Textos

 
Danhia Montes, Sobre mi espalda llevo claveles blancos, México, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2023, 128 pp.
 

 

Nombres que son palabras y se llenan de pronto de espinas, de modo que nos duele pronunciarlos, pronunciarlas. Desde esa coordenada despega el libro de Danhia Montes, Sobre mi espalda llevo claveles blancos, ganador del Premio Estatal de Poesía Efrén Rebolledo 2022, en Hidalgo. Y yo pienso inevitablemente en Alma. Ése es el nombre que me llena la garganta de espinas. Al-ma. Sus dos sílabas. Es el nombre que no puedo. Han pasado casi quince años. Cuando alguien ve la dedicatoria de mi primer libro, y me pregunta: “¿Quién es Alma?”, enseguida las espinas. Figura materna muerta. Figura materna primera (información aprendida en terapia), si bien no me parió. La voz poética de Montes ya me hizo transitar todas estas emociones y recuerdos con cuatro líneas. El libro recién inicia. Un libro así de personal no puede leerse de lejos, pienso. Así de cerca, el lector traga saliva.

Otras madres han muerto. Morir equivale a “estar con Dios”. Palabras que se usan como fórmulas. Cosas que decimos por default, sin siquiera detenernos a pensar en lo enunciado. La muerte hace eso, particularmente. Paraliza la razón que siente. Activa la razón instrumental. Y repetimos frases que parecen lógicas: sí, otras madres han muerto. El doliente no es el único, la única doliente. Resulta lógico pero también frío, insensible. Y si contara las veces que escuché algo así tras la muerte de Alma, no me alcanzarían los dedos. Montes toma esa lengua viva, esas palabras-fórmula, y encuentra un sentido profundo debajo: si mamá está con Dios, y mamá no está, Dios tampoco anda por acá.

El pastor vino a casa
y sin dejar de mirar hacia el suelo
dijo que no soy la primera
ni la última:

otras madres también han muerto.
Dijo que ahora está con Dios.

Pero si mamá está con Él
y ella no está aquí,
entonces Dios no habita entre nosotros.

Páginas adelante: el retrato —no es gratuito el símil con la fotografía: en este libro, los poemas muestran más de lo que escenifican— de ese momento tan lleno de confusión que es un velorio. Las palabras que se dicen por inercia. Que Montes las retrate en su sinsentido, en su estatus de automatismo del lenguaje, es importantísimo: una de las labores esenciales de la poesía. Eso que es ver, a través del lenguaje, lo que el lenguaje hace o deja de hacer. Que el lenguaje nos muestre del lenguaje aquello que, a razón de repetirlo siempre, habíamos perdido la facultad de percibir. “Está bien si lloras”. Yo no pude llorar durante el velorio de Alma. Yo tampoco entendía el cambio que ocurría frente a mis ojos. La gran mayoría de las personas alrededor, igual que yo, incapaces de lidiar con lo suyo y lo nuestro. Todos esperan que sientas otra cosa. Quieren que reacciones predeciblemente, como las fórmulas del lenguaje a través de las cuales se aproximan. “Claro que está bien que llore”, pensaba en el velorio de Alma. Siempre ha estado bien. Déjenme experimentar mi confusión. La necesaria meseta de no saber qué es lo que pasa.

[…] desconocidos me acechan.

Susurran que está bien si lloro

aunque nunca los haya visto.

Repiten que el enojo es natural,

no avergüenza.

Aprietan mi rostro contra su pecho

para que permanezca callada

sin decirles que en mí
no hay rabia ni llanto
porque no comprendo aún

qué habrá de ser distinto.

Ya he hablado públicamente de la profunda conexión que siento con este libro, de cómo retrata-muestra-narra, pero también de cómo reflexiona en torno a una herida que —hablo de mí— es la herida primera. La figura materna perdida. Hay cosas que sólo la poesía puede tratar (tratar en serio: ir al fondo). La muerte tiene que ser una de ellas. Y no es sencillo plantarse frente a uno de los más grandes temas del arte y la literatura, y hacerlo tan bien, salir tan bien librada de ello. Montes, sin embargo, lo consigue. Y creo que es porque:

a) Usa un lenguaje vivo, no exageradamente adornado, pero bello (la belleza de la sencillez profunda).

b) La sinceridad no puede fingirse, así como no puede forzarse la cercanía con el lector que la sinceridad produce. El lector en este libro no sólo existe como un fantasma lejano, sino que se presume necesario y como tal se le trata. A través de la sinceridad, de la transparencia, del respeto a su inteligencia.

c) Es un libro muy vivo: entre páginas y páginas de poesía muerta producida en talleres encabezados por rancios patriarcas —cuyos versos bien podrían ser el fósil de un dinosaurio extinto hace millones de años—, la poesía de Montes es un oasis y un manantial de arte vivo. Una poesía demasiado viva que, irónicamente, encuentra esa vida hablando de la muerte.

Páginas adelante: la reconstrucción, no sólo de eso que hace la muerte a la voz que encarna Montes, sino de lo que hace a la gente alrededor. Lo que hace al padre, por ejemplo. El hombre que sufre, en su desnudez, visto desde fuera, retratado con precisión de daga, capaz de abrir la piel. Yo me desmoronaba junto con el padre en más de una ocasión, leyendo el libro. Ése es el calibre poético, el alcance de la voz: en ella caben muchas más y todas son dolorosamente precisas al trazar los contornos de situaciones cotidianas (como el peinado antes de ir a la escuela, como los rituales previos al sueño, etc). Ése es el alcance de la onda expansiva de la pérdida. Una poesía viva que no adorna lo que no se pude adornar. Una poesía viva que tiene un propósito mayor al de ser simplemente bella. Sería una ofensa. Tratar la muerte maquillándola sería una ofensa. Hay, en la manera de escribir de Montes, mucho de contemplación, que se siente muy cercana a ciertas tradiciones de Oriente.

Mamá jamás se imaginó
que estamos pensando comprar más peces

para que ninguno vuelva a sentirse solo.

La soledad del pez: la muerte es capaz de hacer brotar una empatía por aquel otro doliente, solitario. Y no sólo humano, incluso de otras especies. Nadie merece estrechez de espacio y ese “nadie” no es un decir mera y exclusivamente antropocéntrico; es un verdadero nadie: ninguno. Nadie debe sentirse solo. Nadie debería. La escena de la maqueta del circo —tarea de escuela, hecha a medias— es otro de los momentos en que me sentí conectado al libro, en un plano otra vez biográfico. Cuando Alma murió, yo estaba en clase. Tercero de secundaria. Salón del profesor Peter. Cuando me mandaron llamar a la dirección, le dije a Sebastián, mi amigo desde que tengo seis años, algo así como: “Creo que ya pasó”. Y él entendió, me dijo algo que no recuerdo. Así es la enfermedad antes de la muerte: te prepara. Pero no, nada te prepara. Volver a la escuela los días siguientes: ni siquiera lo recuerdo. Tener que mantener una beca. En el libro de Montes: una maqueta hecha como está, como podría estar hecha una maqueta en una situación así. En mi vida: una beca de excelencia perdida. Qué precisamente doloroso es, insisto, este libro. Lo que hace conmigo no puede estarlo haciendo únicamente conmigo. No somos las únicas personas que han perdido figuras maternas. No soy ni seré la única persona llorando frente a este libro. Así de grande es Sobre mi espalda llevo claveles blancos.

La abuela no notó
todo lo que está mal en mi trabajo.

Pero mis compañeros sí.

Muy bien, dicen,
casi todos lo hicimos muy bien

y se vuelven hacia mí.

El arte —en concreto la poesía— puede hacer muchas cosas. Puede ser una demostración de lo largo que es nuestro aparato retórico (para medírnoslo entre pares: se asoma el fantasma patriarcal). Puede servir para mostrarle al poder lo bien que escribimos y así conseguir que nos reclute para discursos y comunicados de funcionarios incapaces de juntar dos palabras. También puede servir como adorno de clase: “Vean lo culto que soy, admiren mi privilegio”. Ese arte, para mí, sólo sirve para dos cosas: para nada y para estorbar. Un arte que adorna es un arte que estorba. La poesía contenida en Sobre mi espalda llevo claveles blancos hace otra lista de cosas: retratar (con la dolorosa precisión de la que ha hablado antes), acompañar (ese hacernos sentir menos solos) y conmover de una manera que ojalá más poetas de nuestra generación (me incluyo) se atrevieran, al menos, a intentar. Este libro de Montes opera a ras de suelo, ésa es su dinámica con el posible lector. Y ese lector es quien sea, quien quiera, quien tenga el libro en sus manos. No es una poesía elitista, lejana, llena de referencias que sólo gente que ha tenido cierto acceso a la educación puede descifrar. Es un libro que participa de la democratización de un arte, el nuestro, tan tristemente en manos de unos pocos.

