«sábado y julio» de Manuel Andrade
Carmen Villoro
Un poema que muestra esta cualidad silenciadora y aquietante de la poesía es “sábado y julio”, de Manuel Andrade, que encontré adormilado en la página 78 de su libro Frutos mordidos, de Trilce ediciones. Ya el título nos sitúa en dos niveles temporales: el día y el mes. ¿Cómo conviven día y mes en el poema? Lo hacen en un instante de ese día, quizá de madrugada, instante que no habrá de repetirse en ningún otro momento de ese día ni jamás, porque está cargado de una atmósfera que solo puede darse en ese instante en que se vive y se nombra la experiencia. Lo transcribo:
sábado y julioel viento biselado del matinal crepúsculo
dibuja un árbol quieto
en la calle sin sombra.vaga y real, en presente,
sube la sangre a la primicia alegre
a su gobierno dócil, sin ayer.está naciendo el día con las voces gangosas
de las palomas y los trenes.llueve tan lento que la luz se estanca y permanece.
entre el vapor, la voz desliza balbuceos,
la noche desaparece, el sueño se olvida,
la vida en el sedante presagio de la niebla
—innecesaria, ajena, indiferente—
es un cable de luz perlado de rocío.
Repito la segunda estrofa:
vaga y real, en presente,
sube la sangre a la primicia alegre
a su gobierno dócil, sin ayer.
El séptimo y octavo versos describen la creación:
está naciendo el día con las voces gangosas
de las palomas y los trenes.
En el nacer el día tiene ruidos que atesora el silencio: voces gangosas de palomas y trenes. Lo que sucede es único y fugaz, pero construye el Universo de una sola vez y para siempre. Gerundio detenido, la poesía.
llueve tan lento que la luz se estanca y permanece.
dice el noveno verso. La lentitud: el don de la belleza que se revela a la mirada de aquél que puede verla sin girar el rostro buscando derroteros. La lentitud, el magnetismo que convoca la presencia del ser ahí, total, sin distracción posible. La lentitud que cuaja la materia de la luz y la hace piedra.
la luz desliza balbuceos,
porque un orden se rompería con el grito o la voz altisonante. Esta armonía merece el cuidado y respeto de la prudencia humana, la mesura que impone el asombro ante lo sagrado que es esa coincidencia.
En los dos primeros versos de la última estrofa:
entre el vapor, la voz desliza balbuceos,
la noche desaparece, el sueño se olvida,
algo desaparece, algo se olvida, ¿la noche?, ¿el sueño? Eso que ya no existe fue borrado por la humedad que acompaña todas las transiciones mientras lo son, antes de ser lo que serán.
Y este verso:
la vida en el sedante presagio de la niebla
la vida que contiene la niebla es un presagio: lo que vendrá se esboza aún sin fuerza y crea un contento, no euforia destemplada, serenidad templada que ejerce sus efectos sedantes como toda promesa: la calma bienhechora; la niebla es
—innecesaria, ajena, indiferente—
No pertenece al hombre, lo trasciende, está ahí por gracia del milagro, y sin embargo dice su verdad y el hombre ve la vida, la aprehende en esa imagen.
La vida
es un cable de luz perlado de rocío.
No hay más, ahí está todo: es el secreto, gracias Andrade, de la inmortalidad.