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Jazz y poesía |
Por Jorge Fondebrider |
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Jazz y poesía |
Música y poesía Desde el momento en que el texto citado fue escrito hasta ahora, ha corrido el tiempo, se han sumado nombres, pero los puntos de vista de Hobsbawm sólo han sido parcialmente refutados. Ahora bien, se impone saber por qué. Muchos son los motivos que podrían aventurarse sobre el atractivo que el jazz ha ejercido sobre escritores y poetas. En términos generales, el mundo del jazz presenta numerosos dramas y pasiones, en cuyo desarrollo los escritores han encontrado buenos argumentos para sus ficciones, así como héroes a la altura de nuestro tiempo: ya no guerreros en el sentido épico del pasado, sino hombres contemporáneos que libran una batalla desigual, las más de las veces contra sí mismos y contra una sociedad intolerante para con los destinos individuales. En otras ocasiones el escritor pretende imitar, prosodia mediante, la música de jazz. El problema tiene que ver con la especificidad de cada lenguaje. La cuestión, entonces, consiste en determinar qué es lo que comparten o tienen en común la música y la escritura. En primer lugar, ambas formas de expresión, a diferencia de las artes plásticas, suceden en el tiempo; esto es, precisan un desarrollo temporal. Luego, el segundo elemento en común es el ritmo. Según el diccionario, ritmo, aplicado a literatura, es la “grata y armoniosa combinación y sucesión de voces y cláusulas y de pausas y cortes en el lenguaje poético y prosaico”. Para la música, una de las posibles definiciones de ritmo habla de la “división cualitativa del tiempo que puede manifestarse por acentos o por un número determinado de valores correspondientes a un metro dado, pero mientras éste divide el tiempo de manera acumulativa, el ritmo califica a los sonidos durante su emisión”. A pesar de las objeciones que podrían hacérsele a la primera definición y del tecnicismo presente en la segunda, de ambas puede rescatarse que, tanto para uno como para otro caso, el ritmo es un principio de estructura. Quizá la principal influencia del jazz sobre la literatura deba buscarse en otra dirección. Me parece, entonces, pertinente citar lo que a Julio Cortázar manifestó a este respecto en el volumen de conversaciones con el periodista Omar Prego: “El jazz (…) está basado en el principio de la improvisación. Hay una melodía que sirve de guía, una serie de acordes que van dando los puestos, los cambios de la melodía y sobre eso los músicos de jazz construyen sus solos de pura improvisación, que naturalmente no repiten nunca. Una de las experiencias más bellas del jazz es escuchar eso que llaman los takes, es decir, los distintos ensayos de una pieza antes de ser grabada y observar cómo, siendo siempre la misma, es otra cosa. Porque hay una orquestación, pero cada instrumentista (…) hace el segundo take de una manera que es diferente del primero, y el tercero es diferente del segundo; es realmente una improvisación, él no se acuerda de lo que hizo antes. Todo lo cual a mí me parecía tener una analogía muy tentadora de establecer con el surrealismo. (…) El jazz era la única música que coincidía con la noción de escritura automática, de improvisación total de la escritura. Y entonces, como el surrealismo me había atraído y yo estaba metido en la lectura de autores como Breton, Crevel y Aragon (los dos primeros surrealistas), el jazz me daba a mí el equivalente surrealista en la música, esa música no necesitaba partitura”. Dejando de lado la equivalencia específica que Cortázar ve entre jazz y surrealismo, vale la pena rescatar de sus palabras la relación que él establece con el jazz cuando lo califica como “fuente de inspiración” para la literatura. Concluyamos provisoriamente con algunos ejemplos. Por un camino diferente del de sus colegas anglosajones, el poeta francés y crítico de jazz Jacques Réda (autor de L’improviste. Une lecture du jazz), señala con criterio en el prólogo de su volumen, dedicado a ser “una lectura de la lectura del jazz”, que el jazz no es un estilo, sino un conjunto de estilos, muchas veces increíblemente distintos entre sí. Cada uno de ellos corresponde a un registro diferente en la cambiante historia de las emociones. Por lo tanto, además de utilizar un discurso técnico y otro familiar en su lectura del jazz, también recurre a la transposición lírica para “confundirse con todos los aspectos de un objeto inagotable, celebrándolo”. |
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