septiembre 2024 / Inéditos

Buscando el fin del mundo al centro de la tierra

 
Dentro de una ballena (juegos de lidia)

Viviendo juntos dentro de una ballena
Haciendo el amor sobre su lengua
Te oí hablando en sueños toda la noche

Tú bajo el árbol
Tú de loto
Tú ordenando la boca de la ballena
Sentada en un diente
Fumando una pipa

La luna se estrellaba en tus ojos,
    se ocultaba en tus orejas,
    se oxidaba en tus labios,
    se escapó de tus manos

Educada en campos de marte
te rayabas a medianoche.
Y viviríamos de manzanas,
desnudos de hojas,
si no hubiera abierto la boca

Para acercarte a este lado de lúcuma
tuviste que venirte varias veces
y cogiéndome los cabellos pensaste
que por fin para algo servía mi cabeza

Te dije: Soy un animal que otea por los tejados
con mi trinche de plástico:
Tiento y libro de toda tentación

Ni río ni dejo de reir,
Ni lloro ni dejo de llorar.
Amo la primavera que nunca he visto,
Miro al cielo pero soy ciego

Un estuario de peces carbonizados en su salto
y estuvimos vivos en algún lugar de setiembre (aunque era julio)
Te enseñé el beso esquimal, el que está mal, el animal,
frente a una mesa garabateada en el bar Queirolo.
La pregunta por el padre y te mandaste
la tristeza de una buena parte de tu vida
(Incluida la historia del pez corneta)
Todo un sótano de camellos doblando la cuadra.

Juegos de lidia
Juegos de lluvia en el tatami
Bailarina de ballet que emerge de la pintura
Desnuda y azul, arrodillada,
Donde tus uñas no existían, tu boca
    no hablaba,
tus alas eran redondas,
tus ojos de lechuza hipnotizaban
con sus labios negros.

Vimos el crepúsculo entre Barranco y la Costa Verde,
la luna destrozada en un árbol,
el puente de los gemidos
    y un perro de aguas.
Vimos las montañas o viceversa.
Vimos también el huayco congelado de piedras
de una calle de Cusco,
    ciudad putativa.
Vimos el río delgado en tu cintura,
ojos como antorchas,
tus manitas frías entre las piernas,
palmadas como abrazos,
quebradas curvas,
gatos morunos,
    quenas chamuscadas.
Vimos el pan de mozas amasadas,
la ventana bajo el puente,
tu boca pensativa, con el verbo en mientes.


 
Las cavernas con papiros del Mar Muerto

Una lluvia de protones traen los vientos solares,
Estos días alteran mi número atómico.
No es que esté perdiendo la cabeza,
La cabeza es cada vez más mi perdición.

Abro el periódico:
Siempre hay guerra en alguna parte del mundo,
Siempre hay gente matando gente por las puras huevas,
Y la madre que debe escuchar la palabra del hijo
Partiendo la pared con la cabeza.

Espinas, no palabras.
Zarzas, no frases.
Alambradas de púas, no lenguajes.

Y yo, como una rata,
Assediata, perduta,
Que vive a salto de mata.
Ahora no sé si el viento es con la carretera,
Sus motores suenan a un mar extraño.
Como no soy roca, miro,
    Y me hace falta nada.
Como no soy roca, no soy agua.

Cualquier lugar está acá,
El mundo entero:
La torre subterránea,
El puente bajo el río,
El sótano en la azotea…
Y de repente
La Vía Láctea,
La eyaculación de Dios sobre la nada,
O la leche de la gran teta sagrada.
Pero todos los dioses acababan.
Pero no Dios.
Adiós.


 
La plaza circular (sueño)

Al final del camino
y manejando extraviado
me encontré en una explanada circular
    rodeada de edificios precarios y una iglesia.
No sabía dónde estaba.
Di un rodeo y me estacioné entre los pedruzcos,
    junto al templo.
Bajé del coche disponiéndome a explorar
Pero mientras caminaba vi con alarma
que todos los carros estaban siendo tragados por la tierra:
Esta enorme rotonda de gravilla
    donde la pista asfaltada terminaba,
era el ombligo de una laguna sepultada,
tierra movediza.
Corrí a rescatar mi carro y
    montándolo
me alejé para siempre de aquel lugar maldito.