Danhia Montes ha escrito un libro inmenso. Ojalá invente lectores nuevos. Al escribir sobre un tema y en un lenguaje que nos toca a todos, ya lo está haciendo. Así se mantiene viva la poesía.
 

 
pista amorosa para una muchacha de futuro

nos van a borrar
dirán que no existimos
dirán que no había mujeres negras que escribían
dirán que era imposible que una mujer negra escribiera
dirán que fuimos amantes
tal vez dirán que enseñamos a leer
que amamantamos
que gritamos en las calles
que nos estábamos liberando
que no tuvimos tiempo para escribir
en la supervivencia del día a día
pero nos van a borrar
dirán que es imposible
sacarán de las estanterías los libros que escribimos
los periódicos físicos habrán sido comidos por el moho
el internet se apagará y no existirá forma de encontrarnos
esconderán un par de objetos nuestros en alguna bodega asquerosa
pero las muchachas de futuro nos van a buscar
meterán sus narices en los archivos
navegarán en mares de archivos de escritores negros anglófonos por supuesto
en efecto encontrarán amantes
en efecto encontrarán maestras
en efecto encontrarán mujeres negras que criaron a escritores blancos que las mencionan
por supuesto
hablando por ellas
pasarán muchos años
quince tal vez
las muchachas de futuro tendrán ojeras y angustias
nos van a borrar
pero una tarde
no
una madrugada
en el archivo
abrirán una falsa pared
meterán
otra vez
las narices donde no debían
encontrarán este ordenador
encontrarán una máquina vetusta
encontrarán una foto
un libro
comido por el moho
donde por azar
figura nuestro nombre
hurgarán tanto las muchachas de futuro
como solo se hurga
en la piel de los amantes
ya que ser entrometidas
investigar-nos
es un acto de amor y desborde
nos hallarán
desgreñadas
con ojeras y angustias
escribiendo
mientras intentábamos sobrevivir al miedo
al temblor de los días
al fascismo y racismo de tiktok
y al amor
que nos quería
de vuelta
muy al fondo de las casas
y las muchachas de futuro escribirán sobre nosotras
y dirán que es ficción
porque en el futuro la ficción perderá peso
credibilidad
estatus
la ficción estará poblada de mujeres
por ello
perderá peso y credibilidad
dirán que es ficción como si hacer ficción fuera sencillo
ellos
los de arriba
mirarán con repudio la bajeza de la ficción
ellos
que no tuvieron que imaginar un futuro
porque lo tenían todo resuelto
pero las muchachas de futuro sabrán pelear
como peleamos nosotras en el pasado
que es siempre una forma de futuro
como pelearon las muchachas del pasado
machete
palo
o
veneno en mano
las muchachas de futuro tendrán otros instrumentos
otras armas
como ahora yo tengo este ordenador
y reconstruirán la ficción como potencia física y sensible
para ti muchacha de futuro
que me estás encontrando
pese a todos los esfuerzos sistemáticos del borrado
incluso
de nuestra negritud
para ti
y por ti
yo estoy escribiendo hinchada de futuro

 
 
 
pista amorosa para mi amante del futuro

mi amante de futuro no tiene un animal guardado y enfermo en mitad de la garganta tiene una especie de ser de mil cabezas inanimadas desde donde piensa en mí mi amante de futuro tiene la cara corroída por el bello facial y las navajas mi amante de futuro tiene que beber para expresar porque aunque sea bisexual sigue siendo hombre mi amante pobrecito quisiera amamantarlo con mi ausencia de mamas yo no quiero que nadie toque a mi amante de futuro pero lo dejé porque en el fondo de mi cuerpo me parece insoportable que lo toquen y todo lo insoportable es irresistible a mi amante de futuro le digo: yo seré un hombre por ti renunciaré a ser lo que fui pero es mentira porque yo quiero ser su mujer poesíada de mil cabezas mi amante de futuro respeta mi espacio me da libertad porque la tengo pero en el fondo de todas las cosas yo quisiera poder ser suya pero esto no lo puedo decir por dios esto no lo puedo decir mi amante de futuro me adora pero yo debo irme lejos debo cruzar tres océanos para que él pueda decirlo mi amante de futuro quiere ser esto: no mi marido ni mi hombre solamente el cangri que cuando yo llamo me responde pero yo quiero precisamente eso que no me puede dar: que sea mi marido y mi hombre pero eso no lo puedo decir por dios no lo puedo decir mi amante de futuro sabe todo de mí sabe sobre todo que quisiera ser plastilina para adaptarme a todo lo que necesita pero mi amante de futuro jamás haría lo que quisiera de mí o tal vez en su inacción lo hace y yo no me doy cuenta porque estoy muy ocupada mirando cómo las luces del mundo se reflejan en sus lentes ridículos pero yo no me doy cuenta porque estoy perdida escuchando su voz de último puerto del caribe pero yo no me doy cuenta porque estoy perdida en la abertura de su camisa de estampados de flamingos pero yo no me doy cuenta porque estoy perdida en él mi amante de futuro sabe que yo perdería todo por él por eso no me detiene y no me pide nada mi amante de futuro prefirió comprar una nueva televisión gigante quedarse frente a esa pantalla gigante antes de reconocer que me perdió mi amante de futuro dice que me perdió pero en el fondo de su cuerpo en ese lugar que no puede ser dicho por la boca mi amante de futuro sabe que le pertenezco y en el fondo de toda la linfa que me recorre yo sé que me pertenece pero mi amante de futuro y yo su amante de futuro no vamos a decirnos nada

 
 
 
pista amorosa para mi niño de futuro

si pudieras escuchar el milagro de tu voz extendiendo su velo sobre las cosas si pudieras escuchar las diversas formas en las que tu voz se despliega como cientos de animales de lana y látex sobre el mundo si te detuvieras a ver cómo tu voz transforma el color de todas las cosas que me rodean el color de mis órganos y de mi sangre si pudieras poner tu propia voz en tu oído de la misma forma en que pones tu voz en el mío si pudieras hacer un mapa de todas las cosas que transforma tu voz por ejemplo de cómo tu voz detiene el tiempo a mi alrededor y me deja sin lenguaje si pudieras ver con mis ojos las dimensiones de los cambios de tu voz sobre mi cuerpo si yo pudiera me quitaría los ojos para que puedas mirarte hablar como yo te veo hablar con todos los colores desplegados en el suelo de la que es tu casa y alguna vez fue la mía podrías ver que todo acercamiento a ti produce un derrame de animales nuevos en el mar de adentro de mi cuerpo vieras todo lo que perdí por querer ganar el mundo

 
 
 
Diálogo primero [Carta oral]

No todo hierve únicamente bajo la piel. Afuera el incendio milagroso de tus senos se lleva la arquitectura de la ciudad ¿por qué tengo tanto miedo? Como si enfrentarte con el verbo que se me fue entregado significa que nunca te vayas de mis manos. Como si el miedo fuese el único habitante de mi planeta interno donde la sangre forma lagos inmensos donde nadie puede bañarse más. Afuera sólo puedo imaginar otra vez el milagro de tus senos reviviendo cada polo asesinado. Entonces entiendo que nada bajo el sol de Guayaquil puede ser cierto. Como si todos los planetas les dieran la espalda a los amantes del puerto desintegrado.

Por ello tu mirada no es humana— he ahí el reconocimiento mutuo —el tacto de tu cuerpo donde hundo mi plexo es el reflejo de todo cuanto soñé y no fue consumado. Soy un astronauta a la deriva cayendo del cosmos a la biósfera de tu vientre como una estrella en pleno incendio desgarrándose. Haciendo cenizas sus extremidades frente a tu presencia. Caigo. Desciendo como feroces gotas de lluvia. Me hago líquido para bañar tu piel, para que tu vagina se convierta en el mejor hogar, madriguera tibia y acuosa para mis dedos que son prolongaciones del universo intentando hacerte suya.

Nadar en ti es volver al vientre de mi madre. Vivir entre tejidos rosa Pangea primera que acogió tiernamente mi llanto y trote de feto azorado. Menguo tanto, me hago pequeño. Microscópico caballo marrón atravesándote. Escribiendo mis iniciales en las paredes que hace siglos me vieron gritar por primera vez. Grito de guerra de potrillo alumbrado. Vuelvo. Eterno retorno a la niña. Desde mi iris se proyecta un caballo desangrado en la sala. Un caballo con las patas mutiladas: prolongaciones directas del sol. Eterno retorno al temblor óseo, al existir sin otro sentido que no sea la aguda visión; facultad de observar a través de la piel. He visto tus pulmones negros tapizados de nicotina. He visto el llanto de la sangre en la sístole bombeado incesante para que sigas viviendo. Todo lo he presenciado, la fiebre que desciende del cielo se apodera de mi cuerpo de hombre-mujer-equino:

se hace tarde
de mi musculatura edificaré un puente para cruzarte y habitarte por completo.

 
 
 
Diálogo segundo [Bolero Postpunk]

También me gusta mucho el triphop quería decir              
también cuando cierro los ojos millones de caballos microscópicos me llueven y salvan del caos
también me enternezco pensando en mi hueso más pequeño y frágil
versión primitiva de mí
también río cuando no salen las palabras de mis dientes
se dice que anidan ahí por siglos y se descubren en otras galaxias quería decir
pero sólo podía pensar en la belleza galáctica de Federico Moura
comiéndose nuestros tímpanos a través de las pantallas
Federico Moura
belleza venérea divino animal totémico
ángel new wave de aluminio y alcohol
también me tenso los ojos para ver mejor la casa que me habita
como un silencio
un soplo idiota en el porche de esta casa de huesos y bacterias
revueltas en un mismo cuerpo acuoso
también quería llorar en mitad de esa canción preciosa que no puedo recordar
y mi cabeza quedó adherida a tu cuello como una tzantza africana
una tzantza cabeza de caballo de mediana estatura
profundamente enamorada
también prefiero bailar sola
mientras las estrellas que nos nacen del plexo
se incendian en la cerámica del piso
también quería preguntar si tal vez mi dedo del medio cabría en tu agujero occipital
como mera demostración de que cada parte de mi cuerpo se adosa con una perfección espeluznante a la tuya
entonces se prende fuego la lengua de mi boca
no tengo más que un hocico bufando al otro lado de Pangea
porque no
no estamos tan cerca como pensamos
millones de galaxias se interponen entre nuestras pelvis
galaxias que me hacen retornar a los ojos de Moura
y pensar que cada ser perfecto debe ser destruido en esta tierra
fosa común de humanos vestidos
donde no hay un solo espacio para la belleza
y es mentira que la distancia pierde su espesor
mi amor
ahora mismo soy un río de caballos acudiendo a tu columna vertebral
soñando con pasar su lengua por todas tus cicatrices de niño antes del amor
de niño antes del daño
antes del hombre del padre y de la madre
bañarte con mi piel hecha añicos
con mis lunares
con todas las heridas mal cicatrizadas que me tapizan
recordándome que cuando niña
no solo fui caballo sino también un mapa
y una tierra que habitaron sin preguntarme
también quería decir que nuestros cielos no son iguales
sobre mi cabeza no hubo dioses
solo panfletos en idiomas que no entenderé jamás
y que no sé de frío ni de mar hecho centellas
solo sé de la alegría
y de cómo los muchachos que me nacen
se divierten con cocaína los fines de semana
para olvidar que me existieron
solo sé de esa alegría ridícula de ser de donde soy
de ser del color de los fósiles bajo nuestros pies
de ser una palmera seca en mitad del trópico
pero no hace falta abrir la boca y emitir sonidos compuestos
cuando los cuerpos se chocan
es mejor imaginar que somos esos astronautas descritos por Ray Bradbury
cayendo en mitad de la nada abrazados siendo una estrella fugaz
en otro planeta donde dos niños
(es decir nosotros en otras formas más amables)
al verla piden un deseo
mientras sus manos se entrelazan en mitad de la arena de una playa infinita.

