julio 2024 / Inéditos

El azar y unas ramas

 
Toda mariposa piensa que exagera
y se debate entre abrirse —y dejar
que el viento mueva sus colores
en el estruendo de sus dos alas
batiendo— o cerrarse en cuchillo
y mirar de frente al sol.

 
 
Aparentan distracción en sus búsquedas,
revuelven los fondos, baten las formas
de las nubes y aniquilan las líneas rectas.
Los peces tienen y no tienen el color del mar.
No se inquietan con el agua que llega
de lejos, de fuera, pero temen algunas
unidades de medida. Por la escasez
recelan del litro y del metro, por la rapidez
del amperio; y sospechan siempre
que se destacan los Celsius o los Kelvin.
Sin embargo, los versos de marineros,
las canciones de pescadores,
hablan del tiempo, la masa y la luz,
que no preocupan en exceso a los peces.

 
 
Ni el tordo ni el estornino,
de cantos afectados
y fastuosos, fabrican
el color que elige la caléndula.
Si el oído sabe, sin trucos,
sin lujos, sabrá condenar
a los presuntuosos que dicen
prender el cielo con sus patas.

 
 
Los perros sueltos
queman por nostalgia.
Es un disparate
la intemperie.
En su casa intiman
con luz artificial.
Una gota y después otra
no son dos, son una
más grande.
El agua profunda,
la de montaña
y la de los charcos
comparten claridad.
Ahora cultiva jardines
en cuellos de desconocidos.

 
 
Se siguen como las migraciones:
distancias que continuarán
—acercamientos y retiradas—
cuando ya no estén. Así el amor:
el azar y unas ramas, huecos
en muros y una promesa constante
de retorno.

 
 
Distrae a las aleladas gallinas,
que no miran sus quebradizos huevos.
De vuelta, las serpientes dejan cartas:
su muda es un apunte pasajero
sobre los cambios y la percepción,
sobre un tiempo preciso que abandonan.
Hablan de la escasez y la abundancia,
no piden nada a los dioses
pero la belleza de sus misivas
determina las lluvias y el sol. Dioses
generosos que leen con entusiasmo.
Sus leyendas no refieren conceptos
sobre caligrafía, adoración
o exégesis. Conservan el secreto
ágrafo, reptan de reojo, succionan
huevos sin levantar sospechas.

 
 
Ha volado de rama en rama y nido
toda la mañana. Ahora se agita
entre troncos y quicios,
          raída
intensidad de cielos cortados,
tubos de viento por los que se desplaza
y fuga la cordura.
Sigue el rumbo del remolque
como si supiera que arraigan
los restos de poda en otro lado.

 
 
En el correr constante del museo
una mujer, con ideas intransferibles
sobre los espacios de lo sagrado,
se santigua ante todas las cruces,
pero no frente a la boca de extinción
y la manguera que esbozan una cruz
perfecta: abrir solo en caso de incendio.

 
 
Los fantasmas del corazón nunca descansan.
Arrastra su dignidad
como la cola de un vestido.
De tanto probar a ser otras, olvidó su papel.
Amanece, por costumbre, en el norte
del reloj y confía en hallar la tela
en la que se duermen los animales.

 
 
Somos huéspedes, suyo es el mundo.
Justo es recibir la picadura
y verlo huir con su nuevo peso
en las afueras de la luz.
Carga con un poco de nosotros,
que no echaremos de menos.

 
 
El pulpo inaugura alfabeto
de ocho vocales. Con su ritmo
arcaico se oculta de seres
que dimitieron del mar hace tiempo.
Sigue pesando la luz y midiendo
la altura de las estaciones.
Desde el día que comenzó a llover
se encoge dentro de su sombra.
Con las ventosas corrige
los excesos del mar para que la tierra
no detenga sus vueltas.

 
* Poemas pertenecientes a Platón y asalariados (Pre-Textos, 2023).

 


Autor

Pablo López Carballo

/ Cacabelos, España, 1983. Poeta y profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de los libros Sobre unas ruinas encontradas (2010), Quien manda uno (2012), Crea mundos y te sacarán los ojos (2012), La dictadura de la perspectiva (2017), Perder naturaleza (2021) y el más reciente Platón y asalariados (2023).

julio 2024