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Acta de defunción (fragmentos) Nudos salvajes fueron desde aquel día las corrientes. En tiempos de irrigación mi grano cultivó depredadores de inocencias. Entonces fue mi luz: pequeña perversión: cuerno de tépalo. Aprendí a pulir quedo en los oídos, inducir pregunta a mis respuestas. Las dudas pies con destino a mi capricho, territorios deformados por la mano enorme del deseo, del deseante, del deseado: Fe de bautismo (fragmentos) Una noche, los hombres supieron no inaugurar placeres ni deseos; que las mujeres fueron antes y civilizaron a los árboles. La imaginación voló cual otros bichos [las mariposas vivían procesos de certificación en el Consejo, aunque quimeras varias ya se pellizcaban labios y mejillas] y la fiesta alentó las entrepiernas ígneas. En el arca aquella de deseo apretujada, los hombres se abalanzaron de mujeres, y se dieron manoseos entre los cuerpos todos, y descubrieron aquellos faunos en brama cosas que dios desconocía. Una tarde de abril, con el calor a cuestas, el Padre fumaba una menta nebulosa y comenzó a observar el mundo. Extensión del deseante, una mano trazó calor bajo su saya. Quemaba como el mar en las noches de tempestades blancas, como océano de piernas dispuestas a la proa de los barcos. Cambió de posición mientras lo concentraba un placer que zahería su idea de la moral, de la decencia. Pero dejó ir el cuerpo marcado por la erección notable de sus sueños y el espejo ya roto de su cara. Nada operó contra su semejanza y nadie ha contradicho el incendio histórico. Siglos después dictó, mediante musas impolutas, su escultura tras el momento del éxtasis [replanteando bien y mal en sus adentros] a un seductor de muchachitas: El pensador, lo bautizaron. Al centro del deseo, también dios y su hijo se hacen hombres, son brújula infaltable en la beatitud ardiente del deseante. Probé ya las sagradas escrituras, siguiendo el episodio con preguntas revestidas de dios y su falaz misericordia: XVI Puedo alcanzar visión y ahogarla desgarrando mis retinas con las manos. A fuerza de límpida insolencia, aparecer el mar frente a mis ojos. Pero no es la pupila quien descifra. Todo tiene ocultamiento, fuga propia: algún lugar impenetrable*. El ojo engaña cruel [es compasivo]: no es mi mano este puño tensado hasta la sombra, ni muerdo desde dentro las branquias agitadas. |
* Bautismo de inmensidad
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