En algún lugar un director dice corte haciendo un tajo en el aire con la claqueta frente a mi cara          he retornado a mi eterno vientre           he retornado a Guayaquil.
 
 

 
El mapa

La primera vez
que hice este recorrido
tuve que descifrar el mapa
del transporte público:

    / como si el cartógrafo del ayuntamiento
   dibujara sobre un techo de cristal /

las rutas para ir al trabajo
me alejaban del temblor isócrono
de la ciudad de acero
   en pos de la música
      de vacas y palomas
desbordando mi cabeza con su
           ¡plas
     plas
plas!

Había grillos y una gama de insectos
para irradiar señales de aviso.
Algo nos unía a ellos
y a mí:
   nuestros nombres estaban escritos
   en la lista
   de objetos prohibidos
por las políticas de abordaje
so pena de mala suerte
           amenaza
           de
        despido.

 
 
 
Arqueología de un gato

Los pintores tienen bocetos
pero a mí sólo me permiten trazar perfiles
con anomalías robadas al abismo:

el humo blanco de los cigarrillos
por encima de nuestras cabezas y su caos
       metal contra metal
       los bisturíes /
       hacen arqueología de un gato
       aunque los peces son
       / /
       lo que persiguen.

Todo esto hay que borrarlo.

Las grandes biografías
no se escriben
desde la memoria del cuerpo
    abierto
    sino
por acumulación de datos a prueba
de formol;
centímetros ganados por la sombra
que dibuja el lápiz en una región
en donde se disuelve         la luz.

Hablar
   defender la voz propia
equivale a interrumpir el curso del presente.

El fantasma        del gato          que maúlla
por fuera de       los renglones pautados
                 me alerta.

        //

La distancia más difícil de sondear
es la que inaugura el latido evanescente
del cursor:
    »trabajo en casa
    »moderna minería de datos
    »retiro adelantado
    »viejo lenguaje de la caducidad.

 
 
 
El Hudson

Entubado
el Hudson resuella detrás
del jardín. La oscuridad escribe
sus contratiempos en papeles de cristal.

Basta pasar mucho rato
en la misma
   posición
para descubrirlo.

El número uno de la Avenida
Washington dicta bajar la velocidad: hay niños
zambullidos en la hojarasca
que decidimos no tener.

Laminados bulbos de cebolla tierna
se fríen en la sartén.

Una mujer improvisa
el menú completo de su funeral
un día
   cualquiera.

Tiene que arreglárselas para mantener
   oculto
al cernícalo ensombrecido
que aletea en la alacena
  para no salar con lágrimas
          la dulzura
          de las cebollas.

 
 
 
Panorama de folletos

Nuestra última expedición
trajo consigo un vasto panorama de folletos:

            Hokusai unlimited »
         » Hokusai updated                  »
     Hokusai revisited                           «
»  Hokusai y los nenúfares 
Hokusai y las canoas  »
   « Hokusai y el volcán
     «Hokusai y Kanagawa»
« Hokusai y los agricultores de arroz

La gran ola de                            mujeres voluntarias
y la inconmovible                               pestaña amarilla
que nos concentra:  w . a . v . e . s.   Un sencillo formato
con un renglón para nuestros nombres
y un vasto panorama                de arte japonés
y miso                 para ahogarlos.

 
 
 
Tercera entrada

»   Un salón de reuniones en un hotel cuatro
   estrellas. Alfombra de funeral
   geometría en donde el polvo y la humedad
   se han hospedado. Rígidos asistentes de metal,
   las sillas —unas en corro, otras ligeramente
   ladeadas dentro del renglón que les
   fue asignado— escuchan con intensidad.

»   Una colección de playmobiles, de la
   especie científico
   -al-final-de-una-jornada-más-de-congreso-en-
   un-país-extranjero, con muchos cocteles
   encima, es el procedimiento más rápido para
   despejar el camino de la sangre.

»   Una mujer y un letrero de salida
   de emergencia. El silbido ortopédico
   de los ruiseñores a sus pies se impacienta en
   medio de la parvada
   de oxfords y mocasines deslustrados,
   que amenazan con desplomarse
   por las esquinas de las suelas en donde
   la gravedad se vuelve
   insoportable.

»   El ruiseñor tira sus flechas paso a pasito:
   un cardenal, frente al salón, respira
   petrificado. Correoso pero frágil, como
   el coral a punto de quebrarse,
   asoma su cuello de tortuga por encima
   del saco:

       —Caballeros, es verdad
       —Caballeros —se aclara y vence
       sobre sí mismo —c’est vrai.

»   La luz se apaga. El proyector suelta
   un zumbido tecnicolor. Copos de plancton
   tejen con el estambre de su ligereza
   un manto
   fluorescente para los congresistas,
   los desaparecidos entre las cimas de estas
   butacas en donde nace y toma forma
   la oscuridad de un largo sueño.

»   Tierra de brujas, perlas, monstruos, anclas
   patos de goma desinflados y cráneos legos
   forman la colección de maravillas con las que
   el pequeño ruiseñor armó
   su nido bajo el mar.

»   En ausencia de diálogo, ruiseñor y cardenal
    bailan
      una noche

         una hora

            un instante
   en que abrazándolo y plena de aire
   el ala encaja la daga de su vuelo en el agua.

»   El salón está vacío.
   Una mujer recoge sus pasos, y desaparece.

»   Un reguero de gotas obstinadas en su silencio
   queda:

       —Caballeros, la oscuridad
       abre sus puertas,

       LA VIDA HA COMENZADO.

 
 
 
La culpa es mía

Un rectángulo envejecido voló de entre las páginas
de una National Geographic
advertía de los baches en el camino.

Al parecer
un hombre apagó el motor
en el lugar equivocado
tuvo la valentía de grabar su corazón
en el agua.

La culpa es de la mujer que convirtió
la tierra firme en gelatina.

Territorio prohibido en el que reino

la culpa              es mía.

 
 
 
Nevada

Pienso en la nieve
y su música flotando
sobre el jardín.

Pronto será tiempo de sembrar
cruces donde hubo tallos
   flores
   •         bichos
         espinas

tiempo de georreferenciar
•             los puntos          •
en los que hiberna
desempleado
   •           mi amor.

 

* Poemas pertenecientes a Dorsal Atlántica: Expediente sobre los suelos oceánicos (Espina Dorsal, 2023).

 

 

Imagen en negativo de la primera página manuscrita del poema.

 
 
El silencio.
El silencio.
El silencio.
Escúchalo.
Es el silencio convertido
en lenguaje
ya transfigurado
en mentalidad
junto a lo definido:
la cámara fotográfica
esta vez dándote
—precisa mente—
el instante
o lo ya memorable
de una imagen precisa
en el espacio
que aun sin envergadura
nunca se desploma.

Al fondo, la predisposición
sin cera
de la soleada catedral
con faroles hundidos
—es mediodía—
y las puertas nocturnadas
que de pronto resultan
pertenecientes
a un anochecer
no migratorio.

(De izquierda a derecha, Julio Cortázar,
Chinolope y José Lezama Lima).

 
Al frente, acalorados,
sudorosos,
sin rapidez alguna,
Lezama Lima
con Julio Cortázar
se adueñan de lo irrespirable
y su blancura.
Aun así, aun sin nada
ni nadie,
ellos crean esa clase
de cercanía incapaz
de disolverse.
Entonces Chinolope,
diminuto y enorme,
dispara su cámara
—cinco
o cinco mil veces—
en la búsqueda,
siempre en la búsqueda
meta morfoseante
repleta de amor fosis
que al mismo tiempo
es ofrenda sin páginas
con tabaco forjada:
entonces se afianza
lo total
en las manos del humo.

Piensa Lezama:
lo no posible
o lo hipotético
de lo que sí es naturaleza,
desemboca
donde el tránsito
—o lo transitorio—
son algo por alguien
reservado, mal o bien,
mientras la fijeza
de la soledad insular
a la edad de un sol
más que robusto,
se internan
con vasta inundación
renacida ahí,
donde el río Máquina
—escúchalo—
se oculta de su cauce
trans
formándose
—¿o por qué no?—
de
formándose
en serpiente cascabel
ceñida al cuello
de José Cemí.
(Mente desde antes
de sus orígenes,
juega entonces Cemí
a ser más que analecta
en Paradiso, aunado
al tokonoma
que lo hace ser mayor
al espacio
que lo envuelve.)
La mano
o el sudor
o el féretro
se arriesgan
por un canto
arquitectónico
recién llegado
con labios
partidos
o dentro de un
círculo
de caminadores
que suben
o descienden de cedros
bien vistos:
llegan a ser boscajes
de cortezas platónicas.
Así entonces una herradura
es collar o sencilla fortuna,
ideada
por esa sobrevivencia
imaginaria
nacida en la vitalidad
de minúscula
vasija luminosa
sumergida
en un sótano
del Vedado.

Piensa Julio Cortázar:
para llegar al ombligo
de Venus hay que llegar
a la Montego Bay.
Después, bajo el recorrido
propuesto por algún
temporal,
escuchar debes
tú, Lector,
a Teodoro W. Adorno,
gato desquiciado,
gato barroco
que a menudo presume
de sordera o mudez
arrancándose las uñas
a punta de maullidos.
Mas ahí,
frente al recién llegado
de Trocadero, me pregunto:
¿Para qué inventar algo
que ha sido escrito ya,
y repetido y borrado
sin ninguna suerte?
¿Para qué, si también
se nos inyecta tinta
de calamar anímico
y así enfrentar bajo el estanque
símiles de inutilidad?
Heráclito
lo cita a su manera:
Difícil luchar contra el deseo;
lo que quiere lo compra con el alma.

Lezama.
Cortázar.
Chinolope.
Heráclito.
Adorno.
Apariciones.

Sí, apariciones
o desapariciones
o representaciones
como las de ese
alguien
que nos contamina
llamado el Otro,
el que ha sido dicho
y repetido por lenguas
bajo tierra
o encima de la piel
de un Santoespíritu
donde llega a verse
—multi plicada—
esa pluma que siempre,
hundida o no,
es una daga.

