Andrés Cisnegro, Llegada del Malnacido/ Undesirable Arrival, Christopher Perkins (trad.), Nueva York, Artepoética Press, 2022, 128 pp.

En mi primera lectura de Llegada del Malnacido (Artepoética Press, Nueva York, 2022), de Andrés Cisnegro (Ciudad de México, 1979), me encontré buscando en mí una nostalgia; en la siguiente lectura, mi hallazgo fue que dicha búsqueda terminó siendo la de una nostalgia por algo que extrañamente no he experimentado a plenitud, algo así como una “nostalgia fantasma”. Quizá esa experiencia la puedo tratar de reconocer en algún sueño, parecido a algo que te cuentan con tanta sinceridad que crees que existe o existió en una era dorada, hoy perdida.
Hay también, por supuesto y conectado con aquello, una relación visceral con las “patrias”: por un lado, ésa de las fronteras territoriales, de los mapas, los libros y la infancia, y por otro, la patria de la poesía, ésa que habitamos con más gozo y dolor, y en la que quiero construir ese estadio que propone Cisnegro, lleno de poesía y no de pobreza. Una patria en la que quiero también discutir la realidad, las distintas realidades, desde ese otro contexto: el que nos provee la ciudadanía alucinante del lenguaje.
Y —no puede ser de otra manera— en Llegada del Malnacido está también, muy clara, la poesía de crítica social, tan menospreciada en México y que sigue siendo tan necesaria, e incluso indispensable, en estos días. Llegada del Malnacido es reconocer la poesía en el grito, el grito que es pueblo, voz fúnebre y también rama y revolución. Y la nada, porque también la nada grita. Una voz que no se subordina al amo de la sintaxis ni a la corona como símbolo: la voz de la poesía y también del Malnacido: lengua compartida en dos patrias. Y a la vez, una tercera —el inglés—, que Christopher Perkins traslada con pericia.
Aquí, la palabra, el lenguaje, el poema, no pueden darse el lujo de descansar en el oropel de las tradiciones, en el efectismo de la mesa de novedades. Es un libro que, de entrada, nos hará preguntarnos: qué hay que buscar que no se encuentre ya en el noticiero, en la primera plana de diario de su preferencia, en la charla “seria” del oficinista.
La cotidianidad terrible está en estos lugares, sí, pero en el poema encontraremos, junto a esos terrores, las sutilezas que conectan con nosotros de maneras misteriosas, Por eso en el poema, en una poética y un volumen como los de Llegada del Malnacido, lo terrible nos es familiar y, sobre todo, desconcertante. Como si lo experimentáramos por primera vez; como si el camino por el que anduvo este ente común y extraño, para llegar aquí, lo conociéramos tanto y a la vez fuera como si no lo hubiésemos visto nunca: los aires, las vías, los pozos profundos.
No es el viaje por un camino secreto, ni tampoco una ruta sinuosa a causa del bache sintáctico o del símbolo oscuro. Si no es sencillo el camino que nos cuenta a su llegada este Malnacido, es por su claridad deslumbrante, por la exigencia al lector para que detenga los ojos y vea sin distracciones retóricas.
Pero al final, de nuevo, esa sensación extraña: no sabemos claramente qué o a quién hay que rescatar; no nos muestra el paraíso perdido porque no lo conoce, no lo conocemos, pero lo intuimos entre el murmullo y el silencio, entre aullidos.
Lo que es claro en esta búsqueda desconcertante es que hay que despertar, abrir algo más que los ojos para no ser tragados, para que el mundo no se trague a sí mismo. El Malnacido trae su camino con él; lo trae para ser recorrido, conocido, descubierto y reconocido por nosotros en un ciclo que parece interminable.
Este camino es la militancia del maldito a través de la palabra, pero no sólo entendiendo a la palabra como la más eficaz de las armas, si se me permite el lugar común —y me permitirán uno más grave: la palabra como alivio.
Pero, como en toda poesía que surte su efecto eficaz, ésta sólo cumple su función al aproximarse; tiene que dejarnos con cierta sed o inquietud de buscar resonancias, el resto de la experiencia, en uno mismo. La sola palabra del poeta o la sola reflexión intrínseca del potencial lector serían insuficientes; se necesitan mutuamente.
No me parece, entonces, algo casual esta insistencia de la voz poética en cuestionar una y otra vez, de forma directa y sin adornos, a su interlocutor, a quien le exige no darle la razón a las constantes epifanías que se van develando poema a poema (como aquella que sé que no me soltará nunca: “la verdad es un instante que no hace libre a nadie”). No. El Malnacido no se conforma y por ello le exige, a quien tenga enfrente, generar cuestionamientos propios y a partir de ello mirar juntos el horror humano, la violencia que no cabe en sí misma y pluraliza; el dolor como una mercancía, un cuerpo o un país amputado, que quiere reordenarse a partir del enfrentamiento con la más brutal realidad; la violencia como identidad nacional, nueva en muchos sentidos pero, en otros, irreconocible.
Pienso en Wisława Szymborska, que dijo alguna vez: “cuando escribo, me hace un guiño Homero”. En muchos sentidos estas odiseas del camino del maldito son tan antiguas como la propia tradición —poética, política o cultural— de nosotros occidentales. Las guerras, las violencias, los dolores están, por supuesto, en este maravilloso libro. (Y si repienso esa cita de Szymborska, desde la propia Ilíada.) Como si la violencia fuera, irónicamente, algo tan propio para nosotros como el amor.
Troya se desmoronó, México se está desmoronando. Y en medio de tanto espanto, con la convicción de la legítima defensa, a punto de soltar otro puñetazo —eso que llaman poesía, dice Andrés Cisnegro—, quizá sea el único ataque honesto en esta guerra infinita.
Autor
Herles Velasco
/ Guadalajara, México, 1976. Escritor. Estudió Artes Plásticas en la Universidad de Guadalajara. Autor de Llegar a ser vacío (2001) y Guía incompleta de la insuficiencia (2003). Actualmente es profesor en la Escuela de Escritores de México, columnista en el periódico El Universal y parte del comité editorial de la revista Lee +.