 
Las colinas de Roma

Entre dos colinas de Roma había una iglesia
    cuya campana tañía siempre antes de hora.
En la plazuela en vez de perros se arremolinaban
    erizos,
Cuatro lenguas lamiendo en la fontana.

Tendidos en sus divanes los monseñores romanos
    bebían del pote hasta las heces.
El pez gordo bostezaba ante la liebre
y puesto que cada persona era un íceberg
    rompían el hielo con un mazo.

Sombras de dos cuerpos,
arlequines solo con antifaz,
dos frailecillos descalzos
fijaban los ojos en las losetas
    de la ocre catedral rota
tratando de extraer la muela de la locura del concilio.

Pero la curia atronaba:
“No pueden poner más ángeles en un alfiler
    de los que caben;
Ni poner tantos alfileres en un solo ángel tratando
    de-fijar-el-curso-de-su-vuelo”.

Les tiraron las puertas.
Y se van alejando montados en sus burritos blancos
    por los mares de Holanda.

Todo el mundo tiene una almohada favorita, fratello.
La suya era de piedra
    y su colchón de paja.
Y cantaban
Como pájaro carpintero en jaula de hierro.


 
Escena de casa

A Rodrigo Quijano

Aunque a la muerte de un pájaro la acompañan
    miles de chillidos
que van perdiéndose en el lago después del disparo,
las cosas no son efímeras ni temporales,
    sólo son transitorias – me dijo.
(Este francotirador no acierta al blanco
    ni pegándose un tiro a la sien)

Los perros de caza ven los árboles y el pasto blancos,
    y la sangre, dorada.

Nosotros vemos:
Un rebaño de peces,
Una manada de gallos,
Una jauría de monos,
Una piara de palomas,
Una bandada de sapos,
Una muchedumbre de ratas,
Un montón de poetas.


 
Habitación en Providence

Como se rasca el lomo el oso,
Como se frota la espalda contra un árbol,
La tristeza de caminar por las persianas,
El peso del techo,
Lo hondo del lecho,
Las sábanas.
No se puede contar con nadie en esas circunstancias.
Hasta uno mismo es el enemigo.

Mi mesa era una caja de zapatos.
A la izquierda, por una ventana,
Miraba el parque y el cielo.
A la derecha, por otra ventana,
Me internaba en las películas.

Como topo ciego
buscando el fin del mundo
al centro de la tierra.

Y me dijeron:
Las plantas quieren hablar contigo, sus hojas
    son orejas,
Y te están escuchando.
Porque cuando hablas al techo y la pared,
    y te responden,
No estás solo.

Descubrí entonces que
Mi casa era el espacio donde nada habita,
Pero por donde caminaba descubriéndolo todo.

Mi mesa era una caja de zapatos,
La alfombra, mi cama.
Y escribía en las paredes y el techo,
Hasta que se borraban todas las puertas.


 
Entretacto

El susurro de la muerte mueve las alas
    de los pájaros.

Ya no hay nadie.
Ya se fueron
    los actores principales.
Incluso los secundarios y aquellos de relleno
            cuelgan las  botas en la
        cima
de los cipreses.

Hasta el payaso deja su seriedad
    y no, no llora,
sólo escarba sus ojos con un mondadientes.

Apoyada en un báculo la vieja
    deja de jorobarse,
y camina de mano de nadie a ningún sitio.

 

 


Autor

Xavier Echarri

/ Lima, Perú, 1966. Poeta. Escritor peruano que reside en Estados Unidos, doctor en Hispanic Cultural Studies por la Michigan State University. Ha sido profesor en varias universidades estadounidenses tales como la de West Georgia, Umass Dartmouth, Ithaca College, Saint Mary College of Maryland y Bard College. Ha publicado los libros de poemas Las quebradas experiencias y otros poemas (1993) y El ciervo en la carretera (2023).

septiembre 2024