Silencio.
Silencio.
Silencio.
Pero escúchalo bien
a ese silencio.
Tu verdadera mente
o tu fuga verdadera,
aquí resuenan
para amor dazarte
ya convertido
—sin salvación—
en tú, sí, en tú,
lector acaso,
en desgradecida
mentalidad
ya trans formada.
Así entonces, con esta
húmeda,
insistente acción,
perforado ya
el territorio
del papel de China
o el cráneo del Everest,
portadores ambos
de mundos similares,
sentimos cómo la veleidad
se apropia
de lo definitivo,
aunque a pesar
de nuestros deseos
no florezca.

Así, de nueva cuenta
entonces, al disminuir
tu silueta donde eres
asma de fantasma
que a nadie atemoriza,
el Otro, sí, el Otro,
el que te acerca a lo interminable
de tu ausencia o al monólogo
de un diminuto abismo,
intenta y trata
y vuelve a perseguirte
con hambre o extrañeza,
hasta donde, ya para
entonces, sean
la mudez o la sordera,
y terminen haciéndose pasar
por las pupilas de la nada
o los párpados de nadie.

Entonces sí, entonces,
al mellar
su acerada majestad,
habremos de enrojecer
o palidecer —dichosa mente
sin cansancio—
y asediar una vez más
a la mudez o a la sordera
donde lo visual
o lo aplastante continúan
siendo altas murallas
de inexistencia.

Y así el aire, al sentirse
aspirado, logra ser
una roca enorme,
tal vez sin destino o peso,
y que —simple mente—
gira al ser vista por múltiples
pares de ojos ojivales
que provocan su desaparición
cuando, con insolentes
gruñidos, consigue
        des
        plo
        marse.*

 


* SU MONUMENTO HASTA HOY, HASTA MAÑANA Y TAL VEZ HASTA SIEMPRE, SEGUIRÁ NACIENDO EN ÉL MISMO, MOSTRANDO LA FIJEZA LUNAR DE UNA NUBE DE POLVO DENTRO DE LO COMPLETAMENTE SILENCIOSO.

 

Alzo la vista (mi mano es una lengua) papel, papel, papel; reiteración de las cosas del mundo, repite: sea la muerte un accidente lingüístico.

El libro frente a tus ojos (golpe de luz) (¿cómo se toma?). Un árbol se hace tiempo. En la mano lo que fue naturaleza. Una página se hace polvo, el cosmos viene a mí.

***

VILLA DE ÁLVAREZ, 22 DE DICIEMBRE DE 2012

 
Doy vueltas por esta casa
pocas habitaciones
y los vecinos gritan hasta el amanecer.

Vivo rodeado de libros
yo con ellos y ellos conmigo
parecieran mirarme y decirme:
“¿y ahora qué? ¿y ahora qué, hijo de puta?”

Antes de ayer llovió de una manera impresionante
nunca vi tantos relámpagos
y los truenos duraban minutos.

Leo estos días la Ilíada y la Odisea
me dan ganas de salir corriendo al descampado
y gritarle a Zeus, el que amontona las nubes,
invocar su nombre o el de Poseidón
pero ningún dios acompaña estas noches.
La tragedia de un poeta bajo la lluvia
es que se da cuenta que también es de papel.

Hay un patio grande
donde el viento se siente más fuerte
desde uno de los sillones de cáñamo
me dedico a contemplar el atardecer.
Me siento el bendecido del cielo
y el rey de los bichitos.

Hay más insectos y son mis amigos todos
de día los observo detenidamente a cada uno
de noche ellos me observan a mí mientras duermo.
Nos somos simpáticamente extraños de manera mutua.
Querría verme como me ven los insectos.
Querría verme como me veo escribiendo
en esta libreta a cada hora del día.

Baja por fin el calor
y las primeras estrellas se empiezan a acomodar
¿Qué soñarán las hormigas?
¿Habrán soñado conmigo?

En este momento anochece y sigo en mi patio japonés
como me gusta decirle ahora que puse las tres banquitas.
Seis ladrillos y tres tablas.

Uno que otro zancudo picotea
pero están cumpliendo sus horas de trabajo
antes de volver con su familia
y está bien.
Las nubes se oscurecen de prisa
y el aire tibio es siempre anuncio de algo por llegar.

Desde que vivo en esta casa
mi vida gira en torno a los fenómenos naturales
los insectos y los libros.
Tal como en mi niñez.
Estoy seguro que hay allí
una secreta correspondencia.
Un adentro y un afuera en el cual estoy yo.

Pienso en la sobrenaturaleza de Lezama Lima
como la que imaginé con el Río de los Huesos
la Colina de la Sorpresa
los miles de bichos y animales
que revolotean en todo lo que he escrito
o la misma idea de 47L4N.

Mis libros son como sueños que tuve
sueños de una naturaleza de otro mundo.
Un mundo que conozco desde que no conocía el mundo
como si mi memoria hubiese hecho una selección
de lo que tiene que ver con el futuro
que es para mí la escritura.

Anoche volví a soñar con hormigas
eran miles que arrasaban con la computadora
los cables eléctricos, los restos de comida.
Parecían bandadas de pájaros a lo lejos en las paredes
querían devorarse todo a toda velocidad.

Escucho las cigarras
piso la tierra y el pasto
siento una nostalgia inmemorial.

Imagino extirpar de mi vida todo lo que es la literatura
y no me queda nada.
Un silencio.
Las estrellas brillan bonito esta noche
unas gotas comienzan a caer
entro mis papelitos y yo me entro con ellos.
Buenas noches le digo a alguien
no sé a quién.

Los libros no son la vida
pero esta vida que uno elige está repleta de ellos.
Libros de autores que a uno le gustan
le interesan o tiene sólo por tener.
Regalos, préstamos, trueques, robos fortuitos.
Una biblioteca sin duda
es la materialización de ese deseo
y el deseo es siempre fatalidad
fatalidad ciertamente literaria.

Vuelvo de vez en cuando a la vida de mis muertos
muchas de ellas extravagantes y sobreactuadas.
Bellas, trágicas, cómicas.
Sonrío con la parte que me tocó a mí de ellas
me hacen sentir afortunado
y algo parecido a un escritor de verdad.

¿Qué es una vida literaria?
No lo sé.

Ahora en la soledad de esta casa
volver atrás es convertir a las personas en fantasmas
como si fuera a desaparecer una suerte de continuidad.
De algún modo la literatura
transforma todo en una muerte
o en una suspensión de todo lo que gravita.

Una fotografía en decenas o cientos de páginas
un recuerdo entre millones que pudo haber del mismo hecho.
Las borracheras también son un modo de embelesar la vida
allí todo es único y posible.
El infinito se hace presente
el pasado y el futuro se confunden.
Ese infinito que también la poesía anhela.

Creo que quedan todavía unas botellas de vino y tequila
desde que hice algo parecido a una celebración
con invitados que nunca llegaron.
Aunque uno haga el intento
las personas tienen su mundo
y se ven forzadas a vivir en él
les guste o no.
Uno es el cadáver
tal como en mi patio lo soy para mis insectos
o mi rostro frente al de los libros.
Ser forastero es venir de otro bosque.
Otros son tus árboles
y eso es lo primero que uno reconoce
cuando llega a un nuevo lugar.

El tamaño y la forma de los troncos y las hojas.
Luego las nubes y el viento.
Más tarde los pájaros y al anochecer las estrellas.
Es como si todo lo que ocurre en el interior de uno
ocurriera en la naturaleza
o al revés.

En este patio que es mi bosque
todos los insectos se comen entre ellos.
Es un lenguaje que no dista mucho de la literatura.
Suspender la vida
transformarse
no mirar atrás.

Ir todos los días a Comala
me hace pensar en los muertos
como afuerinos de algo que desconozco
recuerdos que no están vivos en la vida
ni muertos en la muerte.
Uno sonríe aunque se sienta solo
pues uno mismo es el lugar
desde donde se huye.

He viajado por decenas de países
cientos de ciudades
y me consta
que es la muerte la que primero llega
luego la literatura y al final quien escribe.
Ese es el orden
el orden de desaparición.

El mundo no se acabó
y lo que termina aquí soy yo.
Estas últimas palabras debieran ser las primeras
sobre lo que más amé hacer
a pesar y a favor de todo.
Bien, mal, mejor o peor
da igual.

Ciertamente los poemas me iban a dar una nueva biografía
pero me dio la misma vista desde la muerte.
La vida y la obra se acaban
y el gesto más honesto
es uno mismo decidir cuándo.

1.1 La muerte.
1.2 La transformación.
1.3 La resurrección.

***

El Universo es un panal Auroro No te olvides nunca de eso Todo es triple por doble a la vez Te contaremos un secreto mientras caminas hacia aquella montaña Te contaremos un secreto que deberás recordar contigo por siempre Te contaremos un secreto que nadie más entenderá en este nuevo mundo Serán largos los senderos y las noches interminables Tendrás frío y hambre Te aterrorizarás Pero debes avanzar Auroro No dejes de mirar esa cima donde termina tu mano La lluvia refrescará tu garganta y el rocío tus ojos Las constelaciones brillarán para ti Verás cosas que nadie ha visto Escucharás lo que nadie ha podido escuchar Sabrás cosas que no deben saberse Pero el Cosmos te ha elegido para que honres y seas honrado Lo que necesites lo encontrarás en el camino Pasarás por bosques donde comerás semillas y hongos Te acercarás a los ríos a refrescar tus brazos y tu cuello El sol te dará su calor y lo guardarás para la noche El viento te cantará al oído No debes temer Auroro Sigues un llamado que no puedes rehusar Los cuerpos celestes que están en tu piel desde que naciste son un destino Debajo de los árboles podrás dormir Los guijarros te servirán para espantar a las bestias hambrientas Cuando pierdas el rumbo debes dar tres vueltas sobre ti mismo Donde abras tus ojos tus piernas avanzarán sin que lo entiendas La montaña sabe tu nombre y aguarda por ti Cuando llegues a su ladera te daremos de nuestra miel Es sagrada y te hará pensar cosas extrañas Oirás voces y ojos te mirarán desde lejos Verás figuras y palabras que no comprenderás pero sí las comprenderás Cuando estés cansado podrás recostarte en la tierra para que te dé fuerzas Si tienes frío las hojas secas te abrigarán Es un largo viaje Auroro Irás solo pero tú mismo eres tu soledad Estaremos cerca de ti En lo alto brillaremos Dirás que la noche resplandece Dirás que todos los cuerpos son celestes Comprenderás cosas que nadie comprende Por eso debes tener tu corazón limpio No pienses en nadie y no quieras recordar Sólo no dejes de mirar esa montaña que te llama por tu nombre Serás otro y otro serás tú Repetirás durante horas ciertas palabras que hallarás en tu mente Estarán esperando por ti No las ignores Abre tus ojos más allá de las líneas de tu mano Verde son tus huesos Púrpura tu sangre Celeste tu aliento Naranja tu espíritu Olvida todo lo que ha sucedido Hallarás consuelo y luz Duerme esta noche lejos de casa Cuando la luna ya no pueda más caerá Debes estar donde el río se abre en dos En ese lugar comenzará tu viaje No sueñes con nadie ni duermas en voz alta Ahora descansa Auroro Esta noche es la última

