RPBI
Pago por el recorrido
donde soy una
en silencio
con este cuerpo
y le pregunto a la cajera
si la consulta incluye o no la inyección.
La doctora me pregunta cómo me siento
y quisiera decirle:
como hace veintiocho años
en una incubadora con olor a humedad
(la jeringa más pequeña
buscando la vena más pequeña
que hubiera engendrado)
cuando no había aprendido
a sentir nada
y respiraba por un tubo
y las nalgadas no me hacían llorar.
Pago cincuenta pesos por el déjà vu
de una figura esmaltada como una estatua.
La visito por costumbre,
casi por hábito religioso.
Observa mi cara
y su soledad es distinta:
ya no inyecta a una desconocida.
Y nos miramos
como si hubiéramos reconocido
en la otra
al ángel gris
que siempre nos acompaña.
Sólo el aroma antiséptico
me regresa al vientre,
al vaho enceguecido de su inicio.
Cuánta soledad hay en alguien
que no tiene quien lo inyecte,
que no tiene una mano que presione
por diez segundos
con un algodón
y se atreva a tocar ese hueco
donde la luz hiere tanto
y permanece.
jueves
Limpiando en viernes durante o después de un ataque de pánico
Dos sonrisas moradas,
una media luna
para dibujar el par de ojeras.
Susurras una canción
de la que no sabes la letra.
Los nervios como fantasmas en la garganta.
El estrés,
espinas de rosa que invaden el estómago.
Aquí no sucede nada.
La escoba y el trapeador
inmovilizan el polvo.
La televisión en un canal de caricaturas.
El exceso de cloro
hormigueando las extremidades de la mugre.
El celular vibra y la pierna salta,
de arriba a abajo.
Aquí no sucede nada.
Pero la voz en el teléfono pregunta
si quieres la mala o la buena noticia primero.
La bolsa de basura pesa demasiado,
de pronto,
sobrellevar la vida en jueves
pesa demasiado,
y concluyes algo sobre la infancia y la serotonina
pero lo olvidarás
después de esta llamada.
Puede haber en tu útero
una anomalía.
Puede este momento y esta reacción
ser una anomalía.
El sol ilumina la mitad de tu cuerpo
cuando abres la puerta
y sacas la basura.
Tu torso se dobla subiendo las escaleras,
pero aquí no sucede nada.
No si nadie interpreta el análisis.
No si nadie escribe por el teléfono
la palabra Urgente.
No si la sangre duele menos que la espera.
No si no tiemblas cada que orinas.
Levantas el celular que grita.
La salud es el botón de un elevador
que no lleva a ninguna parte.
El sol se despide de tus hombros,
te arrodillas
sobre la suciedad
que no has alcanzado a remover.
Presionas el botón
y pides escuchar la mala noticia primero.

Autor
Estefanía Arista
/ Tijuana, 1995. Poeta. Estudió una licenciatura en Escritura Creativa y Literatura. Formó parte del Programa Talentos Artísticos del Instituto de Baja California y obtuvo la beca del Festival Interfaz en dos ocasiones, así como la de la Fundación para las Letras Mexicanas. Fue, asimismo, residente de la XVIII promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Su libro más reciente es Hipocampo (2021).