Literatura en el Bravo, |
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Chihuahua, Septiembre de 2007 |
Literatura en el Bravo, I Encuentro Internacional de Escritores en Ciudad Juárez.
Por Ana Franco Ortuño
El ambiente era muy festivo; los autores llegaban sonrientes al hotel y se saludaban, evidenciando amistades o lecturas anteriores. Yo los miraba llegar mientras tomaba café. El grupo de anfitriones, coordinado por Jorge Humberto Chávez, había tomado un ritmo de vertiginosa amabilidad y corrían por todos lados para que el evento saliera de maravilla. Los invitados oscilaban entre los 30 y los 68 años (aproximadamente), dato que me parece interesante porque creo que ser escritor en este mundo, es, entre muchas complicaciones, una prueba de resistencia. Me resultó encantador ver cómo, por lo mismo, el tiempo en lo literario y lo poético es un factor que instala a los maestros en un lugar de privilegio. Fue rico, por ejemplo, sentir que esperábamos la presencia de Silvia Tomasa Rivera, y mirar a algunos autores no mucho más jóvenes, que se tomaban una fotografía con José Luis Rivas. Obviamente, con tanto autor, el ritmo del encuentro fue acelerado. Las lecturas se llevaron a cabo en el nuevo Centro Cultural Paso del Norte, gran edificio que inauguraba su librería y la Feria Estatal del Libro. Las mesas de debate trataron el tema de la política y la cultura. Para mí, que llevaba la semana entera tratando de conciliar lo histórico (el inmediato-afuera que se desgaja en el país y en Juárez), con lo poético y su ¿compromiso?¿intención?¿finalidad? (que no lo utilitario); la salvación fue un verso de Rossard: “Tocar a la puerta de la historia en plena crisis de esperanza”. Lo leyó en la mesa de mujeres, mientras los señores se dieron ‘hora de recreo’, por lo que se perdieron esa lectura que sin duda, fue una de las mejores. Las conversaciones fuera del evento siguieron siempre en el tema de la escritura, aunque se habló también de astrología, de amor, de recursos y falta de recursos. Hubo noches de fiesta, hubo paseos breves por la ciudad, tan mitificada. Y en la larga y emotiva mesa final, para Pacheco, su voluminosa y limpia presencia de guayabera blanca y su sonrisa enorme, acompañó la lectura de tanto poeta que me era, para entonces, casi familiar. ¡Cómo no sonreír si te hacen ese hermoso homenaje!
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