Coro de los fenómenos celestes: El Pavor que los cabellos eriza, como nocturno vate de esta mansión, en sueños se presenta respirando encono y lanza un grito a las más altas horas de la noche. Hondo se difundió por el recinto. Los que saben conocer los signos de los sueños dieron esta interpretación: Los dioses quieren que los muertos se quejen de la injusticia y se llenen de furia contra sus asesinos.

Has soñado Auroro Tu rostro nos lo dice Has visto un túnel y en él lo que esconde el tiempo Has visto hacia atrás y hacia más atrás Te has visto a ti como eres y como no eres Guarda en ti tus sueños pues en ellos encontrarás lo que ahora no buscas Corre hasta donde el río se abre Pronto amanecerá Ve rápido para que la luz no te alcance en el camino Entonces Auroro llegas al lugar pero el río tiene trescientos brazos Y cada vez que lo vuelves a mirar decenas más de riachuelos nacen de él ¿Qué harás Auroro? ¿Cómo sabrás cuáles son los dos brazos donde el río se abre? ¿Qué hado se ha puesto en contra tuya? Te acercas al río y observas como los peces carroñeros se devoran Te fijas de donde vienen los que están más saciados y hasta allá te vas Estás en lo cierto Los peces tienen los ojos desorbitados y desencajada la mandíbula de tanto engullir Has acertado Auroro Aquí es donde el río se abre y el primer rayo de sol acaba de cruzar el cielo Comienza tu camino Emprende tu viaje Mueve tus pies que pronto vas a recorrer lugares que nadie sabe que existen Donde todo es rumor y duda Observas la dirección de ese primer rayo de sol y das inicio a tu peregrinar Sonríes y saltas sobre las piedras ¿Qué canción cantas Auroro? Tu mirada se abre y mueves la cabeza al ritmo de tus pasos No sabes los riesgos que se esconden Ni los males que vienen por ti Nada podemos decirte por ahora Auroro Cuánta compasión te tenemos Eres tan puro que en tu cabeza no imaginas las nubes que se ciernen sobre ella La sangre de la sangre pide más sangre Pronto verás lo que nadie quiere ver Avanzas y no reconoces los peligros Tus rodillas brincan como tórtolas Eres libre A lo lejos se ven unos árboles Tienen muchos frutos Se ven apetitosos Quieres tomar algunos Cuida lo que haces Auroro Estás solo en el mundo El mundo eres tú Ciertamente es una arboleda cargada de primicias Expelen un fascinante olor La brisa fresca les hace bambolearse como llamando a extender la mano y comer Te acercas a uno de ellos y las arañas te empuja bruscamente Luego te vas a otro y pasa lo mismo Notas que millones de ellas suben y bajan cuidando su precioso alimento Unos pasos más allá hay otros frutos igual de grandes que las arañas no comen Vas hasta esos árboles Ves como una de ellas empieza a convulsionar Cae al suelo convertida en un signo Te sorprendes de lo que tus ojos ven Pero lo mismo sucede con otra y con otra hasta que juntas varias de ellas Apuntas hacia los árboles que están siendo devorados y las lanzas una a una con fuerza Las arañas huyen de espanto al ver los signos Ahora puedes comer de allí Guardas frutas en un bolsillo y signos en el otro Emprendes tu camino Cómo te ríes Auroro Inventas canciones y haces música con tus palmas Brincas como una liebre No será tan fácil todo lo que se avecina Eres afortunado pero la dicha es caprichosa No esperes mucho de ella No te confíes de tus astros que hay noches forradas por las tinieblas donde ni la luna quiere aparecerse Ves una vara de tu tamaño y te gusta La quieres como báculo Todo lo que guardes debe serte útil sino te hará merma Debes tener cuidado Las cosas no son como se te aparecen Coges el madero e inmediatamente las nubes que están en el cielo comienzan a bajar en manadas Son tantas que no se puede ver alrededor Además pesan y aplastan tu cuerpo enjuto No sabes qué sucede y te arrojas al suelo Tienes miedo Más y más nubes llegan sin entender el porqué Sueltas tu vara para empujar las que hunden tu cabeza contra el pasto Lentamente comienza a disipar Te das cuenta que tienes en tu poder el cayado de un rebaño misterioso Nuevamente vuelves a reír Desabrochas uno de tus zapatos y atas el báculo con tu cordón De este modo lo llevas contigo arrastrándolo y continúas tu camino No cantes victoria Auroro Apura tu paso para que la oscuridad no te encuentre en un lugar donde no puedas guarecerte Pronto tendrás frío y sed Pronto verás cosas que nadie ha visto y ya no reirás Encuentras una caída de agua que nace de una gran roca Transparente y fresca te parece Corres hasta allá y con la mano la llevas a tus labios Das un enorme grito y saltas de dolor arrancándote la ropa Los signos que llevas en el bolsillo al mojarse han vuelto a ser arañas Te muerden y quieren comerte Las pisas pero no mueren Tienes que tomar tu ropa y huir de ahí Ya pasa el mediodía y no en mucho la tarde vendrá con la noche Comes las pocas frutas que te quedaron y apuras tu paso Llegas a una loma que termina en un puente Avanzas hasta allá y te encuentras con la mitad vertical de una mujer que intenta ponerse de pie Es hermosa y repugnante piensas Apenas lo logra vuelve a caerse hacia el lado opuesto por el peso de sus vísceras que no puede afirmar No sabes qué hacer Quieres hablar con ella pero muy poco se le entiende Además casi no te toma en cuenta Lucha por recuperar el equilibrio Luego te haces varias preguntas pero recuerdas que la noche viene en camino y cruzas el puente A medida que avanzas este se extiende Por cada paso más y más lejos queda la otra orilla La primera estrella ya ha aparecido y tienes miedo Entonces tomas tu vara y la pones bajo tus pies De inmediato las nubes comienzan a llegar y caminas sobre ellas hasta el otro extremo Astuto eres Auroro La noche es inminente y ya estás acá Ahora busca un lugar donde guarecerte Donde no te encuentre el frío ni las bestias hambrientas Cuídate de la oscuridad y los recuerdos Son peligrosos y siempre quieren más Todo lo que sueñes guárdalo en ti Aprende lo que ahí se te inicie Te será útil y bueno Encuentra tu lugar en esta noche El cielo se ha llenado de estrellas La tuya también está allí

Coro de los fenómenos celestes: ¡Tener buena suerte: eso es entre los hombres un dios y más que un dios! Pero está vigilante la Justicia y castiga veloz: a unos los sorprende a mediodía; a otros los espera hasta la media luz del crepúsculo con tardíos tormentos, y a otros la noche sin término los domina.

No sabes si estás soñando No sabes lo que es un sueño Escuchas los bufidos de un toro No es uno Son cientos Vienen en esta dirección Tiembla el suelo y el tronco donde duermes ¿Estás dormido? Esos toros braman El aire se ha puesto caliente con el vaho que resuellan Es una estampida Tienes miedo Ya están aquí Han derribado el árbol No son toros Son sus esqueletos Es horrible Corres a través de ellos para que no te aplasten Sus cuencas están vacías y tienen las mandíbulas abiertas Apestan Cuando chocan contra algo los huesos se revientan Y no son cientos sino miles Sigues corriendo entre ellos Los saltas y esquivas Nunca se detienen ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? Poco a poco se alejan Una nube de polvo estelar dejan a su paso ¿Es esta la noche? ¿Sigues soñando? Buscas un lugar donde acomodarte Vuelves a dormir Vas camino a la montaña Ya ha amanecido y tienes sed Te acercas a un lago y bebes pero el agua se congela Caminas pendiente arriba y sucede lo mismo Qué maldición avanza detrás de ti A quién has ofendido con tus actos Sigues tu ruta Piensas en otra cosa Piensas en que vas a cantar Piensas en que necesitas un tambor En esos árboles ves un nido y en él un huevo Sí Es un huevo y suena bonito Cantarás una canción Cantarás y caminarás hacia la montaña Te confías Auroro de tu fortuna Crees que ella te acompañará siempre No sabes lo que has hecho al robarte ese huevo mágico Para ti todo es un juego y ríes Ojalá que la alegría te dure hasta que llegues a la montaña No olvides tu misión No olvides a lo que has venido Entonces despiertas Estás en el tronco del árbol Nada y todo ha sucedido Tienes sed aún y vuelves a ir al lago pero nuevamente se convierte en hielo frente a ti Amanece y bebes el rocío sobre las hojas de las flores Miras hacia la montaña y emprendes el camino Luego de horas en que ya no cantas ni saltas sobre las piedras te dejas caer debajo de un árbol Estás exhausto Miras entre las ramas Hay un nido y en él un huevo Recuerdas el sueño de anoche y quieres hacerlo tu tambor Te subes al tronco y alzando tu mano lo coges El huevo es grande y resplandece Es duro como el oro Entonces lo golpeas con tu vara Las nubes no vienen y los animales huyen hacia el bosque Vuelves a golpear el huevo y los árboles poco a poco comienzan a alejarse Por tercera vez golpeas el huevo El cascarón se resquebraja y el aire se detiene Lo pones en el suelo porque vibra De él alguien aparece Su cuello está adornado con celestes cordilleras y volcanes haciendo erupción En una de sus manos tiene un montón de tierra y en la otra siete gotas de agua Es la isla que es nuestro mundo y los mares de la luna Sus ojos los sostienen cinco mil mariposas porque cinco mil son sus miradas Está parado sobre dos elefantes que miden diez mil medidas de largo y diez mil medidas de ancho que a su vez están de pie sobre cien mil pájaros que cruzan el cielo de lado a lado Su cuerpo es ancho como el horizonte y alto como el firmamento Acerca su rostro al tuyo Su aliento es gélido Tiritas de terror y no puedes moverte No sientes tus piernas y tus brazos están como muertos Le dices que vas hacia aquella montaña y tus palabras se amontonan entre tus dientes Le dices que vas en busca de los colores Le dices que tienes miedo pero no sabes llorar El enorme monstruo te toma en su mano y te devora Estás en su boca Sus paredes están llenas de jeroglíficos y secretos que no entiendes Caminas lentamente sobre el piso mojado Tiembla Se oyen goteras a lo lejos y sonido de derrumbes ¿Estás vivo? ¿Estás muerto? No lo sabes Auroro Lloras y quieres volver a casa Ya no lloras y ya no quieres volver a casa Eres valiente y avanzas Hay un agujero en el techo y te metes por ahí Es un túnel que escalas con pies y manos Llegas a una recámara donde hay un libro Te acercas El Universo es un panal Por un agujero en la pared entra un rayo de luz Es de noche y hay lluvia de estrellas Estiras los pies y te das cuenta que estás en la cima de una montaña La montaña Has llegado y no te diste cuenta Cuán bienaventurado eres Auroro La vida te sonríe y también la muerte Esta es la montaña que veías de lejos y que también te veía Ha venido hacia ti Y no solo la montaña sino que un dios que te extiende su mano para que vayas con él No temas Las estrellas brillan y alguien escribe en el mundo Escribe un libro con tu historia y llora porque es también su historia Vete con el dios No te hará daño ni beberá tu sangre Móntate en su luz y subirás muy alto donde todo es firmamento Te decimos adiós y besamos tu boca con miel Los cuerpos celestes te rozan las tetillas y vibras Te elevas a través de todos los cielos Auroro Te pierdes de vista Eres un puntito de luz El dios te ha llevado consigo El dios te ha llevado

