, quien narra el poema está viendo desde lo alto lo que sucede en la calle, pero imperceptiblemente todo eso que ve se vuelve un mundo fantasmal, con taxis como barcas de Caronte y paseantes que son ánimas en pena, hasta que termina por introducirse en el cuarto y metérsele al cuerpo. De “Presagios”, un nocturno que se revela contra la nostalgia, a “La bienvenida”, en que una pareja espera en el mar abierto de una habitación prestada de una ciudad extraña la entrega de su hijo en adopción, cada uno de los poemas aquí reunidos es un don abisal. Ese don que Hirsch entrega funciona de modo intermitente y a la vez total. Al hacer una lectura completa de su obra se pueden trazar las experiencias que han ido marcando su vida y que conforman su biografía, como esos diseños en los que si seguimos una numeración puntuada, al final descubrimos el dibujo de un caballo o una medusa. Como la de casi todos, la vida de Hirsch ha estado llena de chispazos de felicidad e inmensas lagunas de pena. No es que un poeta tenga que sentir más, sufrir más o gozar más que los demás mortales. Es que la exposición continua y extrema a todo eso que siente, y la capacidad de hurgar emocionalmente en el lenguaje para alcanzar su expresión, es lo que hace posible un poema. Esas dos acciones, intuyo, afectan radicalmente la vida de quien escribe poemas, la hace incierta y peligrosa, para bien o para mal. Quizás esa sea una diferencia. Pero quien lee también, inevitablemente, entra en ella, y una continuidad se restituye. Un comentario final sobre la traducción. Los poemas de Hirsch tocan temas de todos los días con palabras de todos los días. En ese sentido, no contienen grandes disquisiciones filosóficas ni viajes inenarrables a las desintegraciones del yo o vastas aventuras epopéyicas. Casi todos presentan momentos cotidianos de la vida de unos individuos normales. Lo que les sucede nos puede suceder a cualquiera de nosotros en un día cualquiera. El lenguaje que utiliza para describir esas escenas es un lenguaje común, de giros cotidianos, frases hechas y expresiones de todos los días. Pero lo que toca con esas herramientas hechas para el uso es el misterio de la vida misma, de cada vida en particular. Entonces el lenguaje se abisma en sí mismo, se abre insondable y la frase que nos parecía moneda corriente se vuelve perturbadora y extática. Daré un ejemplo, para que se me entienda, de los mecanismos que sus poemas piden al tantear en su traducción. “Wild Gratitude” da título tanto a un poema como a un libro de Hirsch. Es un emblema. Con eso bastaría para reconocer su intención e intensidad. Pero es más que eso. De alguna manera define la posición de Hirsch. Digo “wild gratitute” e inmediatamente pienso en él, en la efusividad con que enfrenta la vida, en la exhuberancia de su carácter, en la simplicidad aparente de su estar en el mundo, en la violencia incluso de su accionar. Pero traduzco al español mecánicamente “gratitud salvaje” o “salvaje gratitud” y la expresión ya no me dice nada, o me habla de otras cosas. Pienso en el Pato Donald con una guirnalda de flores al cuello. Aunque se entiende, esa expresión no tiene ninguna reverberación en la que Hirsch pueda estar incluido. La expresión en español que tiene una irradiación equivalente es “gratitud desbordada” De esta manera, si hablo de una “gratitud desbordada” para referirme a la manera en las que Hirsch da gracias a la vida al escribir, todo cae en su sitio nuevamente. Escribo esto y me doy cuenta que algo tiene él de Violeta Parra. Tampoco es fácil traducir “Gracias a la vida” al inglés. El reto fue lograr que ese lenguaje de todos los días de la planicie estadounidense llegara en español, con su misma calidad corriente, a profundidades similares. Lo aparentemente sencillo se vuelve entonces endiabladamente difícil. He tratado de dar con la misma moneda de cambio panoramas similares. Espero no haber trastabillado de más.
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