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![]() Alberto Cisnero Barnacle, Buenos Aires, 2018. |
Por Walter Cassara |
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En este raro arte u oficio de transmutaciones y mutilaciones extremas anda Alberto Cisnero desde hace algún tiempo, a caballo entre lo montaraz y aproximativo de la oralidad, y la escribanía puntillosa de los signos. De ahí que la voz que se enuncia en Las casas se nos aparezca como empañada o perseguida por su spectrum textual —el espejo siempre mortificante de la escritura—; nublándose, desdibujándose, enmendándose repetidamente en los rebordes de la propia caligrafía mental; una voz que murmura sonámbula en la cornisa de sí misma, al filo siempre del salto, el solecismo mortífero. La mano delicada del escribiente, “la mano que no es pa’ cecear en tertulias”, atropella por momentos a la boca briosa del hablante, usurpa su lugar —incluso su fisiología—, arremanga su presunta inconciencia; cierta soflama gauchesca, no exenta de ironía como corresponde, irrumpe entonces en un discurso vagamente autobiográfico, abofeteando al yo autoral, descalabrando la sintaxis y la modesta alfarería del verso; el poema queda desbordado y como ametrallado por esos centelleos irónicos, que por lo demás vendrían a ser el único saldo favorable que ha de arrojar el repaso de toda vida, aún la más legendaria y honesta, o la menos auspiciada por los dioses. Quien quiera hablar, que primero se oiga.