 
* Poemas pertenecientes a Teoría de la sobrenaturaleza (Summa, 2023).

 

 
Estoy llegando
 
Hoy la realidad vino a verme con sus dos manos izquierdas
su cara tenía las arrugas que tienen algunos árboles por la noche.
En algún lado sé quién soy
y estoy llegando
no tengo nada importante que decir
excepto que la carretera me pareció distinta
quizá porque algo planeaba contra el gris de las nubes
pero esta carretera es la misma
esta intemperie la misma
con sus incógnitas a ambos lados
la misma realidad diciéndome:
en algún lugar sé quién eres.

 
 
 
Pronuncio tu nombre

Pronuncio azúcar
como pronunciaría carne o cemento
respiro
la indiferencia del pez en la cocina
la sangre memorizada en el mármol
pronuncio costumbre
paso o espina
vértebra o religión
respiro
el oprobio de la escama en el cuerpo.
Pronuncio tu nombre
te tragas el aire en el que vivo.

 
 
 
Carretera

Cargas las nubes de flores lunares
y suena una música antigua
y como de tu hierba roja
comprendo así mi desnudo
su realidad de durísima hojalata
más allá de esta carretera.

 
 
 
Tempus fugit

La mujer que vive pendiente del olvido
la mujer caleidoscópica con su exceso de sueño en el pelo
parada en la vida del otro lado
observando las ropas que aún cuelgan de su alambrada
ella que fue un bosque entero con el silencio intacto.

 
 
 
Inevitablemente, el frío

Dejo que el cuerpo crea
que se oville y se observe crecer hacia dentro
detrás del miedo
una oración levanta la cabeza.
Este suelo alterado por mi sombra
contiene el temblor justo
el filo necesario
la raíz perfecta
observo el brazo extendido del frío
su palma ofrecida
su juego de líneas
sus dedos dispuestos a fecundarme
con esta melancolía ungiendo la piel
apenas resisto
observo mis vestidos quemados por el frío
mi casa sin mí
mi frente sin mí
mis manos de ordenar la esperanza
mis manos de abrir en canal el pez que boquea sobre el mármol
cómo
        resistir
                   el frío
en esta cocina con niebla derramada
sobre las sartenes
los platos
sobre las copas del vino de la tregua
sobre el mantel de las fiestas
quizá decir amor hacia dentro
invocar su textura
su lenguaje errado
sus maneras violentas
la urgencia
llamar a gritos a otro fin.

De Vida secreta de nuestros animales, 2023

 
 
 
Habitación de aire

Lo cierto es el vestido de la mano sobre el pecho
su justa presión
el recorrido de la uña en el trazado de la piel
el esperma derramado
cuerpo que no es cuerpo.
Primero fue lo inesperado:
un cormorán en la roca que es parte de la roca
la respiración de la posidonia
un cielo con su nube migrante
abalorio perdido.
La visión es el animal de fuego
apaciguado en la habitación de aire.

 
 
 
Sakura nocturna

Dijo que no iba a morir
que tenía intención de visitar Tokio en primavera
vi hormigas
hacer camino entre sus dedos
en torno al hongo triste de su memoria.

 
 
 
Y el silencio

Se hizo un desierto
se replegó la hiedra en la casa de las infancias
quedó muda la voz del templo
confusas las elevadas columnas
el agua derramada
el vino violentado
entró el cordero cubierto de lodo.
Se abrió el asfalto para la espiga
creció por encima de la llama
se hizo la palabra exacta entre los ciegos.
Queda el vuelo
alas que son una y se desconocen
teje un disfraz de aire nuestro zorzal.

De El libro invertebrado (inédito)

 

 
Presentación y versión de José Saed Ayub

 
En Líbano, al sur de lo que hoy es Beirut, estaba Tiro, una de las ciudades más importantes de la antigua Fenicia. Elisa era la princesa de aquel reino, hija del rey Muto y hermana de Pigmalión. A la muerte de su padre, Elisa y Pigmalión debían de heredar el trono; sin embargo, de ambos hermanos, los habitantes de Tiro reconocieron como jerarca sólo al varón. Más tarde, Pigmalión entregó a su hermana en matrimonio con su tío Siqueo, a fin de enterarse de dónde estaban escondidos los tesoros que éste poseía.

Pero cuando Pigmalión asesinó a Siqueo para apoderarse de su fortuna, Elisa huyó de su patria junto a otros ciudadanos inconformes, llevándose el oro que tanto codiciaba su hermano. Después de una gran travesía, la princesa llegó finalmente al norte de África, a la región que entonces era conocida como Libia y que hoy es Túnez, donde los naturales de aquellas tierras de la costa africana cedieron a la princesa fenicia una porción de su territorio para que se instalara con su séquito. Allí, en el extremo de África más cercano a Italia, la princesa fundó una nueva ciudad, nombrada Cartago, de la que se volvió reina. Y ella, que antes se había llamado Elisa, se llamó, desde entonces, Dido.

Por su parte, Eneas era un príncipe troyano, yerno de Príamo, que también se había visto forzado a abandonar su patria, pero a causa de la guerra de su pueblo contra los griegos. Eneas tenía ascendencia divina por parte de su madre, pues era hijo de la diosa Venus y, por otro lado, del mortal Anquises. Aunque ya tenemos noticias de este héroe por la Ilíada de Homero (compuesta hacia el s. VIII a. C.), lo conocemos primordialmente gracias a la Eneida, el poema épico monumental escrito por el poeta Publio Virgilio Marón en el siglo I a. C., que cuenta cómo Eneas logró escapar vivo de la destrucción de Troya, con su padre y su hijo a cuestas y un pequeño saco que contenía los penates, que representaban lo que el héroe había tenido que dejar atrás pero que, de ese otro modo, simbólico, lo seguía acompañando.

Después de salir de Troya, en su camino hacia Italia a la fundación de su nueva patria, Eneas naufraga y, tras mucho penar, llega accidentalmente a Cartago, el nuevo reino de Dido. Allí, le cuenta su historia a la reina y, por intermediación de Juno, Venus y Cupido, se enamoran perdidamente, al punto de que ambos olvidan su misión: él, que debe fundar Roma; ella, que debe continuar la construcción de su reino. Hasta que, en sueños, los dioses recuerdan su encargo al príncipe troyano, quien abandona Cartago y su playa. Y a su reina. Desde el barco, Eneas sólo ve la columna de fuego que se eleva. Teme que Dido, que ardía de amor por él, ahora se consuma entre esas llamas.

A continuación, se presenta el episodio de la Eneida que relata el reencuentro entre ambos, ahora en el inframundo. Eneas ha descendido en busca de su padre, quien ha fallecido en la expedición. Entre otras figuras míticas que se dieron muerte a sí mismas, a quienes “el duro amor consumió con cruel infección” (durus amor crudeli tabe peredit), el príncipe troyano vuelve a ver, sombría, a Dido. Como anotación, baste replicar lo que escribió T. S. Eliot sobre este pasaje:

a mí siempre me ha parecido que el encuentro de Eneas con el fantasma de Dido en el libro VI es uno de los pasajes no sólo más conmovedores sino también más civilizados en toda la poesía; es complejo en cuanto a su significado y económico en cuanto a su expresión; aunque nos dice algo de la actitud de Dido, es más importante lo que nos dice de la actitud de Eneas: el comportamiento de Dido parece casi una proyección de la propia conciencia de Eneas, sentimos que es el modo en que la conciencia de Eneas esperaría que Dido se comportara hacia él. En mi opinión, lo fundamental de este pasaje no es que Dido no lo perdone (aunque sí es notable que en vez de insultarlo, apenas lo rechaza y quizás sea el rechazo más elocuente en toda la historia de la poesía); lo fundamental es que Eneas no se perdona a sí mismo y que esto ocurre a pesar de un hecho que él tiene muy presente, a saber: que todos sus actos han sido consecuencia de un destino o de las maquinaciones de dioses que ―a nuestro parecer― sólo son instrumentos de un poder superior e inescrutable.1

El texto latino está tomado de la edición crítica que aparece en P. Vergili Maronis Opera, hecha por Roger Aubrey B. Mynors y publicada en la Biblioteca Oxoniense, de Oxford, en 1969.

 
(Virgilio, Eneida, VI, 450-476)

 
Eneida, VI, 450-476

Entre ellas, con la herida aún abierta, la fenicia Dido                   450
erraba en el gran bosque; a quien el héroe troyano
reconoció, tan pronto estuvo a su lado, oscura, entre las sombras,
de la misma manera que el que, al principio del mes,
ve, o piensa que vio, surgir, entre las nubes, la luna;
derramó lágrimas, y con dulce amor le dirigió estas palabras:               455
“¡Dido infeliz! ¿Entonces era verdad la noticia
que me había llegado de tu muerte, y que buscaste el final por la espada?
¿De tu funeral, ay, fui yo el motivo? Por las estrellas te juro,
por los dioses, y —si la hay— por la fe bajo la tierra profunda,
que, contra mi voluntad, reina, me marché de tu playa.                  460
Pero las órdenes de los dioses, que ahora me obligan a ir por estas sombras,
por lugares espinosos y por la noche profunda,
me llevaron con sus poderes; y sospechar no podía
que tan grande dolor te causaría con mi partida.
Detén el paso y mi mirada no evadas.                         465
¿De quién huyes? Esto es lo último que puedo decirte, por voluntad de los dioses”.
Con tales palabras intentaba Eneas suavizar la fiera mirada
y el alma en llamas, y provocaba su propio llanto.
Ella, de espaldas, tenía los ojos en el abismo clavados
y, tras el discurso emprendido, su expresión no se conmueve,               470
como si fuera dura piedra o roca marpesia.
Finalmente se apresuró y se refugió, enemiga,
en el bosque umbroso, donde Siqueo, su esposo primero,
iguala su amor y la corresponde en cuidados.
Eneas, no menos conmovido por el indigno final,                    475
la acompaña con lágrimas desde lejos y se apiada, mientras ella se marcha.

 
 
 
Eneida, VI, 450-476

inter quas Phoenissa recens a vulnere Dido                       450
errabat silva in magna; quam Troius heros
ut primum iuxta stetit agnovitque per umbras
obscuram, qualem primo qui surgere mense
aut videt aut vidisse putat per nubila lunam,
demisit lacrimas dulcique adfatus amore est:                      455
‘infelix Dido, verus mihi nuntius ergo
venerat exstinctam ferroque extrema secutam?
funeris heu tibi causa fui? per sidera iuro,
per superos et si qua fides tellure sub ima est,
invitus, regina, tuo de litore cessi.                            460
sed me iussa deum, quae nunc has ire per umbras,
per loca senta situ cogunt noctemque profundam,
imperiis egere suis; nec credere quivi
hunc tantum tibi me discessu ferre dolorem.
siste gradum teque aspectu ne subtrahe nostro.                       465
quem fugis? extremum fato quod te adloquor hoc est.’
talibus Aeneas ardentem et torva tuentem
lenibat dictis animum lacrimasque ciebat.
illa solo fixos oculos aversa tenebat
nec magis incepto vultum sermone movetur                        470
quam si dura silex aut stet Marpesia cautes.
tandem corripuit sese atque inimica refugit
in nemus umbriferum, coniunx ubi pristinus illi
respondet curis aequatque Sychaeus amorem.
nec minus Aeneas casu percussus iniquo                       475
prosequitur lacrimis longe et miseratur euntem.

 

 


1 T. S. Eliot, “¿Qué es un clásico?”, en Lo clásico y el talento individual, trad. Juan Carlos Rodríguez, UNAM México, 2013, pp. 38-39.

 
Desperdicio

La naturaleza tiene formas astutas de encontrar nuestro punto débil

André Aciman

 
Qué desperdicio, dicen los expertos
qué desperdicio, el potencial
qué desperdicio,
no ser como ellos, unos cuantos.

La naturaleza nos regaló eso
que parece espejismo:
un corazón hinchado
como inflable de fiesta infantil,
un cuerpo débil
cargado de infancias que gritan a tu oído
que llegada la mancha del éxito
no parece tener enmendadura.
Una suerte de lealtad ensombrecida,
alucinación y pósima
que llegados los treinta,
cuando ves tus oblicuos
o a tu amigo el más joven
quien te podría quitar la atención
del mejor partido
que has tenido en años con un mensaje
nos deja humillados,
en la ruina,
en el peor de los castigos,
mantenidos en la conmiseración
de la lástima. 

 
 
 
Navidad

Llegado el momento,
en todas las reuniones de mi familia comentan los logros
de mis primos, su éxito:
la graduación de Rodrigo, el médico,
el trabajo de Édgar, en Francia,
las bodas de Arturo, José Carlos y Jorge
el logro incomparable que supone
tener algo para siempre.
Con mi sonrisa más radiante
volteo al rostro de mi madre,
sus ojos tienen un brillo que no conocía,
algo le pasa a su plato de pavo
su tenedor lo acaricia
disimuladamente.
Yo, en cambio, busco en mi teléfono
si llegó correo
de ese premio de poesía
que me dará las maletas y el boleto
o tan sólo un poco
de lo que veo en sus ojos
cada año.

 
 
 
Testamento

para Gala, mi sobrina

 
Nosotros,
estirpe de padres sin hijos,
ofrecemos nuestras manos vacías.

Abraham Guerrero Tenorio

 
Cuando yo muera, querida
te dejaré mis tesoros más valiosos:
la colección de olocoons que juntaba con tu padre
después de contar las monedas
que ganábamos trabajando como cerillitos en el supermercado
y que canjeábamos con envolturas de pan bimbo
persiguiendo al repartidor cada semana.
Las películas de Harry Potter en blu-ray
que le pedía en cada cumpleaños a tu abuela,
mi librero,
para que vivas lo que tantos escribieron
mientras se batían a muerte
por una beca del FONCA
y si aún respira
a tu único y legítimo primo: mi perrito.
Tal vez así,
un día me recuerdes
con la misma nostalgia
con la que abuela recuerda al bisabuelo,
su testamento:
la propiedad de Capula,
las dos casonas del centro de Morelia,
los muebles españoles,
los coches y las motos
que le dejó en su testamento
y que ahora son más pequeñas que migajas de pan.
Esto heredamos
todos los ingenuos,
los que creemos
que se puede subir una escalera eléctrica
en dirección contraria
solamente usando el peso
de la voluntad.

 

 

 
Hace poco llegó a mis manos un libro, The Selected Poetry of Gabriel Zaid (Paul Dry Books, 2014), que reúne, en edición bilingüe, algunos poemas de Zaid. Acuso el recibo porque es raro que un poeta mexicano, riguroso hasta el extremo de la parquedad y con tan pocos visos de vanguardismo como Zaid, sea motivo de curiosidad entre los poetas y los traductores de la lengua del vecino país del norte. La historia de su desdén es casi tan larga como la historia de nuestra poesía. Son pocos los nombres —y las obras— que se han salvado de esta forma de confinamiento en el ámbito de nuestra propia lengua. Las razones son diversas y han tenido que ver, en todo caso, con estrategias de promoción y con capacidades persuasivas que rayan más en una falta de decoro que en el mérito estrictamente literario de una obra. Palabras más, palabras menos, la oportunidad, es decir, la publicación de este libro de Zaid, se presta para hablar de una forma de poesía mínima, concentrada en sí misma, que se rescata de los flujos de la proliferación y del exceso; poesía que se automargina para abonarse al recoveco, al intervalo de una claridad que no deja sombra de duda.

La claridad es el común denominador de la prosa y de la persona de Zaid, y esta misma claridad permea tanto los fines como los fundamentos de su poesía: encarar y exponer lo real tal como esto se presenta a los ojos de nuestro entendimiento. Sobre el trazado de esta línea de objetividad pura, desprovista de azar, resultan significativos los títulos de dos de los libros emblemáticos en la obra de Zaid, Campo nudista (1969) y Práctica mortal (1973). Es ahí donde el poeta desarrolla la amplitud de su retórica y deja en claro el cometido de su misión poética: expresar la verdad alojada en las fisuras que se abren entre un bloque de realidad y otro. No decir la realidad, sino poner al descubierto la voracidad y mansedumbre de su gloriosa epifanía.

Tal vez por eso Zaid ha puesto al servicio de su poesía una retórica de desnudamiento. Esto no solamente quiere decir que a lo largo de su obra, y de manera progresiva, ha ido escribiendo lo más con lo menos, sino que ha puesto al desnudo las carencias de una tradición lírica que había tenido como principal síntoma de su deterioro un exceso de solemnidad. Junto con Eduardo Lizalde y Gerardo Deniz, en su análisis de la realidad y en su examen de la tradición poética mexicana, Zaid introdujo el elemento de la ironía y de cierta coloquialidad en su lenguaje, que en su caso particular se tiñe, acaso como su principal característica, de un matiz reflexivo. A la hora de elaborar sus poemas, Zaid procede con el rigor de un teólogo tomista revolucionado en el arte de la poesía, quien primero presenta el objeto de sus especulaciones para luego transformarlo en algo distinto e inesperado. Esta es la operación de análisis sensible de la realidad que explica la forma y el fondo, por ejemplo, del famoso poema sobre los taxis (“Teofanías”); y es la misma secuencia operativa que explica el poema sobre el nacimiento de una Venus, que se transforma, en el momento de salir de las olas, en un auto (“Ipanema”). Se puede ir de un lado a otro, del objeto real al resultado inesperado o viceversa, pero la operación alquímica de la transmutación de las sustancias es la misma. El rigor, antes que en ingenio, deviene epifanía.

En ese sentido epifánico-religioso, el poema titulado “Pastoral”, que forma parte de esta “poesía escogida” para los lectores de lengua inglesa, funciona como un responso. Un responso en el que dos fuerzas aparentemente distintas se calibran, provocando la sensación de que el silencio vibra más allá del sentido aparente de las palabras que lo conforman.

Una tarde con árboles,
callada y encendida.
Las cosas su silencio
llevan como su esquila.
Tienen sombra: la aceptan.
Tienen nombre: lo olvidan.

En la traducción de Daniel Hoffman, el ilustre poeta y escritor norteamericano que traduce con marcado acierto éste y otros poemas de Zaid, el enigma de la segunda estrofa se vuelve transparente. Dice: “Things carry their silence/ like a little bell”. Las cosas llevan su silencio como un cencerro. Así, suavizando la voz y eliminando las contradicciones aparentes de sus dos miembros, el poema pierde su aire de ecuación y adquiere, en el inglés de Hoffman, la musicalidad de lo bucólico propia de esta escena. “They have a shadow, they accept it./ They have a name which they forget.” La integración del verso final, gracias a la supresión de los dos puntos y al agregado de una coma, acaba por disolver la contradicción entre las entelequias de lo vivido y lo mirado. Se vive con el cuerpo y se mira con el entendimiento. Como en una meditación budista, se comienza con una percepción de las cosas reales y las cosas terminan anulándose a sí mismas en el estanque de la memoria.

En otro poema de Zaid, “Sol sobre Míkonos”, “Un huracán de sol desmantela las casas” y la isla griega de Míkonos, “dando tumbos, pierde sus velas blancas”. El amarillo del sol y la blancura de una isla son las dos sensaciones predominantes en el inicio del poema. Se trata de un apunte de viaje, como los que escribió el poeta japonés Bashō en su viaje al norte profundo. Así pues, en seguida de la pintura del paisaje se produce la transformación de lo mirado, y el material de ese primer paisaje esquemático enseña el forro de su doble vista: la idea.

Ya nada se distingue: ciego silbar de luz.
El mundo, incandescente, se vela.

La claridad es cegadora, y en ese instante en que las cosas se oscurecen debido a una superabundancia de luz, el mundo revela la voluntad de su verdadero acuerdo con el hombre. “Un círculo de sol, sol de San Telmo/ coronando el naufragio, es todo lo que queda”. Las cosas del mundo, entrevistas de pronto como los pecios de un naufragio, y el aura solar de dos dioses paganos, Castor y Pólux, convertidos en los santos patronos de los marineros cristianos, es todo lo que queda: un signo de aquiesciencia, un puente hacia el otro lado, donde lo concreto se convierte en el caracter abstracto de su idea.

Zaid es un poeta de minucias. Sus descubrimientos caen sobre la superficie de la página con la contundencia de unas semillas o con la violencia encendida y efímera de una ráfaga. Tal es el valor de esta estrofa —el de una esquirla— en un poema baudeleriano sobre los aprioris de la muerte y el deseo (“Ráfagas”):

Giró la falda pesadísima
como una fronda que exprimiste,
como un árbol pesado de memoria
después de la lluvia.

Estos son versos cargados de nostalgia, pero sobre todo descubro en ellos un entendimiento de las corrientes profundas del idioma. A los poetas de la lengua española no les ha correspondido la misión de volver más puras las palabras de la tribu sino de hallar, en todo caso, el entronque de nuestra sensibilidad con el aparato complejo de una tradición que sólo es posible otear a la distancia. Volver presente un idioma que presumimos muerto y devolvernos un entendimiento frontal de nuestro propio léxico. Volver actuales las palabras de la tribu. Tal ha sido la misión de los poetas de la lengua española en el siglo anterior, desde los más radicales —un Vallejo— hasta los más conservadores —un Borges por ejemplo—. Volver actual un idioma es una operación similar a devolverle el tacto necesario al decir y al contemplar. Ver con las yemas de los dedos y decir con la sangre y con el cuerpo.

En un poema (“Ventana al mar”) sobre la melancolía que derrota a los amantes luego del fragor del sexo, Zaid, con el desenfado característico de su vena erótica, apostrofa a un personaje: “Los besos pueden ser interminables/ pero los coitos no, Susana”, para después abandonarse a contemplar, a través de una ventana, unas nubes que se alejan a lo eterno:

Lentamente, alejándose,
las nubes
[…]

Como única certidumbre nos queda esa sensación de vacuidad que viene después del orgasmo; y la imagen sonora de un alejamiento.

 

* Fragmento final del libro La ciudad en las orillas del aire. Sobre la poesía de Gabriel Zaid (Ediciones Sin Nombre, Universidad Autónoma de Nuevo León y Cetys Universidad, 2024).

 

 
Irene Artigas Albarelli, Ábacos, Mantis Editores, Guadalajara, México, 2023, 128 pp.
 
 

 
 
Ábacos (Mantis Editores, 2023), de Irene Artigas Albarelli (Ciudad de México, 1965), es un libro que se plantea a través del lenguaje de la poesía inquietudes que son probablemente más de la incumbencia de la ciencia o el pensamiento racional que de la imaginación literaria o la subjetividad lírica. Pero la sutileza del nombrar de Irene Artigas se permite dirimir tales preocupaciones sin disociar un ámbito del otro. Ábacos induce una disolución de las fronteras entre la formulación poética y la operación lógica, por distinguirlas de un modo, perfilando una curiosidad humana, ecuménica, incluyente, que congrega diferentes y hasta opuestas vías de acercamiento a los fenómenos del mundo y la experiencia vital.

Y es que Ábacos incuba una mística de la observación, donde el pasmo del iluminado cede a la mirada analítica y deductiva, generosa y permeable, del espectador de, sobre todo, los inadvertidos milagros del universo. Esa receptiva y afilada manera de ver posee las virtudes de un organismo antediluviano que uniera estados de la materia, reinos de la naturaleza y estratos de conciencia. En su tentativa de cerrar la brecha entre los objetos y el juicio abstracto, Ábacos se remontaría a los procedimientos a la par metafísicos y corpóreos de la filosofía presocrática, cuando los elementos primigenios se encontraban al servicio de la interpretación de la realidad, de su origen y consistencia.

Ábacos contiene una voz cuya infrecuente gama de matices la vuelven una rara avis en el mapa de la poesía mexicana actual. Su toque de extrañeza se debe en buena medida a la mezcla de una mecánica simple, de entrada, y una plástica precisa y austera, como se aprecia en cuantiosas expresiones: “me/ convertí […] un guijarro suelto en el tablero del tiempo”, “Los días que vas de tránsito son días que se detienen”, “Diapasón/ que niega lo múltiple./ Tensión del ébano hacia/ el metal”, “Habitar el rompecabezas de lo que nos desestabiliza:/ la inflexión de la quietud y el movimiento”. Una mecánica que es igual una acústica y una sinestesia; una plástica que se expande al collage verbal con la concurrencia de W. S. Merwin, Kay Ryan, Mark Strand, Christopher Reid, Eavan Boland y Louise Glück, y que se conjuga, en distintas coordenadas, con la cédula monográfica y la ficha descriptiva, la filología y el culturalismo. “Nube silábica de agua”, se lee en una página, frase rica en resonancias que alterna con la reivindicación de la desapercibida nadería: “Cuánta abundancia de cosas pequeñísimas:/ lo que cava el agua,/ el rumor de orugas,/ el aire en la sien”. En suma, minucia y plenitud.

Por su carácter felizmente empírico, propio de la poesía, Ábacos representa, como en la vocación residual, primitivista, del arte povera, un rústico sistema de registro de prodigios y acontecimientos. No grandes episodios sino eventos las más de las veces imperceptibles que, a la sombra de la historia, deparan los recónditos mecanismos del plano terrestre, “una arquelogía fragmentada como identidad”, evocando un pasaje del libro. Los portentos de la física y la química, la zoología y la mineralogía, lo mismo que la botánica y la meteorología, abren puertas de diálogo con los enigmas del aquí y el allá, erigiendo un puente entre la intuición y el conocimiento, el conocimiento y una fabulación que raya en el mitologema. Para muestra el título de los siete apartados que orquestan el índice: “Contar”, “Bestiario”, “Derivas”, “Lo no escrito, posible”, “Nocturnos”, “Solos”, “Mínimas”. El magisterio de los animales, las lecciones de la casualidad y un decantado inventario de piedras preciosas condensan y dotan de sentido la concomitancia de ciertos territorios de la existencia antes que del saber.

Dicho lo anterior, Ábacos combina también el guiño metaliterario y la tentación performática. Hay, por ejemplo, una asunción premeditada de la caligrafía y la lectura como ejercicios inseparables de la trama del texto, lo que deja entrever una poética autorreferencial y, por ende, comprometida con la noción del trance creador. Así, en varios momentos se reitera a través del uso continuado o intermitente del infinitivo la invitación a la acción rotunda, el cambio de paradigma, la toma de conciencia. Exhortaciones, sugerencias que insinúan una ética sobre la vida o el arte y que mediante la factura aforística lindan con el kōan del budismo zen y la cláusula del decálogo. Cito algunos reactivos: “El insomnio es un remedio para no tener que despertar”, “La risa es un abismo traído por el aire en espiral”, “La luz que se filtra a la memoria es justo lo que llamamos memoria”, “El principio de un misterio es que sea incomprensible”, “La percepción es un escudo que nos expone y protege”, “Escribir, como quien usa una lengua que no sabe pronunciar”, “Tropezar, como quien aplaca la arrogancia de las definiciones”, “Percibir es esbozar”.

A caballo entre una suerte de minimalismo panteísta y una alta dosis de reflexividad inherente al ensayo o la especulación, Ábacos, de Irene Artigas Albarelli, constituye una obra filtrada en ambos tamices, manifiestos, por lo demás, en la aparente contraposición de su repertorio formal. Por un lado, en las secciones “Derivas” y “Lo no escrito, posible”, hallamos parámetros de construcción versal y enunciativa que responden a una prueba de cálculo, ora acuñando poemas de cuatro estrofas integradas de cuatro líneas análogas, ora generando poemas a partir de versos de poetas traducidos del inglés por la autora; y, por otro lado, junto a estos segmentos de cuidadosa construcción, hay poemas en prosa y en versículo de orden narrativo que hacen del libro un circuito serpenteante que se desmarca constantemente de sí para reinventarse al explorar diversas modalidades rítmicas. Bajo la advocación de una fina alianza entre imaginación y pensamiento, Ábacos nos convida, pues, a dimensionar nuestro más íntimo y lejano alrededor desde el idioma hondo y hospitalario de